VEINTE

14 de Ches, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

Desde el momento en que coronó el cabo Keldon en el viejo camino de la costa, Geran notó un cambio de humor en Hulburg. Se estaban juntando varias nubes de tormenta, a pesar de que era un día frío y de cielos despejados. Permitió a su montura, un caballo castrado de color negro, que buscara su propio camino para bajar mientras observaba atentamente la ciudad, intentando discernir qué tenía de diferente. Todavía podía oírse el alboroto y el ajetreo del comercio en la ciudad…, pero había algo distinto.

Desde su posición ventajosa, podía pasear la vista desde la calle de la Bahía hasta la desembocadura del Winterspear. Incluso sin haber llegado el deshielo, la calle de la Bahía debería haber estado llena de carretas y gente yendo y viniendo; después de todo, las concesiones mercantiles y sus almacenes estaban alineados en la calle que había junto al puerto. Pero en vez del habitual hervidero de carreteros, porteadores y tenderos, no vio más que alguna que otra carreta o algún que otro tendero apresurándose a cumplir con algún encargo. Había pequeños grupos de trabajadores desocupados reunidos en las calles, frente a las numerosas tabernas de la ciudad, y los fundidores, cuyas chimeneas estarían humeando constantemente en condiciones normales, apenas registraban actividad.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Hamil, estudiando la escena que se desarrollaba allá abajo. Iba trotando sobre un poni cargado de equipaje a pocos pasos por detrás de Geran, vestido con los ordinarios ropajes de un sirviente mal pagado—. ¿Acaso Marstel les ha dado a todos vacaciones para la guerra?

—Supongo que mucha gente está oculta a la espera de ver qué ocurre con la marcha de Kara, o quizá se están preparando para huir si resulta que la ciudad es atacada —contestó Geran—. De cualquier modo, creo que hará más fácil nuestro trabajo. Parece que a nadie le importará demasiado dos viajeros más.

Geran miró por encima del hombro hacia el sol, que se estaba poniendo por el oeste. Si las cosas habían ido como esperaba, su prima y el ejército estarían ya acercándose a Hulburg. Planeaba acampar cerca de la abadía de Rosestone y esperar a ver qué ocurría; decidieron que era lo bastante lejos de la ciudad como para disuadir a Rhovann de salir a recibir al ejército Hulmaster, pero lo bastante cerca como para que Kara pudiera atacar rápidamente una vez que se hubieran ocupado de los yelmorrunas.

Hay unos centinelas más adelante —dijo Hamil en silencio—. ¡Ahora debes tener cuidado!

Al final de la ruta de la costa, y muy cerca de donde Geran había pasado junto a un par de yelmorrunas con la caravana Sokol hacía pocas semanas, había media docena de ingenios montando guardia. No había tantos la última vez que había abandonado Hulburg. Pensó, con expresión ceñuda, que ojalá su disfraz funcionara. Esa vez iba vestido como un mago itinerante que se vendía al mejor postor, con una túnica granate bordada con glifos arcanos por encima de una camisa de seda negra con cuello alto y unos calzones a juego. Llevaba una capa también de cuello alto que lo protegía del frío, y un bastón sobre las alforjas, aunque Unbrach Nyth estaba al cinto. Se había dejado el cabello muy corto, y usaba una perilla y un parche en el ojo. A medida que se acercaban a los yelmorrunas, fue lanzándoles miradas de pasada, como habría hecho cualquier viajero recién llegado.

Casi habían sobrepasado a las criaturas cuando una de las que estaban a la derecha giró su rostro cubierto por la visera hacia ellos y dijo:

—Alto, identificaos.

¿Hablan? —comentó Hamil.

Es el primero al que veo hacerlo —respondió Geran, que detuvo el caballo y miró con su ojo bueno a la criatura.

—Mi nombre es Jhormun. Éste es mi sirviente, Pirr.

—¿Qué os trae aquí? —interrogó el yelmorruna. Su voz era profunda y tenía un acento raro, pero se le entendía.

—Soy un mago en busca de trabajo. He oído que algunas de las Casas mercantiles de la ciudad están dispuestas a pagar bastante bien a un mago con mis habilidades.

Hubo un largo silencio, y Geran comenzó a tensar los músculos sin que se notara, listo para desenvainar la espada o lanzar un conjuro en caso de que fuera necesario. Entonces, otro de los yelmorrunas habló.

—Podéis pasar —dijo.

¿Crees que pueden haber estado hablando con Rhovann? —preguntó Hamil mientras seguían adelante—. ¿O quizá simplemente están cumpliendo con sus instrucciones y actuando según su propio juicio?

—Ninguna de las dos posibilidades es muy halagüeña —murmuró Geran. Cuanto antes se ocuparan de las monstruosas creaciones de Rhovann, mejor.

En un bolsillo interior de su ropa llevaba dos pergaminos gemelos que habían sido cuidadosamente preparados hacía unos días en Thentia; contenían un ritual para cruzar al plano de las sombras en el momento preciso. Sarth también era capaz de realizar la transición, pero Geran no estaba seguro de que el hechicero pudiera reunirse con ellos a la hora señalada, medianoche, en ese caso. Todavía faltaban nueve horas para aquello, y Geran tenía cosas que hacer antes.

Dejaron atrás el puesto de guardia y giraron a la derecha por el camino de Keldon, en dirección al complejo Sokol. Con suerte, los que estuvieran observando no se sorprenderían al ver a un mago en busca de trabajo presentándose en el primer establecimiento mercantil que encontrara. En la puerta informó a los guardias de Sokol que deseaba hablar con la dueña del establecimiento, y él y Hamil fueron conducidos a la sala de estar de la casa de Nimessa. Esperaron poco rato antes de que la semielfa entrara seguida de uno de sus empleados.

—Lo lamento, señor Jhormun —empezó a decir—. Hay unos cuantos problemas hoy en Hulburg…

—Lo sé —la interrumpió. Se puso en pie, se quitó el parche del ojo y la miró a los ojos.

Ella retrocedió, sorprendida, y se detuvo. A continuación, miró a su subordinado.

—Déjanos un momento —dijo.

El hombre enarcó una ceja, pero cogió sus libros de contabilidad y salió de la habitación. Nimessa esperó hasta que la puerta se hubo cerrado antes de volverse hacia Geran.

—Vaya, señor Jhormun. ¡Creí que estarías con tu ejército arriba en los páramos! ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

—Encargarme de Rhovann y Marstel, de una vez por todas —contestó. Señaló a Hamil con un gesto de la cabeza—. ¿Te acuerdas de mi viejo amigo Hamil?

—Por supuesto, pero pensé que tendría el sentido común suficiente como para no seguirte hasta Hulburg con toda la Guardia del Consejo, las compañías mercantiles y los horribles ingenios de Rhovann buscándote.

—Mi madre me dijo que eligiera sabiamente a mis amigos —contestó Hamil. Se levantó de un salto y cogió a Nimessa de la mano, rozando sus dedos con los labios mientras dejaba escapar un suspiro—. Siempre la decepcionaba.

Nimessa sonrió e inclinó la cabeza.

—Espero que pueda hacer algo respecto de los ingenios de Rhovann en breve —le dijo Geran—. ¿La Guardia del Consejo ha partido para enfrentarse a nuestro ejército? Hamil y yo nos separamos de Kara ayer por la mañana, y no hemos tenido noticia de los movimientos de Marstel desde entonces.

—Los soldados de Marstel se están reuniendo en el campo que hay junto a Daggergard —dijo Nimessa—. También ha ordenado a las compañías mercantiles que pongan a sus soldados a su disposición y los envíen al punto de encuentro. Nadie sabe lo que pretende hacer con ellos.

—¿Qué hay de los soldados de Sokol? —preguntó Hamil.

Nimessa sonrió.

—Por desgracia, una terrible epidemia de gripe ha dejado a la mayoría de mis soldados incapacitados para salir de sus barracones.

Geran asintió, intentando imaginar lo que habría hecho si hubiera estado en el lugar de Rhovann. Después de un instante, decidió que no importaba; pretendía llevar a cabo su plan de ocuparse de los ingenios del elfo.

—La Casa Sokol ha sido una gran aliada de mi familia en los últimos meses —le dijo a Nimessa—. Mañana sabremos si fue una decisión sabia para vosotros o no. ¿Crees que tus soldados se recuperarán pronto?

—Sí, cuando sepa a ciencia cierta que no nos encontraremos solos al ponernos de tu lado. Tan sólo tenemos un par de docenas de hombres que ofrecer.

—Te lo agradezco. —Geran miró a Hamil—. Deberíamos ponernos en marcha. Tenemos mucho que hacer esta tarde.

—No hay descanso para los malvados —se lamentó Hamil.

Volvió a hacerle una reverencia a Nimessa y salió fuera.

Geran fue tras él, pero Nimessa lo cogió del brazo en la puerta. Se inclinó para besarlo en la mejilla.

—Te dará suerte —murmuró—. Mantente a salvo.

Se detuvo un instante. No quería decirle lo que estaba pensando, pero era importante para él que Nimessa entendiera sus razones, especialmente si las cosas no salían bien en los próximos dos días.

—Nimessa, la última vez que estuve aquí, no debería…, no debería haberme aprovechado de ti de aquella manera, y lo siento enormemente. Mi corazón pertenece a otra. Tan sólo me ha llevado mucho tiempo darme cuenta.

Nimessa bajó la vista hacia el suelo y suspiró.

—No tienes nada por lo que disculparte, Geran. Estás enamorado de Mirya Erstenwold, aunque lo olvidaras durante un tiempo. Sé que fui egoísta, pero no puedo decir que lamente lo que ocurrió. —Se agitó levemente y volvió a mirarlo a la cara, esbozando una leve sonrisa—. No creo que le hayas dicho aún lo que sientes a Mirya, ¿me equivoco?

Se quedó callado un momento antes de responder.

—No sé cómo hacerlo.

Ella puso los ojos en blanco.

—Habla desde el corazón. El resto depende de ella.

—Parece tan fácil cuando lo dices así. —Rió quedamente ante su propia estupidez y la cogió de las manos antes de volverse y salir por la puerta.

Hamil lo estaba esperando fuera. El halfling miró a Nimessa, que estaba de pie junto a la puerta, observando, y después miró a Geran.

Si fuera un entrometido —dijo en silencio—, me preguntaría que acaba de pasar entre vosotros dos.

—Es bueno que no seas un entrometido, entonces —le dijo Geran—. Vamos, pongámonos en marcha.

—Cuando quieras —respondió Hamil.

Montaron y salieron lentamente del patio del complejo Sokol, dirigiéndose hacia arriba por la calle de la Bahía. Todo estaba extrañamente silencioso; cada tanto pasaban apretados grupos de trabajadores de las compañías mercantiles, intercambiando rumores y especulaciones acerca del ejército de los Hulmaster y preguntándose si la Guardia del Consejo de Marstel saldría a enfrentarse a ellos o se quedaría a defender Hulburg. Uno de los rumores más descabellados que escuchó Geran decía que Kamoth Kastelmar estaba a punto de llegar con una nueva flota pirata para arrasar la ciudad, a pesar de que el hielo no se había derretido aún lo bastante como para que los barcos pudieran alcanzar los muelles. Se preguntó brevemente qué harían los viandantes si de repente se descubriera a sí mismo, antes de decidir que probablemente no fuera una buena idea.

Llegaron a las puertas de la Compañía de la Doble Luna, y se detuvieron brevemente. Geran bajó la vista hacia su pequeño amigo.

—¿Aún quieres intentarlo? —preguntó.

Hamil asintió.

—Puede ser que te sorprendan —dijo—. Tengo buen trato con varios de los suyos. Creo que podría convencerlos de que descubran unos barracones llenos de mercenarios enfermos, al menos. Por supuesto, deberás recordar que te ayudaron cuando llegue el momento de negociar sus rentas y los términos de su concesión.

—Si todo va bien, los Jannarsk y el Anillo de Hierro se marcharán junto con los Veruna cuando todo se haya estabilizado. La Doble Luna será bienvenida a cualquiera de sus concesiones si nos ayudan ahora. —Geran miró a su alrededor, por si alguien les estaba prestando demasiada atención, y decidió que Rhovann y Marstel seguramente estarían ocupados con Kara—. Te veré a medianoche ¿Sabes cómo encontrar a toda la gente de tu lista?

El halfling resopló.

—No es una ciudad tan grande. Estoy seguro de que me apañaré.

Geran esperaba que entre los dos pudieran visitar al menos a una docena de sus partidarios, o más, para avisarlos de que se prepararan para atacar. A Geran le habría gustado tener a Hamil cerca por si surgían problemas, pero había demasiada gente que sabía que Hamil era uno de sus compañeros más apreciados; un humano y un halfling juntos podrían levantar sospechas fácilmente, cosa que no pasaría si recorrían la ciudad por separado.

—Buena suerte, entonces —dijo Geran.

El mago de la espada se alejó a caballo sin volver la vista atrás, poniendo cara de enfado y avanzando por el medio de la calle, para interpretar el papel de un hechicero mercenario. Giró por la calle Alta, y cruzó el Winterspear por el Puente Medio —que estaba custodiado por más yelmorrunas, aunque siguieron haciendo caso omiso de él—, y se dirigió hacia el norte por la carretera del Valle, con la intención de visitar a Burkel Tresterfin y a unos cuantos partidarios más cuyas casas se encontraban un poco a las afueras de la ciudad. Pero se vio obligado a desviarse a pocos metros de El Bock del Troll ante la presencia de una patrulla de la Guardia del Consejo que estaba parando a todos los que iban hacia el valle del Winterspear. Renunció a la idea de visitar a Tresterfin, giró hacia el sur y se dirigió hacia la casa de Mirya.

Pasó por delante del camino que conducía a la casa mientras buscaba señales de espías o guardias, fingiendo interés en las tiendas cercanas. No parecía haber nada raro, así que siguió la carretera en dirección al Paso del Harmach y se internó en el bosque que rodeaba la base de la colina de Griffonwatch al llegar a un cruce. La casa de Mirya se encontraba justo al otro lado del bosque; después de unos noventa metros, salió de entre los árboles al patio trasero de Mirya. Desmontó y ató el caballo a una baranda que había para ese fin. Después llamó a la puerta.

Hubo un ligero estrépito en el interior, y se oyeron pasos rápidos sobre el suelo de madera. A continuación, Mirya quitó el pestillo y abrió la puerta con expresión ceñuda.

—Sí. ¿Qué…? —comenzó; pero después reconoció a Geran—. ¡Geran, estás aquí!

—Pues vaya disfraz me he buscado —dijo.

Bueno, no era una prueba muy objetiva, ya que Mirya conocía su rostro mejor que nadie y había aprendido a mirar dos veces a los extraños que aparecían en su puerta.

—¿Puedo entrar?

—Claro. ¡Entra! No creo que haya espías en los alrededores, pero no puedo estar segura. —Abrió del todo la puerta y se hizo a un lado mientras él entraba rápidamente.

—Gracias —respondió.

Geran se sentó en una banqueta que había junto al fuego para calentarse las manos. Hacía mucho frío ese día, a pesar del sol primaveral, y había estado fuera la mayor parte del tiempo. Entonces se fijó en que el marco de la puerta estaba astillado, y faltaban varios muebles y accesorios; al parecer la casa había sido allanada y registrada hacía poco, pero ella ya lo había recogido todo.

—Parece que has tenido problemas con los esbirros de Marstel. ¿Estás bien?

—Bastante bien. Selsha sigue con los Tresterfin, pero Erstenwold va tirando. —Mirya puso una tetera al fuego y se sentó frente a él en otra banqueta—. Hemos oído rumores de que el ejército de Hulmaster está de camino. ¿Por qué no estás con tus soldados?

—Los dejé en manos de Kara para poder colarme en Hulburg y ocuparme de algunos asuntos.

—¿Qué diablos puede ser más importante que derrotar al ejército de Marstel?

—Derrotar a los yelmorrunas de Rhovann y provocar el alzamiento de nuestros partidarios contra Marstel —contestó Geran—. Kara podrá ocuparse de la Guardia del Consejo sin mi ayuda, pero pretendo acabar con los yelmorrunas esta noche. Sarth y Hamil se reunirán conmigo en el Puente Quemado a medianoche para ayudarme. Esperaba que tú pudieras secundarme con los que nos son leales.

—Pensaba que no querías que me jugara el cuello en tonterías de ese estilo.

Geran se encogió de hombros.

—Y no quería, pero me da la impresión de que eres demasiado cabezota para desistir sólo porque yo te lo haya pedido.

Ella le dedicó una sonrisa irónica.

—Ya me conoces, Geran Hulmaster. Da la casualidad de que hay unas cuantas personas que me son absolutamente leales y podrían ayudar. Pero te advierto que muchos de mis amigos lo han pasado mal por ello. Es un milagro que yo no haya acabado en la prisión de Marstel.

—Ya me lo imaginaba. —Se inclinó hacia delante—. Si consigo llevar adelante mi plan esta noche, Kara estará aquí con la Guardia del Escudo mañana por la tarde. Quiero levantar en armas a los leales y capturar todos los puestos fortificados que podamos mientras la Guardia del Consejo está ocupada.

Ella lo miró preocupada, sin duda previendo la lucha que eso provocaría.

—¿Realmente puedes derrotar a los guardias grises de Rhovann? —preguntó.

—Tengo buenas razones para creer que sí. Pero si me equivoco, supongo que cancelaremos el ataque de Kara y nos retiraremos nuevamente hacia Thentia. —Hizo una pausa, imaginando lo que eso significaría—. Supongo que eso sería el final para nuestra causa. De un modo u otro, esta guerra se decidirá mañana.

—Será muy duro para aquellos de nosotros que nos quedemos aquí si falláis.

—Lo sé. De hecho…, después de organizar las cosas con nuestros partidarios, quiero que esta noche vayas a casa de los Tresterfin y te prepares para huir de Hulburg por si acaso llegara lo peor. Quiero que tú y Selsha os quedéis allí hasta que todo se haya decidido. Creo que puedo acompañarte hasta el bloqueo de la Guardia del Consejo y después encontrarme con Sarth y Hamil.

Ella frunció el entrecejo tercamente.

—¿No quieres tener que preocuparte por mí?

—Sí, no quiero tener que preocuparme por ti. —Geran se miró las manos—. Me haría las cosas mucho más fáciles si supiera que tú y tu hija estáis a salvo. Por favor, quédate con los Tresterfin y mantente alejada de la lucha mañana.

—Jarad comprendería que me juego tanto en Hulburg como tú. ¿Cómo crees que me sentiría si me ocultara en el campo preguntándome si todo y todos los que me importan podrían no llegar vivos al día siguiente? ¿Cómo podría quedarme a un lado mientras otros libran mi lucha?

—No te lo pido por Jarad. Te lo pido por mí. —La cogió de las manos y la miró a la cara.

Durante un momento, luchó con sus viejas dudas, con su miedo de volver a hacerle daño, pero esa vez no se contuvo, le dijo lo que quería decirle.

—Te amo, Mirya —dijo—. Mi corazón es sólo tuyo, y no quiero volver a separarme de ti jamás. Por favor…, por mí…, prométeme que permanecerás a salvo durante la batalla.

Ella lo miró, afligida.

—Geran… no me hagas esto otra vez —dijo débilmente—. No puedo soportarlo. Además, es a Nimessa Sokol a quien quieres.

—No, no es cierto, Mirya. Te quiero a ti.

Ella se frotó los ojos, anegados en lágrimas, con el dorso de la mano.

—Te has acostado con ella, ¿no es verdad?

Él hizo una mueca de dolor. Debería haber sabido que lo averiguaría. Después de todo, Mirya no tenía un pelo de tonta.

Suspiró y la miró a los ojos.

—Nimessa y yo estuvimos juntos, sí. Fue algo pasajero, hace meses, y ya ha terminado. No es ella a quien veo cuando cierro los ojos por la noche, o por la que me preocupo cuando estoy lejos, o aquella cuyas palabras necesito oír cuando estoy atribulado y solo. Eres tú, Mirya. Así que por favor, te lo ruego…, quédate fuera de Hulburg mañana, porque mis enemigos querrán haceros daño a ti o a Selsha para hacerme daño a mí, y eso me destrozaría.

—¿Así que se supone que debo esperar como una viuda a recibir noticias de si estás vivo o muerto? —preguntó—. ¿Es que no comprendes cómo me rompe el corazón tener que estar preguntándome dónde estarás y si también estás a salvo? Porque eso es lo que ocurre. En contra de toda la sensatez que ya debería tener a estas alturas, te quiero, y por ello soy una estúpida. Esta noche me estás entregando tu corazón, y no te puedo decir que no, pero ¿dónde estarás mañana? ¿Qué te apartará de mí al día siguiente? No tengo fuerzas para vivir así.

Él permaneció en silencio durante un largo rato. Hasta ese momento, de algún modo, no había conseguido comprender que ella también podía amarlo y aun así no dejarse llevar por lo que sentía. Movió la cabeza, impotente, sin saber qué más decir.

—Ya no soy el hombre que era, Mirya. No puedo amar a otra que no seas tú. Cuando todo esto termine, quiero casarme contigo. ¿Me aceptarías como esposo?

—¡Maldito seas, Geran Hulmaster! ¿Por qué me dices eso ahora?

Mirya respiró profundamente y se puso de pie, alejándose de él. No dijo nada durante un rato, mientras Geran la observaba. Por fin se dio la vuelta para mirarlo nuevamente.

—Me debes algo más que una disculpa, y no es por lo de Nimessa Sokol. No te lo voy a poner fácil, pero eso será pasado mañana. Ahora no es momento para tonterías. Si sobrevivimos a los próximos días, lo hablaremos después.

Él también se levantó.

—Después —dijo con suavidad.

¡No había dicho que no! Aunque tampoco había dicho que sí, pero lo más importante era que no había dicho que no.

—Tienes razón, Mirya.

—Vete acostumbrando a decir eso —respondió—. Veamos: ¿qué es lo que tienes que hacer esta noche?

—Pensaba visitar a dos o más leales antes de encontrarme con Sarth y Hamil. Aún quedan algunas horas para medianoche.

Mirya inclinó la cabeza, como si de repente se hubiera dado cuenta de algo. Frunció el entrecejo, mirando al vacío mientras se concentraba.

—¿Qué ocurre?

—Tengo una idea mejor —contestó al fin, aunque todavía parecía algo distraída por lo que estaba pensando—. Iremos a Erstenwold, y llevaré allí a quien necesites ver. De hecho, estoy en contacto con varios de los que te son leales. Si los llamo, seguro que podrán llevar los mensajes en tu lugar y así podrás permanecer oculto.

Geran sopesó rápidamente la idea. Era posible que Erstenwold estuviera vigilado, por supuesto, pero también estaba en un lugar céntrico… y tenía acceso a las calles subterráneas de Hulburg, lo cual podría ser muy útil. Al fin y al cabo, ella tenía instinto para las operaciones clandestinas.

—Está bien —contestó—. Dejaré mi caballo en el establo y haremos lo que has sugerido. Se nos hace tarde.