DIECINUEVE

27 de Alturiak, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

Durante varios días, Geran, Hamil y Sarth cabalgaron todo lo rápido que les permitían sus monturas, esperando dejar atrás a cualquier posible perseguidor de Myth Drannor. Geran no creía que los guerreros de la Coronal tuviesen ningún interés especial en perseguirlos buscando venganza, pero no podía descartar la posibilidad de que los Disarnnyl hicieran todo lo posible para que no escapara de la justicia. Si permitía que volvieran a capturarlo, no habría clemencia, de eso estaba seguro. Ilsevele podría haber llegado a algún acuerdo con el consejo de justicia después de un tiempo, pero no creía que fuera a atender a ningún ruego después de haber llegado a los extremos que había llegado para huir de su autoridad. Geran, que había decidido que debían abandonar Myth Drannor cuanto antes mejor, apresuraba a sus compañeros todo lo posible, esperando que no hubiera ninguna compañía de la guardia en posición de interceptarlos.

A primera hora del tercer día, salieron de la gran jungla de Cormanthor a las tierras abiertas que recorrían la costa sudeste del Mar de la Luna. Esas tierras habían estado ocupadas hacía mucho tiempo, pero grandes porciones de la campiña habían quedado destruidas a lo largo del último siglo, saqueadas en las distintas guerras entre las ciudades circundantes, y finalmente barridas por la Plaga de los Conjuros. Sarth detuvo el caballo y se frotó la espalda con un gemido. No era un buen jinete, y los últimos días habían representado una dura prueba para él.

—No lo creía posible, pero parece que hemos recuperado nuestra libertad —dijo el tiflin—. ¿En qué dirección vamos ahora? ¿Hacia Hillsfar?

Geran detuvo el caballo junto al de Sarth.

—Me temo que no podemos aminorar el paso todavía. Las tierras que están más allá del bosque no pertenecen a Myth Drannor, pero eso no significa que sus guerreros no vayan a perseguirnos fuera de sus territorios.

—¿De verdad crees que nos están persiguiendo? —preguntó Hamil.

—La Coronal no tiene otra opción. Debe demostrar que no tiene favoritos, y si nos dejara marchar cuando todavía podría capturarnos, no quedaría muy bien. Puede ser que los hayamos despistado al atravesar los bosques, pero creo que es más prudente suponer que nos siguen de cerca hasta que estemos seguros de que eso no es posible.

Geran echó un vistazo a la oscura franja de bosque que tenían detrás.

—Entonces, como ha dicho Sarth hace un momento; ¿en qué dirección vamos ahora? —preguntó Hamil—. ¿Nos dirigimos a Hillsfar igualmente, o damos un rodeo por la costa y vamos hacia Phlan?

Geran se quedó pensando un instante.

—Hillsfar. Pero apartémonos de las carreteras y avancemos por campo abierto todo lo que podamos.

Siguieron adelante, dirigiéndose hacia el nordeste por la campiña desierta. Cabalgando siempre con el oscuro límite del bosque a la derecha, atravesaron campos de cultivo abandonados hacía mucho, divididos por muros de piedra medio derruidos y por hileras de setos, y poco antes del atardecer del día siguiente avistaron las murallas y los tejados de Hillsfar. Geran lanzó un hondo suspiro de alivio; los agentes de Myth Drannor descubrirían muy pronto hacia dónde se habían dirigido, pero otra cosa era que pudieran capturarlos, pues las autoridades de la ciudad jamás permitirían que los elfos arrestaran a fugitivos que no hubieran quebrantado las leyes de Hillsfar. Geran y sus amigos se dirigieron hacia los muelles de la ciudad y reservaron pasajes en la primera nave que partía hacia Thentia, para después volver al distrito mercantil de la ciudad con el fin de vender las monturas y esperar en una confortable posada a la salida del barco.

Faltaba un día y medio para que partiera, así que Sarth se retiró a una de las habitaciones privadas de la posada y estudió atentamente el fragmento del Infiernadex, algo que no había tenido oportunidad de hacer durante los breves descansos que habían hecho en su huida de Myth Drannor. Geran dejó que se dedicara a ello durante varias horas, mientras se entretenía haciendo pequeños recados por la ciudad. Cuando volvió, se encontró a Sarth copiando afanosamente el fragmento en un pergamino nuevo.

—¿Qué has averiguado del libro de conjuros de Esperus? —le preguntó Geran.

—Lo primero, es que no es el libro de conjuros de Esperus —contestó Sarth—. Más bien, es un libro de conjuros antiguo que estuvo en posesión de Esperus durante un tiempo. Casi todo lo que sé del manuscrito completo lo he extraído de los escritos de varios magos que tuvieron oportunidad de estudiar el volumen antes de que cayera en manos de Esperus. Eso es lo que me llevó a Hulburg en primer lugar. En cualquier caso, el Infiernadex es obra de uno de mis antepasados del viejo Narfell, y contiene varios rituales y conjuros que no se pueden encontrar en ningún otro sitio. Muchos de ellos son de naturaleza diabólica, y demasiado peligrosos incluso para los de mi sangre. Otros son simplemente raros y poderosos; esperaba poder dominar estos últimos. —El tiflin se encogió de hombros torpemente—. Me he pasado la mayor parte de mi vida intentando conseguir un dominio aún mayor de las artes arcanas. Quizá no he pensado mucho en lo que pretendo hacer con ese poder una vez lo tenga.

—Has elegido salvar Hulburg al menos dos o tres veces en los últimos meses. A mí me parece un buen uso para el poder que posees.

Geran echó un vistazo por encima del hombro de Sarth, observando las crípticas páginas que estaban esparcidas sobre la mesa. Significaban poco para él: lo habían educado en la tradición élfica de la magia, y el Infiernadex estaba basado en otra tradición, escrito en otro idioma totalmente distinto. Aun cuando consiguiera leerlo, no tendría mucho sentido para él.

—¿Se lo podemos dar a Esperus sin peligro? —preguntó.

El hechicero observó, pensativo, el viejo pergamino.

—Sí —dijo por fin—. No me hace mucha gracia la idea, pero he aprendido todo lo que he podido ¿Qué importa si estos conocimientos son peligrosos? Esperus ya es peligroso de por sí. Pero debo advertirte, Geran, de que podría llegar el día en que tengamos que ocuparnos del Rey de Cobre.

—Lo comprendo —respondió Geran, que posó una mano sobre el hombro de Sarth y dejó que siguiera copiando el manuscrito.

Salieron hacia Thentia a bordo de un barco del Anillo de Hierro al día siguiente. El trayecto fue mucho más fácil que el anterior; tenían los vientos del oeste a popa, y no a proa, lo cual los hizo navegar más deprisa. En la tarde del seis de Ches, el noveno día desde su huida de la torre de la Coronal, Geran y sus compañeros pusieron pie en Thentia nuevamente. Por primera vez en diez días, el mago de la espada se permitió creer que no se pasaría los próximos diez o veinte años en una celda de Myth Drannor, y su respiración se tornó más relajada.

Alquilaron un carruaje para que los llevara a Lasparhall, y llegaron a la mansión de los Hulmaster poco después de la puesta de sol. Geran se sintió complacido al ver que las cosas parecían estar más o menos como las había dejado. Permitió que los guardias de la puerta se hicieran cargo de su escaso equipaje y el de sus compañeros, y fue directamente al salón privado de la familia para ver si quedaba algo de comida. Mientras los tres tomaban una cena tardía que les había servido el personal de la cocina, Kara Hulmaster apareció en la puerta. La capitana se quitó la pesada capa que llevaba sobre los hombros y corrió a abrazar a Geran hasta casi asfixiarlo.

—¡Geran! —exclamó—. Estaba preocupada por ti. ¿Dónde has estado?

—Me alegro de verte, Kara —respondió—. Tomamos tierra en Thentia hace un par de horas. Con respecto al retraso, bueno, me temo que nos encontramos con ciertas dificultades en Myth Drannor.

—Se refiere a que conseguimos que nos capturaran —dijo Hamil—. Pasamos siete maravillosos días como invitados de la Coronal antes de poder huir de la cárcel y ausentarnos del reino lo antes posible. Por suerte, Geran tenía amigos dispuestos a ayudarnos a escapar, porque si no aún seguiríamos allí.

—Debería haber sabido que te meterías en problemas allá donde fueras. —Kara soltó a Geran y fue hacia Hamil, agachándose para abrazarlo calurosamente, antes de cogerle la mano a Sarth—. ¿Habéis encontrado el volumen que Esperus os pidió que recuperaseis?

El mago de la espada asintió.

—Sí, lo tenemos. —Geran miró por la ventana. La tarde estaba muy avanzada—. Iré a los Altos Páramos y lo invocaré mañana por la noche. Estamos agotados después de tantos días de duro viaje, y quiero estar bien descansado y con la mente despejada cuando volvamos a hablar, por si hubiera cualquier tipo de malentendido. Pero ahora mismo lo que necesito es una comida caliente y unas cuantas horas de sueño en una cama reconfortante, antes de hacer nada más.

—Creo que podemos proporcionarte lo que pides —dijo Kara, sonriendo—. Es estupendo tenerte de vuelta, Geran. A los tres, en realidad. Parece que cada vez que me doy la vuelta hay algo que necesita la atención de un Hulmaster, y mientras has estado fuera, ésa he sido yo.

—¿Cómo van las cosas por aquí? —preguntó Geran—. ¿Habéis tenido algún otro problema de espías o asesinos de Hulburg?

—Problemas de espías. Hemos pillado rondando por aquí varias de las criaturas de Rhovann. Además, sospecho que algunos de los carreteros y los que nos aprovisionan en Thentia están pagados para informar de cualquier cosa que vean u oigan en nuestro campamento.

Geran no se sorprendió al oírlo. Sencillamente había demasiados tipos con la vista aguda en Thentia y sus alrededores que no se lo pensarían dos veces si alguien les pagaba para ir contando historias. No había creído ni por un momento que se pudieran mantener en secreto todos sus preparativos.

—¿Estaremos listos para marchar cuando estaba previsto?

Kara dudó.

—Tan listos como sea posible, supongo. Otro mes haciendo maniobras y acumulando provisiones no haría mal a nadie, pero nuestras arcas se verían bastante mermadas y perderíamos a algunos de nuestros mercenarios. Sin embargo, han llegado noticias inquietantes desde Hulburg. He oído informes según los cuales Marstel ha establecido un acuerdo con los caballeros brujos. Les ha proporcionado a los vaasanos una concesión de comercio y se rumorea que pronto llegarán procedentes de Vaasa poderosas compañías de guerreros para reforzar la Guardia del Consejo.

—¿Los caballeros brujos? —murmuró Geran.

Los vaasanos se habían aliado con los orcos Cráneos Sangrientos el año anterior. Había tenido un breve duelo con un caballero brujo en la Batalla del Terraplén de Lendon, intercambiando golpes con el hechicero humano antes de que la oleada de combatientes los hubiera separado. Y había oído muchas historias según las cuales la magia vaasana había desempeñado un papel crucial en el ataque orco a la ciudad de Glister, en la margen norte del Thar. Los caballeros brujos habían desaparecido rápidamente una vez había quedado suprimida la amenaza que representaban los Cráneos Sangrientos y, hasta donde Geran sabía, no habían estado implicados en los problemas con la Luna Negra ni en los disturbios causados por los Puños Cenicientos… ¿O quizá sí? ¿Acaso su traicionero primo Sergen les había vendido Hulburg a los vaasanos después de haber fracasado en su intento de hacer lo mismo con los señores de Melvaunt y Mulmaster?

—¿Qué intereses tienen en todo esto?

—Si me estás pidiendo mi opinión, diría que provocaron los disturbios de los seguidores de Cyric y los Puños Cenicientos —respondió Kara—. Antes de que nos expulsaran de Hulburg, me habían llegado algunos rumores de que los sacerdotes de Cyric recibían oro de Vaasa, pero nunca los pillé con las manos en la masa. Los problemas con la Luna Negra acapararon toda mi atención. ¿Qué esperan ganar exactamente entrometiéndose en los asuntos de Hulburg? Realmente no lo sé.

—¿Cuántos vaasanos vendrán? ¿Cuándo llegarán?

Kara meneó la cabeza.

—Tengo exploradores rodeando los Altos Páramos. No se han encontrado todavía con ninguno, pero también es cierto que los pasos de las Galena están bloqueados por la nieve y lo más seguro es que permanezcan así otro mes, o quizá más. Dudo que veamos grandes cantidades de soldados vaasanos en Hulburg antes de que termine Tarsakh, como pronto. Incluso entonces sería difícil cruzar los pasos.

—Ése es otro de los argumentos a favor de atacar a Marstel cuanto antes —observó Sarth—. Sería mejor atacar antes de que los soldados vaasanos refuercen la Guardia del Consejo.

Geran pensó que ya había razones suficientes para actuar con rapidez. No le gustaba la idea de que los vaasanos tomaran partido, pero no le parecía que eso cambiase su situación de manera determinante. Cada jornada que pasaba con Marstel en el poder, era otro día en que el usurpador intensificaba su control sobre el reino robado; otro día en que Rhovann diseñaba defensas arcanas y creaba más de sus mortíferos soldados; otro día en que los mercenarios y los bandoleros extranjeros expoliaban a los ciudadanos honestos de la ciudad.

—Deberíamos ocuparnos de que el alto señor Vasil sepa lo que sabemos sobre la intervención de Vaasa —pensó en voz alta—. No creo que Thentia quiera que otra nueva potencia gane influencia en Hulburg. Podríamos conseguir ayuda adicional.

—Enviaré al señor Quillon al palacio del alto señor para que hable con su homólogo —dijo Kara—. Ahora, pasemos a temas más importantes… ¿Qué diablos hicisteis para visitar las mazmorras de la Coronal? Bueno, aparte de ti, Geran, ya que era evidente que acabarías encarcelado. Quiero saber qué hicieron Hamil y Sarth para enfadar a Ilsevele.

—¿Era evidente que acabaría encarcelado? —protestó Geran, pero fue demasiado tarde.

Hamil ya estaba dispuesto a contar la historia de su breve estancia en Myth Drannor, pero prefirió echarse atrás en el asiento para escuchar la versión de Sarth, que contenía más de una vistosa exageración.

Esa noche Geran durmió profundamente, como no lo había hecho en meses. El día siguiente amaneció soleado y despejado, aunque frío y ventoso, un típico día de principios de primavera en el Mar de la Luna. Geran se pasó la jornada intentando ponerse al corriente de cientos de detalles importantes y decisiones que Kara y sus oficiales habían tomado durante su ausencia, pero al final aprobó todo lo hecho. No vio razón alguna para cuestionar decisiones que se habían tomado tras muchas horas de honda reflexión con sus propias impresiones precipitadas, y sabía que su próxima tarea lo esperaba en los Altos Páramos al anochecer.

En el último momento, Geran se tomó una hora para repasar sus conjuros protectores y armarse con los conjuros más poderosos que pudo. Poco antes del anochecer, cabalgó nuevamente hacia los Altos Páramos en compañía de Kara, Sarth y Hamil. El viento aullante movía la hierba a un lado y al otro, como si fuera una serpiente invisible que se abriera camino por el paisaje entre siseos. Los cuatro jinetes se arrebujaron en sus pesadas capas para refugiarse del intenso frío y de la salvaje soledad de las colinas desnudas.

Tras una hora de camino, llegaron a la línea de túmulos junto a la colina donde se habían encontrado la vez anterior con el Rey de Cobre.

—Éste es el lugar —dijo Hamil, y se estremeció—. Cuanto antes terminemos, mejor.

Oscura noche y fría piedra,

tumba silenciosa y trono estéril,

salas vacías, una corona de verdín,

en la no muerte suena el antiguo rey.

Larga oscuridad y breve luz,

una hora de juego, y después la noche,

la belleza se malogra y hace frío,

sigue esperando el antiguo rey.

El viento arreció mientras hablaba, como si le arrancara las palabras de la boca antes de pronunciarlas. Comenzó a sentir un frío que lo caló hasta los huesos, y se estremeció; pudo notar la presencia del Rey de Cobre. En la entrada a los túmulos apareció una neblina barrida por el viento que empezó a introducirse por la puerta baja, acumulándose como si fuera agua en una vasija. Comenzaron a tomar forma la ropa hecha jirones y la corona deslustrada de Esperus. Una diabólica luz verdosa brilló en sus cuencas vacías, y sus huesos amarillentos cubiertos de cobre tomaron forma bajo la túnica negra. A su pesar, Geran retrocedió un par de pasos; Sarth y Hamil hicieron lo mismo.

—¿Has traído lo que falta de mi libro? —siseó el lich.

—Sí, lo tengo —respondió Geran—. No te habría invocado sin haber completado mi parte del trato, rey Esperus.

El mago de la espada sacó el portadocumentos de Myth Drannor de debajo de su capa, lo abrió y, con sumo cuidado, extrajo el viejo pergamino que contenía. El viento que tan furiosamente había soplado hacía unos instantes, se había aquietado con la llegada del lich. Haciendo un esfuerzo consciente, obligó a sus pies a avanzar para darle las páginas a Esperus.

El Rey de Cobre las cogió con un cuidado sorprendente, dirigiendo inmediatamente su atención al pergamino que sostenía en las huesudas manos. Su mandíbula se movió en silencio mientras leía, examinando su trofeo.

—¡Ah, eso pensaba! —dijo para sí mismo—. Por fin podré completar el ritual… —La voz del lich se fue desvaneciendo a medida que iba leyendo con avidez, estudiando las antiguas páginas con los ojos aún más brillantes.

Hamil le dirigió a Geran una mirada severa.

¿Y si le recuerdas que estamos esperando? —sugirió el halfling.

—¿Es eso todo lo que esperabas que encontráramos, rey Esperus? —preguntó Geran.

El lich no le prestó atención y siguió leyendo. Geran notó cómo lo miraban sus compañeros, pero se obligó a mantener la compostura un poco más. No quería enfadar al Rey de Cobre, de eso estaba seguro. Esperó hasta que el lich levantó una mano y comenzó a entonar un cántico con su horrible voz crepitante. Durante un instante, Geran temió que Esperus fuera a realizar el conjuro que hubiera sido interrumpido hacía cuatrocientos años, o a teletransportarse sin mediar palabra…, pero en su lugar, las páginas brillaron brevemente con una luz violeta y desaparecieron.

—El manuscrito está completo —dijo finalmente Esperus—. He enviado las páginas que me trajisteis a reunirse nuevamente con el resto del libro. Tengo mucho que estudiar.

Geran respiró hondo.

—¿Cómo puedo derrotar a los yelmorrunas de Rhovann?

—Con el arma adecuada, por supuesto.

El lich extendió la mano sobre la tierra desnuda y pronunció las palabras de otro conjuro. Bajo su mano surgió un jirón de niebla. A continuación, una forma negra y anodina pareció levantarse del suelo en respuesta a su magia. Era una espada larga y recta; una espada bastarda de doble filo hecha de algún tipo de metal no reflectante que Geran no reconoció. La empuñadura estaba envuelta en cuero tachonado, y el pomo era un disco plano con pequeños glifos inscritos alrededor de un gran ónice.

—Ésta es Umbrach Nyth, la Espada de las Sombras, forjada con sombras para disipar las sombras. Hace mucho tiempo penetré su negro acero con un encantamiento para tu ancestro Rivan. Más tarde intentó asesinarme con ella, necio desagradecido. Verás que inflige heridas especialmente graves a las criaturas dotadas con el poder de las sombras, y al resto de las criaturas, de hecho. Los yelmorrunas no podrán resistir sus golpes. Coge la empuñadura.

Geran, intentando no estremecerse de miedo, extendió la mano para coger la empuñadura y sacó la espada de la tierra. Era más ligera de lo que parecía, no pesaba mucho más que su sable Myth Drannan, y estaba bastante bien equilibrada. Pudo sentir los poderosos encantamientos con que contaba mientras la sostenía. Una vaina a juego surgió de la tierra; la cogió con la mano izquierda y enfundó la negra espada.

—Creo que ésta es mejor arma contra los ingenios de Rhovann que la mía —dijo—, pero ¿se supone que debo vencerlos uno a uno? Tiene que haber cientos a estas alturas.

—Olvidas lo que te dije acerca del encantamiento de Rhovann la última vez que hablamos —respondió Esperus—. Un solo ánimus mantiene unidos a los yelmorrunas y está presente en igual medida en todos ellos. Dentro de cada una de las criaturas de Rhovann hay una perla de sombra que las conecta unas a otras, y a una única gran perla, o piedra, una esfera maestra de la cual provienen las demás. Destruye la piedra maestra, y todas las perlas de sombra que hayan sido extraídas de ésta serán destruidas. Sin sus perlas de sombra, los yelmorrunas carecen de inteligencia, de voluntad, de resistencia…, son poco más que autómatas sin cerebro. Tus guerreros los derrotarán fácilmente.

—¿Dónde se encuentra esa piedra maestra? —preguntó Hamil.

—Es casi seguro que esté en el plano de las sombras. Debe absorber constantemente energías oscuras para conferirles poder a los yelmorrunas, en especial si ese mago elfo está creando muchas perlas menores a partir de ésta. —Esperus se encogió de hombros, y las tiras de cobre que cubrían sus huesos crujieron a modo de protesta—. A menos que Rhovann sea un gran necio, estará bien protegida. Busca un lugar de gran solidez en Hulburg que pueda tener equivalencia en el plano de las sombras. Los yelmorrunas serán más fuertes cuanto más cerca estén de la piedra maestra, así que no los desperdigará muy lejos.

—Tan sólo hemos visto a los yelmorrunas en el mismo Hulburg, así que parece probable que Rhovann guarde la piedra en el interior de Griffonwatch o en las cercanías —observó Sarth en voz baja.

Geran se quedó pensando, digiriendo la información que Esperus acababa de darle. Tenía poca experiencia en los planos de existencia que imitaban el paisaje mundano de Faerun, pero los había estudiado durante su formación arcana. El plano de las sombras era una especie de gemelo oscuro o duplicado del mundo de la luz, un eco de la realidad que tan sólo estaba a un paso, si uno conocía la magia adecuada. Pensaba que podría dominarlo con algo de estudio cuando llegara el momento. Pero había algo más en lo que había dicho Esperus que le había llamado la atención.

—Rey Esperus, ¿cuánto se pueden alejar los yelmorrunas de la piedra maestra?

El lich reflexionó acerca de la pregunta durante un instante.

—Depende de la ductilidad de las habilidades de su hacedor y del poder que pueda reunir —dijo por fin—. Dudo que los subordinados de Rhovann puedan alejarse más que unas pocas leguas de su piedra maestra sin degradarse.

Unas pocas leguas… Geran entornó la mirada, pensativo. Eso significaba que los yelmorrunas servirían como potente defensa de la misma ciudad, pero no podrían luchar contra la Guardia del Escudo. En su mente comenzó a tomar forma un plan.

—¿Tiene Rhovann alguna otra defensa? —preguntó—. Aparte de los yelmorrunas, ¿con qué otros medios mágicos podría atacarnos?

—Esos conocimientos no formaban parte del trato. —Esperus rió quedamente con voz ronca—. Me pediste el arma y los conocimientos necesarios para derrotar a los ingenios mágicos de tu enemigo, además de mi promesa de no atacar Hulburg. Te he dado todo eso. No abuses de mi generosidad, Geran Hulmaster. Encuentro interesantes tus circunstancias…, pero me importa poco si tienes éxito o fracasas. Al final, tus esfuerzos serán en vano. Todo vendrá a mi reino, con el tiempo.

El lich cruzó los brazos sobre el pecho vacío, y el viento comenzó a soplar de nuevo, como una salvaje tempestad que tiró de sus capas y los hizo retroceder varios pasos. Esperus emitió una risita burlona mientras su ropa hecha jirones ondeaba sobre sus huesos amarillentos, justo antes de desvanecerse como la arena antes de una tormenta. En un instante, el pavor opresivo que causaba la presencia del lich desapareció y dejó poco más que el viento glacial que aullaba sobre las oscuras colinas.

—¡Supongo que nuestra conversación ha terminado! —dijo Hamil, casi gritando para hacerse oír por encima del viento.

—Eso parece —respondió Geran, que bajó la vista hacia la espada negra que tenía en la mano y se estremeció no sólo por el viento—. No ha habido ninguna profecía de condenación, sin importar lo que hagamos esta vez. Debe de ser una buena señal.

—¿Cambia esto tus planes de algún modo? —preguntó Kara.

—Sí. Parece que tendré que colarme en Hulburg y cambiar al plano de las sombras para vérmelas con los monstruos de Rhovann —respondió Geran, que se quedó largo rato pensativo, sin prestarle atención al frío cortante del viento mientras volvía a levantarse y azotaba su capa—. Quería hallar respuesta a lo de los yelmorrunas antes de correr el riesgo de encontrarnos con la Guardia del Consejo en campo abierto. Ahora no estoy tan seguro. Si las criaturas no pueden alejarse demasiado de su base…, podríamos llevar a la Guardia del Escudo hasta las afueras de Hulburg antes de tener que preocuparnos de las criaturas. De hecho…, estoy tentado de ver si podemos atraerlas hacia el exterior, y después cortar sus cuerdas con un único y rápido golpe.

—Hay algo más —señaló Hamil—. La amenaza que suponen los guardias del Escudo podría servirnos de excelente distracción para cualquier travesura que queramos hacer en el reducto sombrío de Rhovann, esté donde esté.

A pesar del fuerte viento y del frío penetrante, Geran sonrió. Podría funcionar… Funcionaría, si podía organizarlo.

—Vamos, pongámonos en camino —les dijo a sus amigos—. Éste no es un buen lugar para quedarse parado, y tenemos mucho que hacer en los próximos días.