DIECIOCHO

23 de Alturiak, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

Poco después de que el sol se pusiera, Rhovann se sobresaltó al oír un repiqueteo en la ventana que le distrajo de sus meticulosos informes de laboratorio. Había una pequeña silueta grisácea rascando en el grueso cristal; el mago dejó la pluma sobre la mesa, corrió a abrir la ventana y dejó entrar a uno de sus espías homúnculos. La criatura dejó escapar un pequeño graznido y, al entrar, se desplomó sobre el alféizar.

—¿Qué es esto? —murmuró el mago.

El homúnculo estaba moribundo. Algo le había desgarrado el cuerpo; tenía profundas marcas de garras, y de las heridas brotaba un líquido oscuro y pegajoso. Con expresión reconcentrada examinó el número que tenía inscrito en la nuca, intentando averiguar de cuál de sus subordinados se trataba. Después de un momento, asintió interiormente. Ése era el homúnculo que había enviado a Thentia hacía unos cuantos días. Las heridas eran graves, pero lo más probable era que la criatura se hubiera agotado en el vuelo de vuelta. Esas criaturas no estaban hechas para soportar días de viaje con los fuertes vientos y la climatología adversa que imperaba en el Mar de la Luna.

Suspiró y cerró la ventana para resguardarse del frío y la aguanieve que golpeaba contra los cristales de su taller.

—Bien, veamos qué has averiguado —dijo en voz alta.

La criatura no podía entenderlo, por supuesto, pero el mago hablaba consigo mismo y no con el homúnculo. Cogió al monstruito del alféizar y lo llevó a una mesa de trabajo cercana. Murmuró las palabras de un conjuro, posó la mano —la que estaba integra— sobre la cabeza de la criatura e invocó los recuerdos de lo que había visto durante su largo viaje.

Vio como pasaban por debajo kilómetros y más kilómetros de páramos y colinas yermas de piedra desnuda; Rhovann no les prestó atención y buscó algo más significativo en los recuerdos de la criatura. La imagen quedó desenfocada, y después volvió a estabilizarse; ahora parecía estar flotando sobre un campamento de barracas de madera y tiendas de campaña. Cientos de soldados con sobrevestas de color azul y blanco marchaban y giraban en lo que parecía un simulacro de batalla. Rhovann pestañeó, sorprendido; los Hulmaster habían conseguido reunir más efectivos de los esperables, teniendo en cuenta que estaban en el exilio. Seguramente habían tenido más éxito del que pensaba reorganizando a la Guardia del Escudo… o quizá, tal y como se temían los vaasanos, alguna otra potencia del Mar de la Luna había decidido apoyar la causa Hulmaster con oro y mercenarios. No sería la primera vez que algo así ocurría.

—Es para preocuparse, pero tampoco hay que dejarse llevar por el pánico —decidió.

Sin duda, Geran y Kara Hulmaster sacarían lo mejor de las tropas que tenían bajo su mando, pero la Guardia del Consejo todavía contaba con la ventaja de superarlas en número…, y eso sin contar con sus yelmorrunas, que eran mucho más fuertes y resistentes que los simples combatientes humanos.

—Muéstrame más —le ordenó al homúnculo, y la escena volvió a cambiar.

Ahora estaba mirando por una ventana que daba a una gran sala donde había muchos capitanes reunidos. Pudo distinguir con claridad a Kara Hulmaster, hablando en la cabecera de la mesa. Un joven clérigo de gran estatura, vestido con la túnica de un fraile amaunatori, estaba cerca, escuchando, junto a un enano de barba negra que vestía una pesada armadura y fumaba en pipa. Rhovann frunció el entrecejo al reconocer a Kendurkkel Ironthane. Aún no comprendía por qué los Mazas de Hielo se habían unido a la causa Hulmaster; no parecía propio de los mercenarios aceptar un trabajo tan incierto. Había un mapa sobre la mesa, y Rhovann se esforzó por distinguir los detalles. Por desgracia, su visión apenas duró unos instantes antes de que el homúnculo tuviera que apartarse volando de la ventana para evitar que lo viera un guardia cercano.

—¿Cuál es tu plan, Kara? —se preguntó en voz alta—. Te superamos en número, pero aun así estás preparándote para atacar. ¿Qué es lo que tú sabes y yo no?

Quizá Geran y su prima contaban con más ayuda por parte de ciudades aliadas…, o quizá esperaban combinar fuerzas con los rebeldes que habían estado causando tantos problemas en Hulburg. Sí, seguro que era eso; tenían un concepto de los números distinto del suyo.

Rhovann hizo que el homúnculo pasara al siguiente recuerdo. Se encontró volando sobre un campo que había detrás de la mansión, hacia una de las barracas. Había un hombre solitario, montado a caballo, junto a los árboles. Tenía algo en el brazo, que echó hacia delante con un grito agudo… Un enorme halcón alzó el vuelo, batiendo las poderosas alas elegantemente mientras avanzaba con rapidez hacia el homúnculo. Hubo un confuso remolino de cielo y tierra, el brillo de unas garras… Rhovann retiró rápidamente la mano, ya que no quería compartir la agonía mortal de su sirviente. Ya era suficiente… La criatura rota expiró un instante después de cortar la conexión.

—Un halcón —murmuró, apretando los labios mientras pensaba—. Sin duda es cosa de Kara Hulmaster.

Era evidente que había decidido proteger su campamento de los espías voladores; siempre había sido muy lista con ese tipo de cosas. Si había sido lo bastante cauta como para apostar halconeros, era posible que también lo hubiera sido para anticiparse a ello y mostrarle lo que ella quería que viera…, en cuyo caso, no podía confiar en ningún informe que le trajeran sus subordinados desde el campamento Hulmaster. Bueno, simplemente tendría que encontrar otro modo de vigilar al supuesto ejército de los Hulmaster.

Cerró los ojos mientras pensaba detenidamente en lo que había visto el homúnculo… y lo que no había visto. No había ni rastro de Geran Hulmaster. Por supuesto, las probabilidades de que sus homúnculos encontraran a una persona concreta en una mansión repleta de gente eran escasas, pero Rhovann les había ordenado a sus pequeños espías que buscaran a Geran, y no habían encontrado nada en los diez días que habían pasado. De hecho, los espías humanos que había enviado a Thentia tampoco podían confirmar dónde se hallaba Geran.

La expresión del mago se volvió torva al darse cuenta de que parte de su tranquila confianza con respecto al conflicto que se avecinaba había decaído. Cerró el diario mientras aún reflexionaba sobre lo último que había visto el homúnculo y protegió el laboratorio con los conjuros habituales. Luego se fue a buscar a Edelmark.

Encontró al capitán de la guardia en el patio de armas del castillo, que estaba mojado y embarrado por la lluvia, mientras observaba las maniobras de una de sus compañías.

—Ven, Edelmark —dijo—. Debo hablar contigo.

—Por supuesto, mi señor —respondió el capitán.

Edelmark le hizo un gesto con la cabeza a un subordinado para que lo sustituyera, y siguió a Rhovann a medio paso de distancia mientras el mago elfo lo conducía al interior de una torreta que daba a la puerta del castillo. Murmuró un conjuro, haciendo un sencillo gesto, y así garantizó su privacidad.

—Acabo de recibir un informe de Thentia —le dijo a su capitán—. Los Hulmaster están haciendo maniobras y entrenamientos con su ejército todos los días. Además, parece que nuestros informes iniciales estaban en lo cierto, y los Mazas de Hielo marcharán bajo el estandarte de los Hulmaster.

Edelmark asintió.

—¿Sabes cuándo planean marchar, mi señor? —preguntó.

—No he sido capaz de averiguarlo en mis observaciones —admitió Rhovann—. ¿Qué harías tú si estuvieses al mando de las fuerzas de los Hulmaster?

Edelmark frunció el entrecejo mientras pensaba en la respuesta.

—Una campaña de invierno sería difícil. No hay refugio posible en los Altos Páramos. Mi elección sería esperar al cambio de estación…, pero el tiempo no les favorece. Si esperan al deshielo de primavera, la reapertura de nuestro puerto nos daría la oportunidad de traer más mercenarios a la ciudad en cualquier momento.

—También me daría la oportunidad de fabricar más yelmorrunas —dijo Rhovann.

El elfo esperaba que la cantidad y la fuerza de los ingenios que había creado resultaran una desagradable sorpresa para los leales a los Hulmaster que fueran a atacar Hulburg. Geran y su prima seguramente lo entenderían, o quizá no. Por otro lado, probablemente no pasarían por alto la importancia de la reapertura del puerto.

—Si el ejército Hulmaster viniera antes del deshielo, ¿tu guardia podría derrotarlo?

—Contando con los Mazas de Hielo tienen unos ochocientos guerreros. Casi igualan en número a la Guardia del Consejo y las compañías mercantiles aliadas. —Edelmark se encogió de hombros—. Por supuesto, muchas de las tropas de los Hulmaster son milicianos mal equipados y no durarían mucho frente a nuestros soldados profesionales. Pero debemos tener en cuenta que cualquiera que les sea leal y se haya quedado en Hulburg acudirá en su ayuda, lo cual podría cambiar las tornas a su favor.

Rhovann pensó que su capitán había sido demasiado rápido infravalorando la calidad de las tropas de los Hulmaster, pero no quería asustarlo con meras especulaciones.

—Mis yelmorrunas son casi un centenar. Nos asegurarían la victoria, ¿verdad?

El capitán mercenario esbozó una leve sonrisa.

—No hay nada seguro en la guerra, mi señor, pero me resulta difícil de imaginar cómo podrían los Hulmaster derrotar a tantos de esos guerreros grises tuyos. Son oponentes formidables. ¿Podrías conducir a tantos al campo de batalla?

—¿Qué más iba a hacer con ellos? —preguntó Rhovann.

—Debemos dejar algunos efectivos para proteger Griffonwatch y Daggergard, y mantener el orden en la ciudad. No me fío de los Puños Cenicientos; me da igual lo que hayan prometido los vaasanos. Valdarsel parecía ser el único que los mantenía a raya, y ahora que está muerto es muy probable que se rebelen y comiencen a saquear la ciudad tan pronto como les demos la espalda. Además, no estoy seguro de que hayamos acabado con todos los leales a los Hulmaster. Puede ser que haya más de los que hemos descubierto hasta ahora.

—Los Puños Cenicientos no me preocupan.

Una turba descontrolada en los barrios pobres podría ser problemática, pero sin la dirección de los sacerdotes de Cyric, no eran más que rufianes y no representaban una amenaza duradera para su gobierno. De hecho, dejar que vagaran sin vigilancia podría resultar útil, ya que probablemente acosarían a la población nativa de Hulburg, que, de otro modo, quizá se alzaría a favor de los Hulmaster. A pesar de todo el botín expoliado a los leales a los Hulmaster, los Puños Cenicientos querían más.

—¿Quién más podría ponerse del lado de los Hulmaster?

—Quizá los thentianos pasen a desempeñar un papel más activo —respondió Edelmark—. Algunas de las compañías mercantiles no son muy de fiar, y es posible que terceras partes, como por ejemplo los mulmasteritas, intenten hacerse con la ciudad mientras estamos ocupados rechazando el ataque de los Hulmaster. Pero eso no será posible hasta que se derrita el hielo y se vuelvan a abrir los puertos.

Rhovann se quedó pensando que al menos los vaasanos habían negociado con él, y no con los Hulmaster. Miró por la tronera que daba a la parte de la ciudad que estaba debajo del castillo, flexionando distraídamente su mano de metal. El ejército de Geran no le daba miedo, ya que él estaba claramente en la posición más ventajosa por ahora, pero había muchos intereses encontrados en Hulburg, y no podía garantizar que algunos no fueran a confabularse contra él si se daban las circunstancias apropiadas. Si eso sucedía en gran número, era muy posible que Geran y su familia fueran capaces de derrocarlo. Tras reflexionar acerca de todo ello, Rhovann prefirió pisar sobre seguro. Quizá podría dar los pasos necesarios para acabar con algunos de los temores de Edelmark, y eliminar variables que, de otro modo, les darían a los Hulmaster una oportunidad de tener éxito en su apuesta desesperada.

—Gracias, capitán. Eso es todo —dijo.

Edelmark se llevó el puño a la frente y volvió a sus obligaciones. Rhovann permaneció en las almenas, observando brevemente la ciudad —sus dominios, que podía organizar y manejar como mejor le conviniera— antes de volver a su laboratorio para trabajar en el siguiente grupo de yelmorrunas.

Durante las horas siguientes, reflexionó acerca de los consejos de Edelmark y los informes de sus espías mientras trabajaba. Parecía probable que tuviera que enviar a un gran número de yelmorrunas a luchar contra los Hulmaster cuando atacaran, y eso, por supuesto, dejaría la ciudad en una posición vulnerable frente a la amenaza que suponían los Puños Cenicientos o los leales a los Hulmaster. Los Puños Cenicientos estaban controlados, o eso pensaba; dependía de si podía confiar o no en Terov. Pero siguió dándole vueltas al tema de dónde estaría Geran Hulmaster. Ya había demostrado su habilidad para colarse en Hulburg siempre que quería. Sería prudente encontrar un remedio contra esa amenaza potencial.

—Bastion, tengo una tarea para ti —dijo, tomando una decisión—. Tráeme a Mirya Erstenwold, viva e intacta. Quiero hablar con ella. Si no está en casa, vuelve aquí a por más instrucciones.

El golem inclinó la cabeza, se dio la vuelta y se marchó. Rhovann se despreocupó de Bastion y volvió a concentrarse en el trabajo que estaba haciendo. Ese grupo de yelmorrunas estaba casi acabado; faltaba el último paso, el más crucial. Se dirigió hacia un círculo de runas plateadas, incrustado en el suelo, y comenzó a entonar un encantamiento. La habitación empezó a desvanecerse a su alrededor: las sombras se alargaron y tomaron extrañas y nuevas formas, y el aire se enfrió; la luz y el calor apenas tenían poder en aquel lugar. Las oscuras corrientes de poder, que resultaban casi imperceptibles para Rhovann la mayor parte del tiempo, de repente le parecieron definidas y enfocadas, preparadas para ser utilizadas. Sonrió fríamente; allí, en ese reino, era donde tenía más fuerza. Una vez completado el conjuro de transferencia, salió del círculo plateado y entró en el plano de las sombras.

El taller sombrío se parecía al suyo en el castillo del harmach, pero así funcionaba el plano de las sombras. Apenas existía por sí mismo; simplemente imitaba el mundo de la luz, aunque nunca a la perfección. Muchos de los muebles y accesorios de su taller no estaban presentes allí, o estaban en otro lugar. Del mismo modo, había cosas que existían en la sombra, pero no en la versión del mundo vivo. Frente a él había un complicado artefacto con espirales plateadas y cristales oscuros dentro del cual bullía una densa sustancia negra. Rhovann se acercó a él, puso un molde tallado con runas debajo y vertió ocho gotas del tamaño de canicas de aquel líquido oscuro en los huecos. En pocos segundos, las gotas se congelaron y formaron lustrosas perlas oscuras.

—Bien —murmuró.

A continuación, volvió al círculo plateado, invirtió el encantamiento y regresó al mundo normal. Las sombras se desvanecieron, y el aire se calentó de nuevo.

Rhovann observó sus perlas de sombra, estudiándolas por si había alguna imperfección. No encontró ninguna, así que, satisfecho, las llevó hasta los tanques de cobre en los que crecían sus yelmorrunas. Cogió una perla de sombra al mismo tiempo que murmuraba potentes conjuros, y la introdujo en la arcilla húmeda y gris del rostro sin facciones de cada yelmorruna. Dejó el molde a un lado, cogió las Viseras ciegas y las fijó a los rostros vacíos de sus nuevas creaciones, susurrando más palabras de poder sobre las criaturas para despertar a las perlas de sombra que las animarían.

Oyó un pequeño alboroto en la puerta del laboratorio que le llamó la atención. Hizo caso omiso de él hasta que hubo terminado con el último de los conjuros. Después, se sacudió las manos y levantó la vista; Bastion estaba esperando con Mirya Erstenwold, a la que sujetaba por el antebrazo con una de sus manazas. Rhovann se dio cuenta de que tenía las manos atadas a la espalda y estaba amordazada, pero le brillaban los ojos de ira.

—¡Ah, ahí estás! —dijo—. Puedes quitarle la mordaza, Bastion.

El golem obedeció. Mirya escupió cuando se la quitó, moviendo la mandíbula con una mueca de dolor.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó—. ¡No tienes derecho a enviar a tu monstruo a buscarme siempre que te plazca!

—Pensé que podríamos mantener una pequeña charla, señora Erstenwold —respondió.

—¡Nos vendiste a mi hija y a mí a los piratas, bastardo sin corazón! ¡No tengo nada que decirte!

Rhovann se encogió de hombros.

—Hubiera sido más fácil mataros a ambas, señora Erstenwold; fue una pequeña molestia necesaria para perdonaros la vida. Lo hice porque no me produce ningún placer matar gratuitamente. —Ella lo fulminó con la mirada, pero esa vez creyó ver una sombra de miedo tras su enfado. Suspiró, y siguió hablando—. Has visto a Geran Hulmaster desde su exilio, ¿no es cierto?

—Sabes que sí —respondió—. Tal y como le conté a Edelmark, quería ver cómo me iba. No compartió sus planes conmigo.

—Estoy seguro. Bueno, vayamos al grano. Espero que en algún momento en las próximas semanas, Geran pueda colarse en Hulburg y ponerse en contacto contigo. Si lo hiciera, deberás informarme de inmediato.

—Edelmark ya me ha amenazado, Rhovann.

—¡Oh!, no lo entiendes. Esto no es una amenaza; es una constatación de un hecho.

Rhovann se acercó a ella y blandió la varita con la mano de plata. Mirya lo miró asustada, pero él le tocó la frente con la punta de la varita y comenzó a entonar un conjuro de dominación. Ella se estremeció, repentinamente horrorizada, e intentó apartarse, pero Bastion la sujetó, impidiéndoselo. El mago la miró directamente a los ojos y utilizó todo el poder de su magia contra ella. Mirya luchó, luchó con todas sus fuerzas, que eran muchas para no tener formación en las artes mágicas. Durante más de un minuto lucharon en silencio, hasta que por fin las defensas de la mujer se derrumbaron bajo la presión incesante del encantamiento. Sus ojos, que antes brillaban de ira, de repente se vaciaron de toda expresión y se volvieron vidriosos.

Dejó caer la cabeza.

—La próxima vez que veas a Geran Hulmaster, harás todo lo que esté en tus manos para traicionarlo a mi favor —le susurró Rhovann al oído—. Retenlo en tu casa, atráelo para que se reúna contigo en algún lugar específico, sedúcelo…, lo que haga falta para mantenerlo en un lugar en el que lo podamos atrapar, o para conducirlo a él. Lo único que debes hacer para llamarme es decírselo a cualquier yelmorruna, los guardianes grises que hay por toda la ciudad. ¿Lo has entendido?

—Sí, lo he entendido —dijo Mirya con voz débil.

—Bien. Ahora olvidarás que hemos hablado hoy, y seguirás con tus negocios como siempre, hasta que vuelvas a encontrarte con Geran Hulmaster. No le des pistas ni indicaciones a nadie de lo que pretendes llevar a cabo, y haz lo posible por ocultar lo que has hecho a menos que yo te diga lo contrario. ¿Entendido?

—Entendido —repitió Mirya.

—Muy bien. Bastion, libérala. —Rhovann esperó a que el golem le desatara las muñecas antes de terminar—. Ahora vuelve a casa. Si alguien te pregunta qué hacias en el castillo, contesta que te interrogué acerca de la expedición de Geran contra los piratas de la Luna Negra. Inventa los detalles que sean necesarios para evitar sospechas. Puedes marcharte.

La mirada de Mirya se despejó y frunció el entrecejo. Sin decirle otra palabra a Rhovann, salió del laboratorio y se alejó rápidamente. Rhovann volvió a guardarse la varita en el cinto, bastante satisfecho ante su propia inteligencia. Ocurriera lo que ocurriese en las próximas semanas, los días en que Geran podía moverse por Hulburg pasando desapercibido habían terminado.