QUINCE

14 de Alturiak, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

El caballero brujo Kardhel Terov estaba junto a una de las estrechas ventanas de sus aposentos, observando la plomiza mañana de invierno y el paisaje nevado. Había conjurado su pequeña fortaleza sobre la cima desnuda de una colina, en la orilla del lago Hul, a poco más de cinco kilómetros de Hulburg. La torre mágica era su posesión más preciada, un baluarte con un interior más espacioso de lo que cabía suponer. Podía enviarlo a una dimensión lejana con tan sólo una hora de preparación, para después volver a invocarlo en cualquier lugar y momento que lo necesitara. La torre de hierro no sólo proporcionaba una protección excelente para él y su séquito contra bandoleros, asaltantes, monstruos y otros percances que pudieran surgir por el camino, sino que además le aseguraba un cierto nivel de comodidad en sus frecuentes viajes. Terov estaba familiarizado con las privaciones, pero no les veía ninguna ventaja en particular.

Unos golpes en la puerta de la habitación lo sacaron de sus reflexiones.

—Adelante —dijo, apretándose distraídamente el cinturón de la bata.

Una mujer alta y pelirroja, vestida con una túnica gris, entró en la estancia. Llevaba un velo oscuro sobre los ojos…, el emblema de los nishaadhri, los Ligados. En Vaasa, a los magos se les permitía seguir con sus estudios sólo si juraban eterna fidelidad a los caballeros brujos; la orden de Terov sentía celos de su poder y no tenían intención de permitirle a nadie usar la magia arcana si no podían controlarla de alguna manera. La hechicera ligada hizo una profunda reverencia antes de hablar, en un tono estrictamente formal, a pesar de que compartían la cama siempre que él se lo ordenaba.

—Hemos recibido noticias de Griffonwatch, mi señor —dijo—. El harmach nos recibirá por la tarde.

—Bien —respondió Terov—. Ten preparada una escolta de seis soldados, Saavi. Partiremos en una hora.

La hechicera de rostro cubierto hizo una reverencia y se retiró; un instante más tarde, los ayudas de cámara de Terov entraron para ayudarlo a vestirse. Aquélla era otra de las ventajas que le ofrecía la torre: podía acomodar a un séquito de veinte o más sirvientes, que era lo adecuado para un fellthane de su rango. Lo vistieron con su armadura negra de placas, decorada con sigilos arcanos realizados en filigrana de oro, y a continuación lo ayudaron con la larga sobrevesta y la túnica en rojo y negro que iba sobre la armadura. Alrededor de la cadera le abrocharon el cinto de una pesada espada bastarda, que también llevaba una varita de madera negra. Como norma, los caballeros brujos no aparecían en público sin estar armados y listos para la batalla.

Cuando estuvo preparado, Terov bajó la escalera de hierro que rodeaba el interior de la torre y salió al aire frío y límpido del exterior. Sus escoltas ya estaban a caballo y esperándolo, junto con Saavi. Montó y se colocó el yelmo negro sobre el corto cabello grisáceo. Sin mediar palabra, espoleó el caballo y cabalgó en dirección sur, hasta la carretera que se dirigía hacia Hulburg. La hechicera ligada y los soldados ocuparon sus puestos detrás de él.

El lord vaasano le imprimió un buen ritmo al caballo, aprovechando el viaje para reflexionar acerca del reto que suponía Hulburg. Hacía un año, había formado una alianza con los orcos Cráneos Sangrientos para barrer del mapa del Mar de la Luna los obstáculos para la expansión de Vaasa…, pero el pequeño reino de Hulburg había resultado ser más resistente de lo esperado. No muy lejos de ese mismo lugar, los defensores de Hulburg habían logrado detener al jefe de guerra Mhurren y su horda de Cráneos Sangrientos en el viejo dique conocido como el Terraplén de Lendon. Terov, una vez obstaculizado su primer movimiento, cambió de táctica y envió al sacerdote de Cyric, Valdarsel, para formar una facción que le fuera leal a Vaasa entre los trabajadores extranjeros y las bandas que atestaban los sectores más pobres de Hulburg. Aun así, esa estratagema tampoco le había proporcionado el control de la ciudad, más que nada porque el mago Rhovann Disarnnyl se había hecho hábilmente con el poder después de derrotar a los Hulmaster. Por desgracia, parecía posible que el mago resultara ser incluso más difícil de derrocar que el antiguo harmach…, y ésa era la razón por la cual Terov había decidido cambiar de táctica de nuevo.

Por una vez, no llovía ni nevaba, aunque los cielos estaban cubiertos por espesas nubes grises. Una hora y pico después de haber partido de su fortaleza temporal, Terov condujo a su pequeño séquito por el paso elevado que conducía al viejo castillo de Hulburg, y desmontó en el patio, frente a la sala señorial. Varios lacayos vestidos con los colores del harmach Maroth, granate y amarillo, salieron para ocuparse de los caballos de la delegación vaasana.

—¿Lord Terov? —Un oficial robusto de baja estatura esperaba en la escalinata que conducía al interior—. Soy Edelmark, capitán de la Guardia del Consejo. Por favor, permíteme acompañarte dentro. El maestro de magos os recibirá enseguida.

—Muy bien.

Les hizo señas a sus criados para que desmontaran y lo esperasen, y siguió al capitán mercenario al interior, con Saavi un paso por detrás. Edelmark los condujo primero a una antecámara y les dio un cuarto de hora para que se quitaran las prendas exteriores, que estaban embarradas, se calentaran junto al fuego y tomaran algún refrigerio. A continuación, regresó para conducir a Terov a través del laberinto de pasillos interiores y tramos de escaleras del castillo, hasta que llegaron a un salón cuyas ventanas daban a los tejados de la ciudad. Dos guardias del Consejo guardaban la entrada y lo saludaron cuando se acercó, antes de abrir la puerta para los vaasanos y su capitán.

El mago elfo, Rhovann, estaba junto a la gran chimenea de hierro, revisando correspondencia diversa. Terov se dio cuenta de que llevaba la mano derecha cubierta por un guante, mientras que la izquierda estaba descubierta. Bajo el manto color granate, Rhovann lucía una túnica blanca de seda élfica, bordada con árboles dorados. Cuando los vaasanos entraron, el mago dejó un trozo de pergamino sobre un pequeño escritorio que estaba lleno de correspondencia y le hizo una escueta reverencia a Terov.

—Buenos días tengas, lord Terov —dijo—. Soy Rhovann Disarnnyl, maestro de magos de Hulburg y consejero principal del harmach. Veo que ya has conocido al capitán Edelmark. Debo decir que es un inesperado placer.

—Te agradezco que hayas accedido a recibirme con tan poca antelación —respondió Terov, que señaló a la hechicera—. Mi nishaadhri, Saavi. Puedes considerarla como mi guardaespaldas y consejera.

Edelmark estudió a la hechicera de rostro cubierto más de cerca, mientras que Rhovann apenas le dedicó un gesto de la cabeza; después de todo, era una sirviente.

—Vamos a sentarnos —dijo el mago, e indicó varias sillas de aspecto confortable que estaban colocadas junto al fuego.

Terov se sentó en la silla opuesta a Rhovann, y le hizo un gesto a Saavi para que se sentara junto a él. Recorrió la habitación con la vista y frunció el ceño.

—Discúlpame, pero ¿se reunirá con nosotros el harmach?

—Es posible, pero acaba de superar una larga y grave enfermedad, y me temo que debe tener cuidado para no fatigarse. Me corresponde a mí arrimar el hombro en todas las tareas posibles para cuidar de la salud del harmach Maroth.

Terov permaneció con gesto ceñudo. Pensaba que se reuniría con el harmach ese mismo día…, pero al parecer no iba a ser el caso. «Parece que nuestros informes eran bastante precisos», pensó. Estaba claro que el mago era el que ostentaba el poder en la sombra. Se planteó seguir insistiendo en hablar con el harmach, pero decidió que, de todos modos, el camino más directo hacia la consecución de sus objetivos seguramente pasaría por el mago.

—Quizá más tarde, entonces —dijo—. He oído que ha ido retomando poco a poco sus deberes públicos.

—Así es. —Rhovann se permitió sonreír levemente—. Por supuesto, organizaré una recepción formal de tu delegación ante el harmach dentro de poco. Pero primero me gustaría tratar el asunto que te ha traído aquí, para ahorrarle detalles innecesarios al harmach Maroth. Dime, ¿qué hace un señor de Vaasa en Hulburg?

—He pensado mucho en Hulburg últimamente —comenzó Terov—. Hemos seguido con interés los acontecimientos que han tenido lugar aquí durante el último año. El harmach Grigor era demasiado débil para ocuparse de los asuntos de la ciudad, pero vuestra hábil administración trae la mayor promesa que hemos visto en la ciudad desde hace muchos años. Nos complace ver que los disturbios han llegado a su fin, pero creemos que algunos de vuestros otros vecinos no están igual de conformes. Cuando Grigor Hulmaster ostentaba el poder, Hulburg podía ser ignorada sin temor. Sin embargo, bajo el control de Maroth Marstel —dijo Terov, cuya mirada carmesí no se apartó del rostro de Rhovann, reconociendo de forma tácita la evidente influencia del mago—, Hulburg es ahora un rival potencial para ciudades como Thentia o Mulmaster, y un poder que tener en consideración.

—Me halaga tu opinión acerca de nuestros talentos, lord Terov —añadió Rhovann con sequedad—. No obstante, no estoy del todo seguro de comprender qué es lo que quieres decir.

—Tan sólo esto, maestro de magos: os faltan amigos. Thentia tiene lazos de sangre, aunque sean lejanos, con los antiguos Hulmaster. Hillsfar y Melvaunt os ven como un rival en alza. Mulmaster simplemente codicia las tierras y los recursos de la costa norte. Los acontecimientos recientes han llevado a Hulburg hacia nuevas y peligrosas aguas. —Terov cerró fuertemente el puño, alojándolo en su otra mano—. Sería conveniente para Hulburg tener un aliado fuerte. Vaasa puede garantizar la seguridad de Hulburg contra cualquier territorio del Mar de la Luna.

Rhovann se inclinó hacia delante en su silla.

—Ya veo que Hulburg ganaría la protección del poder de Vaasa contra nuestros rivales del Mar de la Luna —respondió el mago—, pero no estoy seguro de la razón por la cual a Vaasa le preocupa la seguridad de Hulburg, lord Terov.

—Buscamos una ventana hacia el oeste, lord Rhovann. Estamos rodeados por tierras hostiles hacia el este y el sur, y al norte no hay nada más que insoportable hielo. Sin embargo, creemos que se podría establecer una ruta de comercio a través de las Galena y hasta el magnífico puerto de Hulburg. Naturalmente, el coste de construir una carretera que atraviese las montañas, y sacar a unos cuantos jefes orcos y reyes goblins de nuestro camino, sería considerable. No estamos dispuestos a asumirlo a menos que sepamos que Hulburg dará la bienvenida al comercio con Vaasa, y a las fuerzas necesarias para protegerlo. Debe haber ciertas garantías por parte de Hulburg.

—¿Qué tipo de garantías? —preguntó Rhovann con voz suave.

—Una alianza jurada con el harmach. Le damos gran importancia a un juramento realizado con libertad. Vincula justamente al que lo hace y al que lo recibe. No debe haber posibilidad de incumplimiento.

—Vuestros anillos de hierro, por supuesto —murmuró Rhovann, formando una torre con los dedos frente a su rostro.

Terov no se sorprendió de que el mago supiera lo que exigían los señores de Vaasa. Mucha gente procedente de las tierras colindantes con Vaasa conocía la historia de los anillos de los caballeros brujos, unos artefactos que a menudo estaban encantados para hacer que los juramentos hechos a sus portadores, y los juramentos que los portadores hacían, fueran ineludibles. Reflexionó acerca de la cuestión durante un rato.

—Pides demasiado, lord Terov. El harmach no tiene interés en proveerse de amos estrictos y atentos, con o sin juramentos.

Terov frunció el entrecejo.

—Creo que estás pasando por alto las ventajas del acuerdo —respondió el caballero brujo—. Huelga decir, que sólo los impuestos y las tarifas enriquecerían en gran medida a los gobernantes de Hulburg. Habría necesidad de más trabajadores para descargar barcos, conductores para reunir y guiar caravanas, más soldados para protegerlas… En cinco años, Hulburg podría ser la ciudad más próspera de la costa norte. En diez, podríais eclipsar a Mulmaster y a Hillsfar también.

—A nuestros mercaderes no les apetece que los comerciantes de Vaasa los expulsen de Hulburg —puntualizó Edelmark—. Sea lo que fuere lo que ganásemos con el comercio, lo perderíamos con la ausencia de mercaderes como los de la Casa Veruna o el Anillo de Hierro. Y la flota de Mulmaster está mucho más cerca de Hulburg que las promesas de ayuda de Vaasa.

Rhovann levantó una mano, ordenándole silencio a Edelmark.

—Soy plenamente consciente de todo ello, capitán. Pero no nos hará daño escuchar a lord Terov. ¿Cuáles son los términos que propone Vaasa, milord?

—A cambio de alojar una concesión de comercio de Vaasa, podemos proporcionaros una guarnición de quinientos soldados vaasanos al servicio del harmach. Y, como ya he dicho, el harmach tendría derecho a recaudar impuestos sobre el comercio desde y hacia Vaasa. Estoy seguro de que podemos trabajar en los detalles exactos del tratado. En principio, ¿estás de acuerdo?

—La decisión final corresponde al harmach, por supuesto. Debo consultarlo con él. Tal y como has señalado, los acuerdos con Vaasa no deben tomarse a la ligera. —Rhovann se encogió de hombros—. Es una decisión seria, y debemos sopesarla con cuidado.

—Como desees. Tomaos el tiempo necesario para pensarlo.

El lord vaasano no pudo evitar esbozar una sonrisita ante la idea de que el mago elfo debía consultarlo con el harmach. Rhovann parecía pensar que podía jugar con él todo lo que quisiera, haciendo perder el tiempo a Vaasa a su conveniencia. Bueno, Terov no estaba acostumbrado a que lo ignorasen. Decidió que el maestro de magos de Hulburg necesitaba que le recordarán que no se lo debía tomar a la ligera.

—Por supuesto, como comprenderás, si el harmach Maroth no llegara a un acuerdo con Vaasa de un modo oportuno, no tendremos más opción que considerar otras alternativas. Ya hemos tomado varias medidas preliminares para asegurarnos de que nuestros intereses recibirán las atenciones necesarias.

Rhovann entornó la mirada.

—¿Tales como el intento de asesinato en Thentia? —El mago hizo una pausa, estudiando el efecto que causaban sus palabras. Edelmark miró a Terov con expresión torva, pero no dijo nada—. Sí, estoy bien informado acerca de las maquinaciones de Vaasa en Hulburg. Verás, he tenido varias conversaciones muy reveladoras con el alto prelado Valdarsel…, bueno, con su cadáver, en las últimas semanas. Ahora sé que era un agente de Vaasa que debía informarte a ti. Y sé que organizó el ataque a los Hulmaster en Thentia por orden tuya, un acto provocador, por decir algo, así que ahórrate tus amenazas, lord Terov.

—En primer lugar, no deberíais haber dejado con vida a los Hulmaster —replicó Terov—. No tuve más opción que ordenarle a Valdarsel que los eliminara mientras estaban en el exilio. Cualquier otra potencia del Mar de la Luna…, digamos, por ejemplo, Melvaunt o Hillsfar, que buscara una excusa para hacerse con el control de Hulburg, podría haberlo hecho con la pretensión de devolver a los Hulmaster a su trono. Vaasa no podía permitirlo.

—Tengo mis razones para dejar a los Hulmaster con vida —respondió Rhovann—. Me pregunto si eres consciente de cuántas simpatías les has granjeado a los Hulmaster con tu precipitado ataque.

Terov estuvo a punto de responder una inconveniencia, pero se tragó su enfado con gran esfuerzo.

—El fracaso de Valdarsel fue lamentable —admitió—. Si hubiera tenido éxito, toda la simpatía del mundo no habría tenido trascendencia alguna para los Hulmaster. Por desgracia para ambos, todavía están con vida, y sigue existiendo la posibilidad de que algún otro reino intervenga en su favor. El mejor modo de evitarlo es que el harmach se alíe con Vaasa… cuanto antes mejor. Vuestra permanencia en el poder depende de ello.

Rhovann, por su parte, se quedó pensando, sopesando los argumentos de Terov.

—No estoy tan seguro de eso. —Se levantó e hizo un gesto en dirección a la puerta—. Acompáñame un segundo, milord. Quiero mostrarte algo.

—Como desees —contestó Terov.

El lord vaasano se puso de pie y fue tras Rhovann; Saavi lo siguió un paso por detrás, y Edelmark cerraba la marcha a cierta distancia. El mago elfo condujo a Terov por las estancias del castillo hasta una ancha escalinata que descendía al sótano, donde se habían construido una serie de salas y estancias en la roca viva de la cima de la colina donde se asentaba Griffonwatch. Llegaron a un largo pasillo con ventanas en un lado que daban a los escarpados peñascos. Al final del pasillo había dos imponentes criaturas con armadura negra, cuyos rostros estaban ocultos tras adustas Viseras de hierro. Estaban custodiando una puerta, sosteniendo inmóviles las alabardas con sus gruesas manos grises. Bajo la pechera, su piel llena de runas estaba esculpida en forma de bloques de músculo carentes de textura, similares a la arcilla.

Rhovann se detuvo junto a los dos guardias y se volvió de cara a los vaasanos.

—Mis yelmorrunas —dijo, señalando a los guerreros con un gesto distraído—. Fuertes, sin miedo, casi imposibles de derrotar mediante el uso de las armas, y absolutamente leales a mí. Muy útiles, como puedes imaginar.

—Hemos observado a tus criaturas guarneciendo la ciudad —respondió Terov—. Como has dicho, una magia muy útil. Pero un puñado de ingenios de guerra no detendría a Mulmaster o Melvaunt si decidieran desembarcar un ejército en vuestras costas. Probablemente traerían sus propias máquinas de guerra.

—No como éstas —respondió el mago, sonriendo levemente.

Rhovann hizo un gesto para que los yelmorrunas se apartaran y murmuró las palabras de un conjuro de paso para desbloquear la puerta que guardaban. La habitación, que había sido una sala de banquetes, se había convertido en un gran laboratorio. Había mesas alineadas en desorden contra la pared, cubiertas con una fortuna en vidrio importado y urnas llenas de componentes alquímicos. La fila de ventanas de vidrio emplomado no ofrecía una gran vista, pero al menos dejaba pasar la luz. A la izquierda había ocho grandes tanques de cobre colocados en fila contra la pared.

—Ven, Bastion —dijo Rhovann—, necesito tu ayuda.

Una imponente criatura, todavía más grande que los yelmorrunas que había fuera, se movió y se puso de pie sin hacer ruido.

—Sí —dijo con una voz profunda y resonante.

Terov estudió a la criatura con interés; jamás había visto a un golem que tuviera el don de la palabra, sin importar lo limitado que fuera. Estaba claro que Rhovann era muy hábil creando ese tipo de artefactos. El mago hizo un gesto, y el golem fue hacia el primer tanque de cobre, levantó la pesada tapa y comenzó a verter un polvo gris, procedente de un enorme barril de madera, en el oscuro fluido que había dentro.

—Me gustaría crear más sirvientes como Bastion, pero sencillamente no resultaría práctico —comentó Rhovann mientras observaba cómo el golem añadía el polvo al tanque.

El golem fue hacia el segundo tanque, lo abrió y empezó a verter más polvo.

—En su lugar, diseñé a mis yelmorrunas. Como puedes ver, crecen en estos recipientes.

Terov echó un vistazo al interior de los tanques mientras el sirviente golem del mago los abría uno por uno para echar los componentes. En cada uno de ellos flotaba la poderosa forma de un nuevo yelmorruna, flotando en un líquido oscuro, y cada uno era más grande que el anterior, y estaba más formado. El último aún no estaba animado, pero le pareció que, por lo demás, estaba completo, excepto por un único detalle: no tenía rasgos faciales en absoluto, sólo una cara en blanco de arcilla húmeda y gris.

—¿Cuánto tiempo tardas en crear uno de tus guerreros alquímicos? —preguntó.

—Doce días de principio a fin. Con ocho tanques, puedo crear unos veinte al mes.

Rhovann inspeccionó brevemente a las criaturas que estaban tomando forma en el interior y le hizo un gesto con la cabeza a Bastion. El golem encapuchado cerró los tanques uno a uno, bloqueando la tapa con una pesada barra.

Terov miró a su hechicera ligada. Saavi respondió con un imperceptible encogimiento de hombros, admitiendo que aquello era algo que quedaba fuera de su campo de conocimiento. Miró el complicado equipamiento que llenaba la habitación y dijo:

—Diseñar cuerpos es una cosa, lord Rhovann, pero siento curiosidad por saber cómo les infundes la apariencia de vida. Ese encantamiento no es precisamente sencillo.

El elfo rió quedamente.

—Ése es mi secreto profesional, me temo. Por ahora, todo lo que necesitas saber es que animar a los yelmorrunas no me supone ninguna dificultad. —Señaló hacia la puerta—. Creo que ya hemos terminado aquí.

—Te agradezco esta interesante demostración, lord Rhovann —dijo Terov—. Sin embargo, no estoy seguro de haber comprendido por qué has compartido esto conmigo.

—Quiero que comprendas que confío plenamente en las defensas con las que he entretejido Hulburg, milord Terov. Tienes que ofrecerme algo más sustancioso que oscuras insinuaciones acerca de aventureros extranjeros si quieres que apoye la presencia de Vaasa en Hulburg…, algo realmente sustancioso si pretendes incluir por completo a Hulburg en la órbita de Vaasa.

Los ojos carmesíes de Terov emitieron un destello, pero no dejó entrever su decepción.

—Ya veo. ¿Qué tipo de incentivo tienes en mente?

—Para empezar, creo que los sacerdotes de Cyric y sus aliados los Puños Cenicientos han dejado de ser útiles. Fueron de gran ayuda para derrocar a los Hulmaster, pero ahora son un verdadero lastre. Antes de que el harmach acceda a cualquier tipo de concesión a Vaasa, deberíamos recibir garantías de que nuestros ciudadanos insatisfechos no recibirán más oro ni armas de Vaasa.

Terov permaneció en silencio, pensando en ese asunto, durante largo rato. No le gustaba el elfo, pero no podía negar que Rhovann parecía estar bien afianzado en la ciudad. Su mejor baza a la hora de atraer a Hulburg bajo la influencia de Vaasa tendría que ser con toda seguridad la de trabajar con Rhovann, en vez de contra él. Después de todo, Rhovann era el que mandaba realmente. Los caballeros brujos apenas deberían desembolsar dinero y mercenarios para mantenerlo en el poder, pero tendrían que hacer muchos gastos para apoyar su derrocamiento.

—Es posible que pueda ejercer cierta influencia sobre el clero de Cyric y ver si acceden a tu solicitud —dijo por fin.

—Bien. También necesitaremos alguna garantía de que no vais a apoyar de ningún modo a los Hulmaster.

El caballero brujo bufó, divertido.

—Después de habernos metido en semejantes problemas permitiéndoles a nuestros simpatizantes en Hulburg que ayudaran a lord Marstel, creo que sería contraproducente comenzar a negociar ahora con los Hulmaster —a menos que los Hulmaster acudieran a Vaasa en una posición de extrema necesidad, en cuyo caso Terov tendría que considerar muy seriamente invertir la situación. Por supuesto, Rhovann no necesitaba saber eso.

—Me lo tomaré como que no te niegas a ofrecerme garantías a ese respecto —contestó Rhovann—. Muy bien: si dejáis de respaldar a los Puños Cenicientos y seguís sin tener relación con los Hulmaster, permitiré una concesión a Vaasa, sujeta a nuestras leyes convencionales a ese respecto, las cuales limitan el tamaño de vuestra guarnición, debería señalar. ¿Estás conforme?

—Lo estoy —dijo Terov.

Una concesión mercantil era tan sólo una pequeña parte de lo que quería de Hulburg, pero era un primer paso bastante útil. Con el tiempo, esa pequeña grieta podría agrandarse. Alzó el puño; el anillo de hierro que llevaban todos los caballeros brujos brillaba en su anular derecho.

—Júralo sobre mi anillo de hierro, y yo haré lo mismo.

Rhovann meneó la cabeza.

—No me someteré a tu geas, no importa lo específico o limitado que resulte. Sencillamente tendrás que confiar en mí, y a cambio, yo confiaré en ti. Ambos podemos salir ganando con nuestro trato; la mayor parte de la gente se conforma con eso.

Terov estudió el rostro de Rhovann durante un largo instante. Al parecer, el maestro de magos de Hulburg no era tan fácil de atrapar.

—Así sea. Como gesto de buena voluntad, permíteme añadir esta advertencia: puedes esperar que los Hulmaster marchen contra vosotros en la segunda quincena de Ches. Kara Hulmaster no ha sido tan cuidadosa como debería al contratar mercenarios. Algunos de sus soldados han jurado —dijo, y volvió a levantar su anillo— estar a nuestro servicio, y han informado a algunos de nuestros agentes en Thentia de parte de los planes de los Hulmaster.

—Eso se corresponde con lo que ya habían observado mis propios espías, aunque no esperaba que marcharan tan pronto —dijo Rhovann—. Te doy las gracias, lord Terov. Estoy deseando que se produzca nuestra siguiente reunión. Ahora bien, ¿cuándo te gustaría que te presentara al harmach Maroth? Creo que lo encontrarás bastante razonable.