13 de Alturiak, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)
Estaba anocheciendo, y una fría niebla flotaba sobre las aguas del lago Glaerryl. La suave nevada del día había concluido por fin y había sido reemplazada por una espesa bruma; de vez en cuando, las altísimas copas de los árboles de la orilla opuesta del lago emergían de los vapores flotantes como si fueran torres de un enorme castillo. Geran, Sarth y Hamil esperaban al abrigo de una elegante pérgola que se alzaba sobre una isleta en medio de las oscuras aguas, conectada con la orilla que estaba a sus espaldas por un esbelto puente. La luz menguaba, y las torres y las cúpulas de la ciudad élfica ya no eran visibles; por lo que sabían, no estaban a menos de ciento sesenta kilómetros de Myth Drannor.
Hamil cubrió su cuerpecillo con la capa y se estremeció. Procedía de las tierras que estaban al sur del Mar de las Estrellas Caídas, y no le gustaban nada los inviernos del norte. Miró a Geran, que estaba envuelto en su propia capa a poca distancia de él, con expresión ceñuda y dijo:
—¿Te das cuenta de que no hay manera de huir de esta pequeña isla? Si tu amigo sufre un ataque de mala conciencia, estaremos atrapados aquí como zorros en su guarida.
—No le revelé gran cosa en la nota que le envié —contestó Geran.
El mago de la espada dudaba de que Daried lo fuera a entregar a la Guardia de la Coronal sin antes verlo, pero podía entender que Hamil no tuviera la misma confianza que él en su viejo mentor.
—Pero si nos descubrieran, bueno, las probabilidades de escapar de Myth Drannor no serían tampoco muy buenas. Teniendo en cuenta eso, pensé que debíamos elegir un lugar donde pudiéramos hablar en privado.
—Viene alguien —dijo Sarth.
Geran intercambió una mirada con sus amigos, y los tres se volvieron hacia el puente; él retrocedió un paso para ocultarse detrás de Sarth en el caso de que hubiera alguien más aparte de Daried que pudiera reconocerlo. Oyó el ruido de unos pasos ligeros sobre las tablas de madera, y una silueta alta y esbelta, ataviada con ropa blanca y gris perla, apareció a través de la niebla: un espadachín elfo de cabellos dorados, cuyos ropajes estaban bordados en hilo de plata con diseños de hojas y vides. El elfo del sol se detuvo, con la mirada brillante e inquisitiva, mientras estudiaba primero a Sarth y luego a Hamil.
—No os conozco —dijo en voz alta—. ¿Quiénes sois, y por qué habéis preguntado por mí?
Geran dio un paso al frente y dejó caer la capucha que le cubría la cabeza.
—Me alegra verte, Daried —dijo—. Veo que te llegó mi nota. Lamento no haber dado mi nombre, pero me pareció más prudente permanecer en el anonimato.
Daried enarcó las cejas, sorprendido.
—¿Geran? —dijo—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Todavía estás bajo el arbitrio de la Coronal! ¿Te has vuelto loco?
—No, sólo estoy desesperado. Me temo que necesitamos tu ayuda. —Geran señaló a Hamil, y después a Sarth—. Éste es mi viejo colega de los Escudos del Dragón, Hamil Alderheart. Recordarás que te hablé de él en varias ocasiones. Y éste es Sarth Khul Riizar, un hechicero de gran talento y un nuevo amigo. Hemos vivido muchos peligros juntos en el Mar de la Luna en los últimos meses. Hamil, Sarth, permitid que os presente a lord Daried Selsherryn, mi tutor en la magia de la espada.
—Un placer —dijo educadamente el elfo del sol, inclinando un instante la cabeza. Pero volvió con rapidez a posar la mirada sobre el rostro de Geran—. Geran, debes marcharte de inmediato. Si te cogen desafiando las leyes de la Coronal, las consecuencias podrían ser terribles. ¡Tan sólo poniendo el pie aquí ya estás arriesgando tu vida! Además me pones en un verdadero aprieto.
—Lo sé. No pretendo pasar aquí un minuto más de lo necesario. Pero, como ya he dicho, tengo una tarea urgente que llevar a cabo en Myth Drannor.
El elfo lo miró con expresión ceñuda.
—¿Qué podría ser tan urgente como para que desobedezcas abiertamente la voluntad de la Coronal?
—Hay un fragmento de un libro mágico escondido en algún lugar de las ruinas de la ciudad. Es de vital importancia que lo recupere…; cuanto antes, mejor.
—¿Así que no sólo pretendes desafiar su edicto de exilio, sino que además piensas quebrantar las leyes contra el saqueo de las ruinas?
Geran se encogió de hombros.
—Ya no me puedo meter en muchos más problemas con la Coronal.
—No, pero tus amigos sí —señaló Daried.
El elfo se llevó la mano a la cabeza y fue hacia la balaustrada que daba al lago. Geran esperó, permitiéndole reflexionar acerca de todo ello. Tras un largo instante, Daried suspiró y volvió a mirarlo.
—¿Para qué necesitas el libro?
—Para derrotar a Rhovann.
—¿Ambos estáis en el exilio, y aun así le sigues guardando enemistad? —Daried meneó la cabeza—. ¿Es que no lo dejaréis nunca?
—No, te estás haciendo una idea equivocada —respondió Geran—. Cuando abandone Myth Drannor, ya no quise saber nada más de Rhovann. Habría sido muy feliz si no hubiera vuelto a verlo nunca. Pero Rhovann llegó a Hulburg en secreto hace cinco meses y organizó el derrocamiento de mi tío, el harmach. Ahora gobierna Hulburg a través de una marioneta, mientras mi familia y yo hemos sido expulsados. —Geran bajó la vista hacia las losas mojadas de la pérgola, pero se obligó a terminar—. Mi enemistad con Rhovann le ha costado a mi familia el reino en el que han gobernado durante siglos. Tengo que deshacer lo que ha hecho y devolver las cosas a la normalidad. Y para ello necesito las páginas que faltan del libro.
—Es cierto —añadió Hamil—. Rhovann se alió con los enemigos de Hulburg: mercenarios, piratas, esclavistas e incluso sacerdotes de Cyric. Geran ni siquiera sabía que Rhovann estaba conspirando en su contra hasta que depusieron al harmach Grigor.
—Te creo, señor Hamil —respondió Daried—. Geran siempre ha sido sincero. Y Rhovann Disarnnyl siempre tuvo cierta tendencia a guardar rencor, cosa que debe de haber empeorado por culpa de la indignidad de su exilio, sin importar que se lo haya ganado a pulso. Pero hay verdades que son difíciles de aceptar, y ésta no me gusta demasiado. —El elfo se volvió hacia la orilla cubierta por la bruma para asegurarse de que no había nadie cerca, y miró nuevamente a Geran—. Muy bien, ¿qué sabes acerca del libro que buscas?
—Es un fragmento de un libro llamado Infiernadex, que hace tiempo fue propiedad de Esperus, el rey mago de Thentur. Nos han contado que está en las cámaras que hay bajo el Irithlium. Jamás he oído hablar de ese lugar, pero esperaba que tú supieras más.
El elfo del sol asintió.
—Hace tiempo fue una escuela de magos, en los días que precedieron a la Guerra de las Lágrimas. Estaba en ruinas cuando retomamos la ciudad de manos de los demonfatas, en el año de las Tormentas Eléctricas, pero se volvió a edificar. Tú lo conocerás como el edificio que alberga el teatro Celestrian, Geran. Si hay algo en las cámaras subterráneas, lo desconozco.
—¿Por qué nos habrá dicho Esperus que miremos en el Irithlium? —se preguntó Hamil—. Si estaba hablando del teatro, podría haberlo dicho.
—Su información acerca de Myth Drannor seguramente está desactualizada —respondió Sarth—. Es probable que haya adivinado la localización de las páginas usando un viejo mapa de la ciudad.
El elfo miró a Sarth con severidad.
—Cualquier rey de Thentur hace siglos que debería estar muerto. ¿Estáis recuperando este libro para un fantasma o un lich?
El tiflin hizo una mueca.
—En contra de mi buen criterio, sí. Sin embargo, Geran tiene la fuerte convicción de que necesitaremos la ayuda de Esperus contra los sirvientes de Rhovann.
—Rhovann ha creado un ejército de ingenios, animados con algún tipo de magia oscura —explicó Geran—. Sarth y yo nos encontramos con ellos hace unos veinte días; son un obstáculo insalvable para cualquier intento de retomar Hulburg de manos de Rhovann. Esperus conoce sus debilidades, pero exige el fragmento del libro como pago por su ayuda. —Hizo una pausa, observando la preocupación cada vez mayor de Daried.
—¿Confías en ese Esperus? —preguntó.
—No del todo, pero no estaría aquí si no confiara en él en este tema concreto —respondió Geran—. ¿Conoces algún acceso a las ruinas del Irithlium? ¿Hay alguna conexión entre los cimientos del Celestrian y el antiguo edificio?
—Hay cientos de viejas puertas, sótanos, escaleras, etcétera… repartidos por toda la ciudad. Se me ocurren un par de entradas cerca del Irithlium que podrían conduciros en la dirección correcta.
Daried se quedó callado, pensando en el reto que suponía aquello.
Hamil volvió a estremecerse dentro de la capa, y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Hay algo en todo esto que me tiene confuso —comentó—. Esta escuela de magos fue destruida en la Guerra de las Lágrimas, que fue hace unos siete siglos, ¿verdad? Así pues, ¿cómo acabó un libro de conjuros de Esperus en el Irithlium cuando reinó en Thentur doscientos cincuenta años más tarde? ¿Acaso alguien intentó ocultar ese libro en el pasado? ¿Es siquiera posible?
—Lo es, pero ese tipo de magia es increíblemente difícil —respondió Sarth—. Lo más probable es que por accidentes del destino y por casualidad el libro haya acabado en ese lugar. Los libros de conjuros pueden llegar a cambiar de manos docenas de veces en un par de siglos, dejando un rastro largo y confuso en el espacio-tiempo. Ya he seguido algunos de esos rastros antes. Tal vez las páginas arrancadas del Infiernadex fueran enviadas desde la abadía de Rosestone a algún centro académico, donde seguramente fueron robadas, o se perdieron, sólo para pasar a manos de un mago tras otro. Cientos de aventureros vinieron a esta ciudad en los años que estuvo abandonada. Mi teoría es que algún mago desafortunado llegó a Myth Drannor con las páginas que buscamos metidas en su propio libro de conjuros y halló su fin en las habitaciones que están bajo el Irithlium.
—Es una explicación bastante verosímil, señor Sarth —dijo Daried—. Antes de la Cruzada, el Irithlium estaba infestado de poderosos demonios. Y en un pasado aún más lejano, estuvo en el territorio reclamado por los phaerimm que rondaban por las ruinas. Cualquiera de ellos hubiera reconocido el valor de un poderoso libro de conjuros y lo habría conservado. —Volvió a dirigir su atención hacia Geran—. Permíteme estudiar la cuestión de cómo acceder al Irithlium. Conozco a elfos que están mucho más familiarizados con las ruinas que yo; veré lo que puedo averiguar haciendo un par de discretas preguntas, y me pondré en contacto contigo.
—Gracias —dijo Geran—. Nos alojamos en La Casa del Cisne.
—Te aconsejo que permanezcas en tus aposentos. Cada vez que sales al exterior, te arriesgas a que te descubran. —El cantor de la espada dudó un momento, y después preguntó—: ¿Tienes intención de ver a Alliere mientras estés aquí?
A Geran le dio un vuelco el corazón. Había añorado a Alliere durante casi dos años tras su exilio; de hecho, su expulsión de la ciudad no había sido nada en comparación con el repentino fin de su amor. Su rostro perfecto lo había acosado en sueños. Casi enloqueció de dolor, y no podía negar que se había pasado unas cuantas horas, durante su largo viaje a Myth Drannor, pensando en qué le diría o qué haría si se la encontraba de nuevo. ¿Todavía lo rehuiría por la violencia, y la oscura rabia que acechaba en su interior? Parte de él aún anhelaba encontrar la respuesta a esas preguntas; supuso que quizá no lo sabría nunca.
—¿Cómo está? —le preguntó a Daried—. ¿Está bien?
—Sí. Todavía vive en la Torre Morwain, cuidando de sus jardines —sonrió brevemente—. Parece que la mitad de los jóvenes señores de la corte están subiéndose unos sobre otros para intentar llamar su atención.
—Bien —respondió Geran, y lo decía en serio.
A medida que se había ido acercando a la ciudad de los elfos, se había dado cuenta de que, a pesar de los viejos anhelos, su corazón ya no le pertenecía. Cada vez que había invocado el rostro de Alliere desde sus recuerdos, pronto había sido reemplazado por el de Mirya. Cuando se preguntaba cómo lo recibiría Alliere, se preocupaba constantemente por Mirya y esperaba con ansiedad el día en que pudiera volver con ella. Reflexionó acerca de la extraña suerte que había tenido con sus amoríos: Alliere, Nimessa, Mirya… Pero entre todas ellas, había sido la fuerza y la sinceridad de Mirya lo que había acabado cautivándolo.
—¿Es feliz?
—Tras tu marcha, le fue muy difícil, pero ahora está mejor. Su tristeza se ha desvanecido finalmente. Creo que le gustaría volver a verte, si pudiera arreglarse.
—También a mí me gustaría verla, pero no quiero causarle problemas. Ya es suficiente que te haya puesto en peligro de disgustar a la Coronal. Por ahora es mejor dejar a Alliere fuera de todo esto.
Daried posó la mano brevemente sobre el hombro de Geran.
—Puede ser que hayas ganado en prudencia desde que te fuiste. Te enviaré un mensaje tan pronto averigüe algo.
El elfo hizo un gesto con la cabeza hacia Hamil y Sarth antes de volverse y perderse rápidamente entre la fría niebla.
Geran y sus compañeros esperaron un rato, para evitar que si alguien había visto a Daried marcharse, lo asociara con ellos. A continuación, volvieron a La Casa del Cisne, en la orilla norte de la ciudad. El clima desapacible le dio a Geran la excusa perfecta para ocultarse bajo la capucha, pero aun así lo asaltaban los nervios cada vez que pasaban junto a algún elfo por la calle. Cuando llegaron a la posada, se acomodó junto al fuego para esperar, y animó a sus amigos a disfrutar de las bodegas y las tabernas de la ciudad esa noche. Hubiera preferido enseñarles personalmente algunos de los sitios que recordaba, pero sencillamente no era posible.
Los tres viajeros pasaron el siguiente día y medio más o menos de la misma manera; Geran se quedó en La Casa del Cisne, mientras Hamil fingía revisar las mercancías de varios artesanos y mercaderes con Sarth a su lado, interpretando el papel que él mismo se había atribuido. Después, bien avanzado el segundo día, Geran se vio sorprendido por la aparición de un pájaro cantor azul en la ventana de su habitación. Se levantó rápidamente y dejó pasar a la pequeña criatura, que se posó sobre la mesa y se quedó quieta mientras Geran cogía cuidadosamente el rollo de papel que llevaba en la pata. Decía: «Reúnete conmigo en los bosques al sur del Celestrian a medianoche. He averiguado que allí hay una entrada».
—Gracias, Daried —susurró suavemente.
Geran escribió rápidamente una respuesta y se la dio al mismo pájaro para que se la llevara de vuelta a su viejo mentor. Luego se puso a estudiar sus conjuros, esperando la llegada de la noche.