TRECE

13 de Alturiak, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

Tras nueve duros días de viaje, Geran, Hamil y Sarth llegaron a las afueras de Myth Drannor. Habían navegado desde Thentia a bordo de un barco mercantil de la Doble Luna; al contrario que en el de Hulburg, en el puerto de Thentia no se formaba hielo durante el invierno. Aun así, había que soportar un duro viaje de tres días cruzando el Mar de la Luna con vientos del oeste. En la ciudad de Hillsfar compraron caballos y provisiones para realizar un viaje por tierra, en dirección sur, por la carretera del Mar de la Luna. Los ciento sesenta kilómetros de recorrido a caballo se les hicieron más cansados de lo que Geran recordaba por culpa de las intensas nevadas, el frío y la humedad, pero al menos no se habían topado con bandidos o monstruos; al parecer, el mal tiempo los había hecho retirarse a sus guaridas, dejando las carreteras despejadas para aquellos lo bastante insensatos como para viajar en tales condiciones. Pasaban las noches acurrucados alrededor de una hoguera, bajo los poderosos troncos de los árboles, intentando mantenerse calientes.

El noveno día de viaje, a media tarde, Geran se encontró con que los interminables bosques que rodeaban la carretera élfica empezaban a parecerle familiares. Lo invadieron recuerdos que hacía tiempo que había enterrado en su memoria. Acortó las riendas e hizo detenerse a la montura —un imponente caballo castrado de color gris— en medio de la carretera cubierta de nieve, y permaneció allí sentado e inmóvil mientras seguía nevando, aferrándose a su capa de lana y a las crines del caballo. En los bosques reinaba el silencio, y la nieve amortiguaba los sonidos de los cascos de los caballos de sus compañeros, con lo cual sólo se oía el leve crujido del cuero y los resoplidos de los animales. Sin siquiera darse cuenta, se inclinó hacia delante, tratando con todas sus fuerzas de oír algo que no acababa de venirle a la mente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Hamil, deteniéndose junto a él.

Sarth, que iba un poco por delante, miró por encima de su hombro y también se detuvo.

Geran se quedó mirando el bosque nevado que los rodeaba.

Reconocía el lugar.

—Vi por primera vez a Alliere y a Rhovann en este mismo lugar —dijo—. Hace poco más de siete años, creo. También era invierno aquella vez…, la víspera del solsticio de invierno…, y pude oír a los elfos cantando el Miiraeth len Fhierren. —Se sacudió, levantando la mano para quitarse la nieve de las pestañas, y de paso deshacerse de los recuerdos—. Queda aproximadamente kilómetro y medio para la ciudad.

—¡Bien! —respondió Hamil—. Estoy completamente preparado para una comida caliente y una cama cálida esta noche.

—Igual que yo —dijo Sarth.

El hechicero se había opuesto de manera vehemente a completar la tarea de Esperus, pero una vez que Geran lo hubo decidido, tuvo que acceder a regañadientes a acompañar a Geran y a Hamil para poder ver por sí mismo las páginas perdidas del Infiernadex antes de que el lich tomara posesión de ellas. Geran había accedido a destruir las páginas si contenían alguna tradición o ritual que pareciera demasiado peligroso, antes que hacer un trato con el Rey de Cobre (una alternativa que esperaba no tener que llevar a cabo, ya que no había manera de saber cómo reaccionaría Esperus ante semejante negativa).

Hamil espoleó el caballo y se puso nuevamente en marcha, pero Geran dudó un instante. Aquél era el punto de no retorno; si seguía adelante, estaría desafiando la sentencia de la Coronal. Aún no estaba del todo preparado para pasar por alto todas sus dudas.

Sarth echó un vistazo a su alrededor, para asegurarse de que estaban solos, y después le habló a Geran:

—No tienes por qué seguir adelante —dijo—. Hamil y yo podemos encontrar las páginas que quiere Esperus. No es necesario que te arriesgues a provocar la ira de la Coronal.

El mago de la espada meneó la cabeza.

—Podría llevaros meses ganaros la confianza de la gente, y no podemos permitirnos tardar mucho. Todavía tengo amigos aquí, o eso creo. Pero a partir de este momento, me llamo Aram, y tan sólo soy un hombre de armas de la Vela Roja que está aquí para proteger al señor Hamil de cualquier peligro que pueda presentarse por el camino.

Geran iba vestido acorde con su papel: una cota de escamas, la sobrevesta roja con la línea amarilla en diagonal, un poco de pigmento para dar profundidad a la mirada y una gruesa perilla al estilo de Vastar. Su espada élfica iba disfrazada en otra vaina, y la empuñadura de mitril había sido cubierta con una simple tira de cuero. Probablemente hubiera sido mejor dejar el arma en Lasparhall, pero largo tiempo atrás se la había dado la mismísima Coronal Ilsevele, y si las cosas salían mal, esperaba que eso ayudara a recordarles a los elfos el servicio que le había prestado a su reina años atrás.

Hamil se dio cuenta de que Geran todavía no se había vuelto a poner en marcha, y se detuvo de nuevo. Miró a Sarth, y después se volvió sobre la silla para mirar al mago de la espada.

—Nunca has hablado mucho acerca de los años que pasaste en Myth Drannor —le dijo a Geran—. Creo que ahora sería buen momento para escuchar tu historia. ¿Qué fue lo que te ocurrió aquí?

Geran permaneció sentado en silencio sobre la silla, planteándose si responder o no. Durante muchos meses, había hecho todo lo posible por olvidar la vida que había llevado en el reino élfico, ya que no quería que los recuerdos siguieran atormentándolo. Pero estaba claro que Hamil y Sarth merecían saber si corrían algún riesgo en la Ciudad de la Canción asociándose con él. Y era posible que ya estuviera preparado por fin para deshacerse de aquella carga, arrancándola de lo más oscuro de su corazón para sacarla nuevamente a la luz.

Vio que sus compañeros estaban esperando una respuesta, y suspiró.

—Vine aquí en Nightal, en el año de la Revuelta Hereje —comenzó—. Había pasado cosa de un año y medio tras la disolución de la Compañía del Escudo del Dragón y nuestra posterior incorporación a la Vela Roja. Me sentía inquieto en Tantras. Supongo que mi corazón todavía no se había acostumbrado a la actividad comercial: echaba de menos a los Escudos del Dragón, y me sentía como si aún estuviera buscando una causa digna de mi espada. En fin, algunos asuntos de la Vela Roja me llevaron a Harrowdale, y mientras estaba allí, intervine en una lucha entre un elfo —un cantor de la espada— y una banda de asesinos de Netheril. El cantor de la espada era muy bueno, pero tenía muchas cosas en su contra, y los netherilianos luchaban con espadas y hechizos oscuros. Yo era un buen espadachín en aquella época, mejor que la mayoría, pero aquella pelea me venía grande, y lo sabía. Aun así, elegí bien el momento, y mi aparición inclinó bastante la balanza. El cantor de la espada y yo conseguimos matar a unos cuantos netherilianos e hicimos huir al resto.

»Después mantuve una larga conversación con el tipo al que había ayudado. Era un elfo del sol llamado Daried Selsherryn, un maestro cantor de la espada de Myth Drannor. Me dijo que creía que yo tenía potencial, especialmente porque había realizado algunos estudios arcanos durante mi estancia con los Escudos del Dragón. Daried se ofreció a enseñarme más acerca de su arte como agradecimiento por haberlo ayudado. —Geran sonrió al recordar aquella tarde—. Pensé que ya sabía todo lo que necesitaba saber acerca de la esgrima, y me sentí algo ofendido ante la idea de no dar la talla. Pero había percibido la magia que Daried y sus enemigos netherilianos habían utilizado unos contra otros (supongo que siempre he tenido habilidad para ello), y me sentí intrigado, muy a mi pesar. Además, siempre había querido ver Myth Drannor, desde que era un niño. Cuando terminé con los asuntos de la Vela Roja, le envié una nota a Hamil explicándole que me retrasaría un par de semanas…

—Te retrasaste unos cinco años, al parecer —murmuró Hamil.

—Así que cabalgué hacia el oeste por los bosques, con la vaga idea de estudiar unos días con Daried y adquirir conocimientos básicos. Por supuesto, el bosque es un lugar oscuro y salvaje hacia el este, así que perdí mi montura en las fauces de un hambriento terrarón. Finalmente, llegué a pie, congelado y hambriento tras varios días de marcha.

»En este mismo lugar me detuve a escuchar el sonido de los cantos élficos que se podían oír entre los árboles. —Geran señaló con la cabeza el pequeño claro en que se encontraban—. Y mientras estaba aquí de pie, escuchando, apareció la mujer más hermosa que había visto jamás: Alliere Morwain, de la Casa Moiwain. Ella y Rhovann Disarnnyl, que la estaba cortejando, habían salido a dar un paseo en trineo por los bosques nevados. Alliere se apiadó de mi precario estado y me ofreció la hospitalidad de su hogar. Me enseñó la ciudad, y por supuesto, jamás había visto nada igual. Pronto me reencontré con Daried, y en tres días aprendí que no tenía ni idea de esgrima ni de magia.

—Entonces, ¿Daried te enseñó la magia de la espada? —preguntó Sarth.

Geran asintió.

—Estudié con él cada día durante meses. Por las tardes exploraba la ciudad junto a Alliere, escuchando a los maestros bardos mientras recitaban en las cañadas iluminadas por faroles, bailando en las tabernas, yendo al teatro y vagando por las tiendas del mercado de la ciudad. Cuando ya había aprendido suficiente magia de la espada como para volver a recuperar algo de confianza en mí mismo, y bastante élfico como para no avergonzarme, fui a la corte de la Coronal y le ofrecí mi espada. Ella aceptó, y me convertí en miembro de su guardia. No eligen a muchos de entre las otras razas, pero Daried y Alliere le hablaron bien de mí, y además provengo de una familia noble, sea como sea. Mi conocimiento de las tierras que estaban más allá del bosque me convirtió en alguien útil como explorador o espía, así que a menudo me aventuraba en tierras extranjeras cuando los guardias necesitaban hacer algo fuera de Myth Drannor. Y durante ese tiempo, me enamoré de Alliere. —Geran hizo una pausa, perdido en sus recuerdos.

—Creo que por fin entiendo por qué te quedaste tanto tiempo —dijo Hamil.

Geran se encogió de hombros.

—Myth Drannor es un lugar extraño, apartado del paso del tiempo. El tiempo no afecta a los elfos de la misma manera que al resto de nosotros, claro, pero hay algo más que eso. Es como vivir en un sueño. Los señores son tan espléndidos, las damas tan hermosas, las canciones tan bellas… Hay días de trabajo duro, y de dolor, pero son pocos y están muy espaciados. Cuanto más permaneces aquí, más te pierdes en el sueño. Y yo estuve perdido durante años.

—¿Cómo terminó? —preguntó Sarth con voz queda.

El mago de la espada hizo una mueca de dolor.

—Un duelo —dijo—. Rhovann y yo nos convertimos en rivales por el amor de Alliere. Creo que ella me prefería a mí, pero se conocían desde antes incluso de mi nacimiento, y sus familias deseaban que se casaran. Quizá ni siquiera era consciente de sus propios sentimientos. En cualquier caso, Rhovann empezó a tener celos de mí, y a mí, por supuesto, él tampoco me gustaba demasiado. No sabría decir si realmente amaba a Alliere o simplemente la consideraba como algo suyo, pero jamás desperdiciaba una ocasión para hacerme saber lo que pensaba de mí. Lo desafié a un duelo, y aceptó.

»Se suponía que sería una competición de habilidad, pero desde el principio quisimos hacernos daño. Conseguí superar a Rhovann y le arranqué la varita de la mano, pero él no quiso rendirse.

Geran cerró los ojos, recordando las hojas cubiertas de escarcha bajo sus pies, el entrechocar y el ruido atronador de los conjuros golpeando contra conjuros de escudo, y el brillo del acero en su mano.

—En ese momento, algo se apoderó de mí, una rabia oscura que sólo he sentido un par de veces en mi vida. Rhovann volvió a coger la varita, y le corté la mano, sabiendo muy bien lo que hacía. Y le habría hecho mucho más daño si Daried no me hubiera detenido.

»La Coronal Ilsevele me desterró por batirme en duelo con Rhovann y mutilarlo deliberadamente. Descubrí más tarde que Rhovann también había sido desterrado diez días después, ya que descubrieron que había estado estudiando artes mágicas prohibidas en Myth Drannor. Pero Alliere se quedó horrorizada. No soportaba siquiera mirarme después de lo que le había hecho a Rhovann. —Suspiró y abrió los ojos, fijando la mirada en la carretera cubierta de nieve que se extendía ante ellos—. Ésa es la historia. No he vuelto a ver a Alliere desde ese día. Volví a Tantras cinco años después de haberme ido, y Hamil fue tan amable de volver a hacerme sitio en la Vela Roja.

Espoleó el caballo y avanzó a buen paso. Hamil y Sarth lo siguieron, y los tres compañeros cabalgaron en silencio durante un rato. Después, Hamil preguntó:

—Exactamente, ¿de qué clase de destierro hablamos?

—Se supone que no me puedo adentrar en los dominios de la Coronal, lo cual incluye la ciudad y los bosques circundantes. Normalmente, se considera que es cualquier zona a un día de viaje a caballo desde el palacio de la Coronal. No sabría decir qué castigo me impondría Ilsevele por incumplir mi exilio. ¿Ir a prisión? ¿Un geas? —Se encogió de hombros—. Sinceramente, espero pasar desapercibido para ella.

La carretera rodeaba una colina baja y llegaba hasta un ancho lago para recorrer la orilla. Al revés que gran parte de la población que estaba al otro lado, el lago y los sólidos edificios exteriores tenían menos de un siglo, ya que se habían añadido nuevas defensas para proteger la imponente y antigua ciudad. Geran había oído que no habían cortado ni un solo árbol para despejar el amplio espacio abierto de los hermosos lagos que ahora rodeaban la ciudad; habían usado algún tipo de magia de los bosques para mover los árboles, con raíces y todo, a nuevos lugares, y habían creado una especie de foso con una anchura considerable para proteger la ciudad de cualquier ataque enemigo. Los istmos que unían la ciudad con las tierras circundantes estaban custodiados por torres blancas, cuyas paredes tenían la forma de delicados arcos ojivales llenos de tallas con escenas del bosque; pero por lo demás la ciudad no tenía murallas. Muchos de los elfos a los que Geran conocía lamentaban el hecho de que la ciudad hubiera quedado separada del bosque por sus defensas, pero a él siempre le había parecido que los lagos formaban una hermosa muralla para la ciudad; en los días de calma, las increíbles torres y cúpulas se reflejaban perfectamente en aquel anillo de agua.

—Una maravilla —dijo Sarth en voz baja, asimilando la visión de las esbeltas torres.

Geran asintió, mostrándose de acuerdo.

—¡Ojalá os pudiera enseñar más cosas! Es una lástima visitar Myth Drannor con prisas. Pero supongo que será mejor, ya que probablemente debería evitar mis propios fantasmas.

A pesar de que había vivido durante años en aquella ciudad, Geran seguía viéndola igual de hermosa.

Continuaron por la carretera mientras giraba de nuevo hacia la población, pasando por una estrecha franja de tierra que dividía dos de los lagos y llegaba hasta una de las torres, una garita solitaria custodiada por soldados elfos que vestían largas cotas de malla plateada.

—Es tu última oportunidad —le susurró Hamil—. Para que lo sepas, pienso desentenderme totalmente de ti si te descubren.

Uno de los elfos avanzó, alzando la mano mientras los viajeros se aproximaban.

—Alto, identificaos —dijo con voz clara—. ¿Quiénes sois y qué os trae a Myth Drannor?

Geran se quedó mirando, horrorizado, al capitán de la guardia. Era Caellen Dissarnyl, un pariente de Rhovann. No era alguien a quien conociera muy bien, pero desde luego él conocía a Geran de vista, especialmente después de que la rivalidad con Rhovann empeorase. Se esforzó por no hacer caso al impulso de echarse la capucha sobre los ojos y ocultar el rostro ante el capitán; lo último que quería era parecer tan nervioso como, de hecho, estaba. Se recordó a sí mismo que no lo había visto en varios años, y que antes iba bien afeitado y vestía ropa élfica, mientras que ahora llevaba una pesada armadura. Antes de que el capitán lo mirase, Geran dirigió su atención a la garita y las torres que había detrás, fingiendo quedarse embobado al ver la ciudad elfa. Podía ser que Caellen lo reconociera, o quizá no; nada en lo que pudiera pensar en ese momento reduciría las posibilidades sin llamar además la atención del capitán.

—Soy Hamil Alderheart de Tantras —respondió Hamil al capitán—. Se podría decir que especulo con la venta de antigüedades y encantamientos. Éste es Sarth Khul Riizar, un hechicero a mi servicio, y mi guardaespaldas Aram Kost. He venido a Myth Drannor para consultar con vuestros sabios acerca de algunos artefactos mágicos que me han llamado la atención.

—¿Antigüedades, dices? —El capitán miró ceñudo a Hamil—. Según mi experiencia, eso equivale a saquear los viejos palacios y los tesoros de mi gente. ¿Eres consciente de que no puedes entrar en ninguna de las viejas ruinas o cámaras de Myth Drannor sin un permiso por escrito del agente de la Coronal?

—¡Por supuesto! —dijo Hamil—. No suelo jugarme el cuello con esas tonterías; pago a otros para que lo hagan por mí. Simplemente estoy aquí para investigar. Las bibliotecas de Myth Drannor son las mejores al norte del Mar de las Estrellas Caídas; esperaba que pudieran tener algo de información relacionada con los artefactos que ya he mencionado. Me ahorraría mucho tiempo y molestias.

Caellen estudió el rostro de Hamil unos instantes; y después miró a Sarth con el ceño fruncido. Los tiflins no eran muy comunes en la mayoría de las ciudades; la piel rojiza de Sarth, sus cuernos curvos y su cola llena de pinchos sugerían un temperamento oscuro.

—Hay poderosas protecciones mágicas en la ciudad contra criaturas que proceden de otros planos —le dijo al tiflin—. Simplemente te estoy advirtiendo de que no sé lo que pasaría si entrases a la ciudad.

Sarth hizo un gesto de asentimiento.

—Estoy al tanto de tales medidas. En mi caso, varias generaciones me separan de mis… antepasados, y comparto poco más con ellos que un ligero parecido físico. No debería provocar ninguna respuesta por parte de vuestro mythal.

Caellen se encogió de hombros, como si estuviera diciendo: «Lo veremos en unos segundos». Entonces, dirigió su atención hacia Geran. Frunció brevemente el entrecejo, y el mago de la espada se preguntó si eso que había visto era un destello de reconocimiento en los ojos del capitán. Pero en ese mismo instante, Hamil carraspeó y dijo:

—Ésta es la primera vez que visito vuestra ciudad. ¿Me puedes recomendar una posada confortable, que no sea muy cara, para alojarme unos cuantos días?

Caellen volvió a mirar al halfling, olvidándose de Geran durante un instante. El mago de la espada se permitió dejar escapar un pequeño suspiro de alivio.

—Muchos viajeros hablan bien de La Casa de los Cisnes —respondió—. La encontrarás a unos doscientos metros más adelante, en la margen derecha de la avenida. Madame Ysiere también puede ocuparse de presentarte a los bibliotecarios de la escuela de magos.

—¡Excelente! —dijo Hamil.

El capitán elfo se apartó a un lado e hizo una breve inclinación de cabeza; Hamil espoleó el poni y atravesó la puerta. Sarth lo siguió, al igual que Geran. Se dio cuenta de que Caellen y los demás guardias observaban con atención a Sarth para ver si éste experimentaba alguna dificultad al penetrar las defensas mágicas de la ciudad. «Bueno, es un modo de desviar las sospechas, —pensó—. Si viajas con un tiflin, nadie te mirará dos veces».

Hamil miró por encima del hombro a Geran y le habló por vía telepática, como solían hacer los suyos.

¿Esa Casa de los Cisnes es adónde querías ir? —preguntó.

Servirá —contestó, manteniendo la mirada fija en los ojos de Hamil, puesto que era la única manera de que éste pudiera leer su respuesta—. Es el tipo de lugar en el que se alojaría un mercader, aunque no es demasiado barato, si la memoria no me falla.

El halfling asintió, y volvió a prestarle atención a la ciudad. Myth Drannor parecía más la villa de un gran noble que una ciudad; las calles recibían la sombra de árboles que tenían cientos de años, y los edificios que encontraban a su paso —suntuosas torres, mansiones majestuosas flanqueadas por esbeltas columnatas y casas elegantes— estaban bastante apartados de las calles en sí, entre árboles y jardines. Incluso los talleres y los establecimientos mercantiles eran soportales abiertos de piedra blanca, decorados con delicadas tallas en forma de hojas y flores. Geran no conocía ninguna otra ciudad tan hermosa en Faerun y percibió el asombro creciente de sus acompañantes a medida que se adentraban en la ciudad de los elfos. Había bastante gente yendo de un lado para otro, inmersa en sus tareas diarias, pero las calles apenas estaban atestadas. La mayoría de los viandantes eran elfos de la luna o del sol que normalmente saludaban a los viajeros con un educado movimiento de la cabeza o una leve sonrisa, pero había gente de otras razas entre los elfos: humanos, halflings e incluso uno o dos enanos. Los elfos acogían bien a los comerciantes, a los artistas y a los estudiantes de otras razas, aunque los vigilaban de cerca, y muy pocos tenían permiso para establecerse en Myth Drannor. Después de callejear un rato, llegaron a una hermosa villa con vistas a la parte norte del lago que rodeaba la ciudad. Había una losa de piedra junto al camino que tenía tallados unos glifos en espruar bajo la imagen de un cisne nadando.

—Es aquí —les dijo Geran a sus compañeros.

La Casa del Cisne era cara, tal y como Geran recordaba, pero los tres compañeros alquilaron una habitación con vistas al lago y dejaron sus monturas en el pequeño establo de la posada. Había otros sitios a los que Geran podría haberlos llevado, pero eran lugares donde lo conocían mejor, y sabía que era más prudente evitar sus viejos fantasmas. Se quitaron la polvorienta ropa de viaje y se pusieron algo más elegante, tras lo cual aprovecharon el almuerzo que les ofrecía la posada: una comida ligera consistente en fruta, queso y pan.

—Hasta aquí hemos llegado —comentó Hamil cuando terminaron. Normalmente, una buena comida hacía maravillas en su carácter—. Ahora, ¿qué tal si vamos a buscar ese manuscrito que estamos buscando? ¿Conoces el lugar que mencionó Esperus?

—No, no lo conozco —respondió Geran—. Muchas de las viejas ruinas de la ciudad han sido cubiertas por edificios nuevos, y sospecho que el Irithlium podría ser uno de ellos. Tendremos que averiguar dónde se halla, y ver si podemos introducirnos en las ruinas sin que nos vean.

—Corrígeme si me equivoco —dijo Sarth, frunciendo el entrecejo—, pero creo recordar que el capitán que estaba a las puertas nos advirtió expresamente de que no debíamos rondar las ruinas sin permiso de la Coronal. Me sentiría mucho mejor si cumpliéramos la ley a este respecto.

—Por desgracia, no creo que eso sea posible —dijo Geran—. En primer lugar, nos podría llevar semanas obtener un permiso por escrito. Existen cosas peligrosas que aún siguen selladas en varias de las cámaras que hay bajo la ciudad, y los elfos se aseguran bien de no permitir que nadie desactive las protecciones mágicas que han creado para mantenerlas encerradas. En segundo lugar, y quizá sea lo más importante, la Guardia de la Coronal podría perfectamente confiscar cualquier cosa que saquemos de allí, como por ejemplo las páginas del Infiernadex.

El tiflin no pareció muy convencido, pero tuvo que aceptarlo. Hamil se sirvió un trozo de manzana que quedaba en la bandeja y volvió a mirar a Geran.

—No me gusta la idea de cosas peligrosas selladas en cámaras, pero aparte de eso, tu razonamiento parece tener sentido. ¿Qué probabilidades hay de que hagamos lo que dices sin que nos pillen con las manos en la masa? ¿Y cómo vamos a encontrar ese lugar, el Irithlium?

—Nuestra suerte depende de dónde esté situado exactamente el Irithlium. Si está en las afueras de la ciudad, habrá muchas probabilidades de que pasemos desapercibidos. Si no es así, tendremos que depender de los conjuros de invisibilidad de Sarth o de algún otro modo de entrar y salir —contestó Geran—. Y respecto a lo de averiguar el sitio donde está la cámara, bueno, tengo intención de preguntar.

Cogió un trozo de pergamino del escritorio que había en el vestíbulo de la habitación y escribió una pequeña nota con la pluma. Sopló para secar la tinta, enrolló la nota en un tubito, y lo cerró con un poco de cera de vela. A continuación, fue hacia la ventana de la habitación, la abrió y emitió un largo y vibrante silbido. Sarth y Hamil lo miraron como si hubiera perdido la cabeza, pero él simplemente sonrió y repitió el silbido. Un instante después hubo un repentino batir de alas en el alféizar, y apareció un pequeño pájaro cantor de plumas azules. Pió una sola vez.

Geran le puso suavemente en la pata el rollo de papel y le dijo en élfico:

—Por favor, llévale esto a Daried Selsherryn. Seguramente lo encontrarás en la Casa Selsherryn o en la Sala de la Espada de la Estrella.

El pájaro pió de nuevo y se alejó volando mientras sujetaba la nota.

—¿Acabas de hablar con ese pájaro cantor? —preguntó Hamil, asombrado—. ¿Cuándo diablos aprendiste a hacer eso?

—No se trata de lo que yo aprendí a decir, sino de que han enseñado a los pájaros a escuchar.

Geran se quedó mirando por la ventana hasta que el pájaro se perdió de vista, sonriendo a costa de sus amigos. A continuación, se apartó y cogió su capa.

—Vamos, tenemos una buena caminata por delante.