ONCE

1 de Alturiak, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

En los días que siguieron, Geran continuó dándole vueltas al misterio de las últimas palabras de Grigor Hulmaster. En aquellas jornadas confusas en que la familia había tenido que plantearse cómo seguir adelante tras la muerte de Grigor, no las había olvidado, en absoluto. Inmediatamente después del funeral se había empeñado en vengar la muerte del harmach, concentrando toda su atención en el juego mortal y peligroso de abrirse camino por las calles y las sombras de Hulburg sin cometer el error decaer en manos enemigas. Y finalmente, se había distraído bastante en su interludio con Nimessa Sokol y los indescifrables anhelos de su propio corazón mientras volvía a casa. Ahora, por primera vez en quince días, se encontró liberado de las exigencias del momento y pensando en el enfrentamiento que se avecinaba…, y cada vez que cerraba los ojos e intentaba visualizar el choque definitivo, que cada día estaba más cerca, no podía deshacerse de la persistente sensación de que lo que Grigor había dicho acerca del Rey de Cobre era importante.

Parte del acertijo le resultaba bastante obvia: Rivan había sido el primer lord de la rama de los Hulmaster. Había llegado al poder en Hulburg hacía casi cuatrocientos años, justo en la época en que Esperus había tenido su breve reinado en Thentur. Por desgracia, no tenía ni idea de lo que Grigor había querido decir con lo del juramento e ignoraba dónde estaba situada la cripta de Rivan. La mayor parte de la vieja Hulburg había quedado destruida por los saqueos a principios del siglo catorce, y se había visto aún más dañada por los movimientos catastróficos de tierra, en forma de Arcos y Agujas, más avanzado aquel mismo siglo. Lo más probable era que la tumba de Rivan Hulmaster ya no existiera, lo cual sería un obstáculo insalvable a la hora de mantener un juramento en ese lugar, a menos que fuera una pista que no se debiera interpretar de manera literal.

Geran recorrió los cálidos pasillos de Lasparhall, cabalgó por las colinas cubiertas de nieve que rodeaban la mansión, entrenó con Kara y Hamil, y debatió con Sarth una docena de teorías mágicas acerca de los poderes del ejército de ingenios de Rhovann y de qué manera podrían vencer a aquellas criaturas. Incluso pasó unas cuantas horas con el tiflin en la torre del gremio de magos en Thentia, pagando una generosa tasa a cambio de tener el privilegio de revisar los viejos y enmohecidos libros de conjuros y los volúmenes que versaban sobre las ciencias arcanas, con la esperanza de aprender más acerca de las defensas de su enemigo. Volvió a Lasparhall sabiendo poco más de lo que ya sabía; entre toda la información que había acerca de Esperus en la documentación del gremio no había encontrado nada que hiciera mención a un juramento o que condujera a descubrir algo más acerca de Rivan Hulmaster de lo que ya sabían. Permaneció despierto durante más de una hora aquella noche, repasando una y otra vez todo lo que le había dicho su tío antes de morir.

A la mañana siguiente, sus pasos lo llevaron hacia los aposentos de Grigor. Todavía no los había vuelto a ocupar nadie. El chambelán Dostin Hillnor había insistido en que Geran se trasladara allí, ya que ahora era el cabeza de familia, pero aún no se había decidido a hacerlo. Paseó la vista por la habitación, que estaba ordenada y limpia, pero tremendamente vacía, y su expresión se volvió torva al recordar aquel último combate desesperado contra los asesinos de Cyric y los demonios que habían sido invocados. Suspiró y se sentó en un sillón que había junto a la ventana.

—¿Aún sigues confundido?

Hamil se asomó a la puerta, echando un vistazo a la habitación.

Geran asintió.

—Es algo importante, estoy seguro. Pero no logro averiguar qué fue lo que quiso decir mi tío.

—Podría no ser nada, Geran. Estaba herido de muerte cuando lo dijo, ¿verdad?

—Sí. Pero creo que estaba intentando contarme algo sobre Esperus. Hay un viejo acuerdo entre los harmachs y el Rey de Cobre, ¿sabes? Por eso las leyes del harmach eran tan estrictas con respecto a la apertura de túmulos o criptas en los dominios de los Hulmaster. Pero no conozco los detalles de dicho acuerdo.

—Si quieres hablar con Esperus, no tienes más que irrumpir en uno o dos túmulos —señaló Hamil—. Tarde o temprano responderá, ¿no crees?

—Es posible —admitió Geran—, pero preferiría no atraerlo hacia mí haciendo algo que pueda ofenderlo. Si mi tío sabía algo acerca del Rey de Cobre que yo desconozco, me gustaría averiguarlo por mí mismo antes de arriesgarme a llamar de nuevo su atención.

—No entiendo exactamente por qué es tan importante tratar con Esperus —respondió Hamil—. Tú y Sarth sabéis lo suficiente acerca de las creaciones de Rhovann como para tenerlas en cuenta. Aceptad que son problemáticas y organizad vuestros planes para evitarlas o alejarlas del centro del combate. ¿No sería eso suficiente?

—Eso sería suponer que los guardias grises son la única sorpresa que nos tiene reservada Rhovann —dijo Geran—. La magia de Rhovann es lo único que puede amenazar realmente nuestros planes de retomar Hulburg. Cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que cualquier ataque que lancemos sin contrarrestar sus defensas, fallará.

—Sarth es un hechicero muy competente —señaló Hamil—. ¿Estás seguro de que no podría vencer a Rhovann en un duelo de magia?

Geran meneó la cabeza.

—No, eso no es lo que me preocupa. Creo que Sarth podría vencer perfectamente a Rhovann en un duelo frente a frente, sin trampas. Después de todo, yo lo vencí una vez en un duelo. Pero se ha vuelto más poderoso de lo que lo era hace un par de años en Myth Drannor, o quizá resulta que tiene más poder del que hacía ver. Además, su verdadera fuerza no reside necesariamente en lanzar conjuros de batalla y ya está, sino en los encantamientos sutiles y en los conjuros que necesitan meses para ser elaborados. Ha tenido medio año para prepararse para un ataque exactamente como el que vamos a realizar en pocas semanas. Creo que debemos hacer alguna cosa que lo pille por sorpresa.

—Así que ¿propones seriamente pedirle ayuda a ese horrible viejo Rey de Cobre? —Hamil se estremeció—. Yo estaba allí cuando te encontraste con él, Geran. No es que sea muy amistoso. ¿Por qué crees que aceptaría ayudarnos en vez de matarte con alguna terrible maldición sólo por atreverte a pedírselo?

—Porque Sergen consiguió llegar a un trato con él.

Geran estaba justo en el lugar donde Grigor había exhalado su último aliento, mirando las frías losas del suelo. Las habían fregado, por supuesto, pero aquellos últimos momentos estaban grabados a fuego en su memoria. El harmach estaba tendido de espaldas, con la cabeza cerca del arcón que estaba junto a la pared. Había mirado más allá de donde estaba Geran, extendiendo débilmente la mano…

—De algún modo logró convocar a Esperus, y convenció al lich de que lo escuchara. Conocía la existencia del Infiernadex porque Darsi Veruna le había contado que Sarth lo estaba buscando, así que Sergen sabía que tenía una oportunidad de conseguir algo que Esperus podía querer. Y finalmente, cumplió su parte del trato cuando tuvo el libro entre sus manos.

—¿Y cómo logró Sergen invocar a Esperus?

—Creo que eso es lo que mi tío Grigor estaba intentando contarme antes de morir —respondió Geran—. Sé que confió en Sergen de manera implícita antes de que se descubrieran sus verdaderas intenciones; sin embargo, dudo de que Grigor le hubiera contado a Sergen lo que sabía. Después de todo, no quiso contárnoslo ni a Kara ni a mí en los últimos meses, hasta que estuvo a las puertas de la muerte, aunque sabía que Sergen había hecho un trato con el Rey de Cobre.

Hamil frunció el ceño, pensativo.

—¿Crees que Sergen descubrió algo, o robó algo que tu tío pretendía mantener en secreto hasta que se lo pasara al siguiente harmach?

—Exacto. Y si era tan importante, Grigor lo habría sacado de Griffonwatch cuando huyó, y lo habría guardado en algún lugar cercano, aquí en Lasparhall.

Geran se volvió a fijar en el arcón. ¿Acaso podía ser tan sencillo? Dio dos pasos hacia el pequeño cofre, lo apartó un poco de los pies de la cama, y se arrodilló junto a él. Pero cuando intentó abrirlo, se encontró con que estaba cerrado con llave.

—¡Hummm!, Hamil, ¿podrías echarle un vistazo a esto por mí?

El halfling suspiró.

—Me haces malgastar mi talento abriendo el arcón donde tu tío guardaba los pijamas —masculló.

Pero se sacó una pequeña ganzúa del bolsillo de su chaleco y se arrodilló frente al viejo baúl mientras Geran se hacía a un lado. Tras hurgar en la cerradura durante unos segundos, se oyó como se abría el eslabón con un chasquido.

—Creo que podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que tu tío no solía meter en sus baúles dagas con muelle o agujas envenenadas —comentó.

No obstante, Geran se dio cuenta de que se levantaba y se apartaba ligeramente a un lado antes de abrir la tapa; las duras lecciones que había aprendido en sus años de aventuras seguían acompañándolo, al parecer. Lo único que vieron al principio fue un montón de mantas dobladas.

Hamil miró a Geran, apenado, pero éste comenzó a vaciarlo, dejando las mantas a un lado. Cerca del fondo del baúl encontró un libro envuelto en muselina; lo cogió y lo desenvolvió con cuidado. Estaba algo deteriorado por los años, sus páginas de vitela se veían rígidas y amarillentas, y había sido encuadernado en cuero negro. En la cubierta habían insertado una serie de runas hechas en plata deslustrada. Geran acarició el viejo libro con las yemas de los dedos y enarcó una ceja, mirando a su amigo halfling.

—Vale. Si hubieras sido más listo, no te habría llevado veinte días darte cuenta de que tu tío quería que miraras ahí dentro —dijo Hamil—. No sé leer enano. ¿Qué pone en la cubierta?

—No es enano; es damarano antiguo, que utilizaba las runas enanas. Dice: «El libro de los harmachs, señores de Hulburg». Es alguna especie de historia de la familia.

—¿Lo habías visto antes?

—Sí, varias veces. Fue una de las posesiones más preciadas de mi tío. Cuando era niño, algunas veces me enseñaba distintas partes de él.

Geran sonrió al recordar todo aquello; cuando era niño, se había sentido muy impresionado por el tamaño y la antigüedad del libro, y el cuidado con el que lo manejaba su tío. Lo abrió y pasó las páginas con cuidado. Era una colección desordenada de viejas cartas, genealogías y mapas, ensayos acerca de la historia de la familia…, todo lo que los antiguos harmachs habían considerado que debían guardar o escribir para aquellos que vendrían después. Se dio cuenta de que bastantes páginas hacia el final del libro estaban escritas en vitela nueva con la letra de su tío, incluido un índice bastante detallado.

—Los libros eran su gran pasión. Debería haber sido un erudito —murmuró.

—¿Hay algún hechizo ahí dentro? ¿Algún ritual? ¿O alguna otra cosa que pueda explicar por qué tu tío pensó que era tan importante? —preguntó Hamil.

—Si encuentro algo, ya te lo diré —respondió Geran, que cerró el libro con cuidado y fue hacia la puerta—. Discúlpame, Hamil…, creo que tengo cosas que leer.

Se retiró a la biblioteca, echó un par de troncos al fuego y se acomodó en uno de los sillones que estaban junto al fuego para revisar el libro de los harmachs cuidadosamente. Uno de sus viejos tutores le había enseñado hacía mucho que la mejor manera de leer un libro era comenzar por la primera página, revisando las introducciones y prefacios con la misma atención que le dedicaría al cuerpo del libro, y Geran jamás había perdido esa costumbre; era un lector muy pausado. Se pasó el resto de la tarde ocupado en la tarea, inmerso en las historias de gente que llevaba muerta varios siglos; en las visiones de Hulburg cuando pasaba por sus momentos de mayor esplendor, una ciudad varias veces más grande que el reino que había gobernado Grigor; en los registros de viejas tragedias y guerras perdidas que habían reducido los dominios de los harmachs a ruinas desoladas en las décadas anteriores a la Plaga de los Conjuros y en su recuperación gradual. Se le pasó la hora de la cena, y tomó distraídamente un trozo de pan con una loncha de carne asada que le había enviado la responsable de la cocina.

A la una de la madrugada, encontró lo que estaba buscando en un capítulo añadido por su bisabuelo, Angar Hulmaster. Cien años atrás, unos ladrones de tumbas lo habían obligado a abrir la cripta de los viejos Hulmaster, y había visitado la tumba de Rivan; de ese modo, había descubierto la verdad acerca de los orígenes de la familia. Poco después se había encontrado con Esperus, el lich, siendo el primer Hulmaster que lo hacía en varios siglos. Geran leyó, asombrado, el relato de su bisabuelo, y volvió a leerlo inmediatamente para asegurarse de que lo había comprendido bien. Cuando terminó, dejó el libro y se quedó de pie junto a la chimenea, observando las llamas mientras reflexionaba sobre lo que había averiguado.

Los Hulmaster eran los únicos parientes vivos de Esperus, el Rey de Cobre. Y el lich permitía la existencia de Hulburg sólo porque Angar le había prometido conservar intactos los lugares de los muertos en los Altos Páramos.

En los márgenes de un dibujo realizado junto al relato de Angar —un dibujo del sarcófago de Rivan— habían garabateado una invocación con mano temblorosa.

—Un juramento que debe guardarse en la cripta de Rivan —murmuró Geran.

Cogió un trozo de pergamino en blanco y copió con cuidado las palabras de la invocación, evitando deliberadamente pronunciarlas en voz alta. Cuando terminó, se lo metió en el bolsillo, cerró el libro de los harmachs y lo protegió con un conjuro menor de amparo antes de devolverlo a su envoltorio y guardarlo bajo llave en uno de los armaritos de la biblioteca.

Al día siguiente, cuando faltaban dos horas para que se pusiera el sol, cogió una montura de los establos de Lasparhall y se dirigió hacia los Altos Páramos. Kara, Hamil y Sarth lo acompañaron. La tarde era despejada, ventosa y fría, y el cielo estaba cubierto por una capa de nubosidad gris y acerada como las escamas de un dragón. En el oeste perduraban unos cuantos rayos de sol, mientras éste comenzaba a hundirse en el horizonte.

—Tengo dudas en cuanto a esto, Geran —dijo Sarth mientras abandonaban los extensos terrenos de Lasparhall—. ¡Lo que pretendes es una temeridad!

—Esperus ya me aconsejó una vez anteriormente —contestó el mago de la espada. Se puso la capucha y se estremeció de frío—. Puede ser que no le importen demasiado los vivos, pero creo que está absorto en su propio legado. Por eso le interesan las tribulaciones de nuestra familia; lo único que teme es ser olvidado. Vendrá si lo llamamos.

—Eso es exactamente lo que me preocupa —contestó el tiflin, que frunció el entrecejo, pero permaneció en silencio mientras continuaban internándose en los Altos Páramos.

Geran se había criado montando a caballo, cazando y a veces peleando en aquellas tierras salvajes, y las conocía como la palma de su mano. Thentia, de manera muy parecida a Hulburg, estaba situada al borde de los salvajes y desolados páramos de Thar, más de ciento cincuenta kilómetros de hierba áspera, aflora de piedra húmeda, agujeros cubiertos de aulaga y riachuelos llenos de meandros que serpenteaban por canales ocultos que con frecuencia estaban a tres o cuatro metros por debajo de las llanuras, lo cual suponía un considerable riesgo para los jinetes incautos. La niebla, movida por el viento, con frecuencia llegaba sin avisar, ocultando puntos de referencia y confundiendo a los viajeros; en invierno, la nieve sólo cuajaba en lugares bajos o en las zonas que estaban al abrigo de colinas y crestas, ya que los omnipresentes vientos normalmente limpiaban el terreno llano. Aun así, y a pesar de todo ello, a Geran la salvaje desolación de los páramos siempre le había parecido bella. Las enormes distancias y las colinas coronadas de piedra podían llegar a ser espectaculares en un día despejado, lo cual hacía aflorar sus ansias innatas de recorrer el mundo con la promesa de tierras a las que poca gente había llegado.

Geran creyó oír un susurro de peligro en el viento cortante, un indicio de una malicia sobrenatural que se iba acumulando a medida que se acercaba la noche. No dijo nada, pero Hamil entornó la mirada y se removió inquieto en la silla.

—¿Lo sentis? —dijo en voz alta—. Algo se agita en el viento.

Kara asintió. Conocía los Altos Páramos incluso mejor que Geran, ya que había pasado la mayor parte de su vida cruzando las llanuras de un lado a otro como exploradora y cazadora.

—Algunas veces los espíritus de los muertos vagan por estos agrestes parajes tras la puesta del sol. Creo que ésta será una de esas noches —dijo. Miró a Geran con expresión preocupada—. ¿Eso será de ayuda en lo que pretendes hacer, o más bien resultará perjudicial?

—Creo que ayudará. Desconozco la extensión de los dominios de Esperus hacia Thentia, pero me da la sensación de que si los muertos están inquietos aquí, nos oirá.

—Nos hemos adentrado suficientemente en los viejos dominios de Esperus, así que contestará sólo si quiere —dijo Sarth—. Sin embargo, todavía continúo diciendo que no es conveniente seguir con esto. Llamar la atención de Esperus puede ser lo último que hagamos. E incluso si se digna tratar contigo, Geran, podría no ver ninguna razón para ayudarte…, o podría ofrecerte ayuda que te falle en el momento crucial.

—Ayudó a Sergen —respondió Geran—, y mantuvo su promesa. Pero estoy de acuerdo en que deberemos tener mucho cuidado con lo que le prometamos.

El sol finalmente se dejó ver entre las nubes, al oeste, iluminando de forma débil los páramos con largos rayos anaranjados; sus sombras se volvieron alargadas y oscuras. Delante de ellos, Geran vio una fila de montecillos alineados junto a la suave falda de una colina; era una fila de viejos túmulos, completamente cubiertos por la hierba. Hizo girar el caballo hacia los túmulos funerarios. No hacía falta ir muy lejos en los Altos Páramos para encontrar una tumba antigua, pero se sintió complacido al darse cuenta de que aquel pequeño grupo estaba más o menos donde lo recordaba desde la época en que se había dedicado a explorar el territorio que rodeaba Lasparhall cuando era pequeño.

—Allí; creo que ésos nos servirán —dijo.

Las distancias podían resultar engañosas en los espacios abiertos de los páramos, y los túmulos se encontraban a más de un kilómetro de donde estaban. Para cuando alcanzaron las viejas tumbas, apenas se veía el sol en el horizonte, y el viento era cada vez más frío. Dejaron los caballos a unos cien metros de allí, junto a un montón de pedruscos, y mientras el día moría lentamente, Sarth eligió un punto cercano al montículo que estaba en el centro y creó un anillo de piedras del tamaño de puños a su alrededor, murmurando conjuros protectores sobre cada una de ellas mientras las colocaba. Antes de poner la última piedra, les hizo un gesto a los demás para que se metieran dentro. Cuando Geran lo hizo, sintió la amenaza palpable de la noche, como si una enorme mano invisible hubiera apartado el día.

—¿Has terminado? —le preguntó a Sarth.

—Sólo si estás seguro de que nada de lo que yo diga puede disuadirte —respondió el tiflin, apenado.

Geran asintió.

—Será mejor que hable yo. Él me conoce —dijo.

Geran se sacó el trozo de pergamino del bolsillo y leyó en voz alta:

Oscura noche y fría piedra,

tumba silenciosa y trono estéril,

salas vacías, una corona de verdín,

en la no muerte sueña el antiguo rey.

Larga oscuridad y breve luz,

una hora de juego, y después la noche,

la belleza se malogra y hace frío,

sigue esperando el antiguo rey.

No ocurrió nada durante un largo rato. Hamil lo miró y le dijo mentalmente:

Quizá no lo hiciste bien.

De repente, un círculo de bruma surgió del suelo a poca distancia, enfrente de Geran, burbujeando en dirección ascendente, como si estuviera alimentado por algún oscuro manantial. Retrocedió un paso al notar cómo un pavor helado le envolvía el corazón. La bruma subió más arriba, adoptando una forma humana algo encorvada, y comenzó a oscurecerse y a hacerse más espesa. En pocos segundos, dejó de ser bruma y se convirtió en una figura de pesadilla…, un cadáver esquelético ataviado con ropa digna de un rey, hecha jirones. En las cuencas oculares, vacías, brillaban unas llamas verdes diabólicas, y sujetaba un gran bastón de hierro en sus manos huesudas. Tenía los huesos cubiertos por tiras de cobre batido, cada una grabada con pequeñas runas arcanas. Los miró a los cuatro durante un instante, con su siniestra sonrisa sin labios; Geran apenas podía soportar la contemplación de aquella cosa, así que mantuvo la vista fija en su esternón, incapaz de mirarlo a los ojos de fuego esmeralda.

—Puesto que me habéis llamado, aquí estoy —dijo el lich con una voz seca y crepitante—. ¿Qué deseáis de mí?

—Necesitamos tu consejo —respondió Geran—. Los enemigos de la Casa Hulmaster se han hecho con Hulburg, rey Esperus.

—Eso apenas me concierne.

Geran hizo una mueca de dolor, pero continuó.

—Pretendemos retomar nuestro reino, pero el mago del falso harmach, un elfo llamado Rhovann Disarnnyl, ha creado un pequeño ejército de ingenios animados por medio de una poderosa nigromancia. Si pudiéramos neutralizar o destruir a los guardias, podríamos enfrentarnos al resto de las fuerzas usurpadoras en igualdad de condiciones y recuperar Hulburg para los Hulmaster. ¿Sabéis cómo creó Rhovann a sus guardias y cómo podríamos derrotarlos?

—Por supuesto que lo sé —chirrió el Rey de Cobre—. Percibo muchas cosas, joven necio. ¿Cómo no iba a darme cuenta de que el elfo estaba creando semejante conjuro? Hace mucho tiempo yo mismo creé legiones de esas criaturas para que me sirvieran. Los esfuerzos de vuestro adversario son inteligentes hasta cierto punto, pero se ha pasado de listo con su trabajo de artesanía.

—¿En qué sentido? —preguntó Kara.

Esperus se volvió para mirarla con sus terribles ojos vacíos.

—¡Ah, otra Hulmaster! —dijo el lich—. Hija de Terena, hija de Lendon, hijo de Angar. Sí, sé quién eres, Kara, por muy alterada que hayas quedado por la maldición de la Plaga de los Conjuros. Debería destruirte, para asegurarme de que la maldición muere en tu generación…, o quizá se podría extirpar, aunque el daño sería considerable en esta etapa de tu vida.

Kara palideció y tragó saliva, pero se mantuvo firme.

—No le hagas daño —dijo Geran con firmeza—. Somos tus últimos parientes vivos, rey Esperus. Maldita o no, es una Hulmaster, y tú juraste no alzar la mano contra ningún descendiente de Angar. Kara sabe lo que les podría pasar a sus hijos. No debes preocuparte por ello.

Los ojos del lich emitieron un destello de ira al volverse nuevamente hacia Geran.

—No presumas demasiado de la sangre de Rivan, joven necio. ¡Rivan era un traidor despreciable que se volvió contra mí cuando estaba en el culmen de mi poder! ¿Crees acaso que dudaría un solo momento en extinguir lo último que queda de su despreciable descendencia? ¡Podría destruiros a ambos con una sola palabra!

—En ese caso, Maroth Marstel seguiría siendo el harmach de Hulburg, bailando al son que toque Rhovann, hasta el fin de sus días —intervino Hamil—. Y los pocos Hulmaster supervivientes vivirían en la pobreza y el exilio. Ése no sería un destino muy apropiado para una familia que fue lo bastante afortunada de compartir lazos de sangre contigo, poderoso rey.

Esperus miró a Hamil, pero no se dignó responderle. Geran decidió que sería mejor volver a llamar la atención del viejo lich.

—¿En qué sentido se ha pasado Rhovann de listo? —preguntó con cautela.

—Todas sus creaciones comparten un único encantamiento dominante —respondió el lich—. Ésa es su mayor fuerza, ya que cada yelmorruna adicional que crea multiplica la fuerza, la resistencia y la capacidad de razonamiento del resto. Pero también es su mayor debilidad. Para compartir sus sentidos unos con otros y actuar con una coordinación tan perfecta, deben formar parte necesariamente del mismo ánimus. Si rompéis eso, podréis destruirlos a todos a la vez.

—¿Qué ánimus? ¿Cómo se puede cortar?

Esperus emitió un sonido grave y sibilante en lo más profundo de su huesudo pecho, y Geran se dio cuenta de que se estaba riendo.

—Mis consejos no son gratis —dijo—. No diré nada más hasta que paguéis el precio.

Geran notó que sus amigos lo miraban con preocupación, pero no apartó la vista.

—¿Qué es lo que deseas, rey Esperus? —preguntó.

—La pasada primavera, me enviasteis un viejo libro que llevaba siglos buscando. —Las mandíbulas del lich se movieron, esbozando una horrible sonrisa ante su ingeniosa ironía.

Geran, de hecho, había intentado por todos los medios que el Infiernadex no cayera en las huesudas garras de Esperus, pero el lich, con un simple gesto, le había arrancado el libro de conjuros de las manos.

—Por desgracia, está incompleto. No temas, joven, sé que no fuiste tú el que mutiló mi premio; el daño ya estaba hecho mucho antes de que tú dieras con él. Unas cuantas páginas fueron arrancadas del Infiernadex antes de que los malditos Lathaendrian lo escondieran. Complétalo por mí, y te daré lo que necesitas para derrotar a los yelmorrunas de Rhovann.

—Es un precio muy alto, Geran —dijo Sarth—. Si tan sólo posee una parte del libro, sería mejor dejarlo así. Ya encontraremos otro modo de superar a Rhovann.

—No estoy hablando contigo, prole diabólica —dijo Esperus con brusquedad—. ¡Si me contradices, será por tu cuenta y riesgo!

Sarth permaneció callado, aunque le dirigió a Geran una mirada de advertencia. Geran pensó con rapidez, reflexionando sobre la oferta del lich. Su primo Sergen había llegado a un trato con Esperus hacía un año, y el Infiernadex fue el precio que había puesto el lich. El Rey de Cobre había cumplido honestamente con su parte del trato con Sergen y los guerreros de la Casa Veruna; Geran y Hamil habían visto cómo el lich le tendía a Anfel Urdinger, el capitán de armas de Veruna, el amuleto con el que había pagado por recuperar el libro. Esperus no había acordado matar a los Hulmaster, simplemente le había dado a Sergen los medios para hacerlo, por lo que la línea entre cumplir su antigua promesa de no alzar la mano contra ninguno de los descendientes de Angar, y no cumplirla era muy fina. Pero incluso eso dejaba entrever que Esperus valoraba lo bastante su palabra como para intentar por todos los medios no incumplir los términos exactos de una promesa.

—Si te conseguimos el resto del Infiernadex, ¿prometes no emplear tus poderes contra Hulburg o su gente? —preguntó.

El lich dejó escapar una especie de bufido.

—Hecho. Tengo preocupaciones mucho mayores que vuestro miserable y diminuto reino.

—En ese caso, estoy de acuerdo. Encontraremos las páginas perdidas del libro si está dentro de nuestras posibilidades.

Geran se percató del desasosiego de Sarth, pero el tiflin no dijo una palabra; esperaba no estar cometiendo un terrible error. Estaba claro que no podían saber en qué lugar de Faerun podrían estar las páginas arrancadas del libro hacía cientos de años. Quizá Sarth pudiera adivinar su localización, eso suponiendo que su amigo estuviese dispuesto a colaborar.

Espero que sepas lo que estás haciendo —le dijo Hamil en silencio.

El halfling alzó la vista hacia el lich y dijo:

—¿No sabrás por casualidad dónde se encuentran las páginas que faltan, verdad?

El lich bajó la vista hacia Hamil, chasqueando la mandíbula.

—Lo he sabido durante siglos, pero hay potentes contramedidas que me impiden el acceso. Deberían suponer un obstáculo menor para los vivos. Las páginas perdidas están en las cámaras de Irithlium, en Myth Drannor.

Geran se quedó mirando al lich, atónito. Myth Drannor era el único lugar del mundo al que jamás podría regresar, pero antes de que pudiera empezar a protestar, Esperus alzó su bastón de hierro, mirando en silencio a cada uno de los compañeros de Geran, y se volvió a deshacer en bruma.

—Volved a convocarme cuando hayáis traído las páginas que busco. No te demores, joven Geran. La condenación se acerca, y necesitaréis mi ayuda.

El lich se desvaneció, y se hizo el silencio en los páramos.