DIEZ

24 de Martillo, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

Una densa niebla invernal cubría Hulburg mientras Geran se vestía para el viaje a Thentia. Una caravana Sokol partiría en media hora por la ruta de la costa, y él pretendía salir a hurtadillas de la ciudad haciéndose pasar por uno de los guardias de la caravana. Nimessa le había proporcionado una sobrevesta con los colores de la Casa Sokol, azul y negro, y el frío le daba la excusa perfecta para poder cubrirse casi todo el rostro con una bufanda y una capucha. Ella le había dado discretas instrucciones al capitán de su guardia para incorporarlo a la escolta montada de la caravana; el tipo no sabía a quién estaba sacando en secreto de Hulburg, y Geran pretendía que siguiera siendo así el mayor tiempo posible. Comprobó su apariencia una vez más en el espejo de pie del dormitorio de Nimessa, y decidió que daba el pego salvo que lo inspeccionaran de cerca. Por supuesto, eso dependía de si se encontraban con alguno de los ingenios de Rhovann de camino a la salida, y si los guardianes grises tenían algún modo de ver a través de un disfraz común o no.

En ese caso, se dijo a sí mismo que rompería filas y saldría de allí al galope. Se ajustó el cinto una vez más, se echó al hombro un par de alforjas con el típico equipo de viaje de un mercenario en su interior, y bajó rápidamente la escalera. Nimessa lo estaba esperando en el vestíbulo, ataviada con un vestido de terciopelo verde y botas altas (siempre era buena idea llevarlas puestas por las calles de Hulburg en aquella época del año), además de una pesada capa de piel para protegerse del frío.

—Parece que ya estás listo —dijo. Miró por la ventana, hacia el patio, donde estaban enganchando las cuadrillas de mulas a los carros, y volvió a contemplarlo—. ¿Estás seguro de que quieres marcharte hoy? Puedes quedarte más tiempo, si lo necesitas.

Se percató de la invitación entre líneas, y dudó. Le gustaba mucho Nimessa, y era cierto que los dos últimos días que había permanecido oculto en su casa habían sido realmente agradables…, pero el tiempo que había pasado con ella, aunque pudiera parecer extraño, había disipado finalmente el misterio y la confusión con los que había estado luchando durante meses en su corazón. Nimessa Sokol no era la mujer que amaba, no importaba lo mucho que la deseara, y estaba convencido de que ella tampoco se había entregado a él por completo. Si se quedaba más tiempo, alargando su relación pasajera, sólo conseguiría tenerlo más claro sin que cambiara la naturaleza esencial de su corazón, o el de ella. Contestó de la manera más sencilla y amable que pudo.

—Será mejor que me vaya mientras pueda. Puede ser que no envíes ninguna otra caravana en los próximos veinte días, o más. Además, no quiero ponerte en peligro más de lo que ya lo estás. Ya te has arriesgado bastante por mí.

—Lo entiendo —dijo, y su sonrisa irónica confirmaba sus palabras. Se inclinó para besarlo en la mejilla, y respiró profundamente—. Con respecto a lo del peligro, seré yo la que juzgue los riesgos que corro. Les daré instrucciones a mis representantes en Thentia para que te presten la ayuda que necesites en el caso de que quieras volver a infiltrarte en Hulburg.

—Te agradezco la oferta —dijo—, pero la próxima vez que vuelva a Hulburg, será la última. No habrá más retiradas. De un modo u otro, arreglaré cuentas con Rhovann y Marstel, y las cosas volverán a su cauce. Debo hacerlo.

Nimessa asintió y retrocedió.

—Entonces, ayudaremos en lo que podamos. Que tengas buen viaje, Geran.

Abrió la puerta y salió al exterior. La niebla era fría y húmeda; era el típico tiempo que enfriaba a un viajero a lo largo de todo el día hasta que no había fogata o mantas que pudieran hacerlo entrar en calor una vez se detenía. Fue hacia la montura que lo esperaba y se subió a la silla de un salto mientras Nimessa intercambiaba unas últimas palabras con el jefe de la caravana. El comercio que salía o entraba de Hulburg se reducía a un escaso goteo en los meses de invierno, pero las minas en las laderas de las Montañas Galena funcionaban todo el año, por lo que los fundidores de Hulburg debían hacer lo mismo; las carretas de Sokol iban cargadas con barras de plata, de hierro y unas cuantas pieles que los tramperos habían conseguido en la meseta. La caravana salió a las calles de Hulburg por las puertas del complejo Sokol entre tintineo de arneses y relinchos.

Geran permaneció ojo avizor por si los guardias del Consejo o algún ingenio lo estaba esperando para atraparlo cuando abandonara el refugio de la concesión, pero no apareció ningún enemigo mientras partían. El jefe de la caravana ordenó girar a la izquierda y comenzaron a subir por el cabo Keldon en dirección a la ruta de la costa; siguió sin producirse ningún revuelo, y no se oyó grito alguno. Sin embargo, más arriba, entre la niebla, Geran divisó a dos altas figuras grises que se cernían sobre la carretera que salía de la ciudad, inmóviles y con los yelmos ciegos. Se subió la bufanda y tiró de la capucha hacia abajo disimuladamente. La caravana avanzaba con lentitud, entre crujidos y chapoteos, y se encontró pensando de nuevo en los rumores que había oído acerca de aquellas cosas, y las especulaciones de Sarth sobre si se comunicaban unas con otras. Geran se preguntó si verían lo mismo que los hombres a través de esos yelmos que llevaban puestos, o si percibirían la identidad de alguien sin necesidad de reconocer sus facciones.

Agarró las riendas con más fuerza, listo para espolear la montura en un galope desesperado si los guardias lo retaban, y mantuvo la vista fija en la parte posterior de la cabeza del caballo mientras pasaba junto a los ingenios grises. Pero ni se movieron. Geran, resistiendo la tentación de mirar atrás, dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. Al parecer, las criaturas no leían la mente, ni nada parecido, lo cual era, en cierto modo, reconfortante.

Durante los siguientes seis o siete kilómetros, Geran siguió alerta, esperando oír los cascos de un caballo al galope siguiendo a la caravana, pero los gritos de persecución o las bandas de jinetes de la Guardia del Consejo no llegaron jamás. Finalmente, se permitió relajarse, y comenzó a pasar más tiempo observando el paisaje empapado que los rodeaba. Se recordó a sí mismo que Rhovann era listo y despiadado, pero no omnisciente. Se le podía vencer…, aunque aún no sabía cómo podría el ejército de Hulmaster enfrentarse a cientos de guardias a los que, aparentemente, era casi imposible hacer daño.

Permaneció con la caravana dos días mientras seguían la ruta de la costa hacia Thentia, por si acaso se encontraban con alguna patrulla de recorrido más amplio de guardias del Consejo o espías de Rhovann. La mañana del tercer día, informó al jefe de la caravana de que se iba, y continuó su camino al galope, para ahorrarse otro día de avance lento junto a las carretas. Tras un día cabalgando a buen ritmo, alcanzó las puertas de Lasparhall bien entrada la tarde, cuando la niebla finalmente se disipó y comenzó a hacer frío de nuevo.

Llegó hasta la puerta principal, descendió del caballo de un salto y se retiró la empapada capucha. Se frotó la espalda, contento de haber finalizado su viaje.

Había dos guardias del Escudo en la puerta. Se pusieron firmes al reconocerlo.

—¡Lord Hulmaster ha regresado! —dijo uno hacia el interior de la casa.

Les hizo un gesto para que descansaran mientras los mozos de cuadra acudían para ocuparse de la montura; a continuación, subió cansadamente los escalones hacia la puerta.

Allí lo recibió un soldado fornido, de rostro redondeado.

—Bienvenido de nuevo, lord Geran —dijo el sargento Kolton. El viejo y rotundo sargento le dedicó una breve sonrisa y después se volvió hacia los jóvenes soldados—. Bueno, no os quedéis ahí parados. ¡Echadle una mano a lord Hulmaster con sus alforjas!

—Me alegro de haber vuelto, sargento Kolton —respondió Geran. Hizo una pausa—. Pensé que Kara te haría capitán.

—Discúlpame, milord, pero lo rechacé. Me he pasado los últimos treinta años quejándome de los oficiales de alto rango. No sería muy decente hacerle esto a un veterano como yo. Por eso, lady Kara decidió hacerme sargento mayor en su lugar, y me puso al frente de la guardia de la Casa.

Geran sonrió y le posó la mano en el hombro, cubierto por la armadura. Sabía que Kara pretendía reorganizar la Guardia del Escudo y conceder algunos ascensos.

—Felicidades, sargento mayor. Dormiré mejor esta noche sabiendo que tú te encargas de la seguridad. —Paseó la mirada por el vestíbulo de la mansión y preguntó—: ¿Habéis tenido noticias de Sarth Khul Riizar?

—Sí, milord. Llegó hace tres días. —La expresión de su rostro se tornó feroz—. El hechicero nos contó cómo te ocupaste del sacerdote de Cyric que estaba detrás del asesinato del harmach. Bien hecho, lord Geran. Tu padre estaría orgulloso.

—Muchas gracias, Kolton. ¿Está Kara por aquí?

—Está en el campamento, haciendo maniobras con las compañías de campo. Supongo que estará de vuelta en una hora. La señora Siever siempre sirve la cena a las seis.

—Bien. La veré entonces. Mientras tanto, voy a darme un baño y a cambiarme de ropa. La cabalgada desde Hulburg es dura en esta época del año.

Subió a sus aposentos y se dio el gusto de tomar un largo baño de agua caliente, dejando que se disipara el frío del viaje, que se le había metido en los huesos. Cuando terminó, se vistió y bajó al comedor privado de los Hulmaster, esperando su primera comida decente en tres días. La mansión era más silenciosa ahora que Natali y Kirr ya no estaban allí, y se dio cuenta de que había echado de menos a sus jóvenes primos; esperaba que les estuviera yendo bien en el templo selunita al que los habían enviado por seguridad. Llegó justo cuando los sirvientes estaban empezando a servir ternera asada, pato trinchado y todo tipo de guarniciones. Su firmeza flaqueó tras un largo día a caballo, así que fue a coger una tajada de ternera asada a pesar de que aún no habían anunciado la cena.

—¿Por qué será que puedes hacer eso y salirte con la tuya? —preguntó una voz conocida—. He intentado hacer eso dos o tres veces en los últimos dos días y, cada una de las veces, la señora Siever me ha amenazado con agredirme físicamente.

Geran miró a su alrededor, dejando el plato robado encima de la mesa.

—¡Hamil! ¡No esperaba verte aquí!

El halfling se levantó del asiento en el que había estado sentado, junto a la gran chimenea (pasaba desapercibido en el sillón de tamaño humano, así que Geran se perdonó el no haberse dado cuenta de que había alguien allí sentado), y se quedó mirando el banquete que los cocineros de los Hulmaster estaban organizando. Era un tipo delgado y nervudo que medía poco más de un metro veinte, e iba vestido con un bonito jubón de color burdeos, unos bombachos color crema y un sombrero de ala ancha decorado con una pluma de brillantes colores. Hamil siempre se había enorgullecido de su elegancia en el vestir.

—Llegué dos días después de que partieras para Hulburg de nuevo. Pensé en seguirte, pero decidí que probablemente sería difícil encontrarte. Además, este clima invernal del Mar de la Luna no es apropiado para que un hombre razonable como yo salga a recorrer los caminos.

Geran volvió a coger el plato, añadió una loncha de queso y algo de pan para Hamil, y se reunió con su amigo junto al fuego.

—¿Cómo va todo en Tantras? —preguntó.

—Bastante bien. Hay una compañía mercantil nueva en Turmish que está comprando todo el maldito algodón, lo cual nos está dificultando obtenerlo sin pagar el doble de lo que vale, pero quizá permita que se lo queden este año, para ver si saben cómo llevarlo a los mercados del norte. En otras palabras, los negocios van como siempre. —Dirigió la mirada hacia Geran y se puso serio—. Sentí mucho lo del harmach. Me marché de Tantras en cuanto tuve noticia del asesinato, pero viajar en invierno es muy lento, y no pude llegar a tiempo para el funeral. Tu tío era un gran tipo; me caía muy bien.

—Lo sé —contestó Geran—. No merecía morir asesinado a cuchilladas.

—Me he enterado de que ya has respondido, en cierto modo.

—Así es. Le pedí ayuda a Sarth, y juntos le hicimos una pequeña visita al templo del Príncipe Agraviado. —Geran se frotó el puño derecho, recordando la sensación del acero temblando en su mano cuando atravesó el negro corazón del sacerdote—. Valdarsel no volverá a molestar a mi familia, ni él ni nadie.

—Bien —respondió Hamil, esbozando una sonrisa feroz.

El halfling siempre había sido rápido respondiendo a un insulto con un arma, o con sangre a la sangre; no iba a darle lecciones a Geran acerca de lo inútil que resultaba la venganza.

—Siento haberme perdido la oportunidad de ayudarte a destripar a ese bastardo asesino. De hecho, ahora que lo pienso, estoy algo enfadado contigo por haberlo matado sin mí.

Geran le ofreció al halfling el plato que acababa de llenar en el aparador a modo de disculpa. Sabía que Hamil hubiera ido a Hulburg sin rechistar. Se habían conocido hacía diez años, cuando Geran —que por aquel entonces era un pirata que iba por libre y que acababa de salir de Hulburg— se había unido a la Compañía del Escudo del Dragón, una banda de aventureros que viajaba por el Vast. Después de que los integrantes de la banda se separasen, ambos habían comprado acciones de la Compañía de la Vela Roja, en Tantras, y habían trabajado juntos hasta que los viajes de Geran lo habían conducido a Myth Drannor… Cuando lo exiliaron del reino de los elfos, Hamil le había vuelto a conseguir un puesto en la Vela Roja, hasta que el asesinato de Jarad Erstenwold lo había llevado de vuelta a Hulburg.

—Puedes ayudarme a que me ocupe de Rhovann, entonces —dijo—. Estoy convencido de que Valdarsel no hubiera movido un solo dedo contra nosotros sin el consentimiento de Marstel, y por lo que sé, éste no puede ni contar hasta cinco sin la ayuda de Rhovann.

—¡Ah, ahí estás! —Sarth apareció en la puerta, y le dedicó una mirada severa a Geran—. Te has tomado tu tiempo para escapar; sí, señor. Hemos estado todos muy preocupados por ti.

—Después de separarnos, me encontré acorralado —contestó el mago de la espada—. Tuve que esconderme un par de días antes de salir a hurtadillas de la ciudad, y luego me uní a una caravana Sokol que se dirigía a la ruta de la costa como tapadera.

—¡Hummm! Yo agoté mi conjuro de vuelo a pocos kilómetros a las afueras de Hulburg y tuve que caminar el resto del camino sin provisiones ni petate, prácticamente muriendo de congelación, hasta que pude volver a la civilización. —El tiflin fulminó a Geran con la mirada—. Espero sinceramente que hayas estado escondido en algún pajar frío y húmedo sin nada que comer mientras yo caminaba penosamente hacia Thentia.

Geran se encogió de hombros.

—Algo así —dijo con cautela.

Hamil debió de detectar sus evasivas, ya que bufó y miró a Geran con escepticismo. Por fortuna, el mago de la espada se libró de tener que explicar su salida de Hulburg con más detalle gracias a la llegada de su prima Kara, que entró agitadamente en la habitación, quitándose la pesada capa y sacudiéndola para retitar el agua que la empapaba.

Geran se levantó y fue a saludarla; la abrazó brevemente.

—Me alegro de verte, Kara —dijo—. Al parecer has conseguido manejar las cosas bastante bien por aquí.

—No tan bien como para que vuelvas a planear salir corriendo y dejármelo todo a mí —contestó, torciendo el gesto, aunque acabó en una sonrisa mientras lo decía—. Me alegra que hayas vuelto. Tenemos mucho de qué hablar.

—Después de la cena —prometió—. Necesito desesperadamente una buena comida caliente, y apuesto a que tú también, si has estado todo el día fuera con las tropas.

—Id empezando vosotros. Antes quiero secarme y cambiarme de ropa.

—No lo digas dos veces —comentó Hamil.

El halfling se puso en pie de un salto y fue directo a la comida. Los otros dos hicieron lo mismo. Geran llenó su plato —siempre lo asombraba lo hambriento que se quedaba uno después de todo un día pasando frío en el exterior—, y Hamil lo imitó, como era normal en un halfling. Después de un rato, Kara volvió a reunirse con ellos, ataviada con un vestido de montar rojo y una chaqueta de cuero a medida, en vez de la pesada armadura que llevaba al entrar. Durante la cena, Geran les contó una versión abreviada de su visita a Hulburg, incluida su conversación con Mirya, el ataque contra el templo del Príncipe Agraviado junto a Sarth, y sus posteriores esfuerzos por escapar de los ingenios de Rhovann. Admitió haberse refugiado en el complejo Sokol (lo cual provocó un gruñido por parte de Sarth, e hizo que Hamil enarcara una ceja, a pesar de haber dejado fuera cualquier referencia al tiempo que había pasado con Nimessa), y terminó relatando cómo los guardias grises parecían estar vigilando las carreteras que salían de Hulburg en esos momentos. Cuando terminó, los cuatro se sirvieron unas jarras de vino especiado y se retiraron a los sillones que estaban cerca de la chimenea.

Geran apoyó los pies sobre un escabel y bebió el vino caliente a sorbitos. Se dio cuenta de que si quería hacer algo más antes de que llegara la mañana, debía darse prisa. Estaba deseando irse a dormir.

—Ya habéis oído la historia de mi visita a Hulburg —le dijo a Kara—. ¿Cómo van las cosas por aquí?

—Bastante bien —respondió—, pero no tenemos dinero suficiente como para mantener el alojamiento y las provisiones de nuestros hombres durante mucho más tiempo. Debemos marchar en Ches o Tarsakh, ya que dudo de que sigamos teniendo un ejército para cuando llegue Mirtul. Lo bueno es que me he asegurado los servicios de los Mazas de Hielo durante un par de meses. —Hizo una mueca—. Me temo que lo más probable es que nos cueste Lasparhall. Tuve que prometerle a Kendurkkel Ironthane la mansión y los terrenos como garantía de cobro de los extras por luchar.

Geran hizo una mueca de dolor. ¡Ojalá no hubiera hecho eso! Si la suerte no los favorecía, Lasparhall hubiera sido una modesta herencia para Natali y Kirr, un título menor al que aferrarse en las siguientes generaciones. Se dijo que no tenía sentido discutirlo, ya que le había dicho a Kara que hiciera lo necesario para organizar un ejército y después lo había dejado todo en sus manos, por lo cual no tenía derecho a quejarse.

—¿En qué situación está el ejército en comparación con el de Marstel? —preguntó Hamil.

—Si incluimos a los Mazas de Hielo, marcharemos con algo menos de ochocientos soldados —contestó Kara—. Eso nos iguala bastante en número con la Guardia del Consejo y cualquier destacamento mercantil que Marstel pueda reunir. Si contamos las bandas de Puños Cenicientos, supongo que nos superarán en número por muy poco, pero confío en nuestra capacidad para vencer a la Guardia del Consejo y esa mezcolanza de compañías de mercenarios y rufianes en cualquier tipo de batalla en campo abierto.

—Te olvidas de los guardias grises de Rhovann —dijo Geran—. No los tuvimos en cuenta con anterioridad, pero creo que ahora debemos hacerlo. Si los mercenarios de Marstel tienen suficientes guardias apoyándolos, podríamos no vencer.

Sarth se mostró de acuerdo.

—Los ingenios podrían ser enemigos formidables en el campo de batalla.

Kara se inclinó hacia delante, mirando alternativamente a Geran y a Sarth.

—¿Cuántos guardias de ésos hay?

Geran se quedó pensando unos instantes. Había llegado a ver a diez a la vez, contando el grupo contra el que él y Sarth habían luchado mientras los otros se acercaban. Los demás estaban situados por parejas en cada uno de los puentes, junto al edificio del Consejo, y probablemente en otros puntos estratégicos de la ciudad, y Mirya había mencionado que había más en Griffonwatch. Era de suponer que aquellas criaturas no dormían ni descansaban; eran autómatas, y no necesitaban rotar ni estar fuera de servicio.

—Por lo que puedo conjeturar, Rhovann distribuyó por lo menos a una veintena de esas criaturas por toda la ciudad, y no me sorprendería que tuviera esa misma cantidad protegiendo el castillo. Podría contar con unos cincuenta o sesenta.

—Eso coincide con mis cálculos —dijo Sarth.

—¿Cómo luchaban? —preguntó Hamil.

—No son rápidos ni hábiles, pero son tan fuertes como ogros, y son endiabladamente difíciles de matar —respondió Geran—. No parece haber nada que les haga demasiado daño. Ni siquiera se molestan en defenderse. Creo que corren bastante deprisa, también, y probablemente no se cansan nunca.

—Así que, en otras palabras, ¿deberíamos hacernos a la idea de que la Guardia del Consejo tiene como apoyo a cincuenta trolls, o criaturas que luchan de un modo parecido? —preguntó Kara.

Geran hizo una mueca. No había pensado en ello de aquel modo, pero la comparación de Kara era bastante acertada. Los trolls eran grandes, fuertes, lentos y, de igual modo, muy difíciles de matar. Y, por supuesto, lo sabían, así que no dudaban en arrojarse sobre un montón de lanzas de punta para ganar una batalla. En la mayoría de los casos, un troll equivalía a cinco soldados de infantería humanos en una contienda, lo cual significaba que incluso veinte o treinta de los monstruos de Rhovann supondrían una fuerza bastante formidable en el campo de batalla.

—Sí —dijo—, se parecen mucho a los trolls.

Sarth meneó la cabeza.

—Quizá en lo físico —dijo—, pero creo que sería prudente recordar que los guardias grises parecen coordinarse en los ataques. Tal vez resulten incluso más peligrosos en el campo de batalla de lo que se podría suponer por su fuerza bruta y su aguante. Por ejemplo, es posible que puedan enviar mensajes a larga distancia, o reaccionar mucho más deprisa a las órdenes que unos simples trolls.

—En ese caso, no creo que debamos arriesgarnos a una batalla campal sin haber encontrado alguna manera de acabar con esos guardias —dijo Kara—. Sería una estupidez marchar a la guerra sólo para encontrarnos en el lugar donde Marstel y Rhovann puedan acabar con nosotros. Quizá podríamos agotarlos a base de escaramuzas, o sacar a Marstel del poder bloqueando el comercio durante el tiempo que haga falta…

—Deben de tener alguna debilidad que podamos explotar —se aventuró a decir Hamil—. A los trolls les da miedo el fuego; es una de las pocas cosas que pueden hacerles daño. Si tuvierais que enfrentaros con trolls, os aseguraríais de contar con los medios para quemarlos. Sarth, ¿no hay algún tipo de magia que puedas emplear contra ellos? ¿Algún tipo de contrahechizo o disyunción que pueda eliminar la fuerza que los anima?

El tiflin extendió las manos.

—Si contara con más tiempo, estoy seguro de que hallaría un conjuro que pudiera desactivarlos físicamente. Si no hay otro remedio, podría desintegrarlos lo suficiente como para que quedaran inutilizados. Pero no sé nada acerca de la magia que los anima y los doblega ante la voluntad de Rhovann. Mis propias artes no tienen nada que ver con la nigromancia, o la materia oscura, y eso es precisamente lo que les da vida a esos guardias.

—Supongo que no conocemos a ningún nigromante, ¿verdad? —dijo Hamil. Como nadie contestó, se encogió de hombros—. Bueno, en ausencia de magia con la que contrarrestarlos, apuesto a que podrías inmovilizar a una de las criaturas de Rhovann cortándola en pedazos. Los zombis no sienten dolor y no sangran, pero es muy fácil, aunque algo sucio, asegurarse de que sus miembros ya no funcionen más. Estos guardias grises deben de tener el mismo tipo de conexión mecánica entre músculos y huesos, o lo que sea que usen en lugar de músculos y huesos, que las criaturas vivas, o no podrían moverse. No son precisamente espectros ni fantasmas.

—Fantasmas y nigromantes…

Geran se quedó mirando pensativo el vino que tenía en la copa. Se encontró recordando la noche desesperada en que Sergen Hulmaster había convocado un ejército de guerreros espectrales —sirvientes del lich Esperus, el Rey de Cobre— para atacar Griffonwatch en un intento de borrar del mapa al resto de la familia y hacerse con el poder. Esperus, un mago no muerto de gran poder, había reclamado el dominio de los campos de túmulos que había en los Altos Páramos, entre Thentia y Hulburg, durante siglos. Geran se había encontrado con él una vez, una noche fría en uno de los túmulos, y Esperus lo había reconocido como Hulmaster. Y más adelante, el lich había utilizado a los miembros asesinados de la tripulación del desafortunado Tiburón de la Luna para enviarle una advertencia críptica a Geran acerca de la fatalidad que estaba a punto de sobrevenir a la Casa del harmach.

Recordó que el harmach Grigor había dicho algo acerca de Esperus antes de morir:

—Un juramento que cumplir en la cripta de Rívan —murmuró, mirando el vino con expresión reconcentrada. ¿Qué había querido decir Grigor con aquello?

Los demás lo miraron, extrañados.

—¿Qué has dicho? —preguntó Kara.

Alzó la vista y habló con mayor claridad.

—Creo que sí que conocemos a un nigromante. La cuestión es si estará o no dispuesto a ayudarnos… y a qué precio.