Notas

[1] Pero, se nos objeta, si la salud encierra elementos detestables, ¿cómo presentarla, lo que nosotros hacemos después, como el objetivo inmediato de la conducta? Hacerlo no implica ninguna contradicción. Ocurre sin cesar que una cosa, pese a ser dañina por algunas de sus consecuencias, sea, por otras, útil o hasta necesaria para la vida; ahora bien, si los malos efectos que tiene son neutralizados regularmente por una influencia contraria, resulta que, de hecho, sirve sin perjudicar, pero siempre es detestable, porque no deja de constituir por sí misma un peligro eventual no conjurado por la acción de ninguna fuerza antagonista. Así sucede con el delito; el daño que ocasiona a la sociedad es anulado por el castigo, si éste se aplica conforme a unas reglas. Lo cual quiere decir que, sin producir el mal que implica, mantiene con las condiciones fundamentales de la vida social las relaciones positivas que veremos a continuación. Pero como, por así decirlo, se vuelve inofensivo a pesar suyo, los sentimientos de aversión de los que es objeto no dejan de tener fundamento. <<

[2] Es decir, que no debe confundírsele con la metafísica positivista de Comte y de Spencer. <<

[3] A la vista está que, para admitir esta proposición, no es necesario mantener que la vida social sólo esté hecha de representaciones; basta asentar que, sean individuales o colectivas, las representaciones no pueden estudiarse científicamente más que a condición de que las estudiemos con objetividad. <<

[4] Proposición que, por otro lado, sólo es parcialmente exacta. Además de los individuos, hay cosas que son elementos integrantes de la sociedad. Lo que sucede es que los individuos son los únicos elementos activos de ella. <<

[5] Es inútil demostrar por qué, desde este punto de vista, parece todavía más evidente la necesidad de estudiar los hechos desde fuera, ya que son el resultado de síntesis que tienen lugar fuera de nosotros y de las que ni siquiera tenemos la percepción confusa que la conciencia puede darnos de los fenómenos interiores. <<

[6] El poder coercitivo que le atribuimos es incluso una parte tan pequeña del hecho social que éste bien puede presentar el carácter opuesto. Pues, al mismo tiempo que las instituciones se nos imponen, nosotros nos atenemos a ellas; nos obligan y nosotros las amamos; nos constriñen y nosotros sacamos provecho de su funcionamiento y de la coacción misma que ejercen sobre nosotros. Esta antítesis es la que los moralistas han señalado con frecuencia entre los dos conceptos del bien y del deber, que expresan dos aspectos diferentes, pero igualmente reales, de la vida moral. Quizá no haya prácticas colectivas que no ejerzan sobre nosotros esta doble acción, la cual, por otra parte, sólo es contradictoria en apariencia. Si no las hemos definido tomando en cuenta esta vinculación especial, interesada y desinteresada a la vez, es sólo porque no se manifiesta por signos exteriores que se pueden percibir con facilidad. El bien tiene algo que es más interno, más intimo que el deber, por lo tanto, menos asible. <<

[7] Véase la voz «Sociologie» de la Grande Encyclopédie, por Fauconnet y Mauss. <<

[8] El hecho de que las creencias y las prácticas sociales penetren en nosotros desde fuera no quiere decir que las recibamos pasivamente y sin hacerles sufrir ninguna modificación. Al pensar las instituciones colectivas, al asimilarnos a ellas, las individualizamos, les imprimimos, más o menos, nuestro sello personal; es así como, al pensar el mundo sensible, cada uno de nosotros lo colorea a su estilo, y por eso distintas personas se adaptan de modo diferente a un mismo entorno físico. Por esa razón cada uno de nosotros se fabrica, hasta cierto punto, su moral, su religión, su técnica. No hay conformismo social que no comporte toda una gama de matices individuales. Sin embargo, el campo de las variaciones permitidas es limitado. Es nulo o muy endeble en el círculo de los fenómenos religiosos y morales, donde la variación se convierte fácilmente en delito; es más amplio en todo lo que concierne a la vida económica. Pero, tarde o temprano, incluso en el primer caso, nos topamos con un límite que no podemos rebasar. <<

[9] Sistema de la lógica deductiva e inductiva, lib VI, caps. VII-XII. <<

[10] Ibid., capítulo v, 2.ª ed., pp. 294-336. <<

[11] Por lo demás, no se trata de decir que toda coacción es normal. Volveremos más tarde sobre este punto. <<

[12] La gente no se suicida a cualquier edad, ni en todas las edades, con la misma intensidad. <<

[13] Vemos hasta qué punto se aleja esta definición del hecho social, de la que sirve de base al ingenioso sistema de M. Tarde. Primero debemos declarar que nuestras investigaciones no nos han hecho comprobar en ningún lado esta influencia preponderante que M. Tarde atribuye a la imitación en la génesis de los hechos colectivos. Además, parece que de la definición anterior, que no es una teoría sino un simple resumen de datos inmediatos de la observación, resulta que la imitación, no sólo no expresa siempre, sino nunca, lo esencial y característico del hecho social. Sin duda, todo hecho social es imitado, tiene, como acabamos de mostrar, una tendencia a generalizarse, pero porque es social, es decir, obligatorio. Su poder de expansión es, no la causa, sino la consecuencia de su carácter sociológico. Si los hechos sociales fueran los únicos que producen dicha consecuencia, la imitación podía servir, si no para explicarlos, al menos para definirlos. Pero un estado individual que tiene repercusiones no deja por eso de ser individual. Además, podemos preguntarnos si la palabra imitación es la que conviene para designar la propagación debida a una influencia coercitiva. Bajo esta única expresión se confunden fenómenos muy diferentes y que necesitarían ser distinguidos. <<

[14] Este estrecho parentesco entre la vida y la estructura, el órgano y su función, puede ser fácilmente establecido en sociología porque, entre estos dos términos extremos, existen toda una serie de intermediarios inmediatamente observables y que demuestran el lazo entre ellos. La biología no tiene el mismo recurso. Pero está permitido creer que las inducciones de la primera de estas ciencias sobre dicho tema son aplicables al otro y que, en los organismos como en las sociedades, sólo hay entre esos dos órdenes de hechos diferencias de grado. <<

[15] Novum organum, I, 26. <<

[16] Ibid., I, 17. <<

[17] Ibid., I, 36. <<

[18] Sociol., trad. francesa, III, 331-332. <<

[19] Sociol., III, 332. <<

[20] Concepción, por otra parte, controvertible, (Véase División del trabajo social, II, 2, § 4.) <<

[21] «Por lo tanto, la cooperación no podría existir sin sociedad, y ese es el objeto por el cual una sociedad existe» (Principios de Sociol., III, 332). <<

[22] Sistema de la lógica, III. <<

[23] Este carácter se deduce de las expresiones mismas empleadas por los economistas. Se habla sin cesar de ideas, de la idea de lo útil, de la idea de ahorro, de colocación, de gasto. (Véase Gide, Principios de economía política, libro III, cap. I § 1; cap. II, § 1; cap. III, § 51). <<

[24] Es cierto que la mayor complejidad de los hechos sociales hace que su ciencia sea más difícil. Pero, en compensación, precisamente porque la sociología es la recién llegada, tiene la posibilidad de aprovechar los progresos realizados por las ciencias inferiores y de aprender en su escuela. Esta utilización de las experiencias realizadas no dejará de acelerar su desarrollo. <<

[25] J. Darmesteter, Les prophétes d’Israel, p. 9. <<

[26] En la práctica, siempre se parte del concepto vulgar y de la palabra vulgar. Se busca si, entre las cosas que connota confusamente esa palabra, las hay que presentan caracteres exteriores comunes. Si las hay y si el concepto formado por la agrupación de los hechos aproximados de esta manera coinciden, si no totalmente (lo cual es raro), por lo menos en su mayor parte, con el concepto vulgar, podemos seguir designando al primero con la misma palabra que al segundo y conservar en la ciencia la expresión empleada en el lenguaje corriente, Pero si la desviación es demasiado considerable, si la noción común confunde una pluralidad de nociones distintas, se impone la creación de términos especiales. <<

[27] Esta misma ausencia de definición ha hecho decir a veces que la democracia se encontraba igualmente al comienzo y al final de la historia. La verdad es que la democracia primitiva y la de hoy difieren mucho una de otra. <<

[28] Criminologie, p. 2. <<

[29] Véase Lubbock, Los orígenes de la civilización, cap. VIII. En forma más general aún se dice, con menos falsedad, que las religiones antiguas son amorales o inmorales. La verdad es que tienen su moral propia. <<

[30] Habría que tener, por ejemplo, razones para creer que en un momento dado el derecho no expresa ya el verdadero estado de las relaciones sociales, a fin de que dicha sustitución no fuera legitima. <<

[31] Véase División del trabajo social, 1, J. <<

[32] Véase nuestra «Introducción a la sociología de la familia», en Anales de la facultad de Letras de Burdeos, 1889. <<

[33] Podemos distinguir así lo patológico de lo teratológico. Lo segundo es sólo una excepción en el espacio; no se encuentra en el promedio de la especie, pero dura toda la vida de los individuos donde se encuentra. Se ve, por lo demás, que estos dos órdenes de hechos sólo difieren en grado y son en el fondo de igual naturaleza; los límites entre ellos son muy borrosos, porque la enfermedad puede hacerse crónica y la monstruosidad avanzar. Por lo tanto, no es posible separarlas radicalmente cuando se las define. La distinción entre ellas no puede ser más categórica entre lo morfológico y lo fisiológico, puesto que en suma lo mórbido es lo anormal en el orden fisiológico, como lo teratológico es lo anormal en el orden anatómico. <<

[34] Por ejemplo, el salvaje que tuviera el aparato digestivo reducido y el sistema nervioso desarrollado que tiene el hombre civilizado sano, sería un enfermo en relación con su medio. <<

[35] Abreviamos esta parte de nuestra explicación porque sólo podríamos repetir, a propósito (le los hechos sociales en general, lo que hemos dicho en otro lado a propósito de la distinción de los hechos morales en normales y anormales, (Véase División del trabajo social, p. 33-39), <<

[36] Es cierto que Garofalo ha tratado de distinguir entre lo mórbido y lo anormal (Criminología, pp. 109, 110). Pero los únicos argumentos sobre los cuales apoya esta distinción son los siguientes: 1) La palabra enfermedad significa siempre algo que tiende a la destrucción total o parcial del organismo; si no hay destrucción, hay curación, nunca estabilidad como en varias anomalías. Pero acabamos de ver que lo anormal, también, es una amenaza para el ser vivo en el promedio de los casos. Es cierto que no sucede siempre así; pero los peligros que implica la enfermedad sólo existen en la generalidad de las circunstancias. En cuanto a la falta de estabilidad que distinguiría lo mórbido, equivale a olvidar las enfermedades crónicas y separar radicalmente lo teratológico de lo patológico. Las monstruosidades son fijas. 2) Lo normal y lo anormal, según dice, varían con las razas, mientras que la distinción de lo fisiológico y lo patológico es valida para todo el genus homo. Por el contrario, acabamos de demostrar que, con frecuencia, lo que es mórbido en el salvaje no lo es en el civilizado. Las condiciones de la salud física varían con los ambientes. <<

[37] Claro que podemos preguntar si, cuando un fenómeno procede necesariamente de las condiciones generales de la vida, no resulta por eso mismo útil. No podemos tratar esta cuestión filosófica, Sin embargo, nos ocupamos de ella un poto más adelante. <<

[38] Véase, sobre este punto, una nota que publicamos en la Revista Filosófica (noviembre, 1893) sobre «La definición del socialismo». <<

[39] Las sociedades segmentarias, y especialmente las sociedades segmentarias ron base territorial, son aquellas cuyas articulaciones esenciales corresponden a las divisiones territoriales. (Véase División del trabajo social, pp. 189-210). <<

[40] En ciertos casos, se puede proceder de manera un poco distinta y demostrar que un hecho cuyo carácter normal se pone en duda merece o no esta reflexión, haciendo ver que se relaciona estrechamente con el desarrollo anterior del tipo social considerado, e incluso con el conjunto de la evolución social en general, o bien, al contrario, que contradice al uno y al otro. En esta forma hemos podido demostrar que la debilitación actual de las creencias religiosas, y más generalmente de los sentimientos colectivos hacia objetos colectivos, es completamente normal; y hemos probado que este debilitamiento je hace más acusado a medida que las sociedades se aproximan a nuestro tipo actual y que éste, a su vez, está más desarrollado (División del trabajo social, pp. 73-182). Pero, en el tondo, este método no es más que un caso particular del anterior. Pues si la normalidad de este fenómeno ha podido ser establecida de esta manera, es porque al mismo tiempo se ha relacionado con las condiciones más generales de nuestra existencia colectiva. En efecto, por una parte, si esta regresión de la conciencia religiosa es tanto más señalada cuanto que la estructura de nuestras sociedades está más determinada, se debe, no a alguna causa accidental, sino a la constitución misma de nuestro medio social; y como, por otra parte, las particularidades características de la estructura social están sin duda más desarrolladas hoy que antaño, es normal que los fenómenos que dependen de ella estén amplificados. Este método difiere sólo del anterior en que las condiciones que explican y justifican la generalidad del fenómeno están inducidas y no directamente observadas. Se sabe que pertenecen a la naturaleza del medio social sin que se sepa en qué ni cómo. <<

[41] Pero se nos dirá que entonces la realización del tipo normal no es el objeto más elevado que podamos proponernos, y para superarlo hay que superar también la ciencia. No tenemos por qué tratar aquí esta cuestión ex professo; contestamos únicamente: 1) que es completamente teórica, porque de hecho el tipo normal, el estado de salud, es ya bastante difícil de conseguir y se logra bastante raramente como para que nos estrujemos la imaginación buscando algo mejor; 2) que esas mejoras, objetivamente más ventajosas, no son objetivamente deseables; porque si no responden a ninguna tendencia latente o en acto no aumentarán en nada la felicidad, y si responden a alguna tendencia, es que el tipo normal no está realizado; 3) en fin, que, para mejorar el tipo normal es preciso conocerlo. Por lo tanto, en todo caso, sólo se puede superar la ciencia apoyándose en ella. <<

[42] Aunque el crimen sea un fenómeno de la sociología normal, no se deduce que el criminal sea un individuo normalmente constituido desde el punto de vista biológico y psicológico. Ambas cuestiones son independientes una de otra. Se comprenderá mejor esta independencia cuando hayamos demostrado más adelante la diferencia entre los hechos psíquicos y los hechos sociológicos. <<

[43] Calumnias, injurias, difamación, dolo, etc. <<

[44] Nosotros mismos hemos cometido el error de hablar así del criminal por no haber aplicado nuestra regla (División del trabajo social, pp. 395,396). <<

[45] No porque el crimen sea un hecho normal de la sociología hay que dejar de odiarlo. El dolor tampoco es nada deseable; el individuo odia como la sociedad odia el crimen, y sin embargo, tiene que ver con la fisiología normal. No sólo procede directamente de la constitución misma de todo ser vivo, sino que desempeña un papel útil en la vida por lo que no puede ser sustituido. Por eso, presentar nuestro pensamiento como una apología del crimen sería desnaturalizarlo singularmente. Ni siquiera soñaríamos con protestar contra dicha interpretación, pues ya sabemos a qué extrañas acusaciones y a qué malentendidos se expone quien intenta estudiar los hechos morales objetivamente y hablar de ellos en un lenguaje que no es el del vulgo. <<

[46] Véase Garofalo, Criminologie, p. 299. <<

[47] De la teoría desarrollada en este capítulo se ha deducido alguna vez que, de acuerdo con nosotros, la marcha ascendente de la criminalidad en el curso del siglo XIX era un fenómeno normal. Nada más lejos de nuestro pensamiento. Varios hechos que habíamos indicado a propósito del suicidio (véase El suicidio, pp. 420 y s) tienden, por el contrario, a hacernos creer que este desarrollo es, en general, mórbido. De todas maneras, podría suceder que cierto aumento de algunas formas de la criminalidad sea normal, porque cada estado de civilización posee su criminalidad propia. Pero acerca de esto sólo es posible hacer hipótesis. <<

[48] La llamo así porque entre los historiadores es algo frecuente, pero no quiero decir que se encuentre en todos. <<

[49] Curso de filosofía, IV, 263. <<

[50] Novum organum, 11, 36. <<

[51] Sociología, 11, 135. <<

[52] «No podemos decir siempre con precisión qué es lo que constituye una sociedad simple» (ibid, 135, 136). <<

[53] Ibid, 136. <<

[54] División del trabajo social, p. 189. <<

[55] Sin embargo, es verosímil que, en general, la distancia entre las sociedades competentes no sea muy grande; de otra manera, no podría haber entre ellas ninguna comunidad moral. <<

[56] ¿No es ese el caso del Imperio romano que parece no tener parangón en la historia? <<

[57] Al redactar este capítulo para la primera edición de esta obra, no dijimos nada del método que consiste en clasificar las sociedades de acuerdo con su grado de civilización. En efecto, en ese momento no existían clasificaciones de ese género propuestas por sociólogos autorizados, salvo tal vez la de Comte, evidentemente arcaica. Desde entonces, se han hecho diversos ensayos en este sentido, especialmente Los de Vierkandt (Die Kulturtypen der Menscheit, en Archiv. F. Antropologie, 1898), los de Sutherland (The Origin and Growth of the Moral Instinct), y los de Steinmetz (Classification des types sociaux, en Année sociologique, III, pp. 43-147). Sin embargo, no nos detendremos en discutirlos, porque no responden al problema planteado en este capítulo. Encontramos en él clasificadas, no las especies sociales, sino algo muy diferente, fases históricas. Francia ha pasado desde sus orígenes por formas de civilización muy diferentes; ha empezado por ser agrícola, para pasar luego a la industria de las artes y oficios y al pequeño comercio, después a la manufactura, y por fin a la gran industria. Pero es imposible admitir que una misma individualidad colectiva pueda cambiar de especie tres o cuatro veces. Una especie debe definirse por caracteres más constantes. El estado económico, tecnológico, etc. presenta fenómenos demasiado inestables y demasiado complejos para proporcionar la base de una daisificación. Es incluso muy posible que una misma civilización industrial, científica, artística pueda encontrarse en sociedades cuya constitución congénita es muy diferente. El Japón podrá tomarnos en préstamo nuestras artes, nuestra industria, incluso nuestra organización política; no dejará por eso pertenecer a otra especie social distinta que la de Francia y Alemania. Añadiremos que estas tentativas, aunque llevadas a cabo por sociólogos eminentes, sólo han producido resultados vagos, discutibles y de poca utilidad. <<

[58] Curso de filosofía, IV, 262.

<<

[59] Sociología, III, 336. <<

[60] División del trabajo, 1, II, caps. III y IV. <<

[61] No queremos plantear aquí cuestiones de filosofía general que no estarían en su lugar. Sin embargo, observemos que, mejor estudiada, esta reciprocidad de causa y efecto podría suministrar una manera de reconciliar el mecanismo científico con el finalismo que implican la existencia y, sobre todo, la persistencia de la vida. <<

[62] División del trabajo social, 1 II, cap. XI. y especialmente pp. 105 ss. <<

[63] División del trabajo social, 52, 53. <<

[64] Ibid., 301 ss. <<

[65] Curso de filosofía, IV, 333. <<

[66] Ibid., 315. <<

[67] Curso de filosofía, 346. <<

[68] Ibid., 335. <<

[69] Principio de sociología, I, 14, 14. <<

[70] Op. cit., I, 583. <<

[71] Ibid., 582. <<

[72] Ibid., 18. <<

[73] «La sociedad existe para beneficio de sus miembros, los miembros no existen para beneficio de la sociedad…; los derechos del cuerpo político no son nada en sí mismos, sólo pasan a ser algo a condición de que encarnen los derechos de los individuos que lo componen» (Op. cit., II, 20). <<

[74] He aquí en qué sentido y por qué razones se puede y se debe hablar de una conciencia colectiva distinta de las conciencias individuales. Para justificar esta distinción, no es necesario hipostasiar la primera; es algo especial y debe designarse con un término especial, simplemente porque los estados que la constituyen difieren específicamente de los que constituyen las conciencias particulares. Esta especificidad se debe a que no están formadas por los mismos elementos. Unas, en efecto, resultan de la naturaleza del ser organicopsíquico considerado aisladamente, las otras de la combinación de una pluralidad de seres de ese género. Las resultantes tienen que diferir, puesto que las componentes difieren hasta ese punto. Nuestra definición del hecho social sólo marcaba de otra manera esta línea de demarcación. <<

[75] Si es que existe antes de toda vida social. Véase sobre este punto Espinas, Sociedades animales, 474. <<

[76] División del trabajo social, 1, II, cap. I <<

[77] Los fenómenos psíquicos sólo pueden tener consecuencias sociales cuando están tan íntimamente unidos a fenómenos sociales que la acción de unos y otros queda necesariamente confundida. Ese es el caso de ciertos hechos sociopsíquicos. Así, un funcionario es una fuerza social, pero es al mismo tiempo un individuo. De ahí resulta que puede utilizar la energía social que detenta en un sentido determinado por su naturaleza individual, y así puede ejercer una influencia sobre la constitución de la sociedad. Esto es lo que sucede a los hombres de Estado y, más generalmente, a los hombres geniales. Éstos, aunque no ejerzan una función social, deducen de los sentimientos colectivos que suscitan una autoridad que es también una fuerza social, a la que pueden poner, en cierta medida, al servicio de ideas personales. Pero vemos que estos casos se deben a accidentes individuales y por consiguiente no pueden afectar los rasgos constitutivos de la especie social, que es sólo objeto de la ciencia. La restricción al principio enunciado anteriormente no es pues de gran importancia para el sociólogo. <<

[78] En nuestra División del trabajo hemos cometido el error de insistir demasiado en la densidad material como expresión exacta de la densidad dinámica. De todos modos, la sustitución de la primera por la segunda es absolutamente legítima para todo lo que concierne a los efectos económicos de ésta, por ejemplo, la división del trabajo como hecho puramente económico. <<

[79] La posición de Comte sobre este tema es de un eclecticismo bastante ambiguo. <<

[80] He aquí por qué no toda coacción es siempre normal. Sólo merece este nombre la que corresponde a alguna superioridad social, es decir, intelectual o moral. Pero la que un individuo ejerce sobre otro porque es más fuerte o rico, sobre todo si esta riqueza no expresa su valor social, es anormal y sólo puede sostenerse por medio de la violencia. <<

[81] Nuestra teoría es incluso más contraria a la de Hobbes que la del derecho natural. En efecto, para los partidarios de esta última doctrina, la vida colectiva sólo es natural en la medida en que puede ser deducida de la naturaleza individual. Ahora bien, en rigor, sólo las formas más generales de la organización social pueden derivarse de ese origen. En cuanto a los pormenores, está demasiado alejado de la extrema generalidad de las propiedades psíquicas para poder relacionarse con ellas; a los discípulos de esta escuela les parece tan artificial como a sus adversarios. Al contrario, para nosotros, todo resulta natural, incluso las disposiciones más especiales, porque todo se funda en la naturaleza de la sociedad. <<

[82] Curso de filosofía positiva, IV, 328. <<

[83] Sistema de la lógica, II, 478. <<

[84] División del trabajo social, p. 87. <<

[85] En el caso del método de diferencia, la ausencia de la causa excluye la presencia del efecto. <<

[86] No es justo, pues, calificar de materialista nuestro método. <<