EN RESUMEN, los caracteres de este método son los siguientes:
En primer lugar, es independiente de toda filosofía. Como la sociología ha nacido de todas las grandes doctrinas filosóficas, ha conservado el hábito de apoyarse en algún sistema del que se ha hecho solidaria. De este modo, ha sido sucesivamente positivista, evolucionista, espiritualista, cuando debe contentarse con ser sociología y nada más. Incluso vacilaríamos en calificarla de naturalista, a menos que no se quiera indicar solamente con esto que considera los hechos sociales como explicables naturalmente, y, en ese caso, el epíteto resulta bastante inútil, puesto que significa simplemente que el sociólogo elabora una ciencia y no es un místico. Pero rechazamos esa palabra si se le da un sentido doctrinal respecto a la esencia de las cosas sociales si, por ejemplo, se pretende afirmar que son reducibles a las demás fuerzas cósmicas. La sociología no tiene por qué tomar partido entre las grandes hipótesis que dividen a los metafísicos. Como el determinismo, tampoco tiene que afirmar la libertad. Todo lo que pide es que se le conceda que el principio de causalidad se aplique a los fenómenos sociales. Y aun plantea este principio, no como una necesidad racional, sino únicamente como un postulado empírico, producto de una inducción legítima. Puesto que la ley de causalidad ha sido verificada en los otros reinos de la naturaleza, y progresivamente ha extendido su imperio del mundo fisicoquímico al mundo biológico, y de éste al mundo psicológico, estamos en el derecho de admitir que esta ley es igualmente cierta en el mundo social; y es posible añadir hoy que las investigaciones emprendidas sobre la base de este postulado tienden a confirmarla. Pero la cuestión de saber si la naturaleza del lazo causal excluye toda contingencia no está resuelta por eso.
Por lo demás, la propia filosofía está interesada en esta emancipación de la sociología: mientras el sociólogo no renuncie al filósofo, seguirá considerando las cosas sociales en su aspecto más general, aquel en el que se parecen más a las otras cosas del universo. Ahora bien, aunque la sociología concebida de esta manera puede ilustrar con hechos curiosos una filosofía, no podría enriquecerla con visiones nuevas puesto que no señala nada nuevo en el objeto que estudia. En realidad, si los hechos fundamentales de los otros reinos vuelven a encontrarse en el reino social, es bajo formas especiales que hacen comprender mejor su naturaleza porque son su expresión más elevada. Pero para percibirlas bajo este aspecto es preciso abandonar las generalizaciones y penetrar en el pormenor de los hechos. Así, la sociología, a medida que se especialice, proporcionará materiales más originales a la reflexión filosófica. Ya lo que antecede ha podido hacernos entrever cómo unas nociones esenciales, como las de especie, órgano, función, salud y enfermedad, causa y fin, se presentan bajo aspectos completamente inéditos. Por otra parte, ¿no es la sociología la ciencia destinada a presentar con todo su relieve una idea que podría ser la base, no sólo de una psicología, sino de toda una filosofía: la idea de asociación?
Frente a unas doctrinas prácticas, nuestro método permite y exige la misma independencia. La sociología entendida de esta manera no será ni individualista, ni comunista, ni socialista en el sentido que se da vulgarmente a estos términos. Por principio, ignorará las teorías a las cuales no podría reconocerles ningún valor científico, puesto que tienden directamente, no a expresar los hechos, sino a reformarlos. Como mucho, si se interesa en ellos es en la medida en que los considera hechos sociales que pueden ayudarla a comprender la realidad social, manifestando las necesidades que operan en la sociedad. No se trata, sin embargo, de que se desinterese de las cuestiones prácticas. Al contrario, se ha podido ver que nuestra preocupación constante ha sido orientarla de forma que pueda llegar al terreno práctico. Encuentra necesariamente esos problemas al final de sus investigaciones. Pero como sólo se presentan en ese momento, y después se desembaraza de los hechos y no de las pasiones, se puede prever que para el sociólogo se deben plantear en términos muy distintos a aquellos en los que se los plantea la multitud: sus soluciones, parciales, no pueden coincidir exactamente con ninguna de aquellas a las que llegan los partidos. Pero el papel de la sociología desde ese punto de vista debe justamente consistir en liberarnos de todos los partidos, no tanto oponiendo una doctrina a las demás doctrinas, como haciendo adoptar a los espíritus, frente a esas cuestiones, una actitud especial que sólo la ciencia puede dar mediante el contacto directo con las cosas. En efecto, sólo la ciencia puede enseñar a tratar con respeto, pero sin fetichismo, las instituciones históricas, sean cuales fueren, haciéndonos sentir a la vez lo que tienen de necesario y de provisional, su fuerza de resistencia y su variabilidad infinita.
En segundo lugar, nuestro método es objetivo. Está dominando completamente por la idea de que los hechos sociales son cosas y deben ser tratados como tales. Sin duda, este principio vuelve a encontrarse bajo una forma un poco diferente en la base de las doctrinas de Comte y de Spencer. Pero estos grandes pensadores nos han dado su fórmula teórica, no la pusieron en práctica. Para que no siguiera siendo letra muerta no bastaba promulgarla; era preciso convertirla en base de toda una disciplina que le llegara al científico en el momento mismo en que aborda el objeto de sus investigaciones y que lo acompañara paso a paso en todas sus gestiones. Nosotros nos hemos dedicado a instituir esa disciplina. Hemos demostrado de qué manera el sociólogo debía apartarse de su nociones anticipadas acerca de los hechos para colocarse frente a los hechos mismos; cómo debería pedirles el medio de clasificarlos en hechos sanos y hechos mórbidos; cómo, en fin, debería inspirarse en el mismo principio para elaborar sus explicaciones y para buscar la manera de comprobarlas. Porque cuando se tiene la sensación de encontrarse en presencia de cosas, no se piensa siquiera en explicarlas con cálculos utilitarios ni razonamientos de otra clase. Se comprende demasiado la distancia que hay entre dichas causas y dichos efectos. Una cosa es una fuerza que no puede ser engendrada más que por otra fuerza. Por lo tanto, para dar cuenta de los hechos sociales se buscan energías capaces de producirlos. Las explicaciones no son sólo distintas, sino que se demuestran de otra manera, o más bien es sólo entonces cuando se experimenta la necesidad de demostrarlas. Si los fenómenos sociológicos no son más que sistemas de ideas objetivas, las explicaciones consisten en pensarlas de nuevo en su orden lógico y esta explicación es en sí misma su prueba; todo lo demás se puede confirmar con algunos ejemplos. En cambio, únicamente las experiencias metódicas pueden arrancar su secreto a las cosas.
Pero si consideramos los hechos sociales como cosas, es como cosas sociales. Es el tercer rasgo característico de nuestro método consiste en ser exclusivamente sociológico. Ha parecido con frecuencia que estos fenómenos, a causa de su extrema complejidad, o bien eran refractarios a la ciencia, o bien sólo podían penetrar en ella reducidos a sus condiciones elementales, psíquicas u orgánicas, es decir, despojados de su naturaleza propia. Nosotros, al contrario, nos hemos propuesto establecer que es posible tratarlos científicamente, sin quitarles nada de sus caracteres específicos. Incluso nos hemos negado a relacionar esa inmaterialidad sui generis que los caracteriza con la inmaterialidad, tan compleja, sin embargo, de los fenómenos psicológicos; con mayor razón, nos hemos prohibido reabsorberla, a imitación de la escuela italiana, en las propiedades generales de la materia organizada[86]. Hemos hecho ver que un hecho social sólo puede ser explicado por otro hecho social, y al mismo tiempo hemos demostrado cómo esta especie de explicación es posible señalando en el medio social interno el motor principal de la evolución colectiva. La sociología no es pues el anexo de ninguna otra ciencia; es por sí misma una ciencia separada y autónoma, y el sentimiento de lo que tiene de especial la realidad social es incluso tan necesario al sociólogo que, únicamente una cultura especialmente sociológica puede prepararlo para entender los hechos sociales.
Nosotros estimamos que este progreso es el más importante de los que le quedan por efectuar a la sociología. Sin duda, cuando una ciencia está naciendo, para hacerla tenemos que referirnos a los únicos modelos que existen, es decir, a las ciencias ya formadas. En ellas hay un tesoro de experiencias ya hechas que sería insensato no aprovechar. Sin embargo, ninguna ciencia puede considerarse definitivamente constituida más que cuando ha llegado a hacerse una personalidad independiente. Porque no tiene razón de ser más que cuando su materia consiste en un orden de hechos que las demás ciencias no estudian. Pero es imposible que las mismas nociones puedan convenir de idéntica manera a cosas de naturaleza distinta.
Estos nos parecen ser los principios del método sociológico.
Este conjunto de reglas se nos puede antojar inútilmente complicado si se le compara con los procedimientos en uso. Todo este aparato de precauciones puede parecer muy laborioso para una ciencia que hasta ahora sólo exigía de los que se consagraban a ella una cultura general y filosófica; y en efecto, es indudable que la puesta en práctica de dicho método sólo puede tener por efecto difundir la curiosidad de las cosas sociológicas. Cuando se exige a las personas como condición de iniciación previa que se despojen de los conceptos que tienen la costumbre de aplicar a un orden de cosas para volver a pensar en él de nuevo, no se puede esperar que se reclute una numerosa clientela. Pero este no es el fin al que tendemos. Al contrario, creemos que ha llegado el momento de que la sociología renuncie a los éxitos mundanos, por decirlo así, y de que adquiera el carácter esotérico que le conviene a toda ciencia. Ganará así en dignidad y autoridad lo que tal vez pierda en popularidad. Porque mientras permanezca mezclada en las luchas partidistas, mientras se contente con elaborar, con más lógica que el vulgo, las ideas comunes y que, en consecuencia, no suponga ninguna competencia especial, no tendrá derecho a hablar lo suficientemente alto para hacer callar las pasiones y los prejuicios. Sin duda, todavía está lejos la época en que pueda desempeñar con eficacia este papel; pero hay que ponerla en situación de desempeñarlo un día, por lo que desde este momento debemos trabajar.