6. Reglas relativas
a la administración
de la prueba

I

SÓLO TENEMOS UNA MANERA de demostrar que un fenómeno es causa de otro, y consiste en comparar los casos en los que están presentes o ausentes al mismo tiempo y buscar si las variaciones que presentan en las diferentes combinaciones de circunstancias testimonian que uno depende del otro. Cuando pueden ser artificialmente producidos a juicio del observador, el método es la experimentación propiamente dicha. Cuando, al contrario, la producción de los hechos no está a nuestra disposición y sólo podemos aproximarlos tal y como se producen espontáneamente, el método que se aplica es el de la experimentación indirecta o método comparativo.

Y a hemos visto que la explicación sociológica consiste exclusivamente en establecer relaciones de causalidad, lo mismo cuando se trata de religar un fenómeno a causa o, al contrario, de religar una causa a sus efectos últimos. Puesto que, por otra parte, los fenómenos sociales escapan evidentemente a la acción del que opera, el método comparativo es el único que conviene a la sociología. Es verdad que Comte no lo ha juzgado suficiente; ha creído necesario completarlo con lo que llama método histórico; pero la causa está en su concepción particular de las leyes sociológicas. Según él, dichas leyes deben expresar principalmente, no relaciones definidas de causalidad, sino el sentido en el cual se orienta la evolución humana general; por lo tanto, no pueden ser descubiertas con ayuda de comparaciones, porque para poder comparar las diferentes formas que adopta un fenómeno social entre diferentes pueblos, es preciso haberlo separado de las series temporales a las cuales pertenece. Ahora bien, si se empieza por fragmentar así el desarrollo humano, se llega a la imposibilidad de encontrar su continuación. Para conseguirlo no conviene proceder por análisis, sino por grandes síntesis. Hay que aproximarlos unos a otros y reunir en una misma intuición, de alguna especie, los estados sucesivos de la humanidad a fin de percibir «el crecimiento continuo de cada disposición física, intelectual, moral y política[82]». Esta es la razón de ser de este método que Comte denomina histórico y que después queda desprovisto de todo objeto en cuanto se ha rechazado la concepción fundamental de la sociología comtista.

Es cierto que Mill declara inaplicable a la sociología la experimentación aunque sea indirecta. Pero lo que basta para quitar a su argumentación una gran parte de su autoridad es que la aplica igualmente a los fenómenos biológicos, e incluso a los hechos fisicoquímicos más complejos[83]; pero hoy ya no hay que demostrar que la química y la biología sólo pueden ser ciencias experimentales. No existe pues ninguna razón para que sus criticas estén más fundadas en lo que concierne a la sociología; porque los fenómenos sociales sólo se distinguen de los anteriores por una complejidad mayor. Esta diferencia puede implicar que el empleo del razonamiento experimental en sociología ofrece todavía más dificultades que en las otras ciencias; pero no vemos por qué sería radicalmente imposible.

Además, toda esta teoría de Mill se apoya en un postulado que está ligado sin duda a los principios fundamentales de la lógica, pero en contradicción con todos los resultados de la ciencia. En efecto, admite que un mismo consecuente no resulta siempre de un mismo antecedente, pero puede ser debido a veces a una causa y a veces a otra. Esta concepción del lazo causal, al quitarle toda determinación, lo hace casi inaccesible al análisis científico; cuando introduce una tal complicación en el enmarañamiento de las causas y de los efectos, el espíritu se pierde en ellos sin remedio. Si un efecto puede derivar de causas diferentes, para saber lo que lo determina es un conjunto de circunstancias dadas, sería preciso que la experiencia se hiciera en condiciones de aislamiento prácticamente irrealizables, sobre todo en sociología.

Pero este pretendido axioma de la pluralidad de las causas es una negación del principio de causalidad. Sin duda, si se cree con Mill que la causa y el efecto son absolutamente heterogéneos, que no hay entre ellos ninguna relación lógica, no es nada contradictorio admitir que un efecto pueda seguir a veces a una causa y a veces a otra. Si la relación que une a C con A es puramente cronológica, no excluye otra relación del mismo género que uniría por ejemplo a C con B. Pero si, al contrario, el lazo causal tiene algo inteligible, no puede ser indeterminado hasta ese punto. Si consiste en una relación que procede de la naturaleza de las cosas, un mismo efecto no puede sostener esa relación más que como una sola causa, porque sólo puede expresar una naturaleza. Únicamente los filósofos han puesto alguna vez en duda la inteligibilidad de la relación causal. Para el científico no hay dudas; está supuesta por el método de la ciencia. ¿Cómo explicar de otra manera el papel tan importante que desempeña la deducción en el razonamiento fundamental y el principio fundamental de la proporcionalidad entre la causa y el efecto? En cuanto a los casos que se citan y en los que se pretende observar una pluralidad de causas, para que fueran demostrativos sería preciso haber establecido previamente, o bien que esta pluralidad no es sólo aparente, o bien que la unidad exterior del efecto no se superpone a una pluralidad real. ¡Cuántas veces ha reducido la ciencia a la unidad causas cuya diversidad parecía a primera vista irreductible! El propio Stuart Mill da un ejemplo de ello al recordar que, de acuerdo con las teorías modernas, la producción de calor por frotamiento, por percusión, o acción química, etc., derivan de una sola y misma causa. A la inversa, cuando se trata del efecto, el científico distingue a menudo lo que el vulgo confunde. Para el sentido común, la palabra fiebre designa una sola entidad mórbida; para la ciencia hay una multitud de fiebres específicamente diferentes y la pluralidad de las causas se encuentra en relación con la de los efectos; y si entre todas esas especies gnosológicas hay algo en común es que esas causas, igualmente, se confunden por algunos de sus caracteres.

Importa tanto más exorcizar ese principio de la sociología cuanto que muchos sociólogos padecen aún su influencia, y esto aun cuando no lo convierten en una objeción contra el empleo del método comparativo. Así, es corriente decir que el delito puede ser producido por causas muy diferentes; y que sucede lo mismo con el suicidio, la aflicción, etc. Aplicando con este espíritu el razonamiento experimental, por mucho que se reúna un número considerable de hechos no se podrá nunca obtener leyes precisas y relaciones de causalidades determinadas. Si se quiere aplicar el método comparativo de una manera científica, es decir, conformándonos al principio de causalidad tal y como se desprende de la misma ciencia, se deberá tomar como base de las comparaciones la proposición siguiente: a un mismo efecto corresponde siempre una misma causa. Volviendo a los ejemplos citados antes, si el suicido depende de más de una causa es que en realidad hay varias especies de suicidios. Lo mismo ocurre con el crimen. Por el contrario, para la aflicción si se ha creído que se explicaba igualmente bien por causas diferentes, es porque no se ha advertido el elemento común que se vuelve a encontrar en todos los antecedentes y en virtud del cual producen su efecto común[84].

II

Sin embargo, si bien los diversos procedimientos del método comparativo no son inaplicables a la sociología, no todos tienen la misma fuerza demostrativa.

El método denominado de los residuos, si es que constituye una forma de razonamiento experimental, no es, por decirlo así, de ninguna utilidad en el estudio de los fenómenos sociales. Además de que sólo puede servir en las ciencias bastante adelantadas, puesto que supone ya conocidas un número importante de leyes. Los fenómenos sociales son demasiado complejos para que, en caso dado, se pueda suprimir con exactitud el efecto de todas las causas menos una.

Esta misma razón dificulta la utilización del método de concordancia y el de diferencia. En efecto, suponen que los casos comparados o concuerdan en un solo punto o difieren en uno sólo. Sin duda, no hay ninguna ciencia que haya podido jamás instituir experiencias en que el carácter rigurosamente único de una concordancia o de una diferencia quedara establecido de forma irrefutable. No se está nunca seguro de no haber dejado escapar algún antecedente que concuerde o que difiera como el consecuente, a la vez y de igual manera que el único antecedente conocido. Sin embargo, aunque la eliminación absoluta de todo elemento adventicio sea un límite ideal que no puede ser realmente alcanzado, de hecho las ciencias fisicoquímicas e incluso las ciencias biológicas se aproximan bastante para que, en un gran número de casos, la demostración pueda ser considerada como prácticamente suficiente. Pero no sucede lo mismo en sociología por la complejidad demasiado grande de los fenómenos, unida a la imposibilidad de toda experiencia artificial. Como no podría hacerse un inventario, ni siquiera casi completo, de todos los hechos que coexisten en el seno de una misma sociedad o que se han sucedido en el curso de su historia, no se puede nunca estar seguro, ni en forma aproximativa, que dos pueblos concuerdan o difieren bajo todos los aspectos menos uno. Las posibilidades de permitir que un fenómeno se nos escape son muy superiores a las de no descuidar ninguno. Por lo tanto, semejante método de demostración no puede engendrar más que conjeturas que, reducidas a sí mismas, están casi desprovistas de todo carácter científico.

Pero ocurre todo lo contrario con el método de las variaciones concomitantes. En efecto, para que sea demostrativo, no es necesario que todas las variaciones diferentes a las que se comparan hayan sido rigurosamente excluidas. El simple paralelismo de los valores por los cuales pasan los dos fenómenos, con tal de que haya sido establecido en un número de casos suficientemente variados, es prueba de que existe una relación entre ellos. Este método debe ese privilegio a que llega a la relación causal, no de fuera, como los anteriores, sino por dentro. No nos hace ver simplemente dos hechos que se acompañan o que se excluyen exteriormente[85], de suerte que nada prueba directamente que estén unidos por un lazo interno; al contrario, nos los presenta participando el uno del otro y de una manera continua, por lo menos en lo que respecta a su cantidad. Esta participación basta por sí sola para demostrar que no son extraños el uno al otro. La forma en que un fenómeno se desarrolla expresa su naturaleza; para que dos desarrollos se correspondan es preciso que exista también una correspondencia en las naturalezas que manifiestan. La concomitancia constante es pues por sí misma una ley fuera el que fuere el estado de los fenómenos que quedaron fuera de la comparación. Así, para degradarla no basta demostrar que es puesta en duda por algunas aplicaciones particulares del método de concordancia o diferencia; esto sería atribuir a ese género de pruebas una autoridad que no puede tener en sociología. Cuando dos fenómenos varían regularmente, hay que mantener esa relación aunque en ciertos casos uno de esos fenómenos se presenten sin el otro. Porque puede suceder, o bien que la causa no haya podido producir su efecto por la acción de alguna causa contraria, o bien que se encuentre presente, pero bajo una forma distinta de la que se ha observado antes. Sin duda, se pueden examinar de nuevo los hechos, pero no abandonar resultados de una demostración bien realizada.

Es cierto que las leyes establecidas por dicho procedimiento no se presentan siempre de golpe bajo la forma de relaciones de causalidad. La concomitancia puede ser debida no a que uno de los fenómenos sea la causa del otro, sino a que son ambos efectos de una misma causa, o bien a que existe entre ellos un tercer fenómeno, intercalado pero inadvertido, que es efecto del primero y causa del segundo. Los resultados a los que conduce este método necesitan ser interpretados. Pero ¿cuál es el método experimental que permite obtener mecánicamente una relación de causalidad sin que los hechos que establece tengan que ser elaborados por el espíritu? Lo que importa es que esta elaboración sea conducida metódicamente y he aquí la manera en que podremos proceder. Se buscará primero, con ayuda de la deducción, cómo uno de los dos términos ha podido producir el otro; luego nos esforzaremos en comprobar el resultado de esta deducción con ayuda de experiencias, es decir, de nuevas comparaciones. Si la deducción es posible y si la verificación tiene éxito, se podrá considerar que la prueba ha sido hecha. Si, por el contrario, no se advierte entre estos hechos ningún lazo directo, sobre todo si la hipótesis de dicho lazo contradice las leyes ya demostradas, habrá que buscar un tercer fenómeno del cual dependan igualmente los otros dos, o haya podido servir de intermediario entre ellos. Por ejemplo, se puede establecer de la manera más segura que la tendencia al suicidio varía como la tendencia a la instrucción. Pero es imposible comprender cómo la instrucción puede conducir al suicidio; esta explicación contradice las leyes de la psicología. La instrucción, sobre todo reducida a los conocimientos elementales, sólo llega a las regiones más superficiales de la conciencia; en cambio, el instinto de conservación es una de nuestras tendencias fundamentales. Por lo tanto, no podría ser afectado sensiblemente por un fenómeno tan distante y de una resonancia tan débil. Llegamos así a preguntarnos si uno y otro hecho no serían consecuencia del mismo estado. Esta causa común es el debilitamiento del tradicionalismo religioso, que refuerza a la vez la necesidad de saber y la inclinación al suicidio.

Pero hay otra razón que hace del método de las variaciones concomitantes el instrumento por excelencia de las investigaciones sociológicas. En efecto, incluso cuando las circunstancias les son más favorables, los otros métodos sólo pueden ser aplicados útilmente cuando el número de los hechos comparados es muy considerable. Si no se pueden encontrar dos sociedades que no difieren o que no se parecen más que en un sólo punto, por lo menos se puede comprobar que dos hechos o se acompañan o se excluyen de modo muy general. Pero para que esta comparación tenga un valor científico es preciso que haya sido hecha muchas veces; sería casi necesario estar seguro de que todos los hechos han sido pasados en revista. Ahora bien, no es posible un inventario tan completo, pero además los hechos acumulados así no pueden nunca quedar establecidos con una precisión suficiente porque son demasiados. No sólo corremos el riesgo de omitir algunos esenciales que contradicen a los ya conocidos, sino que también no tenemos la seguridad de conocer a fondo estos últimos. En realidad, lo que ha desacreditado a menudo los razonamientos de los sociólogos es que, como han aplicado de preferencia el método de concordancia o el de diferencia y sobre todo el primero, se han preocupado más de recopilar documentos que de criticarlos y seleccionarlos. Así, colocan en el mismo plano las observaciones confusas y precipitadas de los viajeros y los textos concretos de la historia. Al ver estas demostraciones no podemos menos que decir que un sólo hecho podría bastar para degradarlas, pero los hechos mismos sobre los que quedan establecidas no siempre inspiran confianza.

El método de las variaciones concomitantes no nos obliga ni a esas enumeraciones incompletas ni a esas observaciones superficiales. Para que den resultado bastan algunos hechos. En cuanto se ha probado que en cierto número de casos dos fenómenos varían, uno como otro, podemos tener la certeza de que nos encontramos en presencia de una ley. Como no hace falta que sean muchos, los documentos pueden ser escogidos y además estudiados de cerca por el sociólogo que los utiliza. Podrá y deberá después tomar como materia principal de sus inducciones las sociedades cuyas creencias, tradiciones, usos y derecho han tomado cuerpo en monumentos escritos y auténticos. Sin duda, no desdeñará las informaciones de la etnografía (no hay hechos que puedan ser desdeñados por el científico), pero las situará en su verdadero lugar. En vez de convertirlas en el centro de gravedad de sus investigaciones, sólo las utilizará en general como complemento de aquello que debe a la historia o, por lo menos, procurará confirmarlas por medio de esta última. De esta manera, no sólo circunscribirá con más discernimiento la extensión de sus comparaciones, sino que las conducirá con más espíritu crítico; porque, por lo mismo que se reducirá a un orden restringido de hechos, podrá controlarlos con más cuidado. Sin duda, no tiene que rehacer la obra de los historiadores; pero no puede tampoco recibir pasivamente y de cualquier mano las informaciones que utiliza.

Pero no debemos creer que la sociología se encuentra en una situación de inferioridad sensible frente a las demás ciencias, porque sólo puede utilizar un procedimiento experimental. Este inconveniente es, en efecto, compensado por la riqueza de las variaciones que se ofrecen espontáneamente a las comparaciones del sociólogo y de las que no se encuentra ningún ejemplo en otros reinos de la naturaleza. Los cambios que tienen lugar en un organismo en el curso de una existencia individual son poco numerosos y muy restringidos; los que se pueden provocar artificialmente sin destruir la vida están confinados a límites estrechos. Es verdad que en la sucesión de la evolución zoológica se han producido cambios más importantes, pero sólo han dejado vestigios raros y oscuros, y es aún más difícil encontrar las condiciones que los determinaron. La vida social, por el contrario, es una sucesión ininterrumpida de transformaciones paralelas a otras transformaciones en las condiciones de la existencia colectiva; y no tenemos sólo a nuestra disposición las que se relacionan con una época reciente, sino un gran número de aquellas por las que han pasado los pueblos desaparecidos y que han llegado hasta nosotros. A pesar de estas lagunas, la historia de la humanidad es mucho más clara y completa que la de las especies animales. Además, existe una multitud de fenómenos sociales que se producen en toda la extensión de la sociedad, pero que adoptan formas diversas según las regiones, las profesiones, las confesiones, etc. Citemos, por ejemplo, el crimen, el suicidio, la natalidad, la nupcialidad, el ahorro, etc. De la diversidad de esos medios especiales resultan, para cada uno de esos órdenes de hechos, nuevas series de variaciones, fuera de las que produce la evolución histórica. Si el sociólogo no puede aplicar con la misma eficacia todos los procedimientos de la investigación experimental, el único método del que debe servirse, casi con exclusión de los demás, puede ser en sus manos fecundo porque posee, a fin de ponerlo en obra, recursos incomparables.

Pero sólo produce sus resultados si se practica con rigor. No se prueba nada cuando, como sucede con tanta frecuencia, nos contentamos con mostrar ciertos ejemplos de casos aislados en que los hechos han variado, como sugiere la hipótesis. De estas concordancias esporádicas y fragmentarias no se puede sacar ninguna conclusión general. Ilustrar una idea no equivale a demostrarla. Lo que hace falta no es comparar variaciones aisladas, sino series de variaciones regularmente constituidas cuyos términos se enlazan unos a otros mediante una gradación lo más continua posible y cuya extensión sea suficiente. Porque las variaciones de un fenómeno sólo nos permiten inducir de ellas la ley si expresan claramente la forma en la que el fenómeno se desarrolla en circunstancias determinadas. Para esto es preciso que haya entre ellas la misma sucesión que entre los diversos momentos de una misma evolución natural, y, además, que esta evolución que representan sea bastante prolongada para que su sentido no resulte dudoso.

III

Pero la forma en que deben ser formadas estas series difiere según los casos. Pueden abarcar hechos tomados en una sola y única sociedad, o en varias sociedades de la misma especie, o en varias especies sociales distintas.

El primer procedimiento puede bastar, en rigor, cuando se trata de hechos muy generales y sobre los cuales poseemos informaciones estadísticas bastante extensas y variadas. Por ejemplo, al observar la curva de suicidios que expresa durante un periodo de tiempo suficientemente largo las variaciones que presenta dicho fenómeno por provincias, clases, comarcas rurales o urbanas, sexos, edades, estado civil, etc., se puede llegar, incluso sin extender las investigaciones fuera de un solo país, a establecer verdaderas leyes, aunque sea siempre preferible confirmar estos resultados mediante otras observaciones realizadas sobre otros pueblos de la misma especie. Pero no nos podemos contentar con comparaciones tan limitadas más que cuando se estudia alguna de esas corrientes sociales difundidas en toda la sociedad, aunque varíen de un punto a otro. Cuando, por el contrario, se trata de una institución, una regla jurídica o moral, una costumbre organizada que es la misma y funciona del mismo modo en toda la extensión del país y sólo cambia en el tiempo, no nos podemos encerrar en el estudio de un solo pueblo; porque entonces no tendríamos como materia de la prueba más que una sola pareja de curvas paralelas, o sea, las que expresan la marcha histórica del fenómeno considerado y de la causa conjeturada, pero en esta sola y única sociedad. Sin duda, incluso este paralelismo único, si es constante, es ya un hecho considerable, pero no podría constituir él solo una demostración.

Abarcando a varios pueblos de la misma especie se dispone ya de un campo de comparación más amplio. Primero, se puede confrontar la historia de uno por medio de la de los otros y ver si, en cada uno de ellos, observado aparte, el mismo fenómeno evoluciona en el tiempo en función de las mismas condiciones. Luego se pueden establecer comparaciones entre esos diversos desarrollos. Por ejemplo, se determinará la forma que el hecho estudiado adopta en esas diferentes sociedades en el momento en que llega a su apogeo. Como, aunque pertenecientes al mismo tipo son sin embargo individualidades distintas, dicha forma no es la misma en todos lados; está más o menos acusada, según los casos. Tendremos así una nueva serie de variaciones que aproximaremos a las que presenta, en el mismo momento y en cada uno de esos países, la condición supuesta. Así que, después de haber seguido la evolución de la familia patriarcal a través de la historia de Roma, de Atenas, de Esparta, se clasificarán esas mismas ciudades según el grado máximo de desarrollo que alcanza en cada una de ellas ese tipo familiar y se verá después si, en relación con el estado del medio social del que parece depender después de la primera experiencia, se clasifican todavía de la misma manera.

Pero incluso este método no puede bastar. En efecto, sólo se aplica a los fenómenos que han nacido durante la vida de los pueblos que se comparan. Ahora bien, una sociedad no crea totalmente su organización; la recibe, en parte, ya hecha, de las que la han precedido. Lo que se le transmite no es, en el curso de la historia, el producto de ningún desarrollo, por consiguiente no puede ser explicado si no salimos de los límites de la especie de la que forma parte. Sólo pueden tratarse de esa manera las adiciones que superponen a ese fondo primitivo y lo transforman. Pero cuanto más ascendemos en la escala social, menos importancia tienen los caracteres adquiridos por cada pueblo al lado de los caracteres transmitidos. Sin embargo, esa es la condición de todo progreso. Así, los elementos nuevos que hemos introducido en el derecho doméstico, el derecho de propiedad, la moral, desde el comienzo de nuestra historia, son relativamente pocos y de poca importancia si los comparamos con los que el pasado nos legó. Las novedades que se producen de esta manera no podrían entenderse si no se ha estudiado primero los fenómenos más fundamentales que constituyen sus raíces y sólo pueden ser estudiados con ayuda de comparaciones mucho más amplias. Para poder explicar el estado actual de la familia, del matrimonio, de la propiedad, etc., habría que conocer cuáles son sus orígenes, cuáles son los elementos simples que componen dichas instituciones; y respecto a estos puntos la historia comparada de las grandes sociedades europeas no podría traernos grandes luces. Es preciso remontarnos más atrás.

Por consiguiente, para dar cuenta de una institución social que pertenezca a una especie determinada, se compararán las distintas formas que presenta, no únicamente entre los pueblos de su especie, sino en todas las especies anteriores. ¿Se trata, por ejemplo, de la organización doméstica? Se constituirá primero el tipo más rudimentario que haya existido, para seguir después paso a paso la manera en que se ha complicado progresivamente. Este método, al que podríamos denominar genético, nos daría de una vez el análisis y la síntesis del fenómeno. Porque, por otra parte, nos presentaría disociados los elementos que la componen, ya que nos los haría ver superponiéndose sucesivamente unos a otros y, al mismo tiempo, gracias a ese vasto campo de comparación, estaría más en situación de determinar las condiciones de las que dependen su formación y su asociación. Por consiguiente, no se puede explicar un hecho social de cierta complejidad más que a condición de seguir su desarrollo integral a través de todas las especies sociales. La sociología comparada no es una rama particular de esa ciencia; es la sociología misma, puesto que deja de ser puramente descriptiva y aspira a dar cuenta de los hechos.

En el curso de estas vastas comparaciones, se comete a menudo un error que falsea sus resultados. A veces, para juzgar sobre el sentido en el cual se desarrollan los acontecimientos sociales, se ha comparado simplemente lo que sucede durante la decadencia de cada especie con lo que se produce en los comienzos de la especie siguiente. Procediendo así se ha creído poder decir, por ejemplo, que el debilitamiento de las creencias religiosas y de todo tradicionalismo sólo podía ser un fenómeno transitorio en la vida de los pueblos porque sólo aparece durante el último periodo de su existencia para extinguirse en cuanto una nueva evolución empieza. Pero con semejante método estamos expuestos a confundir la marcha regular y necesaria del progreso con lo que es efecto de una causa muy distinta. El estado en que se encuentra una sociedad joven no es la simple prolongación del estado al que habían llegado al final de su carrera las sociedades que sustituye, sino que procede en parte de esa juventud misma que impide que los productos de las experiencias hechas por los pueblos anteriores sean todas inmediatamente asimilables y utilizables. De esta manera, el niño recibe de sus padres facultades y predisposiciones que sólo entran en juego en su vida tardíamente. Continuando con el mismo ejemplo, diremos que es posible que ese retorno del tradicionalismo que se observa en los comienzos de cada historia no se deba al hecho de que un retroceso del mismo fenómeno sólo puede ser transitorio, sino a las condiciones especiales en que se encuentra toda sociedad naciente. La comparación sólo puede ser demostrativa si se elimina el factor edad, que la enturbia: para llegar a ello, bastará considerar las sociedades que se comparan en el mismo periodo de su desarrollo. De este modo, para saber en qué sentido evoluciona un fenómeno social se comparará lo que es durante la juventud de cada especie, con lo que llega a ser durante la juventud de la especie siguiente, y según presente, de una de esas etapas a la otra, mayor o menor intensidad, se dirá que progresa, retrocede o se mantiene.