NOTA DEL EDITOR A LA QUINTA ENTREGA
Imaginen un hombre de hace un siglo, lo suficientemente atrevido como para diseñar y, de hecho, construir una gran torre con la que transmitir la voz humana, música, imágenes, noticias de prensa e incluso energía, a través de la tierra a cualquier distancia ¡¡sin cables!! Probablemente lo habrían colgado o quemado en la hoguera. Así que cuando Tesla construyó su famosa torre en Long Island se había adelantado cien años a su tiempo. Y la mofa insensata por parte de los savants de sillón de nuestros días no estropea en absoluto la grandeza de Tesla.
Casi se puede decir que el cerebro titánico de Tesla no ha producido una maravilla más asombrosa que este “transmisor de aumento”. En contra de la creencia popular, su torre no fue construida para radiar ondas hercianas en el éter. El sistema de Tesla envía miles de caballos de vapor a través de la tierra (él ha demostrado con experimentos cómo se puede enviar la energía de manera inalámbrica a distancia desde un punto central). No existe ningún misterio sobre cómo consigue el resultado. Sus históricas patentes estadounidenses y sus artículos describen el método que se utiliza. El transmisor de aumento de Tesla es verdaderamente una moderna lámpara de Aladino.
Cuando repaso los eventos de mi vida me doy cuenta de cuan sutiles son las influencias que conforman nuestros destinos. Un incidente de mi juventud puede servir para ilustrarlo. Un día de invierno, me las arreglé para subir una montaña escarpada, en compañía de otros chicos. La nieve era bastante profunda y un viento templado del sur la hacía adecuada para nuestro propósito. Nos divertimos lanzando bolas de nieve que rodaban a cierta distancia, juntando más o menos nieve e intentando superarnos unos a otros en este excitante deporte. De repente, vimos una bola que iba más allá del límite, fue adquiriendo unas dimensiones enormes hasta que alcanzó el tamaño de una casa y se hundió estruendosamente en el valle con una fuerza que hizo temblar la tierra. Miré embelesado, incapaz de comprender lo que había ocurrido. Semanas después, la imagen de la avalancha seguía ante mis ojos y yo me maravillaba por cómo algo tan pequeño podía crecer hasta alcanzar un tamaño tan inmenso. Desde entonces, la ampliación de las acciones débiles me ha fascinado y cuando, años después, comencé el estudio experimental de la resonancia mecánica y eléctrica, me resultó profundamente interesante desde el principio. Es posible que, de no haber sido por aquella temprana y poderosa impresión, yo no hubiera seguido investigando aquella pequeña chispa que obtuve con mi bobina y que nunca hubiera desarrollado mi mejor invento, cuya verdadera historia voy a contar aquí por primera vez.
MANDAR EL MUNDO DE LAS MÁQUINAS AL DESGUACE
Algunos “cazadores de leones” me han preguntado muchas veces cuál de mis inventos valoro más. Depende del punto de vista. No pocos hombres de técnica, muy capacitados en sus departamentos especializados pero dominados por un espíritu pedante y corto de miras, han manifestado que, excepto el motor de inducción, yo he dado al mundo pocas cosas de uso práctico. Esto es una grave equivocación. No se debe juzgar una idea nueva por sus resultados inmediatos. Mi sistema alterno de transmisión de energía llegó en un momento crítico, como una respuesta en voz baja a las cuestiones urgentes de la industria y, aunque hubo que superar resistencias considerables y conciliar intereses opuestos, como siempre, su presentación comercial no pudo retrasarse mucho. Ahora, comparen esta situación con la que concierne a mi turbina, por ejemplo. Uno pensaría que un invento tan simple y bello, que posee muchas de las características de un motor ideal, debería ser adoptado a la primera y, sin duda, en unas condiciones semejantes. Pero el efecto previsto para el campo rotatorio no era el de hacer que la maquinaria existente quedase sin valor; al contrario, era aportarle un valor adicional. El sistema se prestaba a empresas nuevas así como a una mejora de las antiguas. Mi turbina es un avance de un carácter totalmente distinto. Es una desviación radical en el sentido de que su éxito implicaría abandonar los tipos anticuados de generadores de energía motriz en los que se han gastado miles de millones de dólares. En semejantes circunstancias, es necesario que el progreso sea lento y quizá el mayor impedimento se halla en las opiniones prejuiciosas que la oposición organizada ha creado en las mentes de los expertos. Justo el otro día, tuve una experiencia descorazonadora cuando me encontré con mi amigo y antiguo asistente, Charles F. Scott, ahora profesor de Ingeniería Eléctrica en Yale. Hacía mucho tiempo que no lo veía y me alegré mucho de tener una oportunidad para charlar un poco en mi oficina. Nuestra conversación derivó, como es natural, hacia mi turbina y yo me acaloré de modo extremo. “Scott”, exclamé arrastrado por la visión de un futuro glorioso, “mi turbina llevará al desguace a todos los motores térmicos del mundo”. Scott se frotó la barbilla y apartó la mirada pensativo, como si estuviera haciendo un cálculo mental. “Eso supondrá un buen montón de chatarra”, dijo y se fue sin añadir palabra.
Esta fotografía muestra la famosa torre de Tesla erigida en Shoreham, Nueva York. La torre fue desmantelada cuando estalló la guerra. Tenía cincuenta y siete metros de altura. La cima esférica tenía veinte metros de diámetro. Nótese el enorme tamaño de la estructura comparado con la planta de energía de dos pisos que se ve al fondo. La torre, que iba a ser utilizada por Tesla en su “mundo inalámbrico”, nunca se terminó.
'LA LÁMPARA DE ALADINO’
Estos y otros inventos míos, sin embargo, tan solo fueron pasos adelante en algunas direcciones. Yo únicamente seguía el instinto innato de mejorar los dispositivos del momento, sin ninguna reflexión especial acerca de nuestras necesidades más imperiosas. El “Transmisor de Aumento” fue producto de un trabajo que se extendió años y tenía como principal objetivo la solución de problemas que son infinitamente más importantes para la humanidad que el mero desarrollo industrial.
Si mi memoria no me falla, fue en noviembre de 1890 cuando llevé a cabo en el laboratorio uno de los experimentos más extraordinarios y espectaculares jamás recordados en los anales de la ciencia. Mientras investigaba el comportamiento de las corrientes de alta frecuencia, tuve que cerciorarme de que en una habitación se podía producir un campo eléctrico de suficiente intensidad como para encender tubos de vacío sin electrodos. En consecuencia, se construyó un transformador para probar la teoría y la primera prueba fue un éxito maravilloso. Es difícil apreciar lo que aquellos extraños fenómenos significaron entonces. Ansiamos nuevas sensaciones pero enseguida nos volvemos indiferentes a ellas. Las maravillas de ayer son los sucesos corrientes de hoy. Cuando mis tubos se exhibieron de forma pública por primera vez, fueron recibidos con un asombro imposible de describir. Me llegaban invitaciones urgentes desde todas partes y me ofrecían numerosos honores y otros incentivos halagadores, que decliné.
EN LA SILLA DE FARADAY
Pero en 1892, las solicitudes se volvieron irresistibles y fui a Londres, donde di una charla ante la Institución de Ingenieros Eléctricos. Mi intención era salir de inmediato para París de acuerdo con una obligación similar, pero sir James Dewar insistió en que me presentase ante la Royal Institution. Yo era un hombre de una firmeza incontestable, pero sucumbí fácilmente a los contundentes argumentos del gran escocés. Me lanzó a una silla, llenó medio vaso con un maravilloso líquido marrón que despedía destellos de todo tipo de colores iridiscentes y que me sabía a néctar. “Ahora, me dijo, estás sentado en la silla de Faraday y estás disfrutando el whisky que él solía beber”. En ambos sentidos fue una experiencia envidiable. La noche siguiente hice una demostración ante la mencionada institución, al final de la cual lord Rayleigh se dirigió a la audiencia y sus generosas palabras me dieron el primer empujón en este empeño. Salí volando de Londres y más tarde de París para escapar de los favores que me llovían y viajé de regreso a casa, donde sufrí una enfermedad y un suplicio de lo más dolorosos. Después de recobrar la salud, comencé a formular planes para la reanudación de mi trabajo en Estados Unidos. Hasta entonces, no había caído en la cuenta de que poesía un don particular para hacer descubrimientos, pero lord Rayleigh, a quien siempre había considerado como el ideal del hombre de ciencia, lo había dicho, y si así era, sentía que debía concentrarme en alguna gran idea.
EL GATILLO DE LA NATURALEZA
Un día, mientras vagaba por las montañas, busqué refugio para una tormenta que se aproximaba. El cielo se cargó de nubes pesadas, pero de algún modo, la lluvia se retrasó hasta que, de pronto, se produjo un relámpago y unos momentos después, el diluvio. Observar esto me dejó pensativo. Era evidente que los dos fenómenos estaban estrechamente relacionados, como causa y efecto, y una pequeña reflexión me condujo a la conclusión de que la energía eléctrica implicada en la precipitación de agua era insignificante, y que la función del relámpago era más parecida a la de un gatillo de precisión. Aquí había una posibilidad estupenda de éxito. Si pudiéramos producir efectos eléctricos de la calidad necesaria, todo este planeta, así como las condiciones para la existencia en él, se podrían transformar. El sol hace que el agua de los océanos se eleve y los vientos la llevan a regiones distantes, donde permanece en un estado de delicado equilibrio. Si estuviera en nuestro poder alterarla cuando y donde deseásemos, esta poderosa corriente que es la que sostiene la vida podría controlarse a voluntad. Podríamos irrigar desiertos áridos, crear lagos y ríos, y disponer de energía motriz en cantidades ilimitadas. Este sería el modo más eficiente de aprovechar el sol para uso humano. Alcanzarlo dependía de nuestra habilidad para desarrollar fuerzas eléctricas del orden de las que hay en la naturaleza. Parecía una empresa sin futuro, pero yo me decidí a intentarlo y en cuanto regresé a Estados Unidos, en el verano de 1892, comencé el trabajo, que para mí resultó todavía más atractivo, porque para la transmisión de energía de manera inalámbrica era necesario un medio de la misma naturaleza.
CUATRO MILLONES DE VOLTIOS
El primer resultado gratificante lo obtuve en la primavera del año siguiente, cuando alcancé una tensión de más o menos un millón de voltios con mi bobina cónica. Esto no es mucho a la luz de lo que se alcanza hoy, pero entonces fue considerado una hazaña. Se hicieron progresos firmes hasta que un incendio destruyó mi laboratorio en 1895, como se puede juzgar por un artículo de T. C. Martin que apareció en el número de abril del Century Magazine. Esta calamidad me retrasó de muchos modos y la mayor parte de aquel año la tuve que dedicar a la planificación y la reconstrucción.
Esta fotografía de una maqueta muestra cómo se vería la torre que Tesla construyó en Long Island hace dieciocho años si se hubiera terminado. De su apariencia, nadie deduciría que iba a ser utilizada para los grandes propósitos que se exponen en el artículo que la acompaña.
Sin embargo, en cuanto las circunstancias me lo permitieron, volví a la tarea. Aunque sabía que se podían alcanzar fuerzas electromotrices superiores con aparatos de mayores dimensiones, tuve la intuición de que se podía alcanzar el objetivo con un diseño más apropiado de un transformador comparativamente más pequeño y compacto. Cuando llevaba a cabo pruebas con un secundario con forma de espiral plana, como se ilustra en mis patentes, me sorprendió la ausencia de corrientes, pero poco después descubrí que esto se debía a la posición de las vueltas y su acción mutua. Aprovechando lo que había observado, recurrí al uso de un conductor de alta tensión con vueltas de unos diámetros considerables, que estaban suficientemente separadas como para limitar la capacidad distribuida y, al mismo tiempo, prevenir la acumulación indebida de carga en cualquier punto. La aplicación de este principio me permitió producir tensiones de cuatro millones de voltios, lo que estaba más o menos en el límite de lo que se podía obtener en mi nuevo laboratorio de Houston Street, pues las descargas se extendían a una distancia de cinco metros. Una fotografía de este transmisor se publicó en Electrical Revievo en noviembre de 1898. Para avanzar en esta línea, tuve que salir al aire libre y en la primavera de 1899, cuando ya había terminado los preparativos para erigir una planta sin cables, fui a Colorado, donde permanecí más de un año. Aquí introduje otras mejoras y refinamientos que hicieron posible generar corrientes de cualquier tensión. Aquellos que estén interesados encontrarán más información en relación con los experimentos que llevé a cabo en mi artículo “Aumentar la energía humana” en el número de junio de 1900 del Century Magazine, al que me he referido en otra ocasión.
EL TRANSMISOR DE AUMENTO
Electrical Experimenter me ha pedido que sea bastante explícito en este tema para que los jóvenes amigos que se cuentan entre los lectores de la revista puedan entender claramente la construcción y manejo de mi transmisor de aumento y las utilidades que se le suponen. Bueno, pues en primer lugar es un transformador resonante, con un secundario cuyas piezas, cargadas a un alto voltaje, son de un área considerable y están dispuestas en el espacio en torno a unas superficies envolventes ideales que tienen unos radios de curvatura muy largos, y situadas a una distancia apropiada unas de otras; de ese modo aseguran una densidad de superficie eléctrica mínima en cualquier lugar para que no pueda producirse ningún goteo incluso aunque el conductor esté pelado. Es adecuado para cualquier frecuencia, de unos pocos miles de ciclos por segundo a muchos, y puede utilizarse en la producción de corrientes de gran volumen y moderada presión o de menor amperaje e inmensa fuerza electromotriz. La máxima tensión eléctrica solo depende de la curvatura de las superficies en las que se sitúan los elementos cargados y de su área.
SE PUEDEN CONSEGUIR CIEN MILLONES DE VOLTIOS
A juzgar por mi experiencia pasada, cien millones de voltios son perfectamente factibles. Por otro lado, en la antena se pueden obtener corrientes de muchos miles de amperios. Para conseguir este rendimiento es necesaria una planta de dimensiones moderadas. En teoría, un terminal de menos de veintisiete metros de diámetro es suficiente para desarrollar una fuerza electromotriz de esta magnitud, mientras que para corrientes de antena de entre dos mil y cuatro mil amperios a la frecuencia habitual, no necesita tener más de nueve metros de diámetro.
En un sentido más restringido, en este transmisor inalámbrico la radiación herciana es de una cantidad totalmente desdeñable, comparada con el total de energía; bajo esta condición el factor de resonancia es extremadamente pequeño y una carga enorme se almacena en la capacidad elevada. Un circuito así puede excitarse con impulsos de cualquier tipo, incluso de baja frecuencia, y producir oscilaciones sinusoidales y continuas como las de un alternador.
Tomado en el sentido más limitado del término, sin embargo, es un transformador resonante, que, además de poseer estas cualidades, tiene la proporción exacta para encajar en el planeta y unas constantes y propiedades eléctricas en virtud de las cuales su diseño se vuelve altamente eficiente y efectivo por lo que respecta a la transmisión de energía inalámbrica. Así que la distancia se elimina de manera absoluta y no hay disminución en la intensidad de los impulsos transmitidos. Incluso es posible hacer que el funcionamiento aumente a medida que aumenta la distancia respecto de la planta de acuerdo con una ley matemática exacta.
Este invento fue uno de los incluidos en mi “Sistema Mundial” de transmisión inalámbrica que empecé a comercializar a mi regreso a Nueva York en 1900. Los propósitos inmediatos de mi empresa se esbozaron con claridad en una declaración técnica del periodo que cito:
"El 'Sistema Mundial’ ha surgido de una combinación de diversos descubrimientos originales hechos por el inventor en el curso de una investigación con una experimentación prolongada”.
No solo hace posible la transmisión inalámbrica instantánea y precisa de todo tipo de señales, mensajes o caracteres a cualquier lugar del mundo, sino también la interconexión del telégrafo, el teléfono y otras estaciones de señal sin ningún cambio en su equipamiento actual. A través de este sistema, por ejemplo, un suscriptor de teléfono de aquí podría llamar a otro suscriptor del mundo y hablar con él. Un receptor barato, no mayor que un reloj, le permitiría escuchar desde donde estuviera, en tierra o en el mar, una charla o una pieza musical que se estén emitiendo en otro lugar, no importa a qué distancia. Citamos estos ejemplos tan solo para dar una idea de las posibilidades de este gran avance científico, que aniquila la distancia y hace que la tierra, ese conductor natural perfecto, esté disponible para el sinfín de utilidades que la ingenuidad humana ha confiado a una línea de cable. Una consecuencia de largo alcance que se desprende de esto es que cualquier dispositivo que se pueda manejar mediante uno o más cables (obviamente a una distancia restringida) se puede hacer funcionar, sin conductores artificiales y con la misma sencillez y precisión, a distancias para las que no hay otros límites que los impuestos por las dimensiones físicas de la Tierra. Así, no solo se abrirán campos completamente nuevos para la explotación comercial gracias a este método ideal de transmisión, sino que los antiguos se extenderán infinitamente.
El ‘Sistema Mundial’ está basado en la aplicación de los siguientes inventos y descubrimientos importantes:
1. El Transformador de Tesla. Este aparato es tan revolucionario en el campo de la producción de vibraciones eléctricas como lo fue la dinamita en la guerra. El inventor ha producido con un instrumento de este tipo corrientes mil veces más fuertes que cualquiera generada jamás por los medios habituales, y chispas de más de treinta metros de largo.
2. El Transmisor de Aumento. Esta es la mejor invención de Tesla, un transformador peculiar adaptado especialmente para excitar la Tierra, que es a la transmisión de energía eléctrica lo que el telescopio a la observación astronómica. Utilizando este maravilloso dispositivo, ya ha establecido movimientos eléctricos de mayor intensidad que los de un rayo y ha transmitido a través del globo una corriente que alcanzaría para encender más de doscientas lámparas incandescentes.
3. El Sistema Inalámbrico de Tesla. Este sistema comprende un cierto número de mejoras y es el único medio que se conoce para transmitir de manera económica energía eléctrica a distancia sin cables. Pruebas y mediciones cuidadosas en conexión con una estación experimental de gran actividad, erigida por el inventor en Colorado, han demostrado que se puede transmitir energía en cualquier cantidad que se desee, a través de todo el globo si es necesario, con una pérdida no superior a un pequeño porcentaje.
4. El Arte de la Individualización. Este invento de Tesla es a la sintonía primitiva lo que el lenguaje refinado a la expresión inarticulada. Hace posible la transmisión de señales o de mensajes absolutamente secretos y exclusivos tanto desde el punto de vista activo como desde el pasivo, es decir, que no interfieren con otros y que no se pueden interceptar. Cada señal es como un individuo de identidad inequívoca y no hay, en principio, límite al número de estaciones o instrumentos que se pueden manejar simultáneamente sin que se produzca la más mínima alteración entre ellos.
5. Las Ondas Terrestres Estacionarias. Este maravilloso descubrimiento, explicado con sencillez, supone que la tierra responde a vibraciones eléctricas de determinados tonos igual que el diapasón lo hace a determinadas ondas sonoras. Estas vibraciones eléctricas particulares, capaces de excitar la Tierra poderosamente, se prestan a innumerables usos de gran importancia en el aspecto comercial y en otros.
La primera planta de energía del ‘Sistema Mundial’ se puede poner en marcha en nueve meses. Con esta planta sería factible obtener actividades eléctricas de hasta diez millones de caballos de vapor; se ha diseñado para que sirva a tantos logros técnicos como sea posible sin un gasto excesivo. Entre ellos se pueden mencionar los siguientes:
1. La interconexión mundial de todas las centrales u oficinas de telégrafo existentes.
2. El establecimiento de un servicio telegráfico gubernamental secreto e imposible de interceptar.
3. La interconexión de todas las centrales u oficinas de teléfono existentes en el globo.
4. La distribución universal de noticias generales, por teléfono o por telégrafo en conexión con la prensa.
5. El establecimiento de un 'Sistema Mundial’ de transmisión inteligente para uso exclusivamente privado.
6. La interconexión y manejo de todas las cintas de cotización del mundo.
7. El establecimiento de un 'Sistema Mundial’ de distribución musical, etc.
8. El registro universal del tiempo mediante relojes baratos que indicarán la hora con precisión astronómica y que no requieren cuidado de ningún tipo.
9. La transmisión mundial de caracteres, letras, cuadros, etc., dactilografiados o escritos a mano.
10. El establecimiento de un servicio marino universal que permita a los navegantes de todos los barcos dirigir sus naves a la perfección sin compás; determinar la posición, hora y velocidad exactas; prevenir colisiones y desastres, etc.
11. La inauguración de un sistema de imprenta mundial en tierra y en el mar.
12. La reproducción mundial de imágenes fotográficas y de todo tipo de dibujos o registros.
También propuse hacer una demostración sobre la transmisión inalámbrica de energía a una escala pequeña, pero que fuera suficiente como para resultar convincente. Además de a estas, me refería a otras aplicaciones de mis descubrimientos incomparablemente más importantes y que serán reveladas en una fecha futura.
Se construyó una planta en Long Island con una torre de cincuenta y siete metros de alto que tenía un terminal esférico de unos veintiún metros de diámetro. Estas dimensiones eran adecuadas para la transmisión de casi cualquier cantidad de energía. Originalmente, solo proporcionaba de doscientos a trescientos KW, pero mi intención era emplear más adelante algunos millares de caballos de vapor. El transmisor debía emitir una onda compleja de características especiales y yo había concebido un método único de control telefónico sobre cualquier cantidad de energía.
La torre fue destruida hace dos años, pero mis proyectos se están desarrollando y se construirá otra torre, con algunas características mejoradas. En esta ocasión, voy a contradecir ese informe que circula ampliamente, según el cual la estructura fue demolida por el Gobierno, que, debido a las circunstancias bélicas, podría haber instilado prejuicios en las mentes de aquellos que puede que no sepan que los papeles que treinta años atrás me concedieron el honor de la ciudadanía americana están en una caja fuerte, mientras que mis órdenes, diplomas, grados, medallas de oro y otras distinciones están guardadas en viejos baúles. Si este informe tiene algún fundamento me habrían reembolsado una gran cantidad de dinero que yo habría gastado en la construcción de la torre. Al contrario, se quería preservar en interés del Gobierno, en concreto porque habría hecho posible (por mencionar solo un resultado valioso) la localización de un submarino en cualquier parte del mundo. Mi planta, mis servicios y todas mis mejoras siempre han estado a disposición oficial y desde el estallido del conflicto europeo he estado trabajado, sacrificadamente, en algunas invenciones mías relacionadas con la navegación aérea, la propulsión de barcos y la transmisión sin cables, que son de la mayor importancia para el país. Aquellos que están bien informados saben que mis ideas han revolucionado la industria de Estados Unidos y no creo que en el país viva ningún inventor que haya sido, en este punto, tan afortunado como yo, especialmente por lo que se refiere al uso de sus mejoras en la guerra. Yo me he abstenido de expresarme públicamente sobre esta materia con anterioridad, pues me parecía impropio ocuparme de cuestiones personales mientras el mundo entero se veía en una situación atroz. En vista de algunos rumores que han llegado a mí, añadiría que el señor J. Pierpont Morgan no se interesó por mí con vistas a hacer negocios sino con el mismo espíritu generoso con el que ha apoyado a muchos otros pioneros. Ha cumplido su generosa promesa al pie de la letra y habría sido de lo más irrazonable esperar de él todavía más. Ha tenido la mayor consideración con mis logros y me ha dado pruebas de su fe completa en mi habilidad para alcanzar a la larga lo que me he propuesto. Estoy poco dispuesto a conceder a ciertos individuos celosos y de mente estrecha la satisfacción de malograr mis esfuerzos. Estos hombres no son para mí más que los microbios de una enfermedad repugnante. Mi proyecto se ha retrasado por la ley de la naturaleza. El mundo no estaba preparado para él. Se adelanta demasiado a s tiempo. Pero al final las mismas leyes prevalecerán y harán de él u éxito triunfal.