LA DOBLE TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO

En 1889, Tesla visitó la Exposición Universal de París. Fue un acontecimiento majestuoso, en el que los franceses mostraron al mundo el orgullo del gran ingenio metálico diseñado por Gustave Eiffel, la gran torre de 330 metros que muchos parisienses encontraban horrorosa. Su existencia solo quedó garantizada con el advenimiento de la radio, cuando en su cúspide se instaló un emisor que sirvió para marcar la hora de París y establecer la referencia para los territorios franceses. Durante la exposición, fue la muestra más espectacular, pero no la única, del poder de la ingeniería gala en el centenario de su Revolución, y sirvió de atracción a los científicos y pensadores más importantes del mundo.

Tesla, por supuesto, estuvo allí y coincidió con Edison, aunque los programas de ambos eran bien diferentes: mientras este, como la celebridad mundial que era, tenía una apretada agenda para entrevistarse con los representantes a más alto nivel de las instituciones científicas del país, incluida una visita al laboratorio de Louis Pasteur, Tesla, por entonces aún no tan conocido, dedicó su tiempo a encontrarse con investigadores y físicos que, en aquel momento, estaban conmocionados por los descubrimientos de Heinrich Rudolf Hertz, quien había logrado probar la existencia de las ondas electromagnéticas, previstas por las ecuaciones de Maxwell, y demostrado que eran capaces de desplazarse a la velocidad de la luz, 300.000 kilómetros por segundo, incluso en el vacío. Para sus experimentos, Hertz había utilizado un oscilador (un aparato que introducía variaciones periódicas en una corriente eléctrica), y para la recepción, un resonador (un aparato que capta la oscilación y “resuena”; esto es, que oscila siguiendo el mismo ciclo marcado por esta). Se trataba de los rudimentos que dieron pie a la radio, pero en aquel momento era tan solo un descubrimiento que abría un enorme campo, una aplicación nueva del electromagnetismo. O lo que es lo mismo, de la electricidad, aquella fuerza sorprendente que, cuanto más se investigaba, más sorpresas reservaba.

Una de las personas con las que se encontró Tesla en París fue Vilhelm Bjerknes, quien había replicado los experimentos de Hertz para construir su propio oscilador, que mostró al inventor y que este observó con gran interés. Bjerknes trabajó más tarde con el propio Hertz, antes de terminar especializándose en mecánica de fluidos y termodinámica, lo que le llevaría a desarrollar los primeros modelos matemáticos de predicción del clima, las bases de la meteorología moderna.

Tesla aún pasaría un tiempo en Europa, que aprovechó para visitar a su familia en su tierra natal. Sin embargo, algo se había despertado en él: en uno de esos flashes que solían asaltarle cuando estaba ante una nueva idea, comprendió que tras esas ondas recién descubiertas podía esconderse algo de un enorme potencial. Impaciente, no bien hubo bajado del barco que le llevó de vuelta a Nueva York, se encerró en su laboratorio de Grand Street antes de trasladarse a uno mayor en el 33-35 de South Fifth Avenue, la misma dirección a la que envió muchos años más tarde a su desconcertado recadero. Mientras el país entero se sacudía en plena Guerra de las Corrientes y se preparaba para el primer ajusticiamiento en la silla eléctrica, Tesla se concentró en un aluvión de experimentos y pruebas con los nuevos aparatos: por primera vez, disfrutaba de los medios y la capacidad para ir más allá de la mera construcción de modelos en su cabeza. En algún momento de esos experimentos encontró lo que, quizá de manera inconsciente, andaba buscando. Por entonces estaba trabajando en un nuevo tipo de lámpara que pretendía superar la única existente, la incandescente creada por Edison. La lámpara de Tesla consistía en un tubo de vidrio relleno con un gas inerte como el neón que, al paso de la corriente eléctrica, tenía la virtud de reaccionar despidiendo un brillo de una calidad mucho mayor que la de la bombilla, con el añadido de no despedir calor. Hay que tener en cuenta que, para encenderse, una bombilla malgastaba hasta el 95 por ciento de la energía suministrada en forma de calor. Aquel genial avance representaba, en suma, el primer prototipo de lo que luego fue comercializado como el fluorescente.

Sin embargo, un día en que Tesla estaba manipulando sus lámparas mientras tenía en funcionamiento un oscilador, comprobó para su sorpresa que el gas contenido en el vidrio reaccionaba emitiendo luz, a pesar de que en ese momento no estaba conectado a la corriente. El sorprendido inventor analizó el fenómeno y solo encontró una explicación: las ondas electromagnéticas eran capaces de transmitir energía eléctrica a través del aire, sin necesidad de cables, en cantidad suficiente como para encender una lámpara.

En ese momento, Tesla comenzó a tener una imagen definida del potente misterio que se ocultaba tras el descubrimiento de Hertz, así como de sus trascendentales implicaciones. Quizá fue ese entusiasmo el que le animó a romper tan alegremente su contrato con Westinghouse. Al fin y al cabo, si sus observaciones eran ciertas y la transmisión de electricidad de manera inalámbrica podía llevarse hasta sus últimas consecuencias, el nuevo esquema de generación y transmisión de la energía podía verse superado casi en el mismo momento de su nacimiento. Por eso, cuando unos años más tarde habló en Buffalo, su mente estaba ya lejos de la enorme maquinaria que había empezado a domeñar el Niágara y a darle al país la energía que necesitaba para culminar su revolución industrial.

El 20 de mayo de 1891, Tesla compareció de nuevo ante la MEE para hablar de sus nuevas líneas de investigación. El título de la conferencia, Experimentos con corrientes alternas de alta frecuencia y su aplicación como formas de iluminación artificial, ya lo decía todo. La acogida fue espectacular, hasta tal punto que rebasó el limitado circuito de los especialistas en electricidad. Así, Joseph Wetzer, en un artículo para Harper’s Weekly, describiría su demostración de la siguiente manera:

[Con] lúcidas explicaciones en puro y nervioso inglés, este jovencito de la remota tierra fronteriza de Austria-Hungría [no solo] ha ido más lejos que el doctor Lodge y el profesor Hertz, los dos distinguidos científicos europeos, en la fijación de la teoría electromagnética de la luz, sino que […] de hecho ha construido aparatos que, a través de ondas electromagnéticas o 'impulsos’, suministrarían luz para todas las necesidades cotidianas.[50]

Sin embargo, en su intervención, Tesla dejó claro que la iluminación era tan solo una aplicación más de sus descubrimientos:

Cualquiera que sea el resultado inmediato de estos experimentos, tengo la esperanza de que serán solo un paso hacia futuros desarrollos que desembocarán en la ideal y final perfección. Las posibilidades que abre la investigación moderna son tan vastas que incluso el más incrédulo debe sentirse confiado en el futuro […] Existe una posibilidad de obtener energía no solo en forma de luz, sino de potencia motora y de energía de cualquier otra clase […] directamente del medio que nos rodea. Llegará el momento en que esto se consiga; mientras tanto, ha llegado la hora en que uno puede utilizar palabras tan atrevidas, ante una audiencia tan inteligente, sin ser considerado un visionario. Estamos girando a través de un espacio sin fin, a una velocidad inconcebible, todo a nuestro alrededor gira, todo se mueve, la energía lo llena todo. Tiene que existir alguna manera de que podamos aprovechar esa energía de una manera más directa. Y entonces, con la luz obtenida del ambiente, con la energía derivada de él, con cada forma de energía obtenida sin esfuerzo, a partir de una fuente eterna e inagotable, la humanidad avanzará a grandes zancadas. La mera contemplación de estas magníficas posibilidades expande nuestras mentes, fortalece nuestras esperanzas y llena nuestros corazones con un supremo deleite.

Y por si estas palabras no bastaran, a pesar de un tono trascendente que permitía entrever el potente escenario que se estaba dibujando en la mente de Tesla, faltaba la guinda final, el recurso teatral que terminó de electrizar (no puede emplearse un término diferente) a la audiencia, entre la que se contaban muchos de los nombres fundamentales de la física del momento. Para la demostración, Tesla se había llevado, entre otros aparatos, un generador de corriente alterna capaz de alcanzar 20.000 alternancias por segundo. Mientras sostenía en sus manos un tubo de Geissler, el antecedente de los neones, lo puso en marcha; para asombro de toda la concurrencia, el tubo comenzó a iluminarse; dependiendo del lugar donde se colocara, se apagaba o daba suficiente luz como para permitir la lectura de un libro.

La audiencia quedó cautivada. Pero aún quedaba el efecto final: Tesla ajustó la instalación de tal manera que un espectacular rayo surgió del generador, “estimó que la diferencia de potencial era de 250.000 voltios, y entonces recibió toda la descarga a través de su cuerpo, mientras protegía sus manos de las quemaduras sujetando unas bolas de bronce”[51] (las cursivas son mías). Cuando aún no se habían apagado los últimos ecos de la propaganda de Edison proclamando la capacidad asesina de la corriente alterna, ver cómo el cuerpo del inventor era atravesado por una corriente de voltaje inimaginable (como comparación, Kemmler había recibido una primera descarga de solo 2.000 voltios en su ejecución en la silla) causó conmoción en la sala. No es extraño que el efecto de aquella charla fuera tan demoledor que marcó el trabajo y la vocación de muchos de los presentes. Así, por ejemplo, Robert Millikan, quien en 1923 recibió el premio Nobel de Física por sus trabajos en la determinación del valor de la carga del electrón, y que tenía veinticinco años cuando asistió al espectáculo, transmitió al inventor, en una carta de felicitación con motivo de su setenta y cinco cumpleaños, su agradecimiento por la inspiración que había representado para él.

En un momento en el que las demostraciones científicas aún compartían elementos con las veladas de magia, Tesla había conseguido tocar una tecla que disparaba la emoción de los cronistas. A partir de entonces, se convirtió en una estrella y comenzaron a acumularse sobre su escritorio las invitaciones para repetir sus clases magistrales por todo el país, e incluso de las capitales científicas de Europa (Londres, París, Berlín, Viena…) llegaban los ruegos para que el hombre llamado a revolucionar la electricidad les hiciese partícipes de sus maravillas. Unos meses después, el 4 de febrero de 1892, Tesla comparecía ante la muy británica Royal Society, la más prestigiosa organización científica del momento, y volvía a desgranar sus descubrimientos ante los notables de la física del momento. Y como prueba del vertiginoso ritmo que estaban adquiriendo sus investigaciones, apuntó otras posibles aplicaciones; una de ellas, el control del clima: Una cuestión de interés, principalmente para los meteorólogos aquí presentes es ¿cómo se comporta la Tierra? La Tierra es un condensador de aire, pero uno muy imperfecto (¿un simple desagüe de energía?). Apenas hay dudas de que, ante una distorsión tan pequeña como la que puede ser causada por un experimento, la Tierra se comporta como un condensador casi perfecto. Pero podría ocurrir algo diferente cuando la carga entra en vibración a causa de alguna repentina alteración que ocurre en los cielos. En ese caso, como antes he dicho, probablemente solo una pequeña parte de la energía de las vibraciones creadas se perderá en el espacio en forma de grandes radiaciones del éter, pero la mayor parte de la energía, creo, se consumirá en impactos y colisiones moleculares, y saldrá al espacio en forma de ondas cortas de calor y, posiblemente, luz […] Considerables variaciones en la temperatura y la presión de la atmósfera pueden, de esta manera, ser provocadas en cualquier lugar de la superficie de la Tierra. Las variaciones pueden ser graduales o repentinas, de acuerdo con la naturaleza de la alteración principal, y pueden producir lluvia y tormentas, o modificar localmente, y en cualquier sentido, el tiempo.

Ya entonces Tesla apuntaba la teoría que seguiría desarrollando a lo largo de toda su vida: el convencimiento de que someter la atmósfera a un bombardeo de electricidad de alta frecuencia podría permitirle al ser humano manejar el clima a voluntad. Con el paso de los años, el Tesla superhéroe señaló que uno de sus objetivos básicos era hacer fértiles los desiertos, contribuyendo al progreso de zonas en las que la agricultura es imposible y, por tanto, la población humana sufre. Sin embargo, una vez más, aparece el reverso del Tesla villano, que podría poner sus descubrimientos al servicio de un arma climática. Para determinados investigadores, el sistema HAARP, puesto en marcha por la Marina de los Estados Unidos en Alaska, y que lanza grandes cantidades de electricidad de alta frecuencia a la ionosfera, en aplicación de los principios enunciados por Tesla, sería una manera de comprobar el alcance real de la posibilidad de intervención humana en el tiempo atmosférico. Las autoridades estadounidenses, lógicamente, niegan la mayor, y lo remiten todo al estudio de la ionosfera para la mejora de las radiocomunicaciones y los sistemas de defensa. Por su parte, los conspiranoicos más desatados de la red, e incluso de medios de mayor credibilidad (como demuestra un reportaje emitido en el canal Historia, encabezado por Nick Begich y Jeane Manning, autores del influyente libro Angels Don’t Play This Haarp: Advances in Tesla Technology) ven la huella de este arma climática, o de otras similares puestas en marcha por los rusos o los europeos, en tragedias como la del huracán Katrina, las sequías prolongadas y otras ocurridas en los últimos años. Mientras se escribe este texto, acaba de sumarse a la lista el terremoto y posterior tsunami de Japón.

En enero de 2011, la empresa suiza Meteo Systems anunciaba que estaba detrás de las sorprendentes lluvias que se habían producido en Abu Dabi, mediante el desarrollo de la técnica de ionización de la atmósfera apuntada por Tesla más de un siglo antes. Un reportaje de National Geographic[52] que abordaba el tema incluía la opinión de Peter Wilderer, de la Universidad Técnica de Munich y ganador del premio Stockholm Water en 2003, que hacía recuento de las principales aportaciones a la solución del problema mundial de acceso al agua:

La ionización tecnológica fue mencionada por primera vez en 1890 por Nikola Tesla. En 1946, la General Electric hizo algunas pruebas de campo bajo la dirección de [Bernard] Vonnegut [hermano del novelista Kurt]. Más tarde, la tecnología fue utilizada con fines militares por parte de la Unión Soviética.

Sin embargo, el anuncio suizo fue recibido con escepticismo general, a lo que contribuyó el hecho de que, tras este comunicado, la empresa no respondiera a ninguna llamada o email de los periodistas. Un informe de la Organización Meteorológica Mundial, dependiente de la ONU, lo decía claramente al opinar sobre la supuesta provocación artificial de precipitaciones en la zona: La energía implicada en los sistemas meteorológicos es tan grande que resulta imposible crear sistemas de nubes con lluvia. Las tecnologías de modificación del clima que afirman conseguir unos efectos a tan gran escala, y de consecuencias dramáticas, carecen de base científica (por ejemplo, los cañones de granizo, métodos de ionización), y deben ser puestos bajo sospecha. Pero las especulaciones continúan. Y no ayuda el hecho de que una derivación de la teoría de Tesla podría supuestamente convertir la misma tecnología en una máquina que produjese terremotos, mediante el lanzamiento de grandes cantidades de energía a la ionosfera, desde donde pueden redirigirse hacia cualquier lugar del globo y, desde allí, de nuevo al suelo, para concentrarla sobre puntos inestables de la corteza. Aquí las posibilidades de elucubración se multiplican; casi cualquier desastre natural podría explicarse por la hipotética existencia de un arma de este calibre.

Basta lanzar la sospecha, sin demostrar nada, para construir un discurso que distorsione la figura de Tesla y convierta sus descubrimientos en una caricatura. El propio gobierno de Venezuela, en una nota oficial de prensa, ha sido capaz de hacerse eco público de un rumor, refiriéndose a un informe “preparado por la Flota Rusa del Norte que indica que el seísmo de Haití [de enero de 2010] fue el claro resultado de una prueba de la Marina Estadounidense por medio de una de sus armas de terremotos”. Obvio es decir que ninguna prueba se presentó como apoyo.[53] Las elucubraciones de Tesla tuvieron la audiencia más importante que pudiera pedirse: con lord Kelvin a la cabeza, lo más parecido a un monarca en la nación de los físicos, las mentes más importantes e influyentes, incorporadas muchas de ellas a la nobleza del Imperio con el nombramiento de “Sir”, recibieron por espacio de dos horas una detallada muestra de todos los campos por los que se iba ramificando el objeto de estudio de Tesla. Oyeron hablar de las bases de la radio, de un dispositivo que antecedía a lo que más tarde sería conocido como el láser, y de las posibilidades de la transmisión inalámbrica de energía. Entre el público se hallaba William Preece, que trabajaba en un sistema de telegrafía sin hilos para el servicio postal británico, y que poco tiempo después se convirtió en uno de los mayores aliados de Marconi. Tesla, en el deslumbramiento de su propia búsqueda, no era consciente de que, aunque no desvelara por confidencialidad los detalles de sus inventos, sus lecciones daban suficientes pistas e inspiración sobre los pasos a seguir para desembocar en el invento de lo que luego sería conocido como la radio. En aquellos años, a la vez que Tesla en Estados Unidos, Marconi en el Reino Unido, Popov en Rusia y —una sorpresa seguro para muchos españoles— el comandante Julio Cervera en España, desarrollarían, entre finales del siglo xix y los primeros años del xx, sus propios trabajos en ese campo.

La complejidad del mundo legal de las patentes, multiplicada por el número de países en los que se debía registrar cada uno de los inventos, y la inevitabilidad de que las ideas fluyesen de manera continua, así como las propias necesidades de los países de dotarse de una potente tecnología para un escenario bélico que parecía cada vez más cercano, hacen todavía en nuestros días de la paternidad de la radio un asunto espinoso. En realidad, el avance de la ciencia y la tecnología estaba convirtiéndose en algo difícil de atribuir a una sola persona, y la “gran controversia de la radio”, como la denomina Margaret Cheney, apuntaba ya a un futuro en el que los descubrimientos serían difícilmente atribuibles a una sola persona. La polémica sobre otras paternidades, como la del teléfono (hoy en día más reconocida a Antonio Meucci que a Alexander Graham Bell) o el cine (Edison le disputó su autoría a los hermanos Lumiére) muestran lo que en muchas ocasiones era dilucidado por una combinación adecuada de campañas de publicidad, hechos consumados y buenos abogados.

Tesla nunca supo manejar estas tres estrategias, y en gran parte su fracaso es consecuencia de ello. Amante de salir en la prensa, prometía grandes descubrimientos que no siempre se materializaban, y así, los mismos medios que le adoraban empezaron a considerar sus predicciones más propias de un freak que de un científico prestigioso. Su falta de visión práctica para poner su bandera en los nuevos territorios del saber, unida a su dispersión en varios campos, impedían que sus teorías fueran calibradas y contrastadas con inventos que todo el mundo pudiera tocar y cuyos beneficios pudiese entender (algo que, nuevamente, le distinguía de Edison, que abandonaba cualquier línea de investigación si no le ofrecía garantías de rentabilidad en un plazo razonable). Y finalmente, su despreocupación por los avisos que sus colegas y amigos le daban sobre los avances que gente como Marconi estaban haciendo en su campo, pirateando en muchas ocasiones sus propias patentes (algo que reconocería el Tribunal Supremo de Estados Unidos en 1943 otorgándole la paternidad de la radio a Nikola Tesla en detrimento del italiano; aunque algo tuvo que ver el que este último, ya fallecido para entonces, pretendiera que el gobierno estadounidense le indemnizara por haber utilizado su tecnología en la Primera Guerra Mundial contra Italia), junto con su renuencia, por una venenosa mezcla de ingenuidad y soberbia, a presentar batalla en los tribunales (o a presentarla demasiado tarde, cuando ya los hechos se habían impuesto) fue la condena definitiva que selló su destino.

En una entrevista, Larry Page, el cofundador y presidente de Google, quien en más de una ocasión ha afirmado que una biografía de Tesla que leyó de pequeño fue una de sus mayores inspiraciones, lo decía claramente:

Uno no querría ser Tesla. Fue uno de los mayores inventores, pero la suya es una historia muy, muy triste. No pudo comercializar nada, y apenas pudo encontrar financiación para sus investigaciones. Uno querría más ser como Edison. Si tú inventas algo, ese algo no necesariamente ayudará a nadie. De hecho, tienes que ser capaz de introducirlo en el mundo; tienes que producir, y hacer dinero así para poder financiarlo.[54]

En realidad, Tesla vivía en un mundo ajeno a la implacable lógica capitalista, y no sabía que, en su propio ascenso, estaba convocando a fuerzas demasiado poderosas que, al final, acabaron hundiéndole y destruyendo su autoestima. El solo tenía ojos para la posibilidad de transformar el mundo, una posibilidad que sentía latir en sus manos. Y en su descargo hay que decir que su apuesta fue mayúscula, probablemente demasiado grande para un hombre; pero que sucumbir en el intento, cuando la ambición es tan alta, puede ser un destino glorioso, una gloria ajena a las cuentas de resultados, a los ingresos multimillonarios y a las fábricas en funcionamiento. Al contrario que muchos otros, Tesla, como un moderno Lope de Aguirre, inspira y fascina, y lo sigue haciendo mientras las distracciones del fracaso van quedando atrás y cada vez va estando más claro que atisbo gran parte del futuro antes que nadie. Y como el brillo del sol, esa visión puede ser demasiado potente para salir indemne.