El 18 de febrero de 2011, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, organizó una cena con algunos de los hombres más poderosos de su país. No eran militares, tampoco políticos; alrededor de la mesa se sentaban los nombres más importantes de Silicon Valley, los que crean esas nuevas palabras y conceptos que pasan a integrar nuestras conversaciones en un tiempo récord. La mayoría de ellos había alcanzado el éxito en su juventud, y mientras algunos habían pensado en revolucionar nuestra forma de vida, otros simplemente habían diseñado alguna herramienta para facilitar un servicio que, con el tiempo, se había vuelto imprescindible.
Con los máximos responsables de Apple, Steve Jobs, y de Facebook, Mark Zuckerberg, a la cabeza, el selecto grupo incluía a los representantes de Google, Yahoo!, Cisco, Oracle, Twitter o Netflix.[1] Obama, sentado entre ellos, seguramente les habló como un oficial arengaría a sus tropas, consciente de que sobre aquellas personas recaía la responsabilidad de la victoria en un campo especialmente sensible, y en el que Estados Unidos, por primera vez en mucho tiempo, se veía desafiado: la innovación tecnológica. Las mentes más brillantes del mundo ya no tenían necesariamente el inglés como lengua materna, sino que hablaban chino mandarín o hindi, y eso suponía una amenaza de cambio en las relaciones de poder.
El presidente Obama era consciente de que, en realidad, nada ocurre por primera vez. Hubo un tiempo en que una Europa adormecida por la contemplación embobada de sus siglos de gloria se despertó de golpe al ver que un nuevo país, hasta entonces una colonia situada en el semicivilizado continente americano, le había tomado la delantera. Ya en 1858, para el entonces futuro presidente Abraham Lincoln, estaba claro que “[nosotros], aquí en América, pensamos que descubrimos, e inventamos, y progresamos de manera más rápida que cualquier [nación europea]. Ellos deben de pensar que esto es arrogancia; pero no pueden negar que Rusia nos ha llamado a nosotros para que le enseñemos cómo construir buques de vapor y ferrocarriles”. No en vano, para Lincoln los mayores avances de la civilización habían sido “la escritura […] la imprenta, el descubrimiento de América y la introducción del Derecho de Patentes”.[2] Más de ciento cincuenta años después, el último de sus sucesores en la Casa Blanca tenía claros qué nombres debían ser enarbolados para incentivar a sus compañeros de mesa: “Esta es la nación de Edison y los hermanos Wright, de Google y de Facebook; la innovación no es para nosotros solo un medio de cambiar nuestra vida, es nuestra forma de vivir”. Obama acababa de trazar una línea de continuidad que enlazaba dos de las marcas que más han hecho por demostrar la profunda capacidad revolucionaria de la tecnología, con los descubrimientos que originaron el progresivo empequeñecimiento del mundo en el que aún estamos sumidos: la electricidad y la aeronáutica. Entre esos dos puntos se trazaba un arco de maravilla que por primera vez había puesto en manos de los seres humanos una capacidad sin precedentes para decidir su destino; que permitía superar los tabúes que la naturaleza nos había impuesto (la incapacidad para domeñar los recursos naturales, la imposibilidad de volar); y que había dado los primeros pasos en la construcción de un nuevo marco de relaciones sociales, quizá germen de unos cambios más profundos por venir.
Y sin embargo, no era este el único aspecto que compartían dos épocas aparentemente tan separadas. Hay más similitudes: en un discurso dedicado a los problemas de la inmigración, pronunciado el 1 de julio de 2010 en la American University School of International Service, el presidente Obama reconocía el papel de los norteamericanos nacidos como extranjeros, y más tarde recibidos por un país en permanente construcción, en la forja de ese liderazgo tecnológico que permitió el nacimiento de la superpotencia:
Siempre nos hemos definido como una nación de inmigrantes. Una nación que recibe a todo aquellos que desean abrazar los principios de América. De hecho, es ese constante flujo de inmigrantes el que ayudó a hacer de Estados Unidos lo que es. Los grandes logros científicos de Albert Einstein, los inventos de Nikola Tesla, las grandes aventuras empresariales como la U. S. Steele de Andrew Carnegie y el Google de Sergey Brin… Todo ello fue posible gracias a los inmigrantes.
Posiblemente, no todos los mencionados por el presidente Obama serían inmediatamente identificados por el público, por más que se tratara de una prestigiosa institución especializada en relaciones internacionales. Obviamente, el nombre de Albert Einstein no necesita ir acompañado de ninguna explicación; los que hubieran seguido algún curso de historia económica de Estados Unidos conocerían el papel de U. S. Steel, la primera gran corporación mundial, en la consolidación del modelo capitalista norteamericano; y en cuanto a Google… bien, si faltaran datos bastaría escribir su nombre en el buscador más importante de internet.
Más difícil resultaría, para la mayor parte de los asistentes, situar el nombre de Nikola Tesla. Vagamente, los familiarizados con el magnetismo podrían reconocer en su apellido la unidad (el tesla) que mide la intensidad de un campo magnético, pero es difícil que pasaran de ahí. Y sin embargo, cuando uno escucha por primera vez su nombre y su extraordinaria historia, descubre que ese completo desconocido sirve de ábrete sésamo de numerosas puertas que nos llevan a veces más cerca de la ciencia ficción que de la realidad.
¿Quieren ejemplos? La empresa constructora de los primeros coches eléctricos que pretenden desmentir el tópico de que estos vehículos son poco más que ciclomotores de cuatro ruedas, afincada, cómo no, en Silicon Valley, y en cuyo accionariado participan los creadores de Google, se llama Tesla Motors. Programas de televisión especializados en divulgación popular como el Canal Historia o la cadena pública norteamericana PBS le han dedicado en los últimos tiempos completos documentales que le descubren a audiencias más amplias, y hay artistas que utilizan sus conceptos y sus ideas como inspiración para sus instalaciones y creaciones artísticas.
El hecho de que el nombre de Tesla haya desaparecido del imaginario colectivo lo ha convertido en una especie de contraseña, un acertijo que en demasiadas ocasiones queda reducido a un guiño entre entendidos, apenas disimulado. Si el protagonista de la cinta de animación Lluvia de albóndigas tiene en su habitación un póster en el que se ofrece una divertida, aunque poco ajustada a la realidad, imagen de Tesla, un episodio de la serie House nos muestra, tras el carismático doctor interpretado por Hugh Laurie, la siguiente proclama escrita en la pizarra: “Tesla was robbed!” (“¡A Tesla le robaron!”). Uno de los personajes de la serie Sanctuary, que transcurre en una institución que acoge a personas con habilidades, es un vampiro que responde al nombre de Nikola Tesla, y el gran almacén de maravillas de Almacén 13, una agradable serie que viene a ser una especie de Expediente X sin ínfulas, fue supuestamente construido por Thomas Alva Edison, Nikola Tesla y M. C. Escher.
Fuera del campo estrictamente fantástico, nuestro misterioso protagonista también se permite hacer apariciones esporádicas, incluso sin que lleguemos a verle físicamente. En la abortada y genial serie creada por Aaron Sorkin Studio 60, que cuenta las vicisitudes de un show televisivo que viene a ser una especie de Saturday Night Live, se nos cuenta cómo su director y guionista habían intentado sacar adelante, sin éxito, una gran producción cinematográfica sobre él. En uno de los cortos integrados en Coffee and Cigarettes, de Jim Jarmusch, Jack, el componente masculino de The White Stripes, le habla a Meg, la otra mitad del dúo, de las maravillas que era capaz de hacer quien, para ella, es un completo desconocido. Hasta el momento solo se ha hecho un biopic de ficción, Tajna Nikole Tesla [El secreto de Nikola Tesla], una cinta yugoslava de 1980 donde Petar Bozovic encarnaba al científico, y que contaba con una breve intervención del por entonces necesitado de trabajo Orson Welles en el papel del financiero J. P. Morgan, pero ya se anuncia para 2012 una nueva producción que podría contar con Christian Bale interpretando a Tesla.
Su nombre también se cuela en la obra de algunos de los escritores norteamericanos más importantes de las últimas décadas. Así, un personaje de la novela El Palacio de la Luna, de Paul Auster, describe de esta manera cómo le impactó encontrarse en persona con él:
Nunca tuve el valor de hablarle, pero eso no importaba. Me inspiraba el saber que estaba allí, el saber que podía verle cuando quisiera. Una vez, nuestros ojos se encontraron y sentí que veía a través de mí, como si yo no existiera. Fue un momento increíble. Noté que su mirada atravesaba mis ojos y salía por la parte de atrás de mi cabeza, abrasando mi cerebro y convirtiéndolo en un montón de cenizas. Por primera vez en mi vida comprendí que no era nada, absolutamente nada. No, no me disgustó como usted podría creer. Me dejó aturdido al principio, pero una vez que se me pasó el susto, me sentí vigorizado, como si hubiera conseguido sobrevivir a mi propia muerte. No, no es eso, no exactamente. Yo solo tenía diecisiete años, era poco más que un niño. Cuando los ojos de Tesla me atravesaron, probé por primera vez el sabor de la muerte. Eso se aproxima más a lo que quiero decir.[3]
Thomas Pynchon, en Contraluz, utiliza la figura de Tesla y le introduce en conversaciones casi crípticas en las que, aun así, el personaje queda perfectamente retratado en su afán laborioso e innovador:
Más tarde, ya en el cobertizo, Kit se topó con Tesla, que fruncía el entrecejo ante un esbozo a lápiz.
—Vaya, lo siento. Estaba buscando…
—Este toroide es la forma incorrecta —dijo Tesla—. Ven, míralo un momento.
Kit echó un vistazo.
—Tal vez haya una solución de vector.
—¿Cómo?
—Sabemos qué aspecto queremos que tenga el campo en cada punto, ¿no? Bien, tal vez podamos generar una superficie que nos dé ese campo.
—¿Lo ves? —casi preguntó Tesla mirando a Kit con cierta curiosidad.
—Veo algo —respondió Kit encogiéndose de hombros.
—Lo mismo empezó a pasarme a mí cuando tenía tu edad —recordó Tesla—. Cuando encontraba tiempo para sentarme tranquilo, me venían imágenes. Pero todo se reduce a encontrar el tiempo, ¿no es siempre así?
—Claro, siempre hay algo… Tareas por hacer, algo.
—Es el diezmo —dijo Tesla—, la deuda que hay que pagar al día.
—No me estaba quejando de las horas que paso aquí, nada por el estilo, señor.
—¿Y por qué no? Yo me quejo a todas horas. De que nunca son bastantes, sobre todo.[4]
Las connotaciones de la obra tesliana la han convertido en una enorme inspiración para muchos artistas. En el 2006, el Centro Cultural Conde Duque de Madrid acogió en la exposición Resonancias. Cuerpos electromagnéticos los trabajos de un grupo de artistas que exploraban los conceptos de vibración y resonancia en los campos de la electricidad y el magnetismo. El nombre de Tesla aparecía como referencia expresa, como lo hace en las obras del francés Laurent Grasso, o en varias de las instalaciones creadas por la chilena Francisca García, que incluso presentó en París una titulada “3327”, el número de la habitación del hotel New Yorker en la que falleció Tesla. Cuando se le pregunta qué es lo que encuentra de inspirador en su figura, no duda en responder:
Mi interés se centra en varias ideas que tienen que ver con sus ideas y su creatividad, sobre todo en una constante que tiene que ver con mi trabajo, la mezcla de ficción y realidad. Las ideas que impulsaron a Tesla a realizar esos descubrimientos científico-técnicos tienen una carga que va más allá de la satisfacción de necesidades domésticas y mundanas. Es como si Tesla tuviera que realizar una misión.[5]
La huella tesliana también aparece en los últimos años en el campo de la música: en el 2003 se estrenó en Hogarth (Australia) la ópera de Constantine Koukia Tesla. Lightning in His Hand.
Con libreto de Marianne Fisher, la obra resume la historia de Tesla desde su llegada a América hasta su muerte. A la hora de escribir estas líneas, se ha sabido que el cineasta Jim Jarmusch, quien ya ha incluido referencias al inventor en alguna de sus cintas, está trabajando, junto al compositor Phil Klein, en una nueva ópera sobre el personaje.
Pero no solo en el campo de la música culta tiene cabida el nombre de Tesla. También ha habido quien se ha acercado a su figura desde el pop y el rock. En una década tan “eléctrica” y futurista como la de los ochenta, no es extraño que uno de los grupos de referencia de la música tecno, OMD, incluyera la canción “Tesla Girls” en su álbum Junk Culture, en el que las chicas sofisticadas parecían ir de la mano de la tecnología:
No, no, no
Chicas Tesla
Probando nuestras teorías
Sillas eléctricas y dinamos
Vestidas para matar, me están matando
Pero ¡sabe Dios cuál es su receta!
Y en un tono más reivindicativo, acorde con sus melenas de metal de baja intensidad, el grupo norteamericano Tesla (que no por casualidad titularon uno de sus álbumes The Great Radio Controversé) no tenía ningún problema en denunciar, en 1991, en su canción “Edison’s Medicine”, la injusticia cometida con su olvido:
Todo lo que vio, todo lo que concibió,
Simplemente no podían creerlo.
Steinmetz y Twain fueron los amigos que
[se quedaron a su lado,
Junto con el número tres.
Fue electromagnético, completamente quinético,
“El Nuevo Mago del Oeste”.
Pero ellos eran unos estafadores y se quejaban
[de que no era de los suyos,
Y decían que Edison sabía más.
Tesla también ha sido carne de viñeta. Es el constructor en la sombra de Atomic Robo en la serie de cómics creados por Brian Clevinger y Scott Wegener,[6] un héroe metálico que, desde los años veinte, deshace entuertos enfrentándose a nazis, extraterrestres y en general todo aquel que planee, como es de rigor, hacerse con y/o destruir el mundo, en lo que vendría a ser un cruce entre las aventuras de Indiana Jones y el Hellboy de Mike Mignola. Más interés tiene The Five Fists of Science, de Matt Fraction y Steven Sanders,[7] en el que Tesla se convierte en una especie de superhéroe con identidad oculta: por el día es un elogiado inventor, mientras que por la noche utiliza sus creaciones para hacer el bien en las calles de Nueva York, al estilo de Batman. Pero sus habilidades no acaban ahí y, confabulado con Mark Twain y la baronesa Bertha von Suttner,[8] pone en marcha una estratagema para crear una falsa amenaza que una a todos los países del mundo y desbarate los planes de malvados como Edison (pero ¿no había dicho Obama que era un benefactor?), J. P. Morgan, Andrew Camegie (¡y este!) o Marconi.
De hecho, es fácil pensar en Tesla como una figura capaz de inspirar, aunque sea inconscientemente, gran parte de la iconografía derivada del subgénero conocido como steampunk, el eco en nuestros días de un tiempo en el que la fe en las capacidades de la tecnología parecía poner cualquier prodigio al alcance de la mano, una época fronteriza entre la nueva maravilla y los últimos coletazos de la barbarie supersticiosa. Desde este punto de vista, no es difícil rastrear su huella en la serie Captain Swing and the Electrical Pirales of Cindery Island, de Warren Ellis y Raulo Caceres,[9] situada en el Londres de 1830 y protagonizada por un capitán pirata muy particular, poseedor de un barco volante que, como el resto de sus armas y máquinas, se alimenta de electricidad y la extrae del aire. Sus creadores no esconden la influencia de los inventos de Tesla, de su visión de un futuro de energía inalámbrica, libre e inagotable, así como de su determinación para derrotar a un grupo de poderosos que pretenden alejar al común de los mortales de la utopía, abortando un salto tecnológico que inevitablemente derivaría en otro evolutivo.
El universo superheroico, como no podía ser menos, tampoco ha permanecido ajeno al personaje: la serie de DC Comics JLA: Age of Wonder especula con una ucronía en la que Superman, en vez de caer a la Tierra en el siglo xx, lo hace en 1850. Tras ser explotado junto con Tesla en el taller de Edison, ambos mantienen una relación en la que el rayo de la muerte, otra de las constantes del mito tesliano, ayuda al kriptonita en su ardua tarea de salvar al mundo del malvado Lex Lullior. Sin embargo, si hay una representación ambiciosa de Tesla que haya llegado a nuestras librerías es la de la novela gráfica RASL, una Creación de Jeff Smith, autor de Bone, una de las sagas de mayor éxito del cómic contemporáneo, y en la que un ladrón de arte utiliza una máquina de tecnología tesliana para saltar entre universos paralelos robando obras de gran valor. El principal mérito de la obra de Smith es que, en un argumento de ciencia ficción que toma prestados varios conceptos de la física más avanzada, logra insertar un retrato ajustado de Tesla, relacionándolo con las leyendas sobre su figura mediante viudas dibujadas a partir de imágenes reales, que trazan un retrato entre admirativo y desolador del científico.
Pero si hay un campo en el que el nombre de Tesla se ha multiplicado de manera exponencial es el del videojuego, normalmente ligado a dispositivos presuntamente creados por él [Silent Hill, Lara Croft Tomb Raider, Command & Conquer: Red Alert, Return to Castle Wolfenstein, Ratchet and Clank, Fallout 3,[10] Lara Jones y el Secreto de Nikola Tesla], o incluso incluyéndolo como personaje, como en el divertido juego de plataformas Tesla: The Weather Man, en el que un sosias del inventor se enfrenta a los robots construidos por el malvado Edison (¡otra vez!) manipulando el tiempo atmosférico, coleccionando palomas y siguiendo los consejos de su buen amigo Mark Twain… Por su parte, Dark Void, videojuego de 2010 que tiene un buen número de seguidores, reserva a Tesla un papel bastante lucido, el de un equivalente al Q de James Bond, que dota al protagonista de los gadgets necesarios para la resolución de sus espectaculares aventuras.
Videojuegos, comics, literatura, canciones… y miles de páginas web donde se trata, de manera más o menos fundada, de su obra y su vida. Introducir el nombre “Nikola Tesla” en la versión española del buscador Google, arrojaba en la tarde del 28 de marzo de 2011 cinco millones de resultados, prácticamente los mismos que “Thomas Edison”. Deambular por ellas es asistir a un cruce de referencias en el que realidad y ficción terminan confundiéndose, en el que el hombre real se solapa con el superhéroe en que muchos desearían verle convertido, el punto crucial para la explicación de los misterios más recurrentes de la galaxia de la conspiranoia. Y sobre todo, es la constatación de una admiración sin límites, a veces rayana en la credulidad más extrema, hacia un hombre que tuvo en sus manos la liberación de unas fuerzas ambivalentes, tan capaces de salvar a la humanidad como de destruirla.
Una perspectiva demasiado bizarra para quien, de todas formas y por sus propios logros, hizo méritos más que suficientes para ocupar un lugar de honor en la memoria colectiva, y que sin embargo quedó prácticamente borrado de la historia oficial, convertido en algo demasiado parecido a una incógnita. Es hora de comenzar a dibujar los verdaderos contornos que asoman tras la densa niebla del mito.