—Buenas noches.
—Que duermas bien —respondió la habitación.
Tally se puso una chaqueta, se sujetó el sensor a la anilla del vientre y abrió la ventana. No hacía viento, y el río estaba tan liso que podía distinguir cada detalle del perfil de la ciudad reflejado en él.
Parecía que los perfectos asistían a alguna clase de espectáculo, porque oyó el rugido de la multitud al otro lado del agua, mil gritos de entusiasmo alzándose y descendiendo a la vez. Las torres de fiesta estaban a oscuras bajo la luna casi llena, y los fuegos artificiales emitían trémulas tonalidades azules, subiendo tan alto que explotaban en silencio.
La ciudad nunca había parecido tan lejana.
—Muy pronto te veré, Peris —dijo en voz baja.
Las tejas estaban resbaladizas por la lluvia nocturna. Tally ascendió con cuidado hasta la esquina de la residencia, donde había un viejo plátano. Los asideros de sus ramas le resultaban sólidos y familiares, y ella descendió rápidamente hasta la oscuridad, detrás de un reciclador.
Cuando salió de los límites de la residencia, miró hacia atrás. El entramado de sombras que se alejaba de ella parecía muy oportuno, casi intencionado. Como si se esperase que los imperfectos saliesen a hurtadillas de vez en cuando.
Tally hizo un gesto de incredulidad con la cabeza. Estaba empezando a pensar como Shay.
Se reunieron en el dique, donde el río se dividía en dos para rodear Nueva Belleza.
Esa noche no había ningún barco que perturbase la oscuridad, y Shay estaba practicando movimientos en su tabla cuando se acercó Tally.
—¿Tienes que hacer eso aquí, en la ciudad? —gritó Tally por encima del rugido del agua, que cruzaba a toda prisa las compuertas del dique.
Shay se mecía, dejando caer el peso de un lado a otro sobre la tabla flotante y esquivando obstáculos imaginarios.
—Solo me estaba asegurando de que funcionaba, por si estabas preocupada.
Tally miró su propia tabla. Shay había trucado el regulador de seguridad para que no la delatase cuando volasen de noche o cruzasen los límites de la ciudad. A Tally no le preocupaba tanto que la delatara como que no volase, o que la enviase contra un árbol. Pero la tabla de Shay parecía aeroflotar muy bien.
—He venido hasta aquí en la tabla, y nadie ha venido a buscarme —dijo Shay.
Tally dejó caer su tabla al suelo.
—Gracias por asegurarte. No era mi intención mostrarme tan cobarde.
—No lo has hecho.
—Sí que lo he hecho. Tengo que decirte una cosa. La noche que nos conocimos, le prometí a mi amigo Peris que no me arriesgaría demasiado. Ya sabes, por si me metía en un lío y ellos se enfadaban de verdad.
—¿Qué más da si se enfadan? Pronto vas a cumplir los dieciséis.
—Pero ¿y si se enfadan tanto que no me vuelven perfecta?
Shay dejó de dar saltos.
—Nunca he oído que haya ocurrido eso.
—Creo que yo tampoco. Pero tal vez no nos lo dirían si hubiese ocurrido. Sea como sea, Peris me hizo prometerle que me lo tomaría con calma.
—Tally, ¿no crees que quizá lo dijo solo para que no volvieses por allí?
—¿Cómo?
—Quizá te hizo prometerle que te lo tomarías con calma para que no le molestases, para que te diese miedo volver a Nueva Belleza.
Tally intentó responder, pero tenía la garganta seca.
—Escucha, si no quieres venir no pasa nada —dijo Shay—. Lo digo en serio, Bizca. Pero no nos van a atrapar. Y si nos atrapan, yo cargaré con las culpas. Les diré que te he secuestrado —acabó entre risas.
Tally se subió a la tabla y chasqueó los dedos.
—Voy contigo —dijo al llegar a la altura de Shay—. Dije que lo haría.
Shay sonrió y apretó un instante la mano de Tally.
—¡Genial! Ya verás como nos vamos a divertir. No como los nuevos perfectos, sino de verdad. Ponte esto.
—¿Qué son? ¿Visión nocturna?
—No. Gafas de buceo. Te van a encantar los rápidos.
Llegaron a los rápidos diez minutos más tarde.
Tally había vivido durante toda su vida al lado del río. Lento y majestuoso, definía la ciudad, marcando la frontera entre dos mundos. Pero nunca se hubiera imaginado que, pocos kilómetros más arriba del dique, la imponente cinta de plata se convertía en un monstruo rugiente.
El agua estaba embravecida de verdad. Rompía sobre las rocas y, a través de estrechos canales, se lanzaba hacia arriba en salpicaduras iluminadas por la luna, se dividía, se reunía y caía dentro de burbujeantes calderos, al pie de las cataratas.
Shay flotaba justo por encima del torrente, tan bajo que levantaba una estela cada vez que se ladeaba. Tally la seguía a una distancia que se suponía segura, confiando en que su tabla trucada continuase siendo reacia a chocar contra las rocas y las ramas envueltas en la oscuridad. A los lados, el bosque era un vacío oscuro, lleno de árboles centenarios silvestres que en nada se parecían a los absorbentes de dióxido de carbono que decoraban la ciudad. Las nubes iluminadas por la luna brillaban a través de sus ramas como un techo de nácar.
Cada vez que Shay chillaba, Tally sabía que estaba a punto de seguir a su amiga a través de un muro de salpicaduras que saltaban desde la vorágine. Algunas brillaban como cortinas de encaje a la luz de la luna, pero otras sobrevenían de forma inesperada desde la oscuridad. Tally también se estrellaba contra los arcos de agua fría que se alzaban de la tabla de Shay cuando bajaba o se ladeaba, pero al menos sabía cuándo venía una curva.
Los primeros minutos para Tally fueron de verdadero terror, con los dientes tan apretados que le dolía la mandíbula, los dedos de los pies doblados dentro de su nuevo calzado adherente especial y los brazos e incluso los dedos separados en busca del equilibrio. Pero poco a poco Tally se fue acostumbrando a la oscuridad, al rugido del agua bajo sus pies, a la bofetada inesperada de las frías salpicaduras contra la cara. Nunca había volado tan a lo loco, tan rápido ni tan lejos. El río zigzagueaba por el oscuro bosque, adentrándose serpenteante en lo desconocido.
En un momento dado, Shay agitó las manos y se paró. La parte posterior de su tabla se metió en el agua. Tally ascendió para evitar la estela e hizo girar la tabla en un estrecho círculo para detenerla con suavidad.
—¿Ya hemos llegado?
—Aún no. Pero mira.
Shay señaló hacia atrás.
Tally lanzó un grito ahogado al abarcar el paisaje con la vista. A lo lejos la ciudad era una reluciente moneda enclavada al abrigo de la oscuridad, y los fuegos artificiales de Nueva Belleza, con sus fríos tonos azules, despedían un brillo apagado. Debían de haber ascendido mucho; Tally vio manchas de luz de luna que cruzaban despacio las colinas bajas en torno a la ciudad, empujadas por el suave viento que apenas tiraba de las nubes.
Nunca había estado más allá de los límites de la ciudad de noche, y jamás la había visto iluminada así desde lejos.
Tally se quitó las gafas de buceo e inspiró profundamente. El aire estaba impregnado de olores intensos, savia de coniferas y flores silvestres, y el olor eléctrico del agua agitada.
—Bonito, ¿eh?
—Sí —contestó Tally entre jadeos—. Mucho mejor que andar a escondidas por Nueva Belleza.
Shay sonrió feliz.
—Me alegro mucho de oírte decir esto. Me apetecía volver aquí, pero no sola, ¿sabes?
Tally miró el bosque circundante, tratando de atisbar en los espacios negros que había entre los árboles. Aquello era realmente la naturaleza en estado puro, un lugar donde podía ocultarse cualquier cosa, no un lugar para seres humanos. Se estremeció al imaginarse allí sola.
—¿Y ahora adonde vamos?
—A caminar.
—¿A caminar?
Con cuidado, Shay llevó su tabla a la orilla y se bajó.
—Sí, hay un filón de hierro más o menos a medio kilómetro en esa dirección, pero en este tramo no hay nada.
—¿De qué estás hablando?
—Tally, las aerotablas funcionan con la levitación magnética, ¿verdad? Por tanto, tiene que haber alguna clase de metal en las proximidades o no aeroflotan.
—Supongo que así es, pero en la ciudad…
—En la ciudad hay una reja de acero empotrada en el suelo, vayas donde vayas. Aquí hay que tomar precauciones.
—¿Qué pasa si tu tabla deja de aeroflotar?
—Que cae, y tus pulseras protectoras tampoco funcionan.
—Oh.
Tally se bajó de la tabla y se la puso bajo el brazo. Le dolían todos los músculos a causa de la loca carrera que la había llevado hasta allí. Era agradable pisar tierra firme. Bajo sus piernas temblorosas, las rocas parecían lo contrario de la aeroflotación.
Sin embargo, tras caminar durante unos minutos, la tabla empezó a resultar pesada. Para cuando el ruido del río se había convertido en un rugido apagado a sus espaldas, parecía una tabla de roble bajo su brazo.
—No sabía que estas cosas pesaran tanto.
—Sí, eso es lo que pesa una tabla cuando no está aeroflotando. Aquí te enteras de que la ciudad te engaña sobre el funcionamiento real de las cosas.
El cielo se estaba nublando, y en la oscuridad el frío parecía más intenso. Tally levantó la tabla para sujetarla mejor, preguntándose si iba a llover. Ya estaba bastante mojada por culpa de los rápidos.
—La verdad es que me gusta que me engañen sobre algunas cosas.
Después de trepar un buen rato entre las rocas, Shay rompió el silencio.
—Por aquí. Hay un filón natural de hierro bajo tierra. Lo notarás en las pulseras protectoras.
Tally alargó la mano con el ceño fruncido, poco convencida. Pero al cabo de un minuto notó un leve tirón de su pulsera, como si un fantasma la arrastrase hacia delante. La tabla empezó a aligerarse, y pronto Shay y ella volvieron a montar para avanzar sobre una cresta y bajar por un oscuro valle.
Sobre la tabla, Tally tuvo fuerzas para hacer una pregunta que la inquietaba.
—Entonces, si las aerotablas necesitan metal, ¿cómo funcionan sobre el río?
—Extrayendo oro.
—¿Cómo?
—Los ríos nacen de manantiales, que a su vez nacen del interior de las montañas. El agua arrastra los minerales del interior de la tierra. Por eso hay siempre metales en el fondo de los ríos.
—¿Como cuando la gente extraía oro?
—Sí, exacto. Pero en realidad las tablas prefieren el hierro. No es aeroflotación todo lo que reluce.
Tally frunció el ceño. A veces Shay hablaba de forma misteriosa, como si citase las letras de un grupo de música que nadie más conocía.
Estuvo a punto de hacerle una nueva pregunta cuando Shay se detuvo de pronto y señaló hacia abajo.
Las nubes se estaban abriendo, y la luz de la luna las atravesó para caer sobre el fondo del valle. Unas torres mastodónticas de construcción humana se alzaban entre las copas de los árboles que oscilaban al viento, proyectando sombras recortadas.
Las Ruinas Oxidadas.