50. Río Abajo

Antes de marcharse, Tally se escribió una carta a sí misma. Poner su consentimiento por escrito era idea de Maddy. De esa forma, incluso siendo perfecta e incapaz de comprender por qué iba a querer que le arreglasen el cerebro, al menos podría leer sus propias palabras y sabría a qué atenerse.

—Si cree que es mejor así, a mí me parece bien —dijo Tally—, pero cúreme aunque yo me eche atrás. No me deje como a Shay.

—Te curaré, Tally, te lo prometo. Solo necesito tu consentimiento por escrito.

Maddy le dio un bolígrafo y un pequeño trozo de papel.

—No sé escribir a mano —dijo Tally—. Ya no es obligatorio.

Maddy movió la cabeza con tristeza.

—Vale. Tú dicta y yo lo escribiré —dijo.

—Usted no. Shay puede escribirlo por mí. Tomó clases cuando decidió irse al Humo.

Tally recordaba las torpes pero legibles indicaciones que Shay había garabateado para conducirla hasta el Humo.

La carta no requirió mucho tiempo. Shay se rió de las palabras sinceras de Tally, pero las escribió de todos modos. Al apoyar el bolígrafo en el papel se ponía seria, como una niña pequeña que está aprendiendo a leer.

Cuando acabaron, David aún no había vuelto. Se había ido en una de las aerotablas en dirección a las ruinas. Mientras guardaba sus cosas, Tally no dejaba de mirar hacia la ventana con la esperanza de que regresase.

Sin embargo, Maddy estaba en lo cierto. Si Tally volvía a verlo, empezaría a buscar argumentos para no irse. O tal vez David intentaría detenerla.

O peor, tal vez acabaría no haciendo lo que debía hacer.

Sin embargo, dijera lo que dijese David ahora, siempre recordaría lo que había hecho ella, las vidas que había arruinado con sus mentiras. Aquella era la única forma que tenía Tally de estar segura de que la había perdonado. Si acudía a rescatarla, lo sabría.

—Bueno, vamos allá —dijo Shay cuando acabaron.

—Shay, no voy a pasarme toda la vida lejos de aquí. Preferiría que tú…

—Vamos. Estoy harta de este sitio.

Tally se mordió el labio inferior. ¿Qué sentido tenía entregarse si Shay también iba con ella? Aunque, por otra parte, siempre podían volver a buscarla. Una vez que se demostrase que el tratamiento funcionaba, podrían administrárselo a cualquiera.

—Solo me he quedado en esta ciudad de mala muerte para intentar que volvieras —dijo Shay bajando la voz—. ¿Sabes?, es culpa mía que aún no seas perfecta. Lo eché todo a perder al escaparme. Te lo debo.

—¡Oh, Shay! —exclamó Tally.

La cabeza le daba vueltas y cerró los ojos.

—Maddy siempre dice que puedo marcharme cuando quiera. No querrás que me vaya sola, ¿verdad?

Tally trató de imaginarse a Shay caminando sola hacia el río.

—No, supongo que no.

Miró a su amiga y vio una chispa en sus ojos: estaba verdaderamente emocionada ante la idea de salir de viaje con Tally.

—¡Por favor! Lo pasaremos bomba en Nueva Belleza.

Tally suspiró.

—Vale, supongo que no puedo detenerte.

Volaron juntas en una sola aerotabla. Croy las acompañó para llevarse las tablas cuando llegasen a la ciudad.

El chico no habló en todo el camino. Todos los nuevos miembros del Humo habían oído la discusión desde el interior del refugio y sabían por fin lo que Tally había hecho. Croy se sentía especialmente mal. Él lo había sospechado, pero había sido incapaz de detener a Tally antes de que los traicionara a todos.

Sin embargo, cuando llegaron al cinturón verde, se forzó a mirarla.

—Bueno, ¿y cómo te convencieron para obligarte a hacer algo así?

—Me dijeron que no podría operarme hasta que encontrase a Shay.

Croy desvió la mirada y contempló las luces de la ciudad de Nueva Belleza, que brillaban en la fría noche de noviembre.

—Así que por fin vas a conseguir lo que querías.

—Sí, supongo.

—¡Tally va a ser perfecta! —exclamó Shay.

Croy no hizo caso de ella y volvió a mirar a Tally.

—De todos modos, gracias por rescatarme. Menuda la armasteis. Espero que… —Se interrumpió encogiéndose de hombros y sacudiendo la cabeza—. Ya nos veremos.

—Eso espero.

Croy unió las tablas y regresó hacia el río.

—¡Esto va a ser genial! —dijo Shay—. Estoy deseando que conozcas a todos mis nuevos amigos. Y por fin podrás presentarme a Peris.

—Claro.

Se dirigieron hacia Feópolis hasta que llegaron al parque Cleopatra. La tierra estaba dura debido al frío de finales de otoño, y caminaban abrazadas para darse calor. Tally llevaba su jersey hecho en el Humo. Primero había pensado que Maddy se lo guardase, pero finalmente había decidido dejar en el refugio su chaqueta de microfibra. La ropa hecha en la ciudad era demasiado valiosa para desperdiciarla en alguien que regresaba a la civilización.

—Verás, ya me estaba haciendo popular —decía Shay—. Tener un pasado delictivo es la única forma de entrar en las fiestas más exclusivas. Lo que no le interesa a nadie es que hables de las asignaturas que escogiste en la escuela de imperfectos —acabó con una risita.

—Entonces, le caeremos muy bien a todo el mundo.

—Desde luego. ¿Te imaginas cuando les contemos que me raptaste de la sede central de Circunstancias Especiales? ¿Y cómo te convencí para escapar de esa pandilla de fanáticos? Pero no podemos contarlo todo, Bizca. ¡Nadie va a creerse la verdad!

—No, en eso llevas razón.

Tally pensó en la carta que guardaba Maddy. ¿Se creería la verdad ella misma semanas después? ¿Cómo resultarían las palabras de una imperfecta fugitiva, desesperada y trágica vistas con ojos perfectos?

¿Qué le parecería David después de pasar veinticuatro horas al día rodeada de caras de nuevos perfectos? ¿Realmente volvería a creerse todo aquel rollo sobre la imperfección, o recordaría que alguien podía ser guapo incluso sin cirugía? Tally evocó por unos instantes el rostro de David y sintió una punzada de dolor al pensar en el tiempo que pasaría antes de volver a verle.

Se preguntó cuánto tiempo habría de pasar, después de la operación, para dejar de echar de menos a David. Maddy le había advertido que podían transcurrir algunos días antes de que las lesiones le afectasen de forma decisiva. Pero eso no significaba que fuese la propia mente la que se transformaba.

Tal vez si decidía seguir echándolo de menos a pesar de todo, Tally podría impedir que su mente cambiase. A diferencia de la mayoría de la gente, ella sí sabía lo de las lesiones. Tal vez podría derrotarlos.

Una silueta oscura pasó por encima de sus cabezas. Era el aerovehículo de un guardián, y Tally se quedó paralizada de forma instintiva. Los imperfectos de la ciudad habían dicho que últimamente había más patrullas. Las autoridades se habían dado cuenta por fin de que las cosas estaban cambiando.

El aerovehículo se detuvo y luego se posó suavemente en el suelo junto a ellas. Se abrió una puerta corredera, y estalló una luz cegadora.

—Muy bien, chicas… Oh, lo siento, señorita.

La luz iluminaba el rostro de Shay. Luego se dirigió hacia Tally.

—¿Qué estáis….?

La voz del guardián vaciló. ¿Acaso no era el colmo? Una perfecta y una imperfecta dando una vuelta juntas. El guardián se acercó más. Su rostro perfecto expresaba confusión.

Tally sonrió. Al menos estaba causando problemas hasta el final.

—Soy Tally Youngblood —dijo—. Conviértanme en perfecta.