5. Afrontar el futuro

—Esta es la opción número dos.

Tally tocó su anillo de comunicación, y la pantalla mural cambió.

Esta Tally era elegante, con los pómulos muy altos, los ojos rasgados de un verde intenso y la boca ancha dibujando una sonrisa de complicidad.

—Eso es… hummm… muy diferente.

—Sí. Hasta dudo que sea legal.

Tally ajustó los parámetros de la forma de los ojos, bajando el arco de las cejas hasta casi alcanzar la normalidad. Algunas ciudades permitían operaciones exóticas —solo para nuevos perfectos—, pero aquí las autoridades tenían fama de conservadoras. La chica dudaba que un médico se dignase mirar dos veces aquel morfo, pero era divertido llevar el programa a sus límites.

—¿Crees que doy miedo?

—No. Pareces una auténtica gatita —dijo Shay con una risita—. Por desgracia, lo digo en sentido literal, que come ratones muertos.

—De acuerdo, vamos a otra cosa.

La siguiente Tally era un modelo morfológico mucho más normal, con los ojos rasgados de color castaño, el cabello negro y liso con flequillo largo, y los labios oscuros ajustados al máximo grosor.

—Muy vulgar, Tally.

—¡Oh, vamos! He trabajado mucho en este. Creo que así estaría fantástica. Se inspira mucho en Cleopatra.

—¿Sabes? —dijo Shay—. Leí que la verdadera Cleopatra no tenía un aspecto tan fantástico, sino que seducía a todo el mundo por lo inteligente que era.

—Sí, claro. ¿Y has visto alguna foto de ella?

—En esa época no existían las cámaras fotográficas. Bizca.

—Ya. Y entonces, ¿cómo sabes que era fea?

—Porque eso es lo que escribieron los historiadores en su época.

Tally se encogió de hombros.

—Seguramente era una belleza clásica y ni siquiera lo sabían. En aquel entonces tenían ideas raras sobre la belleza. No sabían nada de biología.

—¡Qué suerte la suya!

Shay miró por la ventana.

—Bueno, pues si piensas que todas mis caras son tan penosas, ¿por qué no me enseñas alguna de las tuyas?

Tally borró la pantalla mural y se echó hacia atrás en la cama.

—No puedo.

—Repartes golpes a diestro y siniestro, pero contigo que no se metan, ¿eh?

—No puedo. Nunca he hecho ninguna.

Tally se quedó boquiabierta. Todo el mundo hacía morfos, incluso los más pequeños, demasiado jóvenes para tener una estructura facial definitiva. Imaginar todos los posibles aspectos que podías tener cuando por fin te convirtieses en perfecto era una forma fantástica de pasar el rato.

—¿Ni una sola?

—Tal vez de pequeña. Pero mis amigos y yo dejamos de hacer ese tipo de cosas hace mucho tiempo.

—Bueno. —Tally se incorporó—. Deberíamos arreglar eso ahora mismo.

—Preferiría salir a volar con la aerotabla.

Shay se metió la mano bajo la camisa y dio un tirón ansioso. Tally suponía que Shay dormía con el sensor ventral puesto, practicando con la aerotabla en sueños.

—Ya irás luego, Shay. No puedo creer que no tengas ni un solo morfo. Por favor, por favor…

—Es una tontería. Los médicos hacen lo que quieren, digas lo que digas.

—Ya lo sé, pero es divertidísimo.

Shay se esforzó mucho por poner los ojos en blanco, pero al final asintió. Se levantó de la cama a rastras y se dejó caer delante de la pantalla mural, apartándose el cabello de la cara.

Tally soltó un bufido.

—De modo que ya has hecho esto antes.

—Ya te lo he dicho, de pequeña.

—Claro.

Tally giró su anillo de comunicación para visualizar un menú en la pantalla mural y parpadeó varias veces para avanzar a través de una serie de opciones de ratón ocular. La cámara de la pantalla emitió una luz láser, y una cuadrícula verde apareció sobre el rostro de Shay como un campo de cuadraditos sobre la forma de sus pómulos, nariz, labios y frente.

Al cabo de unos segundos aparecieron dos caras en la pantalla. Ambas eran Shay, pero había diferencias evidentes: una parecía rebelde y un tanto enfadada; la otra tenía una expresión distante, como la de quien sueña despierto.

—Es raro cómo funciona, ¿verdad? —dijo Tally—. Como si fueran personas distintas.

Shay asintió.

—Es repulsivo.

Las caras imperfectas siempre eran asimétricas; ninguna de las mitades tenía exactamente el mismo aspecto que la otra. Así pues, lo primero que hacía el programa de morfos era coger cada lado de la cara y duplicarlo, como si colocase un espejo justo en el centro, creando dos ejemplos de perfecta simetría. Las dos Shay simétricas presentaban mejor aspecto que la original.

—Bueno, Shay, ¿cuál crees que es tu lado bueno?

—¿Por qué tengo que ser simétrica? Prefiero tener un rostro con dos lados diferentes.

—Eso es un síntoma de estrés infantil —protestó Tally—. A nadie le gusta eso.

—Bueno, no quisiera parecer estresada —resopló Shay, y señaló el rostro más rebelde—. Venga, cualquiera. El derecho es mejor, ¿no crees?

—Yo odio mi lado derecho. Siempre empiezo por el izquierdo.

—Pero, resulta que a mí me gusta mi lado derecho. Tiene un aspecto más duro.

—Vale, tú mandas.

Tally parpadeó, y el rostro del lado derecho pasó a ocupar toda la pantalla.

—Primero, lo básico.

El programa tomó el relevo: los ojos crecieron de forma gradual, reduciendo el tamaño de la nariz; los pómulos de Shay subieron y sus labios se hicieron un poquito más gruesos (ya casi tenían el tamaño de los de un perfecto). Desaparecieron todas las manchas y su piel se volvió impecablemente lisa. El cráneo se movió un poco bajo los rasgos, haciendo que el ángulo de la frente se inclinase hacia atrás y la barbilla se volviese más definida, con una mandíbula más fuerte.

Al acabar, Tally silbó.

—¡Caramba!, eso ya está mejor.

—Estupendo —se quejó Shay—. Soy idéntica a cualquier otra nueva perfecta del mundo.

—Bueno, acabamos de empezar. ¿Y si te ponemos pelo?

Tally parpadeó deprisa para seleccionar los menús y escogió un estilo al azar.

Cuando cambió la pantalla mural, a Shay le dio un ataque de risa tonta. El peinado alto se elevaba por encima de su fino rostro como unas orejas de burro, y el cabello rubio ceniza resultaba profundamente incongruente con su piel aceitunada.

Tally apenas podía hablar a causa de la risa.

—De acuerdo, puede que así no —dijo antes de repasar más estilos hasta decidirse por un cabello oscuro y corto—. Primero arreglemos la cara.

Ajustó las cejas, exagerando un poco su arco, y añadió redondez a las mejillas. Shay seguía estando demasiado delgada, incluso después de que el programa de morfología la hubiera transformado según la media.

—¿Y qué tal un poco más claro?

Tally acercó el tono a la referencia.

—¡Eh, Bizca! —dijo Shay—. ¿De quién es la cara?

—Solo estoy jugando —respondió Tally—. ¿Quieres hacer una foto?

—No, quiero salir con la aerotabla.

—Claro, estupendo. Pero antes arreglemos esto.

—¿A qué te refieres con «arreglemos esto», Tally? ¡Puede que piense que mi cara ya está bien!

—Sí, es fantástica —Tally puso los ojos en blanco— para una imperfecta.

Shay frunció el ceño.

—¿Qué pasa?, ¿es que no puedes soportar mi aspecto? ¿Necesitas tener otra imagen en la cabeza en lugar de mi cara?

—¡Shay! Vamos. Es solo para divertirnos.

—Hacer que nos sintamos feas no es divertido.

—¡Pero es que somos feas!

—Este juego solo está pensado para hacer que nos odiemos a nosotras mismas.

Tally gimió, se dejó caer sobre la cama y miró al techo con furia. A veces Shay podía ser muy rara. Siempre se quejaba de la operación, como si alguien la obligase a cumplir los dieciséis.

—Sí, claro, y las cosas eran fantásticas cuando todo el mundo era imperfecto. ¿O ese día faltaste a clase?

—Sí, sí, ya lo sé —recitó Shay—. Las personas se juzgaban unas a otras basándose en su apariencia. La gente que era más alta conseguía mejores trabajos, y la gente llegaba incluso a votar a algunos políticos solo porque no eran tan imperfectos como todos los demás. Bla, bla, bla.

—Sí, y la gente se mataba entre sí por el color de piel. —Tally hizo un gesto de incredulidad con la cabeza. Por muchas veces que lo repitiesen en la escuela, nunca había llegado a creérselo del todo—. ¿Y qué pasa si la gente se parece más ahora? Es la única forma de hacer a las personas iguales.

—¿Y si las hiciesen más inteligentes?

Tally se echó a reír.

—¡Ni soñarlo! De todas formas, ahora solo estábamos imaginando qué aspecto tendremos tú y yo dentro de… dos meses y quince días.

—¿No podemos simplemente esperar hasta entonces?

Tally cerró los ojos con un suspiro.

—A veces creo que no puedo.

Tally notó el peso de Shay sobre su cama, así como un ligero puñetazo en el brazo.

—Bueno, pues mala suerte. Venga, ahora más vale que aprovechemos el tiempo. ¿Podemos salir con las aerotablas, por favor?

Tally abrió los ojos y vio que su amiga sonreía.

—Vale, tú ganas —dijo antes de incorporarse y echar un vistazo a la pantalla. Incluso sin ponerle mucho esmero, la cara de Shay era afable, vulnerable, sana… bella—. ¿No te parece que eres preciosa?

Shay se encogió de hombros sin mirar.

—Esa no soy yo, sino la idea que tiene de mí algún comité.

Tally sonrió y le dio un abrazo.

—Sin embargo, serás tú. Tú de verdad. Muy pronto.