Se quedaron en los límites de las Ruinas Oxidadas. De vez en cuando, unos aerovehículos sobrevolaban la ciudad medio derrumbada, dibujando una lenta pauta de búsqueda a través del cielo. Pero los habitantes del Humo tenían experiencia en esconderse de satélites y aeronaves. Distribuyeron por las ruinas barras fluorescentes que despedían bolsas de calor de tamaño humano y cubrieron las ventanas de su edificio con láminas de material semirrígido y negro. Además, las ruinas eran muy grandes; encontrar a siete personas en lo que había sido una ciudad de millones de habitantes no resultaba nada fácil.
Cada noche, Tally comprobaba cómo iba creciendo la influencia del «Nuevo Humo». Muchos imperfectos habían visto el mensaje ardiente la noche de la fuga o habían oído hablar de él, y las peregrinaciones nocturnas hasta las ruinas se incrementaron poco a poco hasta que las bengalas oscilaron encima de los edificios altos desde la medianoche hasta el amanecer. Tally, Ryde, Croy y Astrix se pusieron en contacto con los imperfectos de la ciudad, hicieron circular nuevos rumores, enseñaron nuevos trucos y ofrecieron vistazos fugaces de las revistas antiguas que el Jefe había rescatado del Humo. A los que dudaban de la existencia de Circunstancias Especiales, Tally les mostraba las pulseras de plástico de las esposas que aún rodeaban sus muñecas y los invitaba a tratar de cortarlas.
Una nueva leyenda destacaba entre todas las demás. Maddy había decidido que las lesiones cerebrales no podían seguir manteniéndose en secreto; todo imperfecto tenía derecho a saber qué implicaba realmente la Operación. Tally y los demás extendieron el rumor entre sus amigos de la ciudad. El bisturí no te cambiaba solo la cara. Tu personalidad —tu verdadero yo interior— era el precio de la belleza.
Por supuesto, no todos los imperfectos daban crédito a una historia tan escandalosa, pero había unos pocos que sí. Y algunos se escapaban hacia Nueva Belleza en plena noche para hablar cara a cara con sus amigos mayores que ellos y decidir por sí mismos.
A veces los especiales trataban de arruinarles la fiesta disponiendo trampas para los nuevos seguidores del Humo, pero siempre había alguien que los avisaba, y ningún aerovehículo pudo atrapar nunca una tabla entre las calles serpenteantes y los escombros. Los nuevos miembros conocían los recovecos de las ruinas como si hubiesen nacido ahí y eran capaces de desaparecer en un instante.
Maddy trabajaba en la cura del cerebro, utilizando materiales rescatados de las ruinas o aportados por imperfectos de la ciudad, que los cogían de los hospitales y las clases de química. Vivía apartada de los demás, excepto de David. Parecía especialmente fría con Tally, la cual se sentía culpable durante cada instante que pasaba con David, ahora que su madre estaba sola. Nadie hablaba nunca de la muerte de Az.
Shay se quedó con ellos, y no paraba de quejarse de la comida, de las ruinas, de su pelo y de su ropa, así como de tener que ver todas las caras imperfectas que la rodeaban. Pero nunca parecía amargada, solo perpetuamente enfadada. Pasados los primeros días ni siquiera hablaba de marcharse. Tal vez la lesión cerebral la había vuelto acomodaticia, o tal vez se conformaba porque no había vivido mucho tiempo en la ciudad de Nueva Belleza. Aún los trataba como amigos. A veces Tally se preguntaba si Shay disfrutaba en secreto de ser la única cara perfecta en aquella pequeña rebelión. Desde luego, no trabajaba más de lo que habría trabajado en la ciudad; Ryde y Astrix obedecían todas y cada una de sus órdenes.
David ayudaba a su madre registrando las ruinas en busca de material y enseñando trucos de supervivencia en la naturaleza a cualquier imperfecto que quisiera aprenderlos. Pero en las dos semanas siguientes a la muerte de Az, Tally añoró los días en que David y ella estaban solos.
Veinte días después del rescate, Maddy anunció que había encontrado una cura.
—Shay, quiero que me escuches atentamente.
—Claro, Maddy.
—Cuando te operaron, le hicieron algo a tu cerebro.
Shay sonrió.
—Sí, de acuerdo —dijo mirando a Tally—. Eso es lo que me dice Tally, pero vosotros no lo entendéis.
Maddy juntó las manos en su regazo.
—¿A qué te refieres?
—Es que me gusta el aspecto que tengo —insistió Shay—. Soy más feliz con este cuerpo. ¿Queréis hablar de lesiones cerebrales? Fijaos en vosotros mismos, que siempre estáis corriendo por estas ruinas y jugando a los comandos. Estáis saturados de planes y rebeliones, locos de miedo y paranoia, incluso de celos —añadió mirando a Tally y a Maddy—. Eso es lo que conlleva ser imperfecto.
—¿Y cómo te sientes, Shay? —preguntó Maddy con tono sereno.
—Me siento alegre. Es agradable no sentirse dominado por las hormonas. Por supuesto, es un asco estar aquí y no en la ciudad.
—Nadie te retiene aquí, Shay. ¿Por qué no te has marchado?
Shay se encogió de hombros.
—No lo sé… Supongo que me preocupo por vosotros. Esto es peligroso, y meterse con los especiales no es buena idea. Usted debería saberlo, Maddy.
Tally inspiró con fuerza, pero la expresión de Maddy no se alteró.
—¿Y vas a protegernos de ellos? —preguntó con calma.
Shay se encogió de hombros.
—Es que me siento mal por Tally. Si no le hubiese hablado del Humo, ahora mismo sería perfecta en lugar de vivir en esta ciudad de mala muerte. Y me imagino que al final decidirá madurar. Entonces regresaremos juntas.
—No parece que quieras decidir por ti misma.
—¿Decidir qué?
Shay puso los ojos en blanco y miró a Tally, dándole a entender lo aburrido que era aquello. Las dos habían tenido esa conversación una docena de veces, hasta que Tally había comprendido que no podía convencer a Shay de que su personalidad se había transformado. Para Shay, su nueva actitud respondía a que había madurado; había cambiado y había dejado atrás todas las pasiones y las contradicciones de la imperfección.
—No siempre has sido así, Shay —dijo David.
—No, antes era imperfecta.
Maddy sonrió con amabilidad.
—Estas píldoras no cambiarán tu aspecto. Solo afectarán a tu cerebro, deshaciendo lo que la doctora Cable le hizo al funcionamiento de tu mente. Entonces podrás decidir tú misma qué aspecto quieres tener.
—¿Decidir? ¿Después de que hayáis manipulado mi cerebro?
—¡Shay! —exclamó Tally, olvidando su promesa de permanecer en silencio—. ¡No somos nosotros los que hemos manipulado tu cerebro!
—Tally —dijo David dulcemente.
—Muy bien, soy yo la que está loca —dijo Shay en su habitual tono quejumbroso—. Y no vosotros, que vivís en un edificio destartalado en los límites de una ciudad muerta, y que os estáis volviendo monstruosos poco a poco cuando podríais ser guapos. Sí, estoy loca, vale… ¡por tratar de ayudaros!
Tally se arrellanó en su asiento y cruzó los brazos, sin saber qué decir. Cada vez que tenían esa conversación, la realidad se tambaleaba un poco, como si ella y los demás miembros del grupo pudiesen ser de verdad los enfermos mentales. Era como en aquellos primeros días horribles en el Humo, cuando no sabía de qué parte estaba.
—¿Cómo nos ayudas, Shay? —preguntó Maddy en tono sereno.
—Trato de hacéroslo entender.
—¿Igual que hacías cuando la doctora Cable te traía a mi celda?
Shay entornó los ojos. La confusión entristeció su rostro, como si los recuerdos de la prisión subterránea no encajasen con el resto de su visión perfecta del mundo.
—Ya sé que la doctora C se portó fatal con vosotros —dijo—. Los especiales son psicópatas; solo hace falta mirarlos. Pero eso no significa que tengáis que pasaros toda la vida huyendo. Eso es lo que quiero deciros. Cuando os operen, los especiales no se meterán más con vosotros.
—¿Por qué no?
—Porque ya no causaréis problemas.
—¿Por qué no?
—¡Pues porque seréis felices! —Shay respiró profundamente un par de veces y recuperó su calma habitual—. Como yo —añadió con una sonrisa.
Maddy cogió las píldoras que estaban sobre la mesa, delante de ella.
—¿No te las tomarás por propia voluntad?
—De ninguna manera. Usted ha dicho que ni siquiera son seguras.
—He dicho que cabía la posibilidad de que algo saliese mal.
Shay se echó a reír.
—Desde luego, debe de creer que estoy chiflada. Y aunque esas píldoras funcionen, fíjese en lo que se supone que hacen. Por lo que yo sé, «curado» significa ser un cerebrito imperfecto y celoso, egocéntrico y quejumbroso. Significa creer que tienes todas las respuestas —dijo cruzando los brazos—. En muchos aspectos, usted y la doctora Cable son iguales. Ambas están convencidas de que tienen que cambiar el mundo. Pues yo no necesito cambiar el mundo, ni necesito esas píldoras.
—De acuerdo. —Maddy cogió las píldoras y se las metió en el bolsillo—. Entonces no tengo nada más que decir.
—¿A qué se refiere? —preguntó Tally.
David le apretó la mano.
—No podemos hacer nada más, Tally.
—¿Qué? Dijo que podíamos curarla.
Maddy negó con la cabeza.
—Solo si quiere ser curada. Estas píldoras son experimentales, Tally. No podemos dárselas a nadie contra su voluntad. No sabemos si darán resultado.
—Pero su mente… ¡Tiene una lesión cerebral!
—¡Hola! —exclamó Shay—. Os recuerdo que estoy aquí.
—Lo siento, Shay —dijo Maddy con suavidad—. ¿Vienes, Tally?
Maddy apartó la cortina negra y salió a lo que los nuevos miembros llamaban la terraza. En realidad solo era una parte del ático del edificio, donde el techo se había derrumbado por completo, dejando una vista panorámica de las ruinas.
Tally la siguió. En aquellos momentos, Shay ya estaba hablando de lo que habría para cenar. David salió un instante después.
—Entonces le daremos las píldoras en secreto, ¿no? —susurró Tally
—No —dijo Maddy en tono firme—. No podemos. No voy a hacer experimentos médicos con pacientes que no hayan dado su consentimiento.
—¿Experimentos médicos? —repitió Tally tragando saliva.
David la cogió de la mano.
—No se puede saber con certeza qué consecuencias tendrá el tratamiento. Las posibilidades de que salga mal son mínimas, pero podría quedar tarada para siempre.
—Ya está tarada.
—Pero es feliz, Tally —David movió la cabeza—, y puede tomar sus propias decisiones.
Tally retiró la mano y se puso a contemplar la ciudad. Ya se veía una bengala sobre la alta aguja. Los imperfectos acudían a cotillear e intercambiar cosas.
—¿Por qué hemos tenido que preguntárselo siquiera? ¡Ellos no le pidieron permiso para manipularle el cerebro!
—Esa es la diferencia entre ellos y nosotros —dijo Maddy—. Cuando Az y yo descubrimos qué significaba realmente la Operación, nos dimos cuenta de que habíamos participado en algo horrible. Le habíamos cambiado la mente a la gente sin su conocimiento. Como médicos, habíamos hecho un antiguo juramento según el cual nunca haríamos nada semejante.
Tally miró fijamente a Maddy.
—Si no iba a curar a Shay, ¿por qué se molestó en buscar un tratamiento?
—Si supiéramos que el tratamiento da resultado y es seguro, podríamos administrárselo a Shay sin problemas. Pero para probarlo necesitamos a un paciente que dé su consentimiento.
—¿Dónde vamos a encontrar uno? Todos los perfectos se van a negar.
—Tal vez por ahora, Tally, pero si seguimos adentrándonos en la ciudad puede que encontremos a un perfecto que quiera probarlo.
—Pero es que sabemos que Shay está loca.
—No está loca —dijo Maddy—. En realidad, sus argumentos tienen sentido. Es feliz tal como está y no quiere correr riesgos.
—Pero no es ella. Tenemos que cambiarla otra vez.
—Az murió porque alguien pensaba lo mismo que tú —dijo Maddy en tono sombrío.
—¿Qué?
David apoyó el brazo sobre los hombros de Tally.
—Mi padre…
Carraspeó, y Tally esperó en silencio. Por fin iba a saber cómo había muerto Az.
David inspiró despacio antes de continuar:
—La doctora Cable quería operarlos a todos, pero temía que mamá y papá pudiesen hablar de las lesiones cerebrales incluso después de la operación, porque habían pasado mucho tiempo concentrados en ellas —explicó David con voz temblorosa, aunque suave y cuidadosa—. La doctora Cable estaba realizando nuevas investigaciones, tratando de hallar la forma de cambiar los recuerdos y borrar el Humo para siempre de la mente de las personas. Se llevaron a mi padre para la operación y ya no regresó nunca más.
—Eso es terrible —susurró Tally mientras lo estrechaba entre sus brazos.
—Az fue víctima de un experimento médico, Tally —intervino Maddy—. No puedo hacerle lo mismo a Shay. Si lo hiciera, ella tendría razón, y la doctora Cable y yo seríamos iguales.
—Pero Shay se escapó. No quería convertirse en perfecta.
—Tampoco quiere que experimentemos con ella.
Tally cerró los ojos. A través de la persiana, oía a Shay, que hablaba a Ryde del cepillo para el pelo que había hecho. Llevaba días exhibiendo orgullosa el pequeño cepillo, hecho de astillas de madera clavadas en un trozo de arcilla, como si fuese lo más importante que había hecho en su vida.
Lo habían arriesgado todo para rescatarla, pero no habían obtenido ninguna compensación. Shay nunca sería la misma.
Y todo era culpa de Tally. Había ido al Humo y había conducido hasta allí a los especiales. Ahora Shay era una perfecta imbécil y Az había muerto.
Inspiró profundamente.
—Está bien, ya tiene a un paciente que da su consentimiento.
—¿A qué te refieres, Tally?
—A mí.