—Dadme una navaja.
Maddy tendió la mano haciendo caso omiso de la mirada conmocionada de su hijo.
Tally rebuscó en su mochila y le pasó su navaja multiusos a Maddy, que sacó una hoja corta y cortó un trozo de la manga de su mono. Cuando el ascensor llegó a la azotea, las puertas se abrieron a medias antes de detenerse con un chirrido, descubriendo el agujero desigual que Tally había abierto para poder entrar. Fueron pasando por él de uno en uno y corrieron hacia el borde de la azotea.
A cien metros de distancia, Tally vio las aerotablas que cruzaban el recinto, reclamadas por sus pulseras protectoras. Ahora sonaban las alarmas alrededor de ellos. Si por algún milagro los especiales no habían detectado aún la fuga, las tablas desocupadas habían tocado la alambrada.
Tally se dio la vuelta en busca de David, que iba a trompicones al final del grupo medio aturdido, y lo cogió por los hombros.
—Lo siento mucho.
David hizo un gesto de incredulidad.
—No sé qué hacer, Tally.
Ella cogió su mano.
—Tenemos que correr. Es lo único que podemos hacer ahora mismo. Sigue a tu madre.
David la miró a los ojos con expresión abstraída.
—Está bien.
Se disponía a decir algo más cuando sus palabras fueron sofocadas por un ruido parecido al de unas uñas enormes que estuvieran arañando metal. La puerta de los aerovehículos pugnaba contra la cola nanotecnológica, haciendo temblar toda la azotea.
Maddy, la última en salir del ascensor, había forzado la puerta con un gato eléctrico.
—Ascensor solicitado —repetía la voz.
Pero había otras formas de llegar a la azotea. Maddy se volvió hacia David.
—Pega con cola esas trampillas para que no puedan salir.
Él asintió, con la mirada despejada por un momento.
—Iré a buscar las tablas —dijo Tally antes de volverse y correr hacia el borde de la azotea.
Cuando llegó, saltó al vacío, confiando en que a su arnés de salto le quedase carga.
Tras rebotar una vez, Tally empezó a correr. Las tablas detectaron sus pulseras protectoras y se dirigieron rápidamente hacia ella.
—¡Tally! ¡Ten cuidado!
Al oír el grito de Croy, miró por encima de ella. Una brigada de especiales cruzaban el recinto en su dirección. Tras ellos, había una puerta abierta a la altura del suelo. Corrían de forma inhumana, cubriendo el terreno con grandes zancadas.
Las tablas le dieron un ligero empujón en las pantorrillas desde atrás, como perros con ganas de jugar. Tally dio un salto y por un momento se tambaleó con un pie sobre cada par de tablas unidas. No sabía de nadie que hubiese volado en cuatro tablas a la vez. Pero uno de los especiales estaba ya a pocos pasos de ella.
Tally chasqueó los dedos y ascendió con rapidez.
El especial dio un salto asombroso y rozó con los dedos el borde frontal de las tablas.
Tally se tambaleó. Era como hallarse en un trampolín mientras otra persona saltaba sobre él. Los demás especiales observaban desde el suelo, esperando que cayese.
Pero Tally recuperó el equilibrio, se inclinó hacia delante y se dirigió de nuevo hacia el edificio. Las tablas adquirieron velocidad, y al cabo de unos segundos Tally pudo saltar a la azotea; de una patada, envió a Croy un par de aerotablas. Croy las desacopló mientras ella separaba las otras dos.
—Vete ya —dijo Maddy—. Coge esto.
Le dio a Tally una pieza de tela anaranjada, que llevaba prendido un sistema de circuitos. Tally observó que Maddy había cortado trozos de las mangas de todos los monos.
—Hay un rastreador en ese trozo de tela —dijo Maddy—. Déjalo caer en algún sitio para despistarlos.
Tally asintió mientras buscaba a David con la mirada. Vio que corría hacia ellos con gesto impasible y sombrío, y llevaba en la mano el tubo de cola aplastado y vacío.
—David… —empezó a decir.
—¡Vete! —gritó Maddy mientras subía a Shay a la tabla de un empujón, al lado de Tally.
—Hummm… ¿Sin pulseras protectoras? —preguntó Shay tambaleándose sobre la tabla—. No es la primera fiesta a la que voy esta noche, ¿sabes?
—Lo sé. Agárrate —dijo Tally antes de alejarse de la azotea como una exhalación.
Ambas se tambalearon un momento y estuvieron a punto de perder el equilibrio. Pero Tally se afianzó mientras notaba que los brazos de Shay se aferraban con fuerza a su cintura.
—¡Madre mía, Tally! ¡Frena un poco!
—Tú agárrate bien.
Tally se inclinó en una curva. Le ponía enferma la lentitud de la tabla, que además de llevar a dos personas se estaba volviendo loca debido a los movimientos inseguros de Shay.
—¿No recuerdas cómo se va en aerotabla?
—¡Claro que sí! —dijo Shay—. Solo que estoy un poco oxidada, Bizca. Además, esta noche me he pasado un poco con la bebida.
—Pues vigila no te caigas, que te harías daño.
—¡Eh! ¡Yo no te he pedido que me rescatases!
—No, ya sé que no.
Tally miró hacia abajo mientras sobrevolaban Ancianópolis, saltándose el cinturón verde para dirigirse en línea recta hacia el río. Si Shay caía al suelo a aquella velocidad, se haría más que daño. Moriría.
Igual que el padre de David. Tally se preguntó cómo habría muerto. ¿Había intentado escapar de los especiales, como el Jefe, o acaso la doctora Cable le había hecho algo? Una idea empezó a obsesionarla: fuese lo que fuese lo que había ocurrido, ella tenía la culpa.
—Shay, si te caes, llévame contigo.
—¿Qué?
—Agárrate a mí y no me sueltes, pase lo que pase. Llevo un arnés de salto y pulseras. Probablemente podremos rebotar.
Siempre que el chaleco no tirase de ella hacia un lado y las pulseras hacia el otro. Siempre que el peso de Tally y Shay no resultara excesivo para las alzas.
—Pues dame las pulseras, tonta.
Tally negó con la cabeza.
—Ahora no podemos detenernos.
—No, claro. Nuestros amigos los especiales deben de estar cabreados.
Shay se agarró con más fuerza.
Estaban casi en el río, y no había ninguna señal de que las estuvieran persiguiendo. La cola nanotecnológica había hecho bien su trabajo. Sin embargo, Circunstancias Especiales tenía otros aerovehículos —al menos, los tres que habían visto salir antes—, y los guardianes profesionales también los tenían.
Tally se preguntó si Circunstancias Especiales pediría ayuda a los guardianes o si mantendrían en secreto toda la situación. ¿Qué pensarían los guardianes de la prisión subterránea? ¿Sabía el gobierno de la ciudad lo que los especiales habían hecho con el Humo, o con Az?
El agua destelló bajo sus pies, y mientras giraban Tally dejó caer el retal de tela anaranjada, que salió revoloteando hacia el río. La corriente lo llevaría de nuevo hacia la ciudad, en dirección opuesta a su ruta de huida.
Tally y David habían quedado en encontrarse río arriba, mucho más allá de las ruinas, en una cueva que él había encontrado años atrás. La entrada estaba cubierta por una cascada que los protegería de los sensores térmicos. Desde allí podrían volver caminando a las ruinas para recoger el resto de su equipo, y entonces…
¿Reconstruir el Humo? ¿Entre siete? ¿Con Shay como perfecta de honor? Tally se dio cuenta de que no habían hecho planes más allá de esa noche. El futuro no había existido hasta ese momento.
Además, aún podían atraparlos a todos.
—¿Crees que Maddy ha dicho la verdad? —gritó Shay.
Tally se aventuró a mirar a Shay. Su rostro perfecto expresaba preocupación.
—Bueno, Az estaba bien cuando fui de visita hace unos días —dijo Shay—. Creí que iban a hacerlo perfecto, no a matarlo.
—No lo sé.
Estaba segura de que Maddy no había mentido, pero cabía la posibilidad de que estuviera equivocada.
Tally se inclinó hacia delante rozando el río a toda velocidad y tratando de ignorar la sensación fría que tenía en el estómago. Las salpicaduras les dieron en la cara al sobrevolar las aguas embravecidas. Shay había empezado a volar correctamente, inclinándose con las lentas parábolas de las curvas del río.
—¡Eh, lo recuerdo! —gritó.
—¿Recuerdas alguna otra cosa de antes de tu operación? —vociferó Tally por encima del rugido del agua.
Shay se agachó detrás de Tally mientras chocaban contra un muro de salpicaduras.
—Claro, tonta.
—Me odiabas porque te quité a David, porque traicioné al Humo. ¿Te acuerdas?
Shay permaneció un momento en silencio. A su alrededor solo se oía el rugido de las aguas embravecidas y el viento que soplaba con fuerza. Finalmente se acercó un poco más.
—Sí, ya sé a qué te refieres —dijo al oído de Tally en tono reflexivo—. Pero todo eso eran cosas de imperfectos. Amor loco, celos y necesidad de rebelarse contra la ciudad. A todos los crios les gusta eso. Pero hay que madurar, ¿sabes?
—¿Maduraste por la operación? ¿No te suena raro?
—No fue por la operación.
—Y entonces, ¿por qué?
—Fue muy agradable volver a casa, Tally. Me di cuenta de lo absurdo que era todo eso del Humo.
—¿Qué pasó con las patadas y los mordiscos?
—Bueno, tardé unos días en asimilarlo, ¿sabes?
—¿Antes o después de que te volvieses perfecta?
Shay volvió a quedarse en silencio. Tally se preguntó si las lesiones cerebrales se podrían curar hablando.
Sacó de su bolsillo un indicador de posición. Las coordenadas señalaban que la cueva aún estaba a media hora de distancia. Al mirar por encima de ella no vio rastro de aerovehículos. Si las cuatro tablas tomaban rutas distintas hacia el río y todas dejaban caer sus rastreadores en lugares distintos, los especiales iban a pasar una noche muy confusa.
También estaban Dex, Sussy y An, que habían prometido decirles a los imperfectos más aventureros que conocían que saliesen a volar esa noche. El cinturón verde estaría abarrotado.
Tally se preguntó cuántos imperfectos habrían visto las letras ardientes en la ciudad de Nueva Belleza y cuántos de ellos sabrían lo que era el Humo o inventarían sus propias historias para explicar el misterioso mensaje. ¿Qué nuevas leyendas habrían creado David y ella con su pequeña maniobra de distracción?
Al llegar a una zona más tranquila del río, Shay habló de nuevo:
—Oye, Tally…
—¿Sí?
—¿Por qué quieres que te odie?
—No es eso, Shay —respondió Tally con un suspiro—. O tal vez sí. Te traicioné, y me siento muy mal.
—El Humo no iba a durar toda la vida, Tally, tanto si nos entregabas como si no.
—¡No os entregué! —gritó Tally—. Al menos, no a propósito. Y todo el asunto con David fue un accidente. Yo no pretendía hacerte daño.
—Claro que no. Solo estás confusa.
—¿Que yo estoy confusa? —gimió Tally—. Eres tú la que…
¿Cómo era posible que Shay no entendiese que la operación la había cambiado? No solo había recibido un rostro perfecto, sino también una… mente perfecta. Ninguna otra cosa podía explicar lo rápido que había cambiado, abandonando a todos los demás a cambio de fiestas y duchas calientes, dejando a sus amigos atrás, igual que Peris había hecho meses atrás.
—¿Lo quieres? —preguntó Shay.
—¿A David? Yo… pues… tal vez.
—¡Qué mono!
—No es mono. ¡Es real!
—Entonces, ¿por qué te da vergüenza?
—No me da… —barbotó Tally.
Perdió la concentración por un momento, y el fondo de la tabla se hundió, levantando una cortina de agua detrás de ellas. Shay gritó y se agarró con más fuerza. Tally apretó los dientes y subió un poco más.
—¿Y tú eres la que crees que yo no tengo las cosas claras? —preguntó Shay cuando paró de reír.
—Escucha, Shay, una cosa sí la tengo muy clara. No quise traicionar al Humo. Me hicieron chantaje para que fuese allí como espía, y cuando avisé a los especiales fue por accidente, de verdad. Lo siento, Shay. Lamento haber arruinado tu sueño.
Tally se echó a llorar. El viento arrastraba hacia atrás las lágrimas. Durante un rato, los árboles pasaron a toda velocidad en la oscuridad.
—Me alegro de que los dos hayáis vuelto a la civilización —dijo Shay suavemente agarrándose con fuerza—. Y para que te sientas un poco mejor, que sepas que yo no lamento lo ocurrido.
Tally pensó en las lesiones cerebrales de Shay, los pequeños tumores, heridas o lo que fuesen que ella ni siquiera sabía que tenía. Estaban allí, en alguna parte, cambiando los pensamientos de su amiga, corrompiendo sus sentimientos, corroyendo los cimientos de su persona. Llevándola a perdonar a Tally.
—Gracias, Shay, pero no me siento mejor.