45. Rescate

—Shay…

—¡Lo has conseguido!

La hermosa sonrisa de Shay se esfumó al ver la silueta desplomada de la doctora Cable.

—¿Qué le ocurre? —añadió.

Tally parpadeó estremecida ante la transformación de su amiga. La belleza de Shay pareció vaciar el interior de Tally; su miedo, sorpresa y emoción huyeron, dejando paso tan solo al asombro.

—Tú… te has operado.

—Sí —dijo—. ¡David! ¡Los dos estáis bien!

—… Hola —respondió él con voz seca mientras sus manos temblorosas aferraban con fuerza el gato eléctrico—. Necesitamos tu ayuda, Shay.

—Sí, eso parece —dijo ella con un suspiro, mirando de nuevo a la doctora Cable—. Por lo que veo, aún sabéis causar problemas.

Tally apartó los ojos de la bella Shay, tratando de concentrarse.

—¿Dónde están los demás? ¿Y los padres de David? ¿Y Croy?

—Aquí mismo. —Shay indicó por encima de su hombro—. Todos encerrados. La doctora C ha sido muy falsa con nosotros.

—Que se quede aquí —dijo David.

Pasó junto a Shay y cruzó la puerta. Tally vio una hilera de pequeñas puertas dentro de la habitación alargada. Cada una de ellas tenía una ventana diminuta.

Shay sonrió a Tally.

—Me alegro mucho de que estés bien, Tally. Solo con pensar en ti, sola en el bosque… Claro que no estabas sola, ¿verdad?

Al mirar a Shay a los ojos, Tally volvió a sentirse abrumada.

—¿Qué te han hecho?

Shay sonrió.

—¿Aparte de lo evidente?

—Sí. O sea, no. —Tally negó con la cabeza, sin saber cómo preguntarle a Shay si padecía alguna lesión cerebral—. ¿Los demás son…?

—¿Perfectos? No. Yo fui la primera, porque fui la que causé más problemas. Deberías haberme visto dar patadas y mordiscos.

Shay se rió por lo bajo.

—Te obligaron.

—Sí, la doctora C puede ser una muy pesada. De todos modos, en cierto modo es un alivio.

Tally tragó saliva.

—Un alivio…

—Sí, este sitio no me gustaba nada. El único motivo por el que ahora estoy aquí es que la doctora C quería que hablara con los del Humo.

—Vives en Nueva Belleza —dijo Tally despacio.

Trató de ver más allá de la belleza de Shay para descubrir lo que se escondía detrás de sus espléndidos ojos.

—Sí, vengo de una fiesta fantástica.

Tally se dio cuenta de lo mal que articulaba las palabras Shay. Estaba borracha. Tal vez por eso se comportaba de una forma tan extraña. Pero había llamado a los demás «los del Humo». Ya no era uno de ellos.

—¿Te vas de fiesta, Shay, mientras todos los demás están encerrados?

—Pues sí —dijo Shay a la defensiva—. Escucha, todos saldrán cuando los operen. Cuando Cable se recupere de su aturdimiento —añadió mirando la forma inconsciente del suelo y sacudiendo la cabeza—. De todos modos, mañana estará de mal humor por vuestra culpa.

Desde la sala de detención llegó un chirrido metálico. Tally oyó más voces.

—Supongo que no habrá nadie por aquí para verlo —dijo Shay—. Bueno, ¿y vosotros dos cómo estáis?

Tally abrió la boca, la cerró y luego consiguió responder:

—Estamos… bien.

—Eso es estupendo. Siento haber sido tan pesada con todo eso. Ya sabes cómo son los imperfectos. —Shay se echó a reír—. Bueno, ¡claro que lo sabes!

—Entonces, ¿no me odias?

—¡No seas tonta, Tally!

—Me alegro de oírte decir eso.

Por supuesto, la aprobación de Shay no significaba nada. No era indulgencia, solo una lesión cerebral.

—Me hiciste un gran favor al sacarme del Humo.

—No puedes creerlo de verdad, Shay.

—¿A qué te refieres?

—¿Cómo has podido cambiar de opinión tan rápido?

Shay se echó a reír.

—Solo me hizo falta una ducha caliente para cambiar de opinión. Hablando de duchas, vas hecha un desastre —dijo alargando una mano para tocar el pelo de Tally, enmarañado y enredado después de acampar al aire libre y volar todo el día durante dos semanas.

Tally parpadeó atónita. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Shay había querido mantener su propia cara, vivir a su manera fuera de la ciudad, pero ese deseo se había esfumado.

—No pretendía… traicionarte —murmuró.

Shay echó un vistazo por encima de ella, se dio la vuelta y esbozó una sonrisa.

—Él no sabe que trabajabas para la doctora C, ¿verdad? No te preocupes, Tally —murmuró llevándose un elegante dedo a los labios—. Tu feo secretito morirá conmigo.

Tally tragó saliva, preguntándose si Shay lo sabría todo. Quizá la doctora Cable les hubiese contado a todos lo que había hecho.

Se oyó un zumbido junto a la doctora Cable. En el bloc de trabajo que llevaba, una luz parpadeó indicando una llamada entrante.

Tally cogió el bloc y se lo dio a Shay.

—¡Habla con ellos!

Shay le guiñó un ojo y pulsó un botón.

—Hola, soy yo, Shay —dijo—. No, lo siento, la doctora Cable está ocupada. ¿Que qué hace? Bueno, es complicado…

Le quitó el sonido al aparato.

—¿No deberías estar rescatando gente o algo así, Tally? Esa es la gracia de esta aventura, ¿no?

—¿Te quedarás aquí?

—Sí. Esto parece divertido. Solo porque sea perfecta no voy a ser aburrida del todo.

Tally pasó junto a ella y entró en la habitación. David había abierto dos puertas de un tirón, liberando a su madre y a otro miembro del grupo. Los dos iban vestidos con monos color naranja y mostraban una expresión desconcertada y soñolienta. David estaba ante otra puerta y tenía el gato eléctrico metido en una pequeña rendija a la altura del suelo.

Tally vio la cara de Croy que miraba boquiabierto a través de una de las ventanas diminutas y colocó su gato eléctrico bajo la puerta. El aparato se puso en marcha con un chirrido, y el grueso metal rechinó al doblarse hacia arriba.

—¡David, saben que pasa algo! —gritó.

—Ya casi hemos terminado.

El gato de Tally había arrancado un pequeño fragmento de metal, pero no lo bastante grande. Volvió a colocar la herramienta en su sitio, y el metal gimió de nuevo. Pronto comprobó que sus días de arrancar traviesas de vía no habían sido en balde: el gato abrió un boquete del tamaño de una gatera.

Aparecieron los brazos de Croy y luego su cabeza. Su mono se rasgó con unas aristas de metal mientras conseguía colarse. Maddy lo agarró de las manos y tiró de él.

—Ya no queda nadie más —dijo Maddy—. Vamos.

—¿Y papá? —exclamó David.

—No podemos ayudarlo.

Maddy echó a correr por el pasillo.

Tally y David intercambiaron una mirada de preocupación y la siguieron.

Maddy corría por el pasillo en dirección al ascensor, arrastrando a Shay por la muñeca. Esta pulsó el botón del bloc.

—Espere un segundo —dijo—, creo que ahora vuelve. Un momento, por favor.

Soltó una risita y volvió a quitarle el sonido al aparato.

—¡Traed a Cable! —exclamó Maddy—. ¡La necesitamos!

—¡Mamá!

David corrió tras ella.

Tally miró a Croy y a continuación hacia la silueta desplomada de la doctora Cable. Croy hizo un gesto de asentimiento. Cada uno la cogió de una muñeca y entre los dos arrastraron a la mujer por el suelo resbaladizo, entre los chirridos del calzado antideslizante de Tally.

Cuando el grupo llegó al ascensor, Maddy agarró a la doctora Cable por el cuello de la camisa y tiró de ella hacia el lector ocular. La mujer gimió quedamente. Maddy le abrió uno de los ojos con cuidado y el ascensor emitió un pitido mientras sus puertas se abrían.

Maddy le quitó a la doctora el anillo de comunicación y la dejó caer al suelo. Luego tiró de Shay hacia dentro. Tally y los demás miembros del grupo la siguieron, pero David se mantuvo firme.

—Mamá ¿dónde está papá?

—No podemos ayudarlo. —Maddy le arrebató el bloc a Shay y le dio un golpe contra la pared. A continuación obligó a David a entrar a pesar de sus protestas. Las puertas se cerraron.

—¿A qué planta? —preguntó el ascensor.

—A la azotea —dijo Maddy, con el anillo de comunicación aún en la mano.

El ascensor empezó a moverse. A Tally le dolían los oídos por el rápido ascenso.

—¿Cuál es nuestro plan de huida? —preguntó Maddy.

La mirada vidriosa había desaparecido por completo de sus ojos, como si se hubiese acostado por la noche esperando a ser rescatada por la mañana.

—Pues… aerotablas —consiguió responder Tally—. Cuatro.

Al darse cuenta de que aún no lo había hecho, Tally se ajustó las pulseras protectoras.

—¡Oh, qué guay! —dijo Shay—. ¿Sabéis que no he volado desde que salí del Humo?

—Somos siete —dijo Maddy—. Tally, coge a Shay. Astrix y Ryde, los dos en una. Croy, tú ve solo y despístalos. David, yo volaré contigo.

—Mamá… —suplicó David—, si es perfecto, ¿no puedes curarlo, o al menos intentarlo?

—Tu padre no es perfecto, David —respondió ella suavemente—. Ha muerto.