La azotea de Circunstancias Especiales parecía plana y uniforme desde la cima de la colina. Pero una vez allí, Tally vio salidas de humos, antenas, trampillas de mantenimiento y, por supuesto, la gran puerta circular por la que habían pasado los aerovehículos, ahora cerrada. Era un milagro que ni David ni ella se hubiesen abierto la cabeza.
—Bueno, y ¿cómo entramos? —preguntó David.
—Deberíamos empezar por aquí —respondió ella señalando la puerta para aerovehículos.
—¿No crees que se darán cuenta si pasamos por ahí sin ser un aerovehículo?
—De acuerdo. Pero ¿y si atrancamos la puerta? Si aparecen más especiales, no vamos a ponérselo fácil para que nos persigan.
—Buena idea.
David rebuscó en su mochila y sacó de ella una especie de tubo de gomina. Extendió una pringosa sustancia blanca a lo largo de los bordes de la puerta, con cuidado de no tocarla con los dedos.
—¿Qué es eso?
—Cola de tipo nano. Con esto puedes pegar tus zapatos al techo y colgarte boca abajo.
Tally se quedó boquiabierta. Había oído rumores acerca de posibles tretas que podían hacerse con cola nanotecnológica, pero los imperfectos no estaban autorizados a pedirla.
—Dime que no lo has hecho.
David sonrió.
—Tuve que dejarlos allí arriba. Lástima de zapatos. Bueno, ¿y cómo bajamos?
Tally sacó un gato eléctrico de su mochila y le hizo una indicación.
—Cogeremos el ascensor.
La gran caja metálica que sobresalía de la azotea parecía un cobertizo, pero las puertas dobles y el lector ocular delataban su función. Tally entornó los ojos para asegurarse de que el lector no le lanzase un destello y accionó el gato eléctrico entre las puertas, que se arrugaron como papel de aluminio.
A través de las puertas, un hueco oscuro descendía hacia la nada. Tally chasqueó la lengua, y el eco indicó que había una gran profundidad. Echó un vistazo a la luz del arnés. Aún se mantenía verde.
Tally se volvió hacia David.
—Espera hasta que oigas un silbido.
Dio un paso y desapareció como por arte de magia.
Caer por el hueco del ascensor resultaba mucho más aterrador que saltar desde la Mansión Garbo, o incluso que volar por el espacio desde la cima de la colina. La oscuridad no ofrecía pista alguna sobre la profundidad del hueco, y Tally tuvo la sensación de que aquella caída no se terminaba nunca.
Percibía las paredes que pasaban a toda prisa, y se preguntaba si estaría desviándose hacia un lado mientras caía. Se imaginó rebotando de una pared a otra a lo largo de todo el descenso y aterrizando con suavidad, destrozada y llena de sangre.
Mantuvo los brazos pegados a los costados.
Al menos estaba segura de que allí el arnés funcionaría. Los ascensores utilizaban las mismas alzas magnéticas que cualquier otro aerodeslizador, de modo que al fondo siempre había una sólida plancha de metal.
Transcurridos cinco segundos largos, el arnés sujetó a Tally, que rebotó dos veces en línea recta y luego se posó en una superficie dura, rodeada de silencio y oscuridad absoluta. Al extender las manos, notó las cuatro paredes a su alrededor. No había nada que sugiriese el interior de unas puertas cerradas. Cuando retiró los dedos, los tenía grasientos.
Tally miró hacia arriba. Un pequeño rayo de luz brillaba sobre su cabeza, y pudo distinguir el rostro de David, que miraba hacia abajo. Frunció los labios para silbar, pero se detuvo.
Se oía un sonido ahogado bajo sus pies. Alguien estaba hablando.
Se agachó, tratando de captar las palabras. Pero solo pudo distinguir el sonido afilado de una voz de perfecta cruel. El tono burlón le recordó a la doctora Cable.
Sin previo aviso, el suelo se hundió bajo sus pies. Tally luchó por mantener el equilibrio. Cuando el ascensor volvió a detenerse, uno de sus tobillos se retorció dolorosamente, pero consiguió no caerse.
Debajo de ella, el sonido se desvaneció. Una cosa era segura: el complejo no estaba vacío.
Tally levantó la cabeza y silbó. A continuación se acurrucó en un rincón del hueco, cubriéndose la cabeza con las manos.
Cinco segundos más tarde, unos pies colgaban junto a Tally, y luego volvían a subir dando una sacudida mientras la luz de la linterna de David daba media vuelta, como si estuviera borracho. Por fin logró situarse a su lado.
—¡Madre mía, qué oscuro está esto!
—Chist —susurró Tally.
David asintió mientras recorría el hueco del ascensor con la linterna. Justo encima de ellos, pudo ver unas puertas cerradas. Por supuesto. Como se hallaban sobre el techo del ascensor, estaban a medio camino entre dos pisos.
Tally entrelazó los dedos y juntó las manos para impulsar a David hasta un punto en el que pudiese introducir el gato eléctrico entre las puertas. Se abrieron produciendo un chirrido metálico que a Tally le puso los pelos de punta. David cruzó las puertas y luego le tendió la mano. Tally la agarró y se impulsó hacia arriba. Su calzado antideslizante crujía contra las paredes del hueco del ascensor como un grupo de ratones aterrorizados.
Estaban haciendo demasiado ruido.
El corredor estaba oscuro. Tally trató de convencerse de que nadie les había oído todavía. Tal vez todo aquel piso estuviese vacío de noche.
Sacó su propia linterna y la dirigió hacia las puertas mientras caminaban por el pasillo. Todas tenían sus correspondientes letreros escritos en unas pequeñas placas marrones.
—Radiología. Neurología. Resonancia nuclear magnética —leyó Tally en voz baja—. Quirófano dos.
Tally miró a David. Este se encogió de hombros y dio un empujón a la puerta, la cual se abrió.
—Supongo que cuando estás en un bunker subterráneo no tiene sentido cerrar con llave —susurró—. Tú primero.
Tally entró sigilosamente. La habitación era grande y tenía las paredes cubiertas de máquinas oscuras y silenciosas. En el centro había una cisterna de operaciones sin líquido, con los tubos y electrodos colgando sueltos en un charco del fondo. En una mesa metálica relucían las crueles hojas de cuchillos y sierras vibradoras.
—Esto se parece a las fotos que mamá me enseñaba —comentó David—. Aquí es donde se lleva a cabo la Operación.
Tally asintió. Los médicos solo te metían en una cisterna si te sometían a una operación de importancia.
—Puede que sea aquí donde hacen especiales a los especiales —dijo sin mucha convicción.
Regresaron al pasillo. Unas puertas más adelante, encontraron una habitación con la placa: DEPÓSITO DE CADÁVERES.
—¿Quieres…? —empezó a preguntar ella.
David negó con la cabeza.
—No.
Registraron el resto de la planta. Era como un pequeño hospital bien equipado. No había salas de tortura ni celdas, ni tampoco nadie del Humo.
—¿Adonde vamos ahora?
—Bueno —dijo Tally—, si fueses la malvada doctora Cable, ¿dónde meterías a tus prisioneros?
—¿La malvada qué?
—Oh. Así se llama la mujer que dirige este sitio. Lo recuerdo de cuando me pillaron.
David frunció el entrecejo, y Tally se preguntó si no habría hablado demasiado.
David se encogió de hombros.
—Supongo que los pondría en la mazmorra.
—Vale. Abajo, pues.
Encontraron una escalera de incendios que bajaba, pero se acabó después de un solo tramo. Al parecer, habían llegado al piso inferior de Circunstancias Especiales.
—Cuidado —murmuró Tally—. Antes he oído que salía gente del ascensor debajo de mí. Deben de estar por aquí abajo.
Aquel piso estaba iluminado por un suave fluorescente que se extendía por el centro del pasillo. Tally sintió un escalofrío mientras leía las placas de las puertas.
—Sala de interrogatorios uno. Sala de interrogatorios dos. Sala de aislamiento uno —susurró mientras su linterna parpadeaba sobre las palabras como una luciérnaga ansiosa—. Sala de desorientación uno. Oh, David, deben de estar por aquí abajo.
Él asintió y empujó con suavidad una de las puertas, pero esta no cedió. Pasó los dedos por el borde en busca de un lugar en el que el gato eléctrico pudiese agarrarse.
—No dejes que el lector ocular te lance un destello —le advirtió Tally en voz baja, señalando la pequeña cámara situada junto a la puerta—. Si cree que ve un ojo, te leerá el iris y lo comprobará en el gran ordenador.
—No tendrá ningún registro de mí.
—Eso lo volvería loco, así que es mejor que no te acerques mucho. Es automático.
—De acuerdo —dijo David asintiendo—. De todas formas, estas puertas son demasiado lisas, no hay sitio para encajar un gato. Sigamos mirando.
Más allá, una placa atrajo la atención de Tally.
—Detención a largo plazo —susurró.
La puerta tenía una larga extensión de pared blanca a un lado, como si la habitación que estaba detrás fuese mayor que las otras. Apoyó la oreja en ella y se puso a escuchar.
Oyó una voz familiar que se acercaba.
—¡David! —murmuró mientras se apartaba de la puerta y se arrojaba contra la pared.
David miró frenético a su alrededor en busca de un lugar donde esconderse. Ambos estaban a plena vista.
Se abrió la puerta deslizante, y se oyó la voz malévola de la doctora Cable.
—No te esfuerzas lo suficiente. Solo tienes que convencerla de que…
—Doctora Cable —dijo Tally.
La mujer se volvió hacia Tally. Sus rasgos de halcón expresaban sorpresa.
—Quisiera entregarme.
—¿Tally Youngblood? ¿Cómo…?
Desde atrás, el gato eléctrico de David impactó contra un lado de la cabeza de la doctora Cable, que se desplomó.
—¿Está… ? —farfulló David pálido.
Tally se arrodilló y volvió la cabeza de la doctora Cable para inspeccionar la herida. No había sangre, pero estaba inconsciente. Por formidables que fuesen los perfectos crueles, el factor sorpresa seguía teniendo sus ventajas.
—Se pondrá bien.
—¡Doctora Cable! ¿Qué está…?
Tally se volvió y sus ojos contemplaron a la joven que estaba ante ella.
Era alta y elegante, de rasgos impecables. Sus ojos —profundos y conmovedores, moteados de cobre y oro— mostraban una expresión de inquietud. Sus labios carnosos se abrieron sin pronunciar palabra y sus manos se movieron con gran elegancia. A Tally casi se le paró el corazón ante aquella forma tan bella de expresar confusión.
Entonces el reconocimiento llenó la cara de la joven, su amplia sonrisa iluminó la oscuridad y Tally notó que ella misma también sonreía. Era agradable hacer feliz a aquella mujer.
—¡Tally! Eres tú.
Era Shay, que era perfecta.