Tally y David esperaron durante todo el día en las Ruinas Oxidadas. Las manchas de sol avanzaban despacio por el suelo a través del tejado medio derrumbado, como lentos reflectores que marcasen las horas. Tally tardó un buen rato en conciliar el sueño, imaginando el salto desde la cima de la colina hacia la incertidumbre. Al final se durmió, demasiado cansada para soñar.
Cuando despertó al anochecer, se encontró con que David ya había llenado dos mochilas con todo lo que podían necesitar durante el rescate. Volaron hasta el límite de las ruinas, cada uno con dos aerotablas unidas entre sí. Con un poco de suerte, necesitarían las tablas adicionales cuando saliesen de Circunstancias Especiales con los fugitivos a remolque.
Mientras desayunaban junto al río, Tally se entretuvo saboreando sus AlboNabos. Si los atrapaban esa noche, al menos nunca volvería a tomar comida deshidratada. A veces Tally pensaba que casi podía aceptar la lesión cerebral a cambio de no volver a comer fideos rehidratados.
Al caer la noche, Tally y David llegaron a las aguas embravecidas, y cruzaron el cinturón verde en el preciso momento en que las luces de Feópolis se apagaban. A medianoche, estaban en la cima de la colina que dominaba Circunstancias Especiales.
Tally sacó sus prismáticos y los enfocó hacia el interior, en dirección a Nueva Belleza, donde las torres de fiesta empezaban a iluminarse.
David se sopló las manos. El vaho de su aliento resultaba visible en el frío aire de octubre.
—¿De verdad crees que lo harán?
—¿Por qué no? —dijo ella observando los espacios oscuros del mayor jardín del placer de la ciudad—. Parecían dispuestos.
—Sí, pero ¿no se arriesgan mucho? La verdad es que acaban de conocernos.
Tally se encogió de hombros.
—Un imperfecto vive para divertirse. ¿Nunca has hecho algo solamente porque algún desconocido misterioso te resultaba intrigante?
—Una vez le regalé mis guantes a una misteriosa desconocida, lo cual me trajo toda clase de problemas.
Ella bajó los prismáticos y vio que David sonreía.
—Esta noche no pareces tan nervioso —dijo.
—Me alegro de que por fin estemos aquí, listos para entrar en acción. Y ahora que esos tres crios han accedido a ayudarnos, me parece que…
—¿Que esto podría funcionar realmente?
—No, algo mejor —respondió David mirando el recinto de Circunstancias Especiales—. Estaban tan dispuestos a ayudar, solo para causar problemas, solo para hacer una de las suyas… Al principio me quedé destrozado al oírte hablar como si el Humo aún existiese. Pero si hay unos cuantos imperfectos como ellos, puede que vuelva a existir.
—Por supuesto que volverá a existir —contestó Tally dulcemente.
David se encogió de hombros.
—Puede que sí, y puede que no. Pero aunque lo estropeemos todo esta noche y ambos acabemos en el quirófano, al menos alguien seguirá luchando, causando problemas, ¿comprendes?
—Espero que seamos nosotros quienes lo hagamos —dijo Tally.
—Yo también.
David atrajo a Tally hacia sí y la besó. Cuando la soltó, Tally inspiró profundamente y cerró los ojos. Besarle era más agradable ahora que estaba a punto de empezar a deshacer el daño que había causado.
—Mira —dijo David.
Algo ocurría en los espacios oscuros de Nueva Belleza.
Ella alzó sus prismáticos.
Una línea luminosa se abría paso a través de la negra extensión del jardín del placer, como una grieta brillante que hendiese la tierra. A continuación, de una en una, aparecieron más líneas, arcos y círculos trémulos que atravesaban a toda velocidad la oscuridad. Los diversos segmentos parecían cobrar vida al azar, pero al final formaban letras y palabras.
Por fin, todo aquel conjunto resplandeciente estuvo acabado. Algunas partes acababan de nacer mientras las primeras líneas empezaban ya a desvanecerse a medida que las bengalas se apagaban. Pero, por unos momentos, Tally pudo leerlo todo entero, incluso sin prismáticos. Desde Feópolis debía de ser enorme, visible para cualquiera que estuviese mirando con anhelo por su ventana. Decía: EL HUMO VIVE.
Mientras Tally contemplaba cómo se desvanecía el mensaje, descomponiéndose a medida que las bengalas se extinguían, se preguntó si aquellas palabras se correspondían con la realidad.
—Ahí están —dijo David.
Debajo de ellos apareció una gran abertura circular en la azotea del edificio más amplio, y de ella surgieron tres aerovehículos en rápida sucesión que se dirigieron con gran estruendo hacia la ciudad. Tally confiaba en que An, Dex y Sussy hubiesen seguido su consejo y hubiesen abandonado a tiempo Nueva Belleza.
—¿Listo? —preguntó ella.
Como respuesta, David se apretó las correas del arnés de salto y se subió a las tablas.
Volaron colina abajo, dieron la vuelta y comenzaron a ascender de nuevo.
Por enésima vez, Tally comprobó la luz del cuello de su arnés, que seguía verde. Moviéndose junto a ella, vio la luz de David. Ya no cabían excusas.
Fueron ganando velocidad a medida que subían hacia el cielo oscuro. Ante ellos, la colina entera parecía una gigantesca rampa. El viento empujó hacia atrás los cabellos de Tally, que parpadeó al notar los insectos que se estrellaban contra su rostro. Se deslizó con cuidado hacia la parte anterior de las aerotablas unidas, hasta que la punta de una de sus zapatillas antideslizantes quedó suspendida en el vacío.
Entonces el horizonte pareció desvanecerse ante ella, y Tally se agachó, lista para saltar.
La tierra desapareció.
Tally se impulsó con todas sus fuerzas, al tiempo que sus aerotablas descendían por la ladera empinada de la colina, donde se detendrían solas. David y ella habían desconectado sus pulseras protectoras; no querían que las tablas los siguiesen más allá de la alambrada. Aún no.
Tally se elevó en el aire y siguió subiendo durante unos segundos más. La periferia de la ciudad yacía a sus pies como un vasto mosaico de luz y oscuridad. Abrió los brazos y las piernas.
En la cima de su parábola, el silencio era más poderoso que la ingravidez que le formaba un nudo en el estómago, la mezcla de emoción y miedo que la asaltaba, y el viento contra su cara. Tally apartó la vista de la tierra, que la aguardaba en silencio, y se aventuró a mirar a David. Apenas a un metro de distancia, él la miraba también, con el rostro encendido.
Tally le sonrió y se volvió para comprobar que el suelo se iba acercando mientras la velocidad de su caída aumentaba poco a poco. Tal como habían calculado, descendían justo hacia el centro de la alambrada. Tally empezó a prepararse para la horripilante sacudida que provocaría su arnés de salto al levantarla.
Durante lo que pareció una eternidad no sucedió nada, salvo que la tierra siguió acercándose, y Tally volvió a preguntarse si los arneses de salto podrían soportar aquel descenso. Por su cabeza desfilaron cien versiones de lo que podía significar una caída desde aquella altura. Por supuesto, seguramente no se sentiría nada.
Nunca volvería a sentir nada.
La tierra se acercó más y más, y Tally tuvo miedo de que algo hubiera salido mal. Entonces, con repentina violencia, las correas del arnés cobraron vida, clavándose con crueldad en sus muslos y hombros, estrujándole los pulmones hasta dejarlos sin aire, mientras la presión aumentaba como si tuviese una goma enorme alrededor del cuerpo tratando de detenerla. La tierra desnuda del recinto se precipitaba hacia ella, plana, apisonada y muy dura. Ahora el arnés se oponía a su impulso desesperadamente, estrujándola como un puño.
Por fin, aquella goma imaginaria pareció estar a punto de romperse. Tally aminoró la velocidad y se detuvo con una sacudida a poca distancia del suelo, apartando las manos para no tocarlo y sintiendo que los ojos se le salían de las órbitas.
Entonces su caída se invirtió y Tally retrocedió hacia arriba, rebotando boca abajo mientras el cielo y el horizonte giraban a su alrededor como una atracción de parque infantil. En aquellos momentos, Tally no sabía exactamente dónde estaba David. Ese salto era diez veces mayor que el que había hecho desde la Mansión Garbo. ¿Cuántas veces habría que rebotar antes de detenerse?
Ahora volvía a caer mientras la tierra del recinto era sustituida por un edificio situado a sus pies. Estuvo a punto de tocar la azotea con un pie, pero se vio impulsada de nuevo hacia arriba, todavía a merced del impulso de su salto desde la colina.
Consiguió orientarse, justo a tiempo para ver que el borde de la azotea venía hacia ella. Estaba pasándose el edificio…
Se movió descontroladamente dentro del arnés, volando impotente hacia arriba y luego hacia abajo otra vez, superando el borde de la azotea. Con la mano extendida se agarró a un canalón y logró detenerse de golpe.
—¡Uf! —exclamó mirando hacia abajo.
El edificio no era muy alto, y Tally rebotaría con su arnés si se caía, pero tan pronto como sus pies tocasen el suelo la alambrada activaría una alarma. Se agarró al canalón con ambas manos.
Pero el arnés de salto, seguro de que su caída se había detenido, se estaba apagando y volvía poco a poco al peso normal. Tally luchó por acercarse a la azotea, pero la pesada mochila cargada con el equipo de rescate tiraba de ella hacia abajo. Era como tratar de hacer una flexión llevando zapatos de plomo.
Se quedó allí colgada, sin ideas ya, esperando la caída.
Oyó unos pasos que se acercaban por la azotea. Era David.
—¿Algún problema?
Tally emitió un gruñido y David alargó el brazo para agarrar una de las correas de la mochila. El peso se liberó de sus hombros, y Tally se encaramó al borde.
David se sentó en la azotea sacudiendo la cabeza.
—Tally, así que, ¿hacías esto por diversión?
—No cada día.
—Ya me lo parecía a mí. ¿Podemos descansar un minuto?
Ella escudriñó la azotea. No se veía a nadie, ni sonaba ninguna alarma. Al parecer, la alambrada no estaba pensada para detectarlos allí arriba. Tally sonrió.
—Claro. Tómate dos minutos si quieres. Me da la impresión de que los especiales no esperan que nadie salte desde el cielo.