42. Cómplices

—Hay tiempo suficiente si nos damos prisa.

—¿Tiempo de qué?

—De pasar por la escuela de bellas artes de Feópolis. En el sótano tienen un perchero lleno de arneses de salto sobrantes.

David inspiró profundamente.

—Vale.

—No estarás asustado, ¿verdad?

—No… —empezó a decir David componiendo una mueca—. Es que nunca he visto tanta gente.

—¿Gente? Pero si no hemos visto a nadie.

—Ya, pero todas esas casas de camino hasta aquí… No dejo de pensar en que todas esas casas están atestadas de gente.

Tally se echó a reír.

—¿Te parece que los barrios del extrarradio están atestados de gente? Espera a que lleguemos a Feópolis.

Tomaron el camino de vuelta, sobrevolando los tejados a toda velocidad. El cielo estaba negro como boca de lobo, pero Tally ya había aprendido a guiarse por las estrellas lo suficiente para saber que solo faltaban un par de horas para los primeros tonos del amanecer.

Al llegar al cinturón verde volvieron por donde habían venido. Ninguno de los dos hablaba, concentrados como estaban en evitar los árboles. Aquel arco del cinturón los llevó a través del parque Cleopatra, donde Tally sorteó los banderines de eslalon en recuerdo de los viejos tiempos. Tuvo una sensación extraña mientras pasaban por el camino que bajaba hasta su antigua residencia. Durante un instante le pareció que debía tomar el desvío, entrar por la ventana y meterse en la cama.

Pronto aparecieron las agujas de la escuela de bellas artes de Feópolis, y Tally le indicó a David que debían detenerse.

Parecía que había transcurrido un millón de años desde que Tally y Shay tomaron prestado uno de los arneses de salto para su última aventura, el salto de Shay sobre los nuevos imperfectos en la biblioteca de la residencia. Tally se dirigió hasta la ventana exacta que habían forzado, un cristal sucio y olvidado, oculto tras unos arbustos decorativos, y vio que seguía abierta.

Tally no podía creerse que, dos meses atrás, el robo de los arneses le pareciera una gran hazaña. Entonces, la broma de la biblioteca era la más descabellada que Shay y ella podían imaginar. Ahora veía las correrías de jóvenes como lo que eran en realidad: una forma de que los imperfectos se desahogasen hasta cumplir los dieciséis años, una mera distracción sin sentido hasta que su naturaleza rebelde desapareciese al alcanzar la edad adulta y someterse a la Operación.

—Dame la linterna y espera aquí.

Se deslizó en el interior, buscó el perchero de arneses de salto, se hizo con dos y en menos de un minuto estuvo de vuelta. Al salir por la ventana, encontró a David mirándola boquiabierto.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Es que eres tan… buena en todo esto. Estás tan segura de ti misma… A mí me pone nervioso el simple hecho de estar dentro de los límites de la ciudad.

Tally sonrió.

—Esto no es nada. Todo el mundo lo hace.

Aun así, Tally se alegraba de impresionar a David con sus habilidades para el robo. En las últimas semanas él le había enseñado a encender fuego, descamar pescado, montar una tienda e interpretar un mapa topográfico. Era agradable ser la más competente de los dos, para variar.

Volvieron sigilosamente al cinturón verde y alcanzaron el río antes de que en el cielo apenas llegase a aparecer una franja rosada. Mientras pasaban a toda velocidad por las aguas embravecidas y el filón, avistaron las ruinas justo cuando el cielo empezaba a clarear.

—Entonces, ¿mañana por la noche? —preguntó Tally durante el descenso a pie.

—No tiene sentido esperar.

—No.

Al contrario, había muchos motivos para intentar el rescate lo antes posible. Habían pasado más de dos semanas desde la invasión del Humo.

David carraspeó.

—Bueno, y ¿cuántos especiales crees que habrá allí?

—Cuando yo estuve había muchos. Pero eso de día. Supongo que tienen que dormir en algún momento.

—Entonces estará vacío por la noche.

—Lo dudo. Pero tal vez solo haya unos cuantos guardias —se limitó a responder Tally.

Un solo especial sería muy superior a un par de imperfectos. Ninguna sorpresa, por grande que fuese, compensaría la fuerza y los reflejos superiores de los perfectos crueles.

—Solo tendremos que asegurarnos de que no nos vean —añadió la chica al cabo de unos instantes.

—Desde luego. O confiar en que tengan otra cosa que hacer esa noche.

Tally caminaba fatigosamente. El agotamiento se había apoderado de ella ahora que estaban seguros fuera de la ciudad, y su seguridad en sí misma menguaba a cada paso. Habían viajado hasta allí sin pensar demasiado en la tarea que les aguardaba. Rescatar a alguien de Circunstancias Especiales no era una aventura de imperfectos más, como robar un arnés de salto o remontar el río a escondidas. Era un asunto serio.

Y si bien seguramente Croy, Shay, Az y Maddy estaban encerrados en aquellos horribles edificios subterráneos, siempre existía la posibilidad de que los del Humo hubiesen sido llevados a otra parte. Y aunque no fuese así, el laberinto color vómito de Circunstancias Especiales era muy grande, y no iba a ser fácil localizar a los prisioneros.

—Ojalá tuviésemos algo de ayuda —murmuró.

La mano de David se apoyó en su hombro.

—Puede que la tengamos.

Tally lo observó inquisitivamente y luego siguió la mirada de David hacia las ruinas. En la cima de la aguja más alta, se vislumbraban los últimos parpadeos de una bengala de seguridad.

Allí abajo había imperfectos.

—Me están buscando a mí —dijo David.

—¿Y qué hacemos?

—¿Hay otro camino que lleve a la ciudad? —preguntó David.

—No. Vendrán caminando por este mismo sendero.

—Entonces vamos a esperarlos.

Tally entornó los ojos para observar las ruinas. La bengala se había extinguido, y no se veía nada a la luz del amanecer, que empezaba a extenderse por el cielo. Quienes estaban allí habían esperado hasta el último minuto para regresar a casa.

Por supuesto, si buscaban a David, aquellos imperfectos eran fugitivos en potencia. Mayores rebeldes, no demasiado preocupados por perderse el desayuno.

Ella se volvió hacia David.

—Entonces, supongo que aún hay imperfectos que te buscan, y no solo aquí.

—Por supuesto —respondió David—. Los rumores seguirán a lo largo de generaciones, en todas las ciudades, tanto si estoy aquí como si no. Al encender una bengala no suele obtenerse respuesta, por lo que pasará mucho tiempo antes de que incluso los imperfectos a los que he conocido lleguen a la conclusión de que no voy a presentarme. Y la mayoría de ellos ya no creen siquiera que el Humo…

Tally cogió su mano. Por un momento, David había olvidado que el Humo ya no existía en realidad.

Esperaron en silencio, hasta que llegó hasta ellos el sonido de pasos trepando por las rocas. Parecían tres o cuatro imperfectos, hablando en voz baja como si aún recelasen de los fantasmas de las Ruinas Oxidadas.

—Fíjate —susurró David mientras sacaba una linterna de su bolsillo.

Se puso en pie, dirigió la luz hacia su cara y la encendió.

—¿Me buscáis a mí? —preguntó en voz alta y autoritaria.

Los tres imperfectos se quedaron inmóviles, con los ojos y la boca muy abiertos.

—¿Quién eres? —consiguió articular una de las chicas.

—Soy David.

—¡Oh! ¿Quieres decir que eres…?

—¿Real? —David acabó la frase mientras apagaba la linterna y sonreía—. Sí. Me lo preguntan a menudo.

Se llamaban Sussy, An y Dex, y llevaban ya un mes acudiendo a las ruinas. Hacía años que oían rumores sobre el Humo, desde que un imperfecto de su residencia se había fugado.

—Yo acababa de trasladarme a Feópolis —dijo Sussy—, y Ho era uno de los mayores. Cuando desapareció, todo el mundo tenía teorías descabelladas sobre su lugar de destino.

—¿Ho? —David asintió—. Lo recuerdo. Se quedó unos cuantos meses, pero luego cambió de opinión y regresó. Ahora es un perfecto.

—Pero ¿de verdad consiguió llegar al Humo? —preguntó An.

—Sí, lo llevé allí.

—¡Vaya! Entonces es real. —An cambió una mirada emocionada con sus dos amigos—. Nosotros también queremos verlo.

David abrió la boca y volvió a cerrarla mientras desviaba la mirada.

—No podéis —intervino Tally—. Ahora no.

—¿Por qué no? —preguntó Dex.

Tally hizo una pausa. Si explicaban que el Humo había sido destruido por una invasión armada, iba a resultar demasiado inverosímil. Unos meses atrás, ella no se habría creído lo que ocurría en su propia ciudad. Y si reconocía que el Humo ya no existía, el rumor se extendería a lo largo de generaciones de imperfectos. La labor de la doctora Cable habría culminado, aunque algunos habitantes del Humo rescatados consiguiesen crear otra comunidad en el bosque.

—Bueno —explicó—, de vez en cuando el Humo tiene que trasladarse para seguir siendo secreto. Ahora mismo no existe en realidad. La gente está diseminada, así que no reclutamos a nadie.

—¿Todo el lugar se traslada? —preguntó Dex—. ¡Madre mía!

An frunció el ceño.

—Espera. Si no reclutáis a nadie, ¿por qué estáis aquí?

—Para hacer una de las nuestras —dijo Tally—. Tal vez podáis ayudarnos. Y entonces, cuando el Humo esté de nuevo en pie, seréis los primeros en saberlo.

—¿Queréis que os ayudemos? ¿Como iniciación?

—No —respondió David en tono firme—. No obligamos a nadie a hacer nada para entrar en el Humo. Pero si queréis ayudar, Tally y yo os lo agradeceremos.

—Solo necesitamos una maniobra de distracción —aclaró Tally.

—Suena divertido —opinó An.

Miró a los demás, y todos asintieron.

Dispuestos a todo, pensó Tally, como ella antes. No eran niños, de hecho ella les llevaba menos de un año, pero le asombraba lo jóvenes que parecían.

David miró a Tally, esperando que contara el resto de su plan. Se le tenía que ocurrir de inmediato una maniobra de distracción. Tenía que proponer algo potente. Algo que intrigase lo suficiente a los especiales para investigar.

Algo que llamase la atención de la propia doctora Cable.

—Bueno, necesitaremos muchas bengalas.

—No hay problema.

—Y sabéis cómo entrar en Nueva Belleza, ¿no es así?

—¿La ciudad de Nueva Belleza? —An miró a sus amigos—. Pero ¿no delatan los puentes a todo aquel que cruza el río?

Tally sonrió, encantada como siempre ante la perspectiva de enseñarle a alguien sus habilidades.