39. Az y Maddy

David volaba tan rápido por encima de la cadera montañosa que Tally pensó que se caería. Se aferró con los dedos a la chaqueta de David para sujetarse, agradecida por las suelas deslizantes de su nuevo calzado.

—Escucha, David —dijo Tally—. El Jefe se enfrentó a ellos, y por eso lo mataron.

—Mis padres también se habrían resistido.

Tally se mordió el labio inferior y se concentró en mantenerse sobre la tabla. Cuando llegaron al acceso más próximo a la aerovía que llevaba a casa de sus padres, David se apeó de un salto y bajó la pendiente como una exhalación.

Tally se dio cuenta de que la tabla aún no estaba cargada del todo y se tomó un momento para desplegarla antes de ir tras él; no tenía prisa por descubrir lo que los especiales les habían hecho a Az y a Maddy. Pero cuando pensó en la posibilidad de que David encontrase a sus padres él solo, corrió tras él.

Tally tardó varios minutos en encontrar el camino entre la densa maleza. Dos noches atrás había llegado allí a oscuras y desde otro lugar. Escuchó por si oía a David, pero no le llegó ningún sonido. Sin embargo, el viento había cambiado de dirección y el olor de humo llegó a través de los árboles.

Quemar la casa no había sido fácil.

Los muros y el tejado de piedra, encajados en la montaña, no habían podido servir de combustible para el fuego. Pero resultaba evidente que los atacantes habían arrojado su propio combustible en el interior de la casa. Las ventanas habían saltado en pedazos hacia fuera, y el vidrio cubría la hierba situada delante de la casa. No quedaba nada de la puerta, salvo unos pocos trozos carbonizados que colgaban de sus bisagras a merced de la brisa.

David estaba allí, incapaz de cruzar el umbral.

—Quédate aquí —dijo Tally.

Atravesó la entrada, aturdida por el aire enrarecido. La luz de la mañana entraba de soslayo, cayendo sobre unas partículas flotantes de ceniza que se arremolinaban como pequeñas galaxias a su paso.

Las tablas del suelo ennegrecidas se desmenuzaban bajo sus pies, dejando a la vista la piedra desnuda. Pero algunas cosas habían sobrevivido al incendio. Seguía allí la estatuilla de mármol, y una de las alfombras que colgaban de la pared permanecía misteriosamente intacta. En la sala de estar, la blancura de unas cuantas tazas de té destacaba con el mobiliario carbonizado.

Tragó saliva. Si los padres de David estaban allí, lo que quedase de ellos sería fácil de encontrar.

Al adentrarse en la casa descubrió una pequeña cocina de cuyo techo colgaban cazuelas y sartenes fabricadas en la ciudad. Su metal combado y ennegrecido continuaba brillando en algunos puntos. Vio una bolsa de harina, y algunas piezas de fruta seca provocaron gruñidos en su estómago vacío.

El dormitorio estaba al final.

Su techo de piedra era bajo e inclinado. La pintura estaba agrietada y ennegrecida por el pavoroso incendio. Tally notó el calor que salía de la cama. El colchón de paja y los gruesos edredones habían sido pasto de las llamas.

Pero Az y Maddy no estaban allí. Tally suspiró aliviada y volvió sobre sus pasos, entrando de nuevo en cada habitación.

Sacudió la cabeza mientras cruzaba la puerta.

—O los especiales se los han llevado, o han logrado escapar.

David asintió y entró en la casa. Tally se dejó caer en el suelo tosiendo. Sus pulmones protestaban a causa del humo y las partículas de polvo que había inhalado. Entonces se dio cuenta de que tenía las manos y los brazos negros de hollín.

Cuando David salió, llevaba un largo cuchillo.

—Extiende las manos.

—¿Qué?

—Las pulseras de las esposas. No puedo soportarlas.

Ella asintió y extendió las manos. Con cuidado, David introdujo la hoja entre la carne y el plástico y la movió hacia delante y hacia atrás para cortar las esposas.

Al cabo de un minuto largo, apartó el cuchillo con un gesto de frustración.

—No funciona.

Tally miró más de cerca. El plástico apenas había quedado marcado. No había visto cómo partía las esposas el especial, pero solo había tardado un momento. Tal vez utilizaban un activador químico.

—Puede que sea alguna clase de plástico para aeronaves —le dijo a David—. Algunos son más fuertes que el acero.

David frunció el ceño.

—Entonces, ¿cómo pudiste separarlas?

Tally abrió la boca, pero no fue capaz de pronunciar una sola palabra. No podía decirle que la habían liberado los propios especiales.

—Además, ¿por qué tienes dos esposas en cada muñeca?

Tally bajó la mirada, recordando que la habían esposado primero cuando fue capturada y luego otra vez delante de la doctora Cable, antes de llevarla a buscar el colgante.

—No lo sé —consiguió responder—. Creo que nos esposaron dos veces. Pero fue fácil romperlas. Las corté contra una roca afilada.

—Eso no tiene sentido. —David miró el cuchillo—. Papá siempre decía que esto era lo más útil que se había traído de la ciudad. Está hecho de aleaciones de alta tecnología y monofilamentos.

Tally se encogió de hombros.

—Tal vez la parte que unía las esposas estuviese hecha de otro material.

David hizo un gesto de incredulidad, sin acabar de aceptar su historia. Al final, se encogió de hombros.

—Vaya, pues tendremos que cargar con las esposas. Pero estoy seguro de una cosa: mis padres no han logrado escapar.

—¿Cómo lo sabes?

David señaló el cuchillo.

—De haber podido huir, mi padre nunca se habría marchado sin esto. Los especiales debieron de sorprenderlos por completo.

—Oh. Lo siento, David.

—Al menos están vivos.

David la miró a los ojos, y Tally vio que el pánico se había esfumado de su rostro.

—Entonces, Tally, ¿aún quieres ir tras ellos?

—Sí, claro.

David sonrió.

—Me alegro —contestó mientras se sentaba a su lado y volvía la vista hacia la casa, sacudiendo la cabeza—. Es curioso, mamá siempre me advirtió que ocurriría esto. A medida que me iba haciendo mayor, trataron de prepararme. Y durante mucho tiempo me pareció que tenían razón. Pero después de todos estos años empecé a dudar. Tal vez mis padres estaban obsesionados. Tal vez, como siempre decían los fugitivos, los de Circunstancias Especiales no existían en realidad.

Tally asintió en silencio, sin atreverse a hablar.

—Y ahora que ha sucedido, parece aún menos real.

—Lo siento, David —dijo Tally—. No te preocupes, los encontraremos.

—Antes hay que hacer una parada.

—¿Dónde?

—Tal como te he dicho, mis padres tomaron sus precauciones desde que fundaron el Humo.

—Como asegurarse de que supieses cuidarte tú solo —dijo ella tocando el suave cuero de su chaqueta.

David le sonrió quitándole a su vez un poco de hollín de la mejilla.

—Hicieron mucho más que eso. Ven conmigo.

En el interior de una cueva situada cerca de la casa, con una entrada tan pequeña que Tally tuvo que entrar arrastrándose, David le mostró el alijo que sus padres habían mantenido oculto durante veinte años.

Había depuradores de agua, localizadores de dirección, ropa ligera y sacos de dormir; teniendo en cuenta cómo vivían los habitantes del Humo, allí había una auténtica fortuna en material de supervivencia. Las cuatro aerotablas tenían un aspecto anticuado, pero estaban equipadas con los mismos elementos que la doctora Cable le había proporcionado a Tally para el viaje al Humo, y había un paquete de sensores ventrales de repuesto, sellados contra la humedad. Todo era de la más alta calidad.

—Vaya, hicieron planes con anticipación.

—Siempre los hacían —dijo David. Cogió una linterna y probó su luz en la piedra—. Cada vez que venía aquí a revisar todas estas cosas, imaginaba este momento. Un millón de veces planifiqué con todo detalle lo que debería coger en caso de necesidad. Parece que, de tanto imaginarlo, haya acabado cumpliéndose.

—No es culpa tuya, David.

—Si hubiese estado aquí…

—En este momento estarías en un aerovehículo de Circunstancias Especiales, esposado, sin posibilidades de rescatar a nadie.

—Sí, y en cambio estoy aquí —dijo mirándola—. Pero al menos tú también estás. Eres lo único con lo que no contaba cuando hacía mis planes imaginarios: una aliada inesperada.

Tally consiguió sonreír.

David cogió una gran bolsa impermeable.

—Estoy muerto de hambre.

Tally asintió, y notó cómo la cabeza le daba vueltas por un momento. No había comido nada desde hacía dos noches.

David rebuscó en la bolsa.

—Hay mucha comida instantánea. Veamos: VerdArroz, FideCurry, AlboNabos, VegeThai… ¿Qué prefieres?

Tally inspiró profundamente. Volvía a sus orígenes.

—Lo que sea, menos EspagBol.