La llevaron hasta la conejera, donde había unos cuarenta imperfectos esposados y sentados dentro de la alambrada. Una docena de especiales formaban un cordón a su alrededor, vigilando a los prisioneros con expresión vacía. Junto a la entrada del recinto algunos conejos brincaban sin rumbo fijo, demasiado aturdidos por la repentina libertad para intentar escaparse.
El especial que había capturado a Tally la llevó al extremo más alejado de la puerta, donde estaban apiñados unos cuantos imperfectos con la nariz ensangrentada y los ojos morados.
—Resistencia armada —les dijo a los dos perfectos crueles que custodiaban el extremo de la conejera, y la tiró al suelo de un empujón con los demás.
Tally tropezó y cayó de espaldas. Su peso tensó las esposas dolorosamente contra sus muñecas. Mientras pugnaba por darse la vuelta, alguien le puso un pie en la espalda y la impulsó hacia arriba. Por un momento, pensó que el zapato pertenecía a un especial, pero era un imperfecto del grupo que la ayudaba a levantarse de la única forma que podía. Tally consiguió sentarse con las piernas cruzadas.
Los heridos que la rodeaban lucieron una sonrisa sombría y le hicieron gestos de ánimo con la cabeza.
—Tally —susurró alguien.
Tally luchó por volverse hacia la voz. Era Croy. Tenía un corte sobre el ojo que le manchaba de sangre la mejilla y un lado de la cara cubierto de tierra. Se le acercó un poco más.
—¿Te has resistido? —preguntó—. Vaya. Creo que me equivoqué contigo.
Tally solo pudo toser. En los pulmones parecía tener pegados restos de la ardiente guindilla, como brasas de una hoguera que no hubiera llegado a extinguirse. Los ojos aún le lloraban.
—Esta mañana me he fijado en que no te has levantado cuando han llamado para el desayuno —dijo él—. Entonces, cuando han llegado los especiales, he supuesto que habías elegido un momento muy adecuado para desaparecer.
Tally negó con la cabeza y se forzó a hablar a través de las cenizas de su garganta.
—Estuve con David hasta muy tarde, eso es todo.
Al hablar le dolía la mandíbula.
Croy frunció el ceño.
—No lo he visto en toda la mañana.
—¿De verdad? —dijo ella parpadeando para deshacerse de las lágrimas—. Puede que se haya escapado.
—Dudo que lo haya hecho nadie.
Croy señaló con la barbilla la puerta de la conejera. Un nutrido grupo de imperfectos se dirigía hacia allí, custodiado por una brigada de especiales. Entre ellos, Tally reconoció a algunos de los que resistían al enemigo en la cantina.
—Están terminando con nosotros —dijo él.
—¿Has visto a Shay?
Croy se encogió de hombros.
—Estaba desayunando cuando han atacado, pero he perdido su rastro.
—¿Y al Jefe?
Croy miró a su alrededor.
—No.
—Creo que se ha escapado. Él y yo hemos luchado juntos.
Una sonrisa triste cruzó el rostro de Croy.
—Es gracioso. Siempre decía que no le importaría que le capturasen. Algo sobre un lifting.
Tally esbozó una sonrisa. Pero entonces se estremeció al pensar en las lesiones cerebrales que conllevaba la operación. Se preguntó cuántos de aquellos prisioneros sabrían lo que les iba a ocurrir realmente.
—Sí, el Jefe iba a entregarse para ayudarme a escapar, pero yo no hubiera sido capaz de cruzar el bosque.
—¿Por qué no?
Tally movió los dedos de los pies.
—No llevo zapatos.
Croy enarcó una ceja.
—Has elegido el peor día para dormir hasta tarde.
—Eso parece.
En el exterior de la abarrotada conejera estaban organizando a los recién llegados en grupos. Un par de especiales se movían por la conejera, enfocando un lector a los ojos de los atados y sacándolos de uno en uno.
—Deben de estar separando a la gente por ciudades —dijo Croy.
—¿Por qué?
—Para llevarnos a casa —respondió él con frialdad.
—A casa —repitió Tally.
Justo la noche anterior, esa palabra había cambiado de significado para ella. Ahora su casa estaba destruida. Yacía a su alrededor en ruinas, en llamas y tomada.
Escrutó a los prisioneros en busca de Shay y David. Sus rostros estaban demacrados, sucios, descompuestos por la conmoción y la derrota, pero Tally se dio cuenta de que ya no los consideraba imperfectos. En ese momento eran las frías expresiones de los especiales, por muy guapos que fuesen, lo que le parecía espantoso.
Un altercado atrajo su atención. Tres de los invasores llevaban a través de la conejera a alguien que no paraba de forcejear, atada de pies y manos. Marcharon directamente hasta el rincón de los que habían opuesto resistencia y la dejaron caer al suelo.
Era Shay.
—Cuidado con esta.
Los dos especiales que los custodiaban echaron un vistazo a la chica, que seguía retorciéndose.
—¿Resistencia armada? —preguntó uno.
Se produjo una pausa. Tally vio que uno de los especiales tenía un cardenal que empañaba su rostro perfecto.
—No va armada, pero es peligrosa.
Los tres dejaron a la prisionera atrás. Su cruel elegancia parecía un tanto apresurada.
—¡Shay! —susurró Croy.
Shay se dio la vuelta. Tenía la cara enrojecida y los labios hinchados y sangrantes. Escupió, y un hilo de saliva de un rojo intenso cayó en el suelo polvoriento.
—Croy —consiguió articular.
Entonces su mirada recayó en Tally.
—¡Tú!
—Oye, Shay —empezó Croy.
—¡Tú has hecho esto! —exclamó ella retorciendo todo su cuerpo como una serpiente en la agonía de la muerte—. ¿No te bastaba con robarme a mi novio? ¡Tenías que traicionar a todo el Humo!
Tally cerró los ojos y negó con la cabeza. No podía ser cierto. Había destruido el colgante. El fuego lo había consumido.
—¡Shay! —dijo Croy—. Cálmate. Mírala. Ha luchado contra ellos.
—¿Es que estás ciego, Croy? ¡Mira a tu alrededor! ¡Es ella quien ha hecho esto!
Tally inspiró profundamente y se obligó a mirar a Shay. Los ojos de su amiga ardían llenos de odio.
—Shay, te juro que no lo he hecho. Yo nunca…
—¿Quién más ha podido traerlos aquí?
—No lo sé.
—Shay, no podemos echarnos la culpa los unos a los otros —dijo Croy—. Ha podido ocurrir cualquier cosa. Una imagen de satélite. Una misión de reconocimiento.
—Una espía.
—¿Quieres hacer el favor de mirarla, Shay? —gritó Croy—. Está atada, como nosotros. ¡Se ha resistido!
Shay cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza.
Las dos especiales que llevaban el lector ocular habían llegado al rincón de la conejera donde estaban los resistentes. Una se quedó apartada mientras la otra daba un paso adelante con cautela.
—No queremos hacer daño a nadie —anunció—, pero lo haremos si es necesario.
La perfecta cruel agarró a Croy por la barbilla y le enfocó el lector al ojo, mirando su visualización.
—Otro de los nuestros —dijo.
La otra especial enarcó una ceja.
—No sabía que tuviésemos tantos fugitivos.
Entre las dos pusieron a Croy en pie y lo llevaron por la fuerza hacia el grupo más nutrido de imperfectos que aguardaba en el exterior. Tally se mordió el labio inferior. Croy era uno de los viejos amigos de Shay, así que aquellas especiales eran de su propia ciudad. Tal vez lo fuesen todos los invasores.
Tenía que ser una coincidencia. Aquello no podía ser culpa suya. ¡Había visto arder el colgante!
—Por lo que veo, ahora también tienes a Croy de tu parte —susurró Shay.
Las lágrimas empezaron a aflorar en los ojos de Tally, aunque esta vez no era por la guindilla.
—¡Mírame, Shay!
—Él sospechó de ti desde el principio, pero yo le decía: «No, Tally es mi amiga. Nunca haría nada que pudiera perjudicarme».
—Shay, no estoy mintiendo.
—¿Cómo has logrado que Croy cambiase de opinión, Tally? ¿Igual que lograste que lo hiciese David?
—Shay, nunca pretendí que eso ocurriera.
—¿Y dónde estuvisteis anoche?
Tally tragó saliva, tratando de hablar con voz tranquila.
—Hablando. Le conté lo de mi collar.
—¿Y tardaste toda la noche? ¿O simplemente decidiste flirtear antes de que llegasen los especiales? Un último juego con él, y conmigo.
Tally bajó la cabeza.
—Shay…
Una mano la agarró por la barbilla levantándola con fuerza. Ella parpadeó, y una deslumbrante luz roja destelló.
La especial miró con atención el aparato.
—¡Eh, es ella!
Tally negó con la cabeza.
—No.
La otra especial miró la visualización y asintió en señal de confirmación.
—¿Tally Youngblood?
La chica no respondió. Entre las dos, la pusieron en pie y le sacudieron el polvo.
—Acompáñanos, la doctora Cable quiere verte de inmediato.
—Lo sabía —susurró Shay.
—¡No!
Tiraron de Tally hacia la puerta de la conejera. Volvió la cabeza para mirar hacia atrás, intentando encontrar la manera de explicarse.
Shay la miró con furia desde el suelo. Con los ensangrentados dientes apretados, observó las muñecas atadas de Tally. Al cabo de un instante, Tally notó que la presión desaparecía y que sus manos se separaban. Las especiales habían cortado sus esposas.
—No —dijo quedamente.
Una de las especiales le apretó el hombro.
—No te preocupes, Tally, te llevaremos a casa enseguida.
—Llevamos años detrás de este grupo —intervino la otra.
—Sí, buen trabajo.