32. Quemando las naves

Permanecieron levantados hasta tarde, hablando con Az y Maddy sobre sus descubrimientos, su huida a la naturaleza y la fundación del Humo. Por último, Tally tuvo que hacer la pregunta que tenía en mente desde el momento que los vio.

—¿Y cómo volvieron a transformarse? Eran perfectos, y ahora son…

—¿Imperfectos? —Az sonrió—. Esa parte fue fácil. Somos expertos en la parte física de la operación. Al esculpir una cara perfecta, los cirujanos utilizamos una clase especial de plástico inteligente para modelar los huesos. Cuando transformamos a los nuevos perfectos en medianos o mayores, añadimos un activador químico a ese plástico, que se vuelve más blando, como arcilla.

—¡Puaj! —exclamó Tally, imaginando su cara ablandándose de pronto para poder adquirir una forma diferente.

—Con dosis diarias de ese activador químico, el plástico se deshará de forma gradual y será absorbido por el organismo. Tu cara vuelve al punto de partida. Más o menos.

Tally enarcó las cejas.

—¿Más o menos?

—Solo podemos localizar de forma aproximada los puntos en que se recortó el hueso. Y no podemos hacer grandes modificaciones, como cambiar la estatura de alguien, sin cirugía. Maddy y yo contamos con todos los beneficios no estéticos de la operación: dientes insensibles, visión perfecta, resistencia a las enfermedades… Pero nuestro aspecto es muy parecido al que tendríamos sin la operación. En cuanto a la grasa absorbida —dijo concluyendo su exposición mientras se daba unas palmaditas en el estómago—, resulta muy fácil de sustituir.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué quisieron ser imperfectos? Eran médicos, así que a su cerebro no le pasaba nada, ¿verdad?

—Nuestra mente está en perfecto estado —respondió Maddy—. Pero queríamos formar una comunidad de personas que no tuviesen lesiones, personas que estuviesen libres del pensamiento perfecto. Era la única forma de ver qué diferencia real suponían las lesiones. Eso significaba que teníamos que reunir a un grupo de imperfectos jóvenes reclutados en las ciudades.

Tally asintió.

—Así que también ustedes tenían que volverse imperfectos. De lo contrario, ¿quién iba a confiar en ustedes?

—Perfeccionamos el activador químico y creamos una píldora que debía tomarse una vez al día. Al cabo de unos meses, recuperamos nuestros antiguos rostros. —Maddy miró a su marido con los ojos chispeantes—. Lo cierto es que fue un proceso fascinante.

—Me lo figuro —dijo Tally—. ¿Y las lesiones? ¿Pueden crear una píldora que las cure?

Ambos permanecieron un momento en silencio, y luego Maddy negó con la cabeza.

—No encontramos ninguna respuesta antes de que apareciesen los de Circunstancias Especiales. Az y yo no somos especialistas del cerebro. Durante veinte años hemos trabajado en esa cuestión sin éxito. Pero aquí en el Humo hemos visto la diferencia que supone seguir siendo imperfecto.

—Yo también la he visto —dijo Tally, pensando en las diferencias entre Peris y David.

Az enarcó una ceja.

—Entonces es que aprendes muy rápido.

—Pero sabemos que tiene cura —dijo David.

—¿Cómo?

—Tiene que haberla —confirmó Maddy—. Nuestros datos mostraban que todo el mundo tenía las lesiones después de su primera operación. Así pues, cuando alguien acaba dedicándose a una especialidad estimulante, las autoridades lo curan de algún modo. Las lesiones se eliminan en secreto, tal vez incluso se resuelven con una píldora como el plástico de los huesos, y el cerebro vuelve a la normalidad. Debe de existir una cura sencilla.

—Estoy seguro de que la encontraréis algún día —dijo David en tono cálido.

—No contamos con el equipo adecuado —respondió Maddy suspirando—. Ni siquiera tenemos ningún paciente humano perfecto para estudiarlo.

—Esperen un momento —intervino Tally—. Ustedes vivían en una ciudad llena de perfectos. Cuando se hicieron médicos, sus propias lesiones desaparecieron. ¿No se dieron cuenta de que estaban cambiando?

Maddy se encogió de hombros.

—Por supuesto. Estábamos aprendiendo cómo funcionaba el cuerpo humano y cómo hacer frente a la enorme responsabilidad que supone salvar vidas. Sin embargo, no teníamos la impresión de que cambiase nuestro cerebro. Nos parecía que madurábamos.

—Entiendo. Pero al mirar a todas las personas que les rodeaban, ¿cómo es que no se dieron cuenta de que tenían… una lesión cerebral?

Az sonrió.

—Solo podíamos comparar a nuestros conciudadanos con otros médicos, que parecían diferentes de casi todas las personas. Más comprometidos. Pero eso no suponía ninguna novedad. La historia revela que la mayoría de las personas han sido siempre borregos. Antes de que se inventara la Operación, existían guerras, odio generalizado y talas indiscriminadas. No sabemos lo que provocan esas lesiones, pero lo cierto es que en la actualidad los hombres no son tan distintos de los oxidados, salvo que somos solo un poco… más manejables.

—Tener las lesiones es normal ahora —dijo Maddy—. Nadie se sorprende de sus efectos.

Tally inspiró profundamente mientras recordaba la visita de Sol y Ellie. Sus padres estaban muy seguros de sí mismos, aunque no tenían ni idea de nada. Pero siempre parecían así: sensatos y llenos de seguridad, y al mismo tiempo desconectados de los problemas de la vida real que tenía Tally. ¿Consistía en eso la lesión cerebral de los perfectos? Tally siempre había creído que todos los padres actuaban así.

Por otra parte, se suponía que los perfectos muy recientes, debían de ser superficiales y egocéntricos. Cuando era imperfecto, Peris se burlaba de ellos, pero no esperó ni un momento para sumarse a la diversión. Nadie lo hacía. Entonces, ¿cómo podía saberse qué parte se debía a la operación y qué parte a la costumbre de la gente de hacer las cosas como siempre se habían hecho?

Solo podía saberse creando un mundo nuevo, y eso era lo que Az y Maddy habían empezado a hacer.

Tally se preguntó qué sería lo principal: ¿la Operación o las lesiones? ¿Alcanzar la perfección era solo un cebo para llevar a todo el mundo al quirófano, o las lesiones eran un mero toque final de esa perfección? Tal vez la conclusión lógica de que todo el mundo tuviese el mismo aspecto era que todo el mundo pensase de la misma manera.

Se arrellanó en su asiento. Se le puso la mirada borrosa y se le cerró el estómago al pensar en Peris, sus padres y todos los demás perfectos que había conocido. Se preguntó hasta qué punto serían diferentes. ¿Qué se sentía al ser perfecto? ¿Cómo sería en realidad estar detrás de aquellos ojos grandes y aquellos rasgos exquisitos?

—Pareces cansada —dijo David.

Ella se echó a reír levemente. Tenía la sensación de que David y ella llevaban semanas allí. Unas pocas horas de conversación habían cambiado su visión del mundo.

—La verdad es que estoy un poco cansada.

—Creo que será mejor que nos vayamos, mamá.

—Por supuesto, David. Es tarde, y Tally tiene mucho que asimilar.

Az y Maddy se pusieron en pie, y David ayudó a Tally a levantarse del asiento. Se despidió aturdida, estremeciéndose al reconocer la expresión de sus rostros viejos e imperfectos: sentían lástima por ella. Les entristecía que hubiese tenido que conocer la verdad a través de ellos. Después de veinte años tal vez se hubiesen acostumbrado a la idea, pero sabían que era horrible enterarse de aquello.

Al noventa y nueve por ciento de la humanidad le habían hecho algo en el cerebro, y solo unas cuantas personas en el mundo sabían exactamente qué era lo que había ocurrido.

—¿Entiendes por qué quería que conocieses a mis padres?

—Sí, creo que sí.

Tally y David subían a oscuras la colina, de regreso hacia el Humo, bajo un cielo estrellado.

—Podrías haber vuelto a la ciudad sin saberlo.

Tally se estremeció al darse cuenta de lo cerca que había estado de hacerlo tantas veces. En la biblioteca, había llegado a abrir el colgante y había estado a punto de llevárselo al ojo. Si lo hubiese hecho, los especiales habrían llegado en cuestión de horas.

—No podía soportarlo —añadió David.

—Pero algunos imperfectos acaban volviendo, ¿no?

—Claro. Se aburren de acampar, y no podemos obligarlos a quedarse.

—¿Los dejáis marchar, cuando ni siquiera saben qué significa realmente la Operación?

David se detuvo angustiado y cogió a Tally por los hombros.

—Tampoco nosotros lo sabemos. ¿Qué ocurriría si le contásemos a todo el mundo lo que sospechamos? La mayoría no nos creerían, y otros volverían apresuradamente a la ciudad para rescatar a sus amigos. Al final, las ciudades se enterarían y harían todo lo posible para atraparnos.

«Ya lo están haciendo», se dijo Tally. Se preguntó a cuántos espías más habrían chantajeado los especiales para obligarlos a buscar el Humo, cuántas veces habrían estado a punto de encontrarlo. Quiso contarle a David lo que tramaban, pero ¿cómo? No podía explicar que había llegado allí como una espía, o David nunca volvería a confiar en ella.

Tally suspiró. Esa sería la mejor forma de dejar de interponerse entre Shay y él.

—No pareces muy contenta.

Tally trató de sonreír. David había compartido su mayor secreto con ella; ahora ella debía contarle el suyo. Pero no tenía valor para hablar.

—Ha sido una noche muy larga, eso es todo.

David le devolvió la sonrisa.

—No te preocupes, no durará siempre.

Tally se preguntó cuánto faltaría para el amanecer. En pocas horas estaría desayunando junto a Shay y Croy, y todas las demás personas a las que había estado a punto de traicionar, a punto de condenar a la operación. Al pensarlo se estremeció.

—Escucha —dijo David levantándole la barbilla con la palma de la mano—, esta noche has estado fantástica. Creo que mis padres estaban impresionados.

—Ah, ¿sí? ¿Conmigo?

—Por supuesto, Tally. Has entendido enseguida lo que significa todo esto. La mayoría de la gente no se lo creen al principio. Dicen que las autoridades nunca serían tan crueles.

Ella sonrió con amargura.

—No te preocupes, yo sí lo creo.

—Ya lo sé. He visto pasar por aquí a muchos niñatos de ciudad. Tú eres distinta de los demás. Ves el mundo con claridad, aunque hayas crecido mimada. Por eso tenía que decírtelo. Por eso…

Al mirar a David a los ojos, Tally vio que su cara resplandecía de nuevo, y volvió a sentirse conmovida por aquellas sensaciones perfectas.

—Por eso eres hermosa, Tally.

Al oír aquellas palabras se sintió aturdida por un momento, como si mirara los ojos de un nuevo perfecto.

—¿Yo?

—Sí.

Ella se echó a reír sacudiendo la cabeza para despejarse.

—¿Cómo? ¿Teniendo unos labios finos y unos ojos demasiado juntos?

—Tally…

—¿Y un pelo ensortijado y una nariz aplastada?

—No digas eso.

Los dedos de David le rozaron las mejillas, donde los arañazos estaban casi curados, y pasaron fugazmente por sus labios. Tally sabía lo callosas que eran las puntas de sus dedos, duras y ásperas como la madera. Pero su caricia era suave y vacilante.

—Eso es lo peor. Por muy malas que sean esas lesiones cerebrales, el peor daño está ya hecho incluso antes de coger el bisturí. Se os lava el cerebro para que creáis que sois feos.

—Es que lo somos. Todo el mundo lo es.

—Entonces, ¿crees que yo soy feo?

Ella desvió la mirada.

—Es una pregunta sin sentido. No se trata de personas concretas.

—Sí, Tally. Desde luego que sí.

—Me refiero a que nadie puede ser de verdad… O sea, desde el punto de vista biológico, hay ciertas cosas que todos nosotros… ¿De verdad te parece que soy guapa?

—Sí.

—¿Más guapa que Shay?

Ambos se quedaron en silencio durante unos segundos. Era evidente que Tally había hablado sin pensar. ¿Cómo había pronunciado algo tan horrible?

—Lo siento.

David se encogió de hombros.

—Es una pregunta lógica. Sí.

—¿Sí qué?

—Creo que eres más guapa que Shay.

Lo dijo fríamente, como si hablase del tiempo.

Los ojos de Tally se cerraron, y todo el agotamiento del largo día cayó sobre ella de golpe. Vio el rostro de Shay —demasiado delgado, con los ojos demasiado separados—, y una sensación espantosa brotó en su interior, ahogando la calidez que David le había transmitido.

Toda su vida había insultado a otros imperfectos y había sido insultada por ellos. Gordito, Ojos de Cerdo, Huesitos, Granos, Monstruo… Todos los insultos que se decían los imperfectos unos a otros, ávidamente y sin reservas. Pero al mismo tiempo sin excepción, de forma que nadie se sintiese marginado por algún defecto de nacimiento. Y a nadie se le consideraba ni remotamente guapo, privilegiado por una combinación casual en sus genes. Por eso empezaron a hacer a todo el mundo perfecto.

Aquello no era justo.

—No digas eso, por favor.

—Me lo has preguntado.

Tally abrió los ojos.

—¡Pero es horrible! ¡Está mal!

—Escucha, Tally, eso no es lo importante para mí. Lo que hay dentro de ti cuenta mucho más.

—Pero lo primero que ves es mi cara. Reaccionas ante la simetría, el tono de la piel y la forma de mis ojos. Y decides lo que hay dentro de mí en función de todas tus reacciones. ¡Estás programado para hacerlo!

—Yo no estoy programado, no me he criado en una ciudad.

—¡No es solo cultura, es evolución!

David se encogió de hombros.

—Puede que lo sea en parte… —respondió con un tono calmado—. Pero ¿sabes qué es lo primero que me interesó de ti?

Tally inspiró profundamente, tratando de serenarse.

—¿Qué?

—Los arañazos que tenías en la cara. Tally parpadeó atónita.

—¿Los qué?

—Estos arañazos.

David volvió a tocarle la mejilla con suavidad. Tally sacudió la cabeza para ahuyentar la sensación eléctrica que le había provocado la caricia de David.

—¡De eso nada! Una piel imperfecta es señal de un sistema inmunitario en mal estado.

David se echó a reír.

—Era señal de que habías vivido una aventura, Tally, de que te habías abierto paso por el bosque para llegar hasta aquí. Para mí, era señal de que tenías una buena historia que contar.

La indignación de Tally se desvaneció.

—¿Una buena historia? —Tally negó con la cabeza y sonrió para sus adentros—. La verdad es que me arañé la cara en la ciudad, al pasar con la aerotabla entre unos árboles a gran velocidad. Menuda aventura, ¿eh?

—De todos modos, no deja de ser una historia. Como pensé la primera vez que te vi, te atreves a correr riesgos —dijo entrelazando con los dedos un mechón de su pelo chamuscado—. Sigues arriesgándote.

—Supongo que sí.

Estar allí a oscuras con David parecía un riesgo, como si todo estuviese a punto de cambiar otra vez. Él seguía teniendo aquella expresión perfecta en sus ojos…

Tal vez pudiese ver de verdad más allá de su cara imperfecta. Tal vez lo que había dentro de ella le importase más que cualquier otra cosa.

Tally se subió a una piedra pequeña que estaba en el camino y buscó el equilibrio en su superficie. Ahora estaban a la misma altura.

Ella tragó saliva.

—¿De verdad crees que soy guapa?

—Sí. Lo que haces y tu forma de pensar te hacen hermosa, Tally.

Una idea extraña cruzó la mente de Tally.

—No me haría ninguna gracia que te hubiesen operado —dijo sin dar crédito a sus propias palabras—, aunque no te hubiesen operado el cerebro.

—Gracias, ¿eh?

La sonrisa de David brilló en la oscuridad.

—No quiero que tengas el mismo aspecto que todo el mundo.

—Creía que esa era la gracia de ser perfecto.

—Yo también lo creía —respondió ella, tocándole la ceja en el punto en que la interrumpía la línea blanca—. Bueno, y ¿cómo te hiciste esa cicatriz?

—Es una larga historia. Algún día te la contaré.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—Bien.

Tally se inclinó hacia delante y se apoyó en él. Mientras sus pies resbalaban de la piedra poco a poco, sus labios se unieron. David la rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí. Su cuerpo era cálido en el frío de la madrugada y proporcionaba seguridad después de las emociones del día. Tally se apretó contra él, conmovida por la intensidad del beso.

Al cabo de un momento se apartó para tomar aliento, pensando por un instante en lo raro que era aquello. Los imperfectos se besaban, por supuesto, pero siempre daba la impresión de que nada tenía importancia hasta que eras perfecto.

Pero aquello tenía importancia.

Atrajo de nuevo a David hacia sí mientras sus dedos se clavaban en el cuero de su chaqueta. El frío, sus músculos doloridos, la espantosa realidad que acababa de descubrir… Todo daba mayor intensidad a aquella sensación.

Entonces, David tocó con una mano la nuca de Tally, localizó la delgada cadena y descendió hasta llegar al metal frío y duro del colgante.

Tally se puso tensa, y los labios de ambos se separaron.

—¿Y esto? —preguntó él.

La chica cubrió el corazón metálico con la mano sin dejar de abrazarlo. Ahora no podía hablarle a David de la doctora Cable. Se alejaría de ella, tal vez para siempre. El colgante seguía interponiéndose entre ellos.

De pronto, Tally supo qué era lo que debía hacer. Era estupendo.

—Ven conmigo.

—¿Adonde?

—Al Humo. Tengo que enseñarte una cosa.

Tiró de él cuesta arriba, trepando con dificultad hasta llegar a la cima de la colina.

—¿Estás bien? —preguntó David jadeando—. No pretendía…

—Estoy perfectamente —respondió Tally con una amplia sonrisa, antes de mirar hacia el Humo. Una sola hoguera ardía cerca del centro de la población, donde los centinelas se reunían para calentarse cada hora más o menos—. Vamos.

Era importante llegar deprisa, antes de que su seguridad se desvaneciese, antes de que aquella cálida sensación pudiese dar paso a la duda. Bajó con dificultad por entre las piedras mientras David se esforzaba para no quedarse atrás. Cuando Tally llegó al llano, echó a correr sin prestar atención a las cabañas oscuras y silenciosas que se hallaban a ambos lados, mirando solo la hoguera que brillaba a lo lejos. Sabía muy bien adonde se dirigía, era como avanzar con la aerotabla por una recta despejada.

Tally corrió hasta llegar al fuego y a continuación se quitó la cadena del colgante.

—¿Tally?

David llegó corriendo y jadeando, con la confusión dibujada en el rostro. Sin aliento, trató de decir algo más.

—No —dijo ella—. Mira.

El colgante colgaba del puño de Tally, lanzando destellos rojos a la luz de la hoguera. Tally concentró en él todas sus dudas, todo su miedo de ser descubierta y el terror que le producían las amenazas de la doctora Cable. Agarró el colgante con firmeza, apretando el duro metal hasta que le dolieron los músculos, como para obligarse a asimilar el hecho casi impensable de que realmente sería una imperfecta de por vida. Pero en cierto sentido no se sentía imperfecta, en absoluto.

Abrió el puño y arrojó el collar en medio de la hoguera.

Aterrizó sobre un tronco ardiente. El corazón metálico se ennegreció por un momento. A continuación, por efecto del calor, se fue poniendo amarillo y luego blanco. Por último, emitió un pequeño «pop», como si hubiese explotado algo atrapado en su interior, resbaló del tronco y desapareció entre las llamas.

Tally se volvió hacia David. Tenía la visión borrosa de tanto mirar el fuego. Él tosió por el humo.

—¡Vaya! Eso ha sido espectacular.

De pronto, Tally se sintió como una idiota.

—Sí, supongo.

David se le acercó más.

—Hablabas en serio. Quien te regaló eso…

—Ya no importa.

—¿Y si viene?

—No vendrá nadie, estoy segura.

David sonrió y abrazó a Tally, apartándola del fuego.

—Bueno, Tally Youngblood, desde luego sabes explicarte. ¿Sabes?, te hubiese creído solo con que…

—No, tenía que hacerlo así. Tenía que quemarlo. Para saberlo seguro.

David le dio un beso en la frente y se echó a reír.

—Eres preciosa.

—Cuando dices eso, casi… —susurró ella.

De pronto, una oleada de agotamiento invadió a Tally, como si las últimas energías que le quedaban hubiesen caído al fuego con el colgante. Estaba cansada de la loca carrera hasta allí, de la larga noche con Az y Maddy, y de un duro día de trabajo. Y al día siguiente tendría que enfrentarse otra vez a Shay y explicarle lo que había ocurrido entre David y ella. Por supuesto, Shay lo sabría en cuanto reparase en que el colgante había desaparecido del cuello de Tally.

Pero al menos nunca conocería la auténtica verdad. El colgante había quedado carbonizado, irreconocible, y su verdadero propósito oculto para siempre. Tally se desplomó en los brazos de David, cerrando los ojos. La imagen del corazón al rojo vivo quedó grabada en su mente.

Era libre. Ahora la doctora Cable nunca llegaría hasta allí, y nadie podría separarla jamás de David ni del Humo, ni someter su cerebro a la operación. Ya no era una infiltrada. Aquel era su sitio por fin.

Tally se echó a llorar.

En silencio, David la acompañó hasta el barracón. Cuando llegaron a la puerta, se inclinó hacia delante para besarla, pero ella se apartó y le estrechó la mano. Shay estaba allí dentro. Tally tendría que hablar con ella al día siguiente. No sería fácil, pero sabía que ahora podía afrontarlo todo.

David asintió, besó su propio dedo y siguió uno de los arañazos que quedaban en la mejilla de ella.

—Nos vemos mañana —susurró.

—¿Adonde vas?

—A dar un paseo. Necesito pensar.

—¿Nunca duermes?

—Esta noche no —respondió él con una sonrisa.

Tally le dio un beso en la mano y se deslizó hacia el interior, se quitó los zapatos de una patada y se metió a rastras en la cama con la ropa puesta. Se durmió en pocos instantes, como si se hubiese quitado de encima todo el peso del mundo.

A la mañana siguiente se despertó en medio del caos, con los sonidos de carreras, gritos y el estruendo de las máquinas invadiendo sus sueños. Por la ventana del barracón vio el cielo lleno de aerovehículos.

Habían llegado los de Circunstancias Especiales.