—Eramos médicos —empezó a decir Az.
—Cirujanos estéticos, para ser exactos —añadió Maddy—. Ambos habíamos realizado la Operación cientos de veces. Y cuando nos conocimos, a mí acababan de nombrarme miembro del Comité de Criterios Morfológicos.
Tally puso cara de sorpresa.
—¿El Comité de Perfectos?
Maddy sonrió al oír aquel apelativo.
—Estábamos preparando un Congreso Morfológico, para que todas las ciudades pudieran compartir sus datos sobre la operación.
Tally asintió. Sabía que las ciudades se esforzaban por mantenerse independientes unas de otras, pero el Comité de Perfectos constituía una institución global que se aseguraba de que todos los perfectos fuesen más o menos iguales. Todo el sentido de la Operación se perdería si los habitantes de una ciudad acababan siendo más perfectos que los de otra.
Como la mayoría de los imperfectos, Tally había fantaseado a menudo con la idea de formar parte algún día del comité y ayudar a decidir qué aspecto debería tener la siguiente generación. En la escuela, desde luego, se limitaban a darles explicaciones muy aburridas, basadas en gráficos y promedios, en mediciones de las distintas pupilas y cosas por el estilo.
—Al mismo tiempo, yo estaba haciendo investigaciones por mi cuenta sobre la anestesia para que la Operación resultase más segura —dijo Az.
—¿Más segura? —preguntó Tally.
—Cada año mueren personas como en cualquier cirugía, debido sobre todo a que permanecen inconscientes durante mucho tiempo —dijo.
Tally se mordió el labio inferior. Nunca había oído hablar de eso.
—Oh.
—Descubrí que el anestésico utilizado en la operación causaba complicaciones. Pequeñas lesiones en el cerebro. Apenas resultaban detectables, ni siquiera con los mejores aparatos.
Tally decidió arriesgarse a parecer estúpida.
—¿Qué es una lesión?
—Viene a ser un grupo de células que no tiene buen aspecto —dijo Az—. Como una herida, un cáncer o simplemente algo que no debería estar ahí.
—Podías haberlo dicho con esas palabras —dijo David, poniendo los ojos en blanco—. ¡Médicos!
Maddy no hizo caso a su hijo.
—Cuando Az me mostró los resultados que había obtenido, empecé a investigar. El comité local tenía millones de tomografías en su base de datos. No se trataba de todas esas parrafadas que llenan las páginas de los manuales de medicina, sino de datos reales procedentes de perfectos de todo el mundo. Las lesiones aparecían por todas partes.
Tally frunció el ceño.
—¿Quiere decir que las personas estaban enfermas?
—No lo parecían. Además, las lesiones no eran cancerosas, porque no se extendían. Casi todo el mundo las tenía, y aparecían siempre en el mismo lugar.
Señaló un punto situado en su coronilla.
—Un poco más a la izquierda, querida —dijo Az mientras dejaba caer un terrón de azúcar en el té.
Maddy rectificó y luego continuó:
—Lo más significativo era que casi todo el mundo tenía esas lesiones. Si hubiesen sido un peligro para la salud, el noventa y nueve por ciento de la población habría mostrado alguna clase de síntoma.
—Pero ¿no eran naturales? —preguntó Tally.
—No. Solo las presentaban los perfectos —dijo Az—. Ningún imperfecto las tenía. Desde luego, eran resultado de la operación.
Tally se removió en la silla. La idea de un pequeño misterio en el cerebro de todos los perfectos le ponía los pelos de punta.
—¿Averiguaron qué las causaba?
Maddy suspiró.
—Hasta cierto punto. Az y yo estudiamos con mucha atención a los negativos, es decir, a los pocos perfectos que no tenían las lesiones, y tratamos de descubrir por qué eran diferentes. ¿Qué les hacía inmunes a las lesiones? Descartamos el grupo sanguíneo, el género, el tamaño, los índices de inteligencia y los marcadores genéticos. Nada parecía explicar los negativos. No se diferenciaban en nada de los demás.
—Hasta que descubrimos una curiosa coincidencia —dijo Az.
—Sus profesiones —añadió Maddy.
—¿A qué se refieren?
—Todos los negativos ejercían unas profesiones determinadas —le aclaró Az—. Bomberos, guardianes, médicos, políticos y cualquiera que trabajase para Circunstancias Especiales. Ninguna persona que tuviese esos trabajos presentaba las lesiones; todos los demás perfectos sí.
—Entonces, ¿ustedes estaban bien?
Az asintió.
—Nos hicimos la prueba y dimos negativo.
—De lo contrario, ahora no estaríamos sentados aquí —añadió Maddy.
—¿Qué quiere decir?
Entonces habló David:
—Las lesiones no son un accidente, Tally. Tienen que ver con la operación, igual que esculpir los huesos y raspar la piel. Son una consecuencia de convertirse en un ser perfecto.
—Pero han dicho que no todo el mundo las tiene.
Maddy asintió.
—En algunos perfectos desaparecen o se curan espontáneamente; en aquellos cuyas profesiones exigen reaccionar deprisa, como trabajar en una sala de urgencias o apagar un incendio. Aquellos que hacen frente al conflicto y al peligro.
—La gente que se enfrenta a retos —dijo David.
Tally recordó el viaje hasta el Humo.
—¿Y los guardabosques?
Az asintió.
—Creo que tenía unos cuantos guardabosques en mi base de datos. Todos negativos.
Tally evocó la expresión de los guardabosques que la habían salvado. Poseían una confianza y una seguridad desconocidas, como la de David. En eso eran completamente distintos de los perfectos más jóvenes, de los que Peris y ella siempre se burlaban.
Peris…
Tally tragó saliva y notó un sabor más amargo que el del té en el fondo de su garganta. Trató de recordar cómo había actuado Peris cuando ella estropeó la fiesta en la Mansión Garbo. En aquella ocasión estaba tan avergonzada de su propia cara que era difícil recordar algo concreto sobre Peris. Tenía un aspecto muy distinto y, en cualquier caso, parecía mayor, más maduro.
Pero en cierto sentido no habían conectado… Era como si él se hubiese convertido en una persona distinta. ¿Era solo porque desde su operación habían vivido en mundos diferentes? ¿O era algo más?
Trató de imaginarse a Peris en el Humo, trabajando con sus propias manos y haciéndose su propia ropa. El antiguo e imperfecto Peris habría disfrutado con el reto. Pero ¿y el Peris perfecto?
Se sintió mareada, como si la casa estuviese en un ascensor que estuviera bajando rápidamente.
—¿Qué provoca las lesiones? —preguntó.
—No lo sabemos con exactitud —dijo Az.
—Pero tenemos unas cuantas ideas —añadió David.
—Solo sospechas —reconoció Maddy.
Az miró su té con expresión incómoda.
—Sospecharon lo suficiente para huir —dijo Tally.
—No tuvimos más remedio —dijo Maddy—. Poco después de nuestro descubrimiento, Circunstancias Especiales nos hizo una visita. Se llevaron nuestros datos y nos dijeron que no buscásemos más si no queríamos perder nuestra licencia. Teníamos que huir o bien olvidar todo lo que habíamos averiguado.
—Y no era algo fácil de olvidar —dijo Az.
Tally se volvió hacia David. Estaba sentado junto a su madre con expresión adusta, con la taza de té intacta ante sí. Sus padres aún eran reacios a decir todo lo que sospechaban, pero estaba claro que David no compartía sus reticencias.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Tally.
—Bueno, ya sabes cómo vivían los oxidados, ¿no? —respondió David—. La guerra, la delincuencia y todo lo demás.
—Por supuesto. Estaban locos de remate. Estuvieron a punto de destruir el mundo.
—Y eso convenció a la gente de que era necesario alejar las ciudades de los bosques, de que había que dejar la naturaleza en paz —añadió David—. Y ahora todo el mundo es feliz, porque todas las personas tienen el mismo aspecto: todas son perfectas. Si no hay oxidados, no hay guerra. ¿No es cierto?
—Sí. En la escuela dicen que todo es muy complicado, pero más o menos eso es lo que nos explican.
David sonrió con gesto sombrío.
—Puede que no sea tan complicado. Puede que la razón de que la guerra y todas esas otras cosas desapareciesen sea que ya no hay controversias, ni desacuerdos, ni gente que exija cambios. Solo masas de perfectos sonrientes, y unas cuantas personas que lo dirigen todo.
Tally se acordó del día que se había acercado hasta Nueva Belleza y había visto cómo los perfectos se divertían sin parar. Peris y ella solían jactarse de que nunca acabarían siendo tan idiotas, tan superficiales. Pero cuando lo vio…
—Al hacerte perfecto, tu aspecto no es lo único que cambia —concluyó Tally.
—No —convino David—. También lo hace tu pensamiento.