30. El secreto

Descendieron desde la cima por un camino empinado y estrecho. David andaba rápidamente en la oscuridad, guiándola sin vacilar por aquella senda casi impracticable. Tally tenía que hacer un esfuerzo para no quedarse atrás.

El día le había traído una conmoción tras otra, y ahora para colmo iba a conocer a los padres de David. Eso era lo último que esperaba después de enseñarle el colgante y confesarle que no había mantenido el secreto acerca del Humo. Sus reacciones eran distintas de las de todas las personas que conocía. Tal vez fuese porque se había criado allí, lejos de la ciudad. O tal vez él fuese… distinto.

—¿Tus padres no viven en el Humo?

—No. Es demasiado peligroso.

—¿Peligroso en qué sentido?

—Tiene que ver con lo que te dije el primer día en la cueva del ferrocarril.

—¿Te refieres a tu secreto? ¿A que te criaste en el bosque?

David se detuvo un instante y se volvió a mirarla en la oscuridad.

—Es más que eso.

—¿De qué se trata?

—Ya te lo contarán ellos. Vamos.

Al cabo de unos minutos apareció una luz débil flotando en la oscuridad de la ladera. Tally advirtió que era una ventana y que una luz de color rojo intenso brillaba a través de una cortina cerrada. La casa parecía medio sepultada, como si estuviese encajada en la montaña.

Cuando estaban a punto de llegar, David se detuvo.

—No quiero cogerlos por sorpresa. Pueden ponerse nerviosos, ¿comprendes? —dijo—. ¡Hola! —gritó a continuación.

Al cabo de un momento se abrió una puerta y un rayo de luz se filtró al exterior.

—¿David? —llamó una voz. La puerta se abrió más hasta que la luz los iluminó por completo—. Az, es David.

Mientras se acercaban, Tally vio que era una imperfecta adulta. Tally no pudo distinguir si era más joven o más vieja que el Jefe, pero desde luego su aspecto no resultaba tan aterrador. Sus ojos lanzaban destellos como los de un perfecto, y las arrugas de su cara desaparecieron en una afable sonrisa mientras estrechaba a su hijo en un abrazo.

—Hola, mamá.

—Tú debes de ser Tally.

—Encantada de conocerla.

Tally se preguntó si debía darle la mano o algo por el estilo. En la ciudad, nunca pasabas mucho tiempo con los padres de otros imperfectos, salvo cuando ibas a casa de tus amigos durante las vacaciones escolares.

La casa era mucho más cálida que el barracón, y los suelos de madera no eran tan ásperos, como si los padres de David llevasen tanto tiempo viviendo allí que sus pies los hubiesen alisado. Además, la casa parecía más sólida que los edificios del Humo. Tally observó que estaba tallada en la montaña. Una de las paredes era de piedra, y relucía en la oscuridad debido a una especie de sellador transparente.

—Yo también estoy encantada de conocerte, Tally —dijo la madre de David.

Tally ignoraba su nombre. David siempre se refería a ellos como «mamá» y «papá», palabras que Tally no utilizaba para Sol y Ellie desde que era pequeña.

Apareció un hombre que estrechó la mano de David antes de volverse hacia ella.

—Me alegro de conocerte, Tally.

Tally se quedó sin aliento, incapaz de decir una sola palabra. David y su padre parecían… iguales.

No tenía sentido. Debían de llevarse más de treinta años, si el padre ya era médico cuando David nació. Pero sus mandíbulas, sus frentes e incluso sus sonrisas ligeramente torcidas eran muy similares.

—¿Te pasa algo, Tally? —dijo David.

—Lo siento. Es que… ¡sois iguales!

Los padres de David se echaron a reír, y Tally notó que se ruborizaba.

—Nos lo dicen a menudo —dijo el padre—. Vosotros, los chicos de ciudad, siempre os lleváis un susto. Pero tienes nociones de genética, ¿no?

—Claro. Lo sé todo sobre los genes. Conocí a dos hermanas imperfectas que eran casi iguales. Pero ¿padres e hijos? Eso es muy raro.

La madre de David se puso seria, pero la sonrisa permaneció en sus ojos.

—Los rasgos que recibimos de nuestros padres son los que nos hacen diferentes. Una nariz grande, unos labios finos, una frente alta… Todas las características que elimina la operación.

—La preferencia por el término medio —dijo su padre.

Tally asintió, recordando las lecciones de la escuela. El promedio global de las características faciales humanas era la plantilla principal para la operación.

—Claro. Unos rasgos normales son una de las cosas que la gente busca en una cara.

—Pero las familias se transmiten aspectos normales. Como nuestra nariz grande.

El hombre pellizcó la nariz de su hijo, y David puso los ojos en blanco. Tally se fijó en que la nariz de David era mucho más grande que las narices de los perfectos. ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta antes?

—La nariz familiar es una de las cosas a las que renuncias cuando te vuelves perfecto —dijo la madre—. ¿Por qué no enciendes la calefacción, Az?

Tally se dio cuenta de que seguía tiritando, aunque no se debía al frío del exterior. Todo aquello era muy raro. No podía dar crédito al parecido que existía entre David y su padre.

—Se está bien. Esto es precioso…

—Maddy —dijo el padre de David—, ¿nos sentamos?

Al parecer, Az y Maddy los estaban esperando. En la sala de estar había cuatro tazas antiguas colocadas sobre platillos. Al poco rato, un hervidor empezó a emitir un suave silbido sobre un calentador eléctrico, y Az vertió el agua hirviendo en una vieja tetera, llenando la habitación de un aroma floral.

Tally miró a su alrededor. La casa era distinta de todas las del Humo. Era como un hogar de ancianos normal, lleno de objetos poco prácticos. En un rincón había una estatuilla de mármol, y de las paredes colgaban suntuosas alfombras, que alegraban la habitación y suavizaban los contornos de las paredes. Az y Maddy debían de haberse llevado muchas cosas de la ciudad cuando huyeron. Y, a diferencia de los imperfectos, que solo tenían los uniformes de su residencia y otras posesiones desechables, los dos se habían pasado media vida coleccionando objetos antes de escapar de la ciudad.

Tally había crecido rodeada de las figuras de madera de Sol, formas abstractas modeladas con ramas caídas que ella recogía de los parques cuando era pequeña. Tal vez la infancia de David no había sido tan distinta de la suya…

—Todo esto me resulta tan familiar… —dijo.

—¿No te lo ha dicho David? —dijo Maddy—. Az y yo procedemos de la misma ciudad que tú. Si nos hubiésemos quedado, quizá habríamos sido los que te volviésemos perfecta.

—Oh, supongo que sí —murmuró Tally.

Si se hubiesen quedado en la ciudad, no habría existido el Humo, y Shay nunca habría huido.

—David dice que llegaste sola hasta aquí —dijo Maddy.

Tally asintió.

—Seguía a una amiga, que me dejó escritas unas indicaciones.

—¿Y decidiste venir sola? ¿No podías esperar a que David pasase otra vez por allí?

—No le quedaba tiempo —explicó David—. Se marchó la noche antes de cumplir dieciséis años.

—A eso se le llama dejar las cosas para el último momento —dijo Az.

—Pero al mismo tiempo, hacer las cosas con mayor efectividad —dijo Maddy en tono de aprobación.

—La verdad, no pude elegir. Ni siquiera había oído hablar del Humo hasta que mi amiga Shay me dijo que se marchaba. Eso fue más o menos una semana antes de mi cumpleaños.

—¿Shay? Creo que no la conocemos —dijo Az.

Tally miró a David, que se encogió de hombros. ¿Nunca había llevado a Shay allí? Se preguntó por un momento qué tipo de relación existía realmente entre David y Shay.

—Desde luego, te decidiste rápido —dijo Maddy.

Tally regresó al presente.

—Debía hacerlo. Solo tenía una oportunidad.

—Hablas como una verdadera habitante del Humo —dijo Az vertiendo un líquido oscuro en las tazas—. ¿Té?

—Pues… sí, gracias. —Tally aceptó un platillo y notó el calor ardiente a través del fino material blanco de la taza. Cuando reparó en que aquello era uno de sus característicos brebajes que te quemaban la lengua, tomó un sorbo con precaución e hizo una mueca al notar el sabor amargo—. ¡Uf! Vaya… lo siento. La verdad es que nunca había tomado té.

Az hizo un gesto de sorpresa.

—¿De verdad? Pero si era muy popular cuando vivíamos allí.

—Había oído hablar del té, pero es más bien una bebida para ancianos. Humm, o sea, la toman sobre todo los perfectos adultos.

Tally sintió que se ruborizaba.

Maddy se echó a reír.

—Bueno, somos bastante ancianos, así que supongo que se trata de una definición ajustada.

—Habla por ti, querida —bromeó su marido.

—Prueba esto —dijo David.

Dejó caer un terrón blanco en la taza de Tally, que eliminó el sabor amargo del brebaje. Ahora era posible tomarse el té sin hacer muecas.

—Supongo que David te habrá hablado de nosotros —dijo Maddy.

—Bueno, me contó que huyeron hace mucho tiempo, antes de que él naciese.

—Ah, ¿sí? —dijo Az.

La expresión de su cara era idéntica a la de David cuando un miembro del equipo del ferrocarril hacía algo irreflexivo y peligroso con una sierra vibradora.

—No se lo conté todo, papá —dijo David—. Solo que me crié en el bosque.

—¿Nos dejaste el resto a nosotros? —replicó Az con un tono seco—. Pues qué bien, ¿no?

David sostuvo la mirada de su padre.

—Tally vino sola hasta aquí para asegurarse de que su amiga estaba bien, Pero tal vez no quiera quedarse.

—Nosotros no obligamos a nadie a quedarse —dijo Maddy.

—No me refiero a eso —dijo David—. Creo que debería saberlo antes de decidir si vuelve a la ciudad.

Tally miró asombrada a David y luego a sus padres. Su forma de comunicarse era muy extraña, como si no fuesen imperfectos de mediana edad e imperfectos adultos. Parecían discutir de tú a tú.

—¿Qué debería saber? —preguntó ella suavemente.

Todos la miraron; Tally notó que Az y Maddy la estaban evaluando.

—El gran secreto —dijo Az—, el que nos impulsó a huir hace casi veinte años.

—Un secreto que no solemos revelar —dijo Maddy con tranquilidad, mirando a David.

—Tally merece saberlo —dijo David con los ojos clavados en los de su madre—. Entenderá lo importante que es.

—Es una cría que viene de la ciudad.

—Llegó hasta aquí sola, con la única ayuda de unas pocas indicaciones ininteligibles.

Maddy frunció el ceño.

—Tú nunca has estado en una ciudad, David. No tienes ni idea de lo mimados que están los jóvenes allí. Se pasan toda la vida en una burbuja.

—Sobrevivió sola durante nueve días, mamá. Consiguió sobrevivir a un incendio en mitad de la maleza.

—Por favor, ya está bien —intervino Az—. Habláis como si Tally no estuviera aquí delante. ¿No es así, Tally?

—Sí —respondió ella suavemente—. Y me gustaría que me dijesen de qué están hablando.

—Lo siento, Tally —dijo Maddy—, pero este secreto es muy importante. Y muy peligroso.

Tally asintió mirando al suelo.

—Aquí todo es peligroso.

Todos se quedaron en silencio por un momento. Solo se oía el tintineo de la cucharilla de Az en la taza.

—¿Lo veis? —preguntó David por fin—. Lo entiende. Podéis confiar en ella. Merece saber la verdad.

—Todo el mundo lo merece —dijo Maddy—. Con el tiempo.

—Bueno —dijo Az antes de tomar un sorbo de té—, supongo que tendremos que contártelo, Tally.

—¿Contarme qué?

David suspiró profundamente.

—La verdad sobre los perfectos.