La sirena enmudeció gradualmente tras de sí. A Tally la caída se le hizo eterna —aunque solo durara unos segundos—, mientras las caras de asombro de abajo aumentaban de tamaño cada vez más.
Ella se precipitaba hacia el suelo, donde se abría un espacio entre la multitud asustada. Por unos momentos fue como soñar que volaba, un sueño silencioso y maravilloso.
Pero la realidad le tiró de los hombros y los muslos, y las cinchas del arnés se clavaron en su cuerpo sin piedad. Era más alta que el perfecto medio y seguramente el arnés no estaba preparado para tanto peso.
Tally dio una voltereta en el aire y cayó de cabeza en lo que fueron unos segundos aterradores; su cara quedó tan cerca del suelo que llegó a distinguir una chapa en la hierba. Después se encontró subiendo de nuevo y completando el círculo mientras el cielo giraba sobre ella, para volver a bajar y ver que, ante sus ojos, se abría paso otra multitud.
Muy bien. Se había impulsado con la fuerza suficiente para alejarse de la Mansión Garbo; el arnés la llevaba entre botes colina abajo, en dirección a la oscuridad y al abrigo de los jardines.
Tally dio dos volteretas más, tras lo cual el arnés la bajó hasta la hierba. Tiró de las correas al azar hasta que la prenda emitió un silbido y cayó al suelo.
Aunque todavía se sentía muy mareada, trató de ponerse en pie.
—¿No es una imperfecta? —preguntó alguien de entre la multitud.
Las negras siluetas de dos aerovehículos de extinción de incendios, con sus luces rojas intermitentes y sus ensordecedoras sirenas, sobrevolaron su cabeza a toda velocidad.
—¡Qué buena idea, Peris! —murmuró—. Una falsa alarma.
Si la atrapaban ahora, se metería en un buen lío. Nunca había oído de nadie que hiciera algo tan malo.
Tally echó a correr hacia el jardín.
La oscuridad bajo los sauces resultaba reconfortante.
Allí abajo, a medio camino del río, Tally apenas notaba que en el centro de la ciudad hubiese una alerta de incendio, aunque estaban rastreando la zona. Que hubiera en el aire más aerovehículos de lo habitual, y que el río estuviera muy iluminado, tal vez fuese solo una coincidencia.
Aunque probablemente no.
Avanzó con cuidado entre los árboles. Peris y ella nunca habían permanecido hasta tan tarde en Nueva Belleza. Los jardines del placer estaban abarrotados, sobre todo en las zonas oscuras. Y ahora que la excitación por su huida se había desvanecido, Tally empezaba a darse cuenta de lo estúpido que había sido su plan.
Por supuesto que Peris ya no tenía la cicatriz. Los dos utilizaron un cortaplumas el día que se cortaron y entrelazaron sus manos. En la operación, los médicos empleaban cuchillos mucho más grandes y afilados. Te frotaban hasta dejarte en carne viva, y desarrollabas una nueva piel, perfecta y clara. Te quitaban las viejas marcas de accidentes, así como las señales de la mala alimentación y de las enfermedades infantiles. Borrón y cuenta nueva.
Sin embargo, Tally había arruinado la nueva vida de Peris al presentarse allí como una chiquilla malcriada que no es bien recibida, por no hablar del barro que le había echado encima. Esperaba que tuviese otro chaleco para cambiarse.
Al menos, Peris no parecía demasiado enfadado. Había dicho que volverían a ser amigos una vez que fuese perfecta. Pero la forma como la había mirado a la cara… Tal vez fuera ese el motivo de la separación entre perfectos e imperfectos. Debía de ser horrible ver una cara imperfecta cuando se estaba constantemente rodeado de personas tan hermosas. ¿Y si lo había echado todo a perder esa noche, y Peris iba a verla siempre así —los ojos bizcos y el pelo ensortijado—, incluso después de que se hubiese sometido a la operación?
Un aerovehículo sobrevoló su cabeza, y Tally se agachó. Probablemente, la atraparían esa noche y jamás sería perfecta.
Se lo merecía por ser tan estúpida.
Pero Tally recordó la promesa que le había hecho a Peris de que no iban a atraparla; tenía que convertirse en perfecta para él.
Una luz centelleó en un extremo de su campo visual. Tally se puso en cuclillas y se asomó a través de la cortina que formaban las hojas de sauce.
Había una guarda en el parque. Era una perfecta mediana, no nueva. A la luz del fuego los atractivos rasgos de la segunda operación resultaban evidentes: hombros anchos y mandíbula firme, nariz afilada y pómulos altos. La mujer poseía la misma autoridad indiscutible que los profesores de Tally en Feópolis.
Tally tragó saliva. Los nuevos perfectos tenían sus propios guardas. Solo había un motivo para que una perfecta mediana estuviese allí, en Nueva Belleza: los guardas buscaban a alguien y estaban decididos a encontrarlo.
La mujer enfocó con su linterna a una pareja que estaba en un banco durante una décima de segundo, lo suficiente para ver que eran perfectos. La pareja dio un bote, tras lo cual la guarda se rió por lo bajo y pidió disculpas. Tally oyó su voz grave y segura, y vio que los nuevos perfectos se relajaban. No debía de pasar nada si ella lo decía.
Tally deseó rendirse, ponerse a merced de la guarda. Si pudiera explicarse, la guarda lo entendería y lo arreglaría todo. Los perfectos medianos siempre sabían qué hacer.
Pero le había hecho una promesa a Peris.
Se echó atrás para internarse de nuevo en la oscuridad, tratando de pasar por alto la horrible sensación de ser una espía, una fisgona, por no someterse a la autoridad de aquella mujer. Avanzó a través de la maleza tan deprisa como pudo.
Cerca del río, Tally oyó un ruido ante sí. Una silueta oscura se perfilaba delante de ella contra las luces del río. No era una pareja, sino una figura solitaria en la oscuridad.
Tenía que ser un guarda que la esperaba entre la maleza.
Tally ni siquiera se atrevía a respirar. Se había quedado petrificada en mitad de un movimiento, con todo su peso apoyado en una rodilla y una mano hundida en el barro. El guarda no la había visto aún. Si Tally esperaba lo suficiente, tal vez se alejaría.
Esperó, inmóvil, durante unos minutos que se le hicieron interminables, pero la figura no se movió. Debían de saber que los jardines eran el único lugar oscuro por el que entrar y salir de Nueva Belleza.
A Tally empezó a temblarle el brazo y los músculos se le resentían por tener que permanecer paralizados tanto tiempo. Pero no se atrevía a apoyar el peso en el otro brazo. El chasquido de una sola ramita la hubiera delatado.
Se quedó quieta hasta que le dolieron todos los músculos. Tal vez el guarda fuera solo un efecto óptico. Tal vez todo estuviera en su imaginación.
Tally parpadeó varias veces, en un intento de hacer desaparecer la figura.
Pero seguía allí, claramente perfilada contra las luces que se reflejaban en la superficie ondulada del río.
Una ramita se partió bajo su rodilla; los músculos doloridos de Tally la habían traicionado al final. Pero la figura siguió sin moverse. Sin duda alguna la había oído…
Quizá el guarda se estaba mostrando amable y esperaba a que ella se entregase, que se rindiese. A veces los profesores hacían eso mismo en la escuela: hacían que te dieses cuenta de que no tenías escapatoria hasta que lo confesaras todo.
Tally carraspeó con un suave y patético sonido.
—Lo siento —dijo.
La figura dejó escapar un suspiro.
—¡Oh, vaya! ¡Eh, no pasa nada! Yo también debo de haberte asustado.
La chica se inclinó hacia delante, haciendo muecas como si ella también estuviese entumecida de permanecer quieta tanto tiempo. La luz alcanzó su rostro.
También ella era imperfecta.
Se llamaba Shay. Llevaba el pelo largo y oscuro recogido en unas trenzas y tenía los ojos muy separados. Sus labios eran bastante gruesos, pero era mucho más flaca que una nueva perfecta. Había ido a Nueva Belleza por libre en su aventura y llevaba una hora escondida allí, junto al río.
—Nunca he visto nada así —susurró—. ¡Hay guardas y aerovehículos por todas partes!
Tally carraspeó.
—Creo que es culpa mía.
Shay pareció dudarlo.
—¿Cómo lo has hecho?
—Bueno, he estado en el centro de la ciudad, en una fiesta.
—¿Has echado a perder una fiesta? —preguntó Shay, antes de volver a susurrar—. Menuda locura. ¿Cómo has entrado?
—Llevaba una máscara.
—¿Una máscara de perfecto?
—Pues… más bien una máscara de cerdo. Es una larga historia.
Shay parpadeó.
—Una máscara de cerdo… Deja que lo adivine… ¿Alguien derribó tu casa soplando?
—¿Cómo? No, no… Estaban a punto de pillarme, así que he activado la alarma de incendios.
—¡Buen truco!
Tally sonrió. Lo cierto es que era una historia bastante buena, ahora que tenía alguien a quien contársela.
—Cuando me he visto atrapada en la azotea, he cogido un arnés de salto y me he lanzado. La mitad del camino la he hecho dando tumbos hasta aquí.
—¡No puede ser!
—Bueno, al menos gran parte del camino.
—¡Qué asombroso! —Shay sonrió, y luego se puso seria. Se mordió una uña, era una fea costumbre que curaba la operación—. Entonces, ¿has ido a esa fiesta… a ver a alguien?
Ahora le llegó a Tally el turno de sorprenderse.
—¿Cómo lo has sabido?
Shay suspiró mirándose las uñas mordidas.
—Yo también tengo amigos aquí. Bueno, antiguos amigos. A veces los espío. Yo siempre he sido la más pequeña, ¿sabes? Y ahora…
—Estás sola.
Shay asintió.
—Por lo que parece, has ido más allá del simple hecho de espiar.
—Sí. Me he acercado a saludar.
—¡Qué locura! ¿Se trata de tu novio o algo así?
Tally negó con la cabeza. Peris había salido con otras chicas. Tally lo había sobrellevado y había intentado hacer lo mismo, pero su amistad había sido siempre lo principal en la vida de ambos. Pero al parecer, ya no era así.
—Si fuese mi novio, no creo que hubiera podido hacerlo, ¿sabes? No habría querido que me viese la cara. Pero, como somos amigos, he pensado que tal vez…
—Sí, claro. ¿Y cómo ha ido?
Tally se quedó pensativa un momento mirando el agua ondulada. Peris estaba muy guapo y parecía mayor, y había dicho que volverían a ser amigos cuando Tally también fuese perfecta…
—Pues… en una palabra, un asco —dijo.
—Ya me lo imaginaba.
—Menos lo de escaparme. Esa parte ha sido genial.
—Has sido muy lista.
Tally percibió un tono alegre en la voz de Shay.
Permanecieron unos momentos en silencio mientras se aproximaba un aerovehículo.
—Pero ¿sabes una cosa?, aún no hemos conseguido escaparnos —dijo Shay—. La próxima vez que quieras activar una alarma de incendio, avísame con tiempo.
—Siento que te hayas visto atrapada.
Shay la miró con el ceño fruncido.
—No me refiero a eso, sino a que, si voy a tener que salir huyendo, más vale que me divierta también.
Tally se echó a reír en voz baja.
—De acuerdo. La próxima vez, te lo haré saber.
—Hazlo, por favor. —Shay recorrió el río con la mirada—. Parece que se ha despejado un poco. ¿Dónde está tu tabla?
—¿Mi qué?
Shay sacó una aerotabla de debajo de un arbusto.
—Tienes una tabla, ¿no? ¿Qué has hecho?, ¿cruzar a nado?
—No, yo… ¡Eh, espera! ¿Cómo has conseguido que una aerotabla te llevase al otro lado del río?
Todo lo que volaba llevaba a bordo guardianes.
Shay se echó a reír.
—Es el truco más viejo del mundo. Creía que lo conocías.
Tally se encogió de hombros.
—No voy mucho en tabla.
—Pues esta nos llevará a las dos.
—Chist…
Había aparecido otro aerovehículo que patrullaba por el río, justo por encima de los puentes.
Cuando pasó, Tally contó hasta diez antes de hablar.
—No creo que sea buena idea volver volando.
—¿Y cómo has cruzado tú?
—Sígueme. —Tally se apoyó en las manos y las rodillas y se arrastró un poco hacia delante. Luego volvió la vista atrás—. ¿Puedes llevarla?
—Claro. No pesa mucho. —Shay chasqueó los dedos, y la aerotabla se levantó del suelo—. En realidad, no pesa nada si yo no se lo digo.
—Eso es muy práctico.
Shay empezó a arrastrarse mientras la tabla daba botes detrás de ella como si fuera un globo. De todos modos, Tally no vio ninguna cuerda.
—¿Adonde vamos? —preguntó Shay.
—Conozco un puente.
—Pero nos delatará.
—Este no. Es un viejo amigo.