29. Valor

Aquella noche cenó sola. Ahora que ella misma se había pasado un día cortando árboles, la mesa de madera del comedor ya no le causaba horror. La solidez de la veta le resultaba reconfortante, y seguir sus anillos con los ojos era más fácil que pensar.

Por primera vez, Tally se fijó en la monotonía de la comida. Pan y estofado otra vez. Hacía un par de días, Shay le había explicado que la carne del estofado era conejo. No estaba hecha a base de soja, como la carne deshidratada del EspagBol, sino que eran animales de verdad procedentes de la abarrotada conejera situada en un extremo del Humo. Aquellos conejos muertos, despellejados y cocinados se adecuaban a su estado de ánimo. Como el resto de la jornada, aquella comida tenía un sabor brutalmente dramático.

Shay no había vuelto a hablar con ella después del almuerzo, y Tally no sabía qué decirle a Croy, así que había trabajado el resto del día en silencio. El colgante de la doctora Cable parecía volverse cada vez más pesado; lo sentía tan apretado alrededor de su cuello como las vides, la maleza y las raíces agarradas a las vías férreas.

Parecía como si todos en el Humo pudiesen ver lo que el collar era en realidad: un símbolo de su traición.

Tally se preguntó si podría quedarse allí. Croy sospechaba que era una espía, y que todos los demás lo supiesen solo parecía ser cuestión de tiempo. Durante todo el día, un pensamiento terrible la había asaltado una y otra vez: tal vez el Humo fuese su verdadero hogar, pero había perdido su oportunidad al presentarse allí como una espía.

Y ahora se había interpuesto entre David y Shay. Sin proponérselo, había fastidiado a su mejor amiga. Como un veneno que todo lo mata.

Pensó en las orquídeas que se propagaban a través de las llanuras, ahogando otras plantas hasta matarlas, hasta matar la propia tierra, egoístas e imparables. Tally Youngblood era una mala hierba. Y, a diferencia de las orquídeas, ni siquiera era perfecta.

Justo cuando acababa de cenar, David se sentó frente a ella.

—Hola.

—Hola.

Tally consiguió sonreír. A pesar de todo, estar con él suponía un alivio. Cenar sola le había recordado los días que siguieron a su cumpleaños, cuando todos la evitaban porque continuaba siendo imperfecta. Aquella era la primera vez que se sentía imperfecta desde su llegada al Humo.

David extendió el brazo y tomó su mano.

—Tally, lo siento.

—¿Lo sientes?

David volvió hacia arriba la palma de Tally y señaló sus dedos, recién cubiertos de ampollas.

—Me he fijado en que, después de almorzar con Shay, te has quitado los guantes. No ha sido difícil adivinar por qué.

—No es que no me gusten. Es que no he podido ponérmelos.

—Claro, ya lo sé. Todo es culpa mía —dijo mirando el comedor atestado—. ¿Podemos salir de aquí? Tengo algo que decirte.

Tally asintió, notando el frío colgante sobre su piel y recordando la promesa que le había hecho a Shay.

—Sí. Yo también tengo algo que decirte.

Mientras cruzaban el Humo, vieron las hogueras que los cocineros apagaban con paletadas de tierra, las ventanas que se iluminaban con velas y bombillas eléctricas, y a un grupo de jóvenes imperfectos que perseguían a un pollo que se había escapado. Subieron a la cima desde la que Tally había contemplado el asentamiento por primera vez, y David la condujo a un afloramiento de rocas fresco y plano, donde se abría una vista entre los árboles. Como siempre, Tally se fijó en los elegantes movimientos de David, que parecía conocer al detalle cada paso del camino. Ni siquiera los perfectos, cuyos cuerpos gozaban de un equilibrio impecable y habían sido diseñados para tener estilo con cualquier clase de ropa, se movían con un control tan natural.

Tally apartó los ojos de él. En el valle que se extendía a sus pies, las orquídeas brillaban a la luz de la luna con pálida malevolencia, como un mar congelado junto a la orilla oscura del bosque.

David fue el primero en hablar.

—¿Sabías que eres la primera fugitiva que viene sola hasta aquí?

—¿De verdad?

David asintió sin dejar de mirar la blanca extensión de flores.

—Casi siempre los traigo yo.

Tally recordó que, la última noche que se vieron en la ciudad, Shay le había dicho que el misterioso David la acompañaría al Humo. En aquel momento, Tally no había creído que existiese tal persona. Ahora, en cambio, David era muy real. Se tomaba el mundo mucho más en serio que cualquier otro imperfecto que hubiese conocido jamás; en realidad, más en serio que los perfectos medianos como sus padres. Resultaba curioso, pero su mirada era tan intensa como la de los perfectos crueles, aunque también mucho más cálida.

—Hace años era mi madre quien traía a los fugitivos —añadió—, pero ahora es demasiado mayor.

Tally tragó saliva. En la escuela siempre explicaban que los imperfectos que no se operaban se volvían achacosos con el tiempo.

—Oh, lo siento mucho. ¿Qué edad tiene?

David se echó a reír.

—Se mantiene muy en forma, pero a los imperfectos les resulta más fácil confiar en alguien como yo, alguien de su misma edad.

—Ah, claro.

Tally recordó su propia reacción al ver al Jefe aquel primer día. Ahora ya se había acostumbrado a ver caras envejecidas por la edad.

—A veces, unos cuantos imperfectos lo consiguen por su cuenta, siguiendo indicaciones en clave como tú hiciste. Pero siempre han venido en grupos de tres o cuatro. Nadie lo ha hecho nunca solo.

—Debes de pensar que soy idiota.

—En absoluto —respondió él cogiéndole la mano—. Creo que tuviste mucho valor.

Tally se encogió de hombros.

—En realidad, no fue un viaje tan duro.

—No es el trayecto lo que requiere valentía, Tally. Yo he hecho viajes mucho más largos en solitario. Es abandonar el hogar —dijo David mientras su dedo trazaba una línea en la dolorida mano de la chica—. No puedo ni imaginarme cómo me sentiría si tuviera que marcharme del Humo y alejarme de todo lo que conozco, sabiendo que seguramente nunca podría volver.

Tally tragó saliva. Era verdad que su viaje no había sido fácil, pero también que no había tenido otra opción.

—Pero tú abandonaste sola tu ciudad, el único sitio en el que habías vivido —prosiguió David—. Ni siquiera habías conocido a ninguno de los nuestros, a alguien que pudiera confirmarte de primera mano que este lugar existía. Actuaste movida por la confianza, porque tu amiga te lo pidió. Creo que por eso siento que puedo confiar en ti.

Tally contempló las malas hierbas, sintiéndose peor con cada palabra que decía David. Si supiese la verdadera razón por la que estaba allí…

—Cuando Shay me dijo que venías, me enfadé mucho con ella.

—¿Porque podía haberos delatado?

—En parte. Y en parte porque para una chica de dieciséis años criada en la ciudad resulta muy peligroso cruzar cientos de kilómetros a solas. Pero sobre todo pensé que Shay había corrido un riesgo inútil, porque seguramente ni siquiera serías capaz de cruzar la ventana de tu residencia.

La miró y le apretó la mano con suavidad.

—Me quedé asombrado cuando te vi bajar corriendo por esa colina.

Tally sonrió.

—Aquel día tenía un aspecto bastante lamentable.

—Estabas cubierta de arañazos, con el pelo y la ropa chamuscados por aquel incendio, pero ibas sonriendo…

La cara de David resplandecía a la suave luz de la luna.

Tally cerró los ojos e hizo un gesto de incredulidad con la cabeza. Fantástico. Iban a darle el premio al valor cuando en realidad debían echarla a patadas del Humo por traición.

—Pero ahora no pareces tan contenta —añadió David con voz suave.

—No todos se alegran de que haya venido.

David se echó a reír.

—Sí, Croy me ha hablado de su gran descubrimiento.

—Ah, ¿sí?

Tally abrió los ojos de par en par.

—No le hagas caso. Desde que llegaste aquí, le pareció sospechoso que hubieras venido sola. Pensó que debías de haber recibido ayuda por el camino, ayuda de la ciudad. Pero le dije que estaba loco.

—Gracias.

David se encogió de hombros.

—Cuando Shay y tú os visteis, os alegrasteis mucho. Me di cuenta de que realmente la habías echado de menos.

—Sí. Estaba preocupada por ella.

—Claro que sí. Y fuiste lo bastante valiente para venir tú sola, aunque eso significaba alejarte de todo lo que conocías. En realidad, no viniste porque quisieras vivir en el Humo, ¿verdad?

—Hummm…, ¿a qué te refieres?

—Viniste a ver si Shay estaba bien.

Tally lo miró a los ojos. Aunque estaba muy equivocado, era agradable disfrutar de sus palabras. Hasta ese momento se había sentido atenazada por la sospecha y la duda, pero el rostro de David brillaba de admiración por lo que había hecho. Le invadió una sensación cálida que le hizo olvidar el frío viento que azotaba la colina.

Pero luego se estremeció al darse cuenta de lo que significaba aquella sensación. Era el mismo calor que había experimentado al ver a Peris después de su operación, el mismo calor que experimentaba cuando los profesores la miraban con aprobación; era una sensación que nunca había tenido con un imperfecto. Sin unos ojos grandes y de forma impecable, los rostros imperfectos no podían provocarte sentimientos tan intensos. Pero, de algún modo, la luz de la luna y el escenario, o tal vez las palabras que decía, habían convertido a David en un ser perfecto.

Pero toda aquella magia estaba basada en mentiras. No merecía la mirada de David.

Se volvió otra vez hacia el océano de maleza.

—Apuesto a que Shay desearía no haberme hablado nunca del Humo.

—Es posible que Shay piense así durante algún tiempo —dijo David—, pero no para siempre.

—Pero ella y tú…

—Ella y yo —repitió él suspirando—. Shay cambia de opinión muy deprisa, ¿sabes?

—¿A qué te refieres?

—La primera vez que quiso venir al Humo fue la primavera pasada, cuando vinieron Croy y los demás.

—Me contó que se acobardó, ¿verdad?

David asintió.

—Siempre pensé que no se atrevería. Solo quería huir porque sus amigos lo hacían. Si permanecía en la ciudad, iba a quedarse sola.

Tally recordó los días que ella misma se había quedado sin amigos, después de la operación de Peris.

—Sí, conozco esa sensación.

—Finalmente aquella noche no se presentó. A veces pasa. Me sorprendió mucho verla en las ruinas hace unas semanas, súbitamente convencida de pronto de que quería abandonar la ciudad para siempre. Y hablaba ya de traer a una amiga, aunque aún no te había dicho ni una palabra. Estuve a punto de decirle que lo olvidase, que se quedase en la ciudad y se volviese perfecta.

Tally suspiró. Todo habría sido mucho más fácil si David hubiese hecho exactamente eso. Ahora Tally sería perfecta, y en ese momento estaría en una torre de fiesta con Peris, Shay y una pandilla de nuevos amigos. Pero esa idea no le suscitó la emoción acostumbrada; esta vez no funcionó, como si fuese una canción oída demasiadas veces.

David le apretó la mano.

—Me alegro de no haberlo hecho.

Tally se oyó a sí misma diciendo:

—Yo también.

Sus propias palabras la dejaron sorprendida, porque en cierto modo eran sinceras. Miró a David con atención, y volvió a sentir un fuerte cosquilleo en su interior. Vio que su frente era demasiado alta, que tenía una pequeña cicatriz en la ceja y que su sonrisa era muy torcida. Pero era como si algo hubiese cambiado en la mente de Tally, algo que hacía que la cara de David fuese perfecta para ella. El calor de su cuerpo la protegía del frío otoñal, y la chica se le acercó aún más.

—Shay se ha esforzado mucho para compensar el hecho de haberse acobardado aquella primera vez y haberte dado indicaciones después de prometerme que no lo haría —dijo David—. Ahora ha decidido que el Humo es el sitio más fantástico del mundo. Y que yo soy la mejor persona que conoce por haberla traído aquí.

—Le gustas de verdad, David.

—Y a mí me gusta ella. Pero no es…

—¿Qué?

—No es una chica seria. No es como tú.

Tally le dio la espalda. La cabeza le daba vueltas. Sabía que, o cumplía su promesa en ese momento, o nunca lo haría. Se llevó los dedos al colgante.

—David…

—Sí, ya me he fijado en ese collar. Después de tu sonrisa, fue la segunda cosa en que me fijé.

—Ya supondrás que me lo ha regalado alguien.

—Eso me imaginaba.

—Y yo… yo le hablé a esa persona del Humo.

Él asintió.

—También me lo imaginaba.

—¿No estás enfadado conmigo?

David se encogió de hombros.

—Nunca me prometiste nada. Ni siquiera te conocía.

—Pero aun así…

David la miraba fijamente y su rostro volvía a resplandecer. Tally miró hacia otro lado, tratando de ahogar sus inexplicables sensaciones perfectas en el mar de flores blancas.

David suspiró suavemente.

—Has dejado muchas cosas atrás al venir aquí: tus padres, tu ciudad, toda tu vida. Y me doy cuenta de que el Humo está empezando a gustarte. Entiendes lo que hacemos mejor que la mayoría de los fugitivos.

—Me gusta cómo me siento aquí. Sin embargo, tal vez no… me quede.

David sonrió.

—Lo sé. Escucha, no quiero agobiarte. Puede que la persona que te haya regalado ese corazón venga, y puede que no. Es posible que tú vuelvas con ella. Pero mientras tanto, ¿podrías hacer algo por mí?

—Claro. ¿Qué quieres que haga?

David se puso en pie y le tendió la mano.

—Me gustaría que conocieras a mis padres.