Con el paso de los días, Tally se iba adaptando a las rutinas del Humo.
El agotamiento causado por el trabajo duro resultaba reconfortante. Durante toda su vida, Tally había sufrido insomnio, y se pasaba casi todas las noches despierta pensando en las discusiones que había tenido o quería tener, o en cosas que debería haber hecho de forma distinta. Pero allí en el Humo su mente se desconectaba tan pronto como apoyaba la cabeza en la almohada, que ni siquiera era una almohada, tan solo su jersey nuevo metido en una bolsa de algodón.
Aún no sabía cuánto tiempo iba a quedarse allí. No había decidido si activaría el colgante, pero sabía que se volvería loca si se pasaba todo el tiempo pensando en aquello. Así pues, decidió quitárselo de la cabeza. Un día tal vez se daría cuenta al despertar de que no podía soportar la idea de pasar toda su vida como una imperfecta, perjudicase a quien perjudicase y costase lo que costase… pero por el momento la doctora Cable podía esperar.
En el Humo le resultaba fácil olvidar sus problemas. La vida era mucho más intensa que en la ciudad. Se bañaba en un río tan frío que tenía que zambullirse gritando, y comía alimentos sacados del fuego lo bastante calientes para quemarse la lengua, cosa que nunca ocurría en la ciudad. Por supuesto, echaba de menos un champú que no le escociese en los ojos, inodoros con cisterna (había averiguado horrorizada lo que eran las «letrinas») y sobre todo un pulverizador medicinal. Pero pese a las ampollas que le habían salido en las manos, se sentía más fuerte que nunca. Podía trabajar durante todo el día en el ferrocarril y luego echar una carrera con David y Shay sobre las aerotablas, con la mochila llena de chatarra. David le enseñó a remendar su ropa con aguja e hilo, a distinguir a las rapaces por su presa e incluso a limpiar pescado, lo cual le pareció mucho menos desagradable que diseccionarlo en clase de biología.
La belleza del Humo también vaciaba su mente de preocupaciones. La montaña, el cielo y los valles circundantes parecían cambiar a diario, renovándose de forma espectacular. La naturaleza, al menos, no necesitaba de operaciones para ser bella. Simplemente lo era.
Una mañana, de camino hacia la vía férrea, David situó su tabla junto a la de Tally y avanzó en silencio durante un rato, tomando las curvas con su elegancia habitual. En las últimas dos semanas, Tally había averiguado que su chaqueta estaba hecha de cuero auténtico, de verdaderos animales muertos, pero poco a poco se había acostumbrado a la idea. Los habitantes del Humo cazaban, pero actuaban como los guardabosques y solo mataban especies foráneas o cuya población estaba descontrolada debido a la intromisión de los oxidados. Con sus retales reunidos al azar, seguramente la chaqueta habría quedado ridícula en cualquier otra persona. Pero a David le sentaba bien, como si haberse criado en el bosque le permitiese fundirse con los animales. Y que él mismo se hubiese confeccionado la prenda no hacía sino favorecerle aún más.
De pronto, David se dirigió a ella.
—Tengo un regalo para ti.
—¿Un regalo para mí?
A aquellas alturas, Tally ya había comprendido que en el Humo todo adquiría un valor suplementario. Nada se desechaba ni regalaba solo porque fuese viejo o estuviese estropeado. Todo se arreglaba, reparaba y reciclaba, y si alguien no sabía qué hacer con algún objeto, lo intercambiaba por otro. Pocas cosas se regalaban a la ligera.
—Sí, para ti.
David le entregó un paquetito acercándose a ella.
Tally lo desenvolvió mientras seguía la ruta arroyo abajo, casi sin mirar. Era un par de guantes hechos a mano, de piel marrón claro.
Se metió en el bolsillo el brillante papel de envolver fabricado en la ciudad y se puso los guantes en las manos cubiertas de ampollas.
—¡Gracias! Me quedan muy bien.
David asintió.
—Los hice cuando tenía más o menos tu edad. Ahora me están un poco pequeños.
Tally sonrió, y de repente sintió deseos de abrazarlo. Cuando abrieron los brazos para tomar una curva cerrada, lo cogió de la mano durante un instante.
Al doblar los dedos, Tally descubrió que los guantes eran suaves y flexibles y que las palmas estaban descoloridas por los años de uso. Unas líneas blancas en las articulaciones de los dedos revelaban la marca de las manos de David.
—Son maravillosos.
—Vamos —dijo David—. Ni que fuesen mágicos o algo así.
—No, pero tienen… algo.
Tally comprendió que lo que tenían era historia. En la ciudad tenía muchas cosas; conseguía casi todo lo que quería solo con pedirlo. Pero las cosas de la ciudad eran desechables y sustituibles, intercambiables como las combinaciones de camisa, chaqueta y falda de los uniformes de la residencia. En cambio, en el Humo los objetos envejecían y revelaban su historia con crujidos, arañazos y jirones.
David se rió por lo bajo y aceleró para reunirse con Shay delante del grupo.
Cuando llegaron al ferrocarril, David indicó que tenían que sacar más vía utilizando sierras vibradoras para cortar la vegetación que había crecido en torno a los raíles metálicos.
—¿Y los árboles? —preguntó Croy.
—¿Qué pasa con los árboles?
—¿Tenemos que cortarlos? —quiso saber Tally.
David se encogió de hombros.
—Unos árboles tan esmirriados como estos no tienen demasiada utilidad. Sin embargo, no vamos a desperdiciarlos. Nos los llevaremos al Humo para quemarlos.
—¿Quemarlos? —repitió Tally.
Por lo general, solo talaban los árboles del valle, no los del resto de la montaña. Aquellos árboles llevaban décadas creciendo allí, ¿y David pretendía utilizarlos solo para preparar una comida? Miró a Shay en busca de apoyo, pero la expresión de su amiga era neutral. Seguramente estaba de acuerdo con ella, pero no quería discutir con David delante de todo el mundo sobre la forma de llevar adelante su proyecto.
—Sí, quemarlos —dijo él—. Y cuando hayamos recuperado la vía, replantaremos. Pondremos una hilera de árboles útiles donde estaba el ferrocarril.
Los otros cinco lo miraron en silencio. David cogió una sierra, deseoso de empezar, aunque era consciente de que aún no contaba con el apoyo de todos.
—Escucha, David —dijo Croy—, estos árboles no son inútiles. Protegen la maleza de la luz solar, cosa que evita que la tierra se erosione.
—De acuerdo, vosotros ganáis. En lugar de plantar otra clase de árboles, dejaremos que el bosque gane terreno. Y habrá tantos matorrales y maleza como queráis.
—Pero ¿debemos talarlos indiscriminadamente? —preguntó Astrix.
David suspiró. «Tala indiscriminada» era la expresión que designaba lo que los antiguos oxidados habían hecho con los viejos bosques: derribar cada árbol, matar cada ser vivo, convertir países enteros en pastos. Selvas tropicales enteras habían sido consumidas, pasando de albergar millones de especies interconectadas a un puñado de vacas herbívoras: una vasta red de vida perdida a cambio de hamburguesas baratas.
—Mirad, no estamos desbrozando. Solo estamos retirando la basura que los oxidados dejaron tras de sí —explicó David—. Solo hace falta algo de cirugía para hacerlo.
—Podemos cortar alrededor de los árboles —sugirió Tally—. Podarlos solo donde haga falta. Como tú has dicho: cirugía.
—Vale, muy bien —contestó él con una risita—. Ya veremos qué opináis de esos árboles cuando hayáis tenido que «podar» unos cuantos.
David estaba en lo cierto.
La sierra vibradora zumbaba a través de las pesadas vides, desbrozaba los matorrales como un peine a través del pelo mojado y partía limpiamente el metal cuando algún movimiento en falso llevaba el filo hasta la vía. Sin embargo, cuando sus dientes encontraban las raíces nudosas y las ramas retorcidas de los árboles esmirriados, la cosa era distinta.
Tally hizo un gesto de fastidio cuando su sierra volvió a rebotar contra la dura madera, escupiendo trozos de corteza contra su cara mientras el zumbido de la herramienta se transformaba en un gemido de protesta. Forcejeó para introducir el filo en la vieja y resistente rama. Un corte más y aquel tramo de vía quedaría fuera.
—Vamos, muy bien. Ya casi lo tienes, Tally.
Vio que Croy se mantenía apartado, listo para saltar si la sierra le resbalaba de las manos. Tally entendía ahora por qué David quería cortar en trozos los árboles esmirriados. Habría sido mucho más fácil que atravesar la maraña de raíces y ramas, tratando de situar la sierra vibradora en un punto concreto.
—Estúpidos árboles —murmuró Tally apretando los dientes mientras volvía a bajar la hoja.
Por fin, la sierra penetró en la madera, emitiendo un chirrido agudo. A continuación se coló a través de la rama, libre por un instante antes de clavarse en la tierra escupiendo y rechinando.
—¡Sí!
Tally dio un paso atrás y se quitó las gafas protectoras mientras la sierra se apagaba entre sus manos.
Croy dio un paso adelante y apartó de la vía el trozo de rama de una patada.
—Un corte quirúrgico perfecto, doctora —dijo.
—Creo que le estoy pillando el truco —dijo Tally secándose la frente.
Era casi mediodía, y un sol despiadado caía a plomo sobre el claro. Se quitó el jersey, tras notar que el frío matutino había desaparecido hacía rato.
—Tenías razón: los árboles daban sombra.
—¡Y que lo digas! —exclamó Croy—. Por cierto, bonito jersey.
Ella sonrió. Junto con sus nuevos guantes, era su más valiosa posesión.
—Gracias.
—¿Cuánto te ha costado?
—Seis EspagBols.
—Un poco caro, pero muy bonito. —Croy la miró a los ojos—. Tally, ¿te acuerdas del día que llegaste, cuando cogí tu mochila? La verdad es que no me habría quedado tus cosas sin darte algo a cambio. Es que me sorprendiste al decir que podía quedármelo todo.
—Claro, no pasa nada —dijo ella.
Ahora que había trabajado con Croy, le parecía un tipo bastante agradable. Habría preferido que la pusieran con David o Shay, pero ya iba siendo hora de empezar a conocer a otros miembros del grupo.
—Espero que también tengas un saco de dormir nuevo.
—Sí. Doce EspagBols.
—Ya casi no deben de quedarte.
Ella asintió.
—Solo me quedan ocho.
—No está mal. Seguro que cuando venías hacia aquí no sabías que te estabas comiendo tu futura fortuna.
Tally se echó a reír y los dos se agacharon bajo el árbol parcialmente talado para retirar los montones de vides cortadas de alrededor de la vía.
—De haber sabido lo valiosos que eran los paquetes de comida, no me habría comido tantos aunque hubiese estado muerta de hambre. Ya ni siquiera me gusta. Lo peor de todo era tomar EspagBol para desayunar.
—A mí me suena exquisito —respondió Croy entre risas—. ¿Crees que ya está despejado este trozo?
—Desde luego. Empecemos con el siguiente.
Tally le pasó la sierra.
Croy hizo primero la parte fácil, atacando la maleza con la sierra.
—Por cierto, Tally, hay una cosa que me resulta un poco desconcertante.
—¿Qué es?
La sierra rebotó en el metal despidiendo algunas chispas.
—El día que llegaste dijiste que saliste de la ciudad con comida para dos semanas.
—Sí.
—Si tardaste nueve días en llegar aquí, solo debería de haberte quedado comida para cinco días. Tal vez quince paquetes en total. Pero recuerdo que aquel primer día, cuando miré dentro de tu mochila, pensé: «¡Tiene toneladas!».
Tally tragó saliva, tratando de permanecer impasible.
—Y resulta que tenía razón —continuó—. Doce más seis más ocho son… veintiséis, ¿no?
—Sí, supongo.
Croy asintió, manejando con cuidado la sierra debajo de una rama situada cerca del suelo.
—Eso me parecía. Pero saliste de la ciudad antes de tu cumpleaños, ¿verdad?
Tally pensó deprisa.
—Claro. Pero creo que en realidad no tomé tres comidas cada día, Croy. Como ya te he dicho, al cabo de un tiempo acabé bastante harta del EspagBol.
—Parece que no comiste casi nada para un viaje tan largo.
Tally se esforzó por echar cuentas, por calcular qué cifras cuadrarían. Recordó lo que Shay le había dicho aquella primera noche: algunos miembros sospechaban de ella, preocupados por si era una espía. Tally creía que todos la aceptaban ya, pero al parecer no era así.
Inspiró profundamente, tratando de aparentar seguridad.
—Mira, Croy, te contaré un secreto.
—¿A qué te refieres?
—Seguramente salí de la ciudad con comida para más de dos semanas, pero en realidad nunca me preocupé de contarla.
—Pero siempre has dicho…
—Sí, puede que haya exagerado un poco, solo para que el viaje sonase más interesante, ¿sabes? Quería daros a entender que hubiese podido quedarme sin comida si los guardabosques no hubiesen aparecido. Pero tienes razón. Siempre tuve comida de sobra.
—Claro —respondió él mirándola con una amable sonrisa—. Ya me parecía que tu viaje sonaba demasiado… interesante para ser verdad.
—Pero casi todo lo que conté era…
—Por supuesto —la interrumpió él mientras la sierra se apagaba en su mano con un chirrido—. Estoy seguro de que casi todo lo era. La pregunta es: ¿cuánto?
Tally miró sus penetrantes ojos, intentando pensar en algo que decir. Solo se trataba de unos cuantos paquetes de comida de más, y eso no demostraba que fuese una espía. Lo que tenía que hacer era echarse a reír para quitarle importancia. Pero Croy había dado en el clavo y no supo qué decir.
—¿Quieres la sierra un rato? —preguntó él con suavidad—. Este es un trabajo muy duro.
Como estaban arrancando maleza no había carga de metal que llevarse a mediodía, por lo que el equipo del ferrocarril se había traído el almuerzo: sopa de patata y pan con aceitunas. Tally se alegró al ver que Shay cogía su almuerzo, se apartaba del resto del grupo y se situaba en el límite del denso bosque. La siguió y se acomodó junto a su amiga en la luz salpicada de sombras.
—Tengo que hablar contigo, Shay.
Shay, sin mirarla, suspiró suavemente mientras troceaba su pan.
—Sí, creo que sí.
—Oh. ¿También ha hablado contigo?
Shay negó con la cabeza.
—No ha tenido que decir nada.
Tally frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que es evidente. Desde que llegaste… Debería haberlo visto enseguida.
—Yo nunca… —empezó Tally, pero su voz la traicionó—. ¿Qué quieres decir? ¿Acaso crees que Croy tiene razón?
Shay suspiró.
—Solo quiero decir que… ¿Croy? ¿Qué pasa con Croy?
—Estaba hablando conmigo antes del almuerzo cuando se ha fijado en mi jersey y me ha preguntado si tenía saco de dormir. Y ha calculado que después de tardar nueve días en llegar aquí me quedaban demasiados EspagBoles.
—¿Que te quedaba demasiado qué? —preguntó Shay, cuya expresión revelaba gran confusión—. ¿De qué me estás hablando, Tally?
—¿Recuerdas cuando llegué aquí? Les conté a todos que… —Tally se interrumpió, fijándose por primera vez en los ojos de Shay. Los tenía irritados, como si no hubiese dormido—. Espera un segundo, ¿de qué creías que estaba hablando?
Shay tendió una mano con los dedos separados.
—De esto.
—¿Qué?
—Tiende la tuya.
Tally puso su mano sobre la palma de Shay.
—El mismo tamaño —dijo Shay, volviendo sus dos palmas hacia arriba—. También las mismas ampollas.
Tally bajó la mirada y parpadeó. En cualquier caso, las manos de Shay se hallaban en peor estado, enrojecidas, secas y agrietadas por los bordes irregulares de las ampollas reventadas. Shay siempre trabajaba muy duro, lanzándose la primera y haciéndose cargo de los trabajos más pesados.
Tally palpó los guantes metidos en su cinturón.
—Shay, estoy segura de que David no pretendía…
—Pues mira, yo estoy segura de que sí. En el Humo, la gente se lo piensa mucho antes de hacer regalos.
Tally se mordió el labio inferior. Era cierto. Se sacó los guantes del cinturón.
—Deberías quedártelos.
—No los quiero.
Tally se quedó atónita. Primero Croy y luego aquello.
—No, supongo que no —dijo dejando caer los guantes—. Pero, Shay, ¿no deberías hablar con David antes de ponerte furiosa por esto?
Shay se mordisqueó una uña negando con la cabeza.
—Desde que apareciste tú ya no habla mucho conmigo. Desde luego, no de temas importantes. Dice que tiene cosas en la cabeza.
—Oh. —Tally apretó los dientes—. Yo nunca… David me cae bien, pero…
—No es culpa tuya, ¿vale? Ya lo sé. —Shay extendió el brazo y tocó el colgante en forma de corazón—. Y, además, tal vez aparezca tu misterioso novio, y entonces ya todo dará igual.
Tally asintió. Era cierto, una vez que los especiales llegasen allí, la vida sentimental de Shay sería la menor de las preocupaciones.
—¿Ya le has dicho a David que le contaste a tu novio lo del Humo? —preguntó Shay—. Me parece que eso podría ser un problema.
—No, no se lo he dicho.
—¿Por qué no?
—No ha surgido el tema.
El rostro de Shay se tensó.
—¡Qué casualidad!
Tally hizo un gesto de protesta.
—Pero, Shay, tú misma lo dijiste: se suponía que no debía divulgar las indicaciones para llegar al Humo. Todo esto hace que me sienta muy mal. No voy a ir por ahí gritándolo a los cuatro vientos.
—Pero llevas ese colgante alrededor del cuello, que de todos modos no ha servido de gran cosa ya que al parecer David ni siquiera lo ha visto.
Tally suspiró.
—O tal vez no le importa, porque todo esto está solo en tu…
No pudo acabar. No estaba solo en la cabeza de Shay; ahora lo veía con claridad. Al enseñarle la cueva del ferrocarril y contarle su secreto sobre sus padres, David había confiado en ella, aunque no debió hacerlo. Y ahora aquel regalo. ¿De verdad era tan solo una reacción exagerada por parte de Shay?
En su fuero interno, Tally se dio cuenta de que en el fondo esperaba que Shay tuviera razón.
Inspiró profundamente y desechó aquel pensamiento.
—Shay, ¿qué quieres que haga?
—Cuéntaselo.
—¿Que le cuente qué?
—La razón por la que llevas ese colgante, lo de tu misterioso novio.
Tally no fue capaz de contener una expresión de duda.
Shay hizo un gesto con la cabeza.
—No quieres, ¿eh? Está muy claro.
—Se lo diré. De verdad.
—Seguro.
Shay le volvió la espalda, sacó un pedazo de pan de la sopa y lo mordió con rabia.
—Se lo diré.
Tally tocó el hombro de su amiga y, en lugar de apartarse, Shay se volvió de nuevo hacia ella con una expresión casi esperanzada.
Tally tragó saliva.
—Se lo contaré todo, te lo prometo.