Esa noche, mientras cenaban en torno al fuego, Tally contó cómo se había escondido en el río la primera vez que apareció el helicóptero de los guardabosques. Todo el mundo volvió a escucharla con gran atención. Al parecer, había tenido uno de los viajes más emocionantes hasta el Humo.
—¿Os lo imagináis? ¡Estaba desnuda y agachada dentro del agua mientras la máquina de los oxidados destruía todo mi campamento!
—¿Por qué no aterrizaron? —preguntó Astrix—. ¿No vieron tus cosas?
—Pensé que las habían visto.
—Los guardabosques solamente recogen a los imperfectos en las flores blancas —explicó David—. Ese es el punto de encuentro que deben utilizar siempre los fugitivos. No pueden recoger a cualquiera porque podrían traer aquí a un espía de forma accidental.
—Supongo que eso sería terrible —dijo Tally en voz baja.
—Aun así, deberían tener más cuidado con esos helicópteros —dijo Shay—. Algún día van a hacer picadillo a alguien.
—Y que lo digas —respondió Tally—. El viento estuvo a punto de llevarse mi aerotabla. Levantó mi saco de dormir del suelo y lo succionó hasta las palas, quedando hecho trizas.
La chica se sintió complacida al ver las caras de asombro de su auditorio.
—Bueno, ¿y dónde dormiste? —preguntó Croy.
—La cosa no fue tan terrible. Solo duró… —Tally se detuvo justo a tiempo. En realidad había pasado una noche sin el saco de dormir, pero en teoría tenía que haber pasado cuatro días entre las orquídeas—. Hacía bastante calor.
—Más vale que consigas otro saco antes de acostarte —dijo David—. Aquí arriba hace mucho más frío que en la zona de las malas hierbas.
—La acompañaré al puesto de intercambio —se ofreció Shay—. Es como un centro de aprovisionamiento, Tally, pero cuando te llevas algo tienes que dejar otra cosa a cambio.
Tally se removió incómoda en su asiento. Aún no se había hecho a la idea de tener que pagar por las cosas.
—Solo tengo EspagBol.
Shay sonrió.
—Es perfecto para intercambiar. Aquí solo podemos deshidratar la fruta, y viajar con comida normal es un rollo. El EspagBol vale su peso en oro.
Después de cenar, Shay la llevó a una gran cabaña situada en una zona céntrica de la población. Los estantes estaban llenos de objetos hechos en el Humo, junto a otros fabricados en las ciudades.
En la mayoría de los casos, estos últimos se veían cochambrosos y desgastados, reparados una y otra vez. En cambio, los objetos hechos a mano fascinaron a Tally. Pasó sus dedos aún enrojecidos e irritados por las vasijas de arcilla y herramientas de madera, sorprendida al ver que cada una tenía su propia textura y su propio peso. Todo parecía muy pesado y… serio.
Un imperfecto adulto estaba a cargo del almacén, pero no resultaba tan aterrador como el Jefe. Sacó ropa de lana y unos cuantos sacos de dormir plateados. Las mantas, las bufandas y los guantes eran muy bonitos, de colores suaves y estampados sencillos, pero Shay insistió en que Tally se hiciese con un saco de dormir fabricado en la ciudad.
—Es mucho más ligero y ocupa poco espacio. Es mucho mejor para cuando salgamos a explorar.
—Claro —contestó Tally tratando de sonreír—. Eso será fantástico.
Acabó intercambiando doce paquetes de EspagBol por un saco de dormir, y seis por un jersey hecho a mano, con lo que le quedaron ocho paquetes. Le resultó muy extraño ver que el jersey, marrón con rayas rojas y verdes, costaba la mitad que un saco de dormir raído y remendado.
—Es una suerte que no hayas perdido el depurador —comentó Shay en el camino de regreso—. Es imposible conseguirlos.
Tally abrió los ojos de par en par.
—¿Qué pasa si se rompen?
—Bueno, dicen que puedes beber agua de los arroyos sin depurarla.
—Estás de broma.
—No. Muchos mayores lo hacen —dijo Shay—. Aunque tengan depurador, no se molestan en usarlo.
—¡Puaj!
Shay se rió.
—Sí, te lo digo en serio. Pero, oye, siempre puedes utilizar el mío.
Tally apoyó una mano en el hombro de Shay.
—Lo mismo digo.
Shay aminoró el paso.
—Tally, quiero comentarte algo.
—¿Sí?
—En la biblioteca, antes de que el Jefe empezara a gritarte, estabas a punto de contarme algo.
Tally, agobiada, se tocó de forma automática el colgante del cuello.
—Sí —dijo Shay—. Ibas a decirme algo sobre ese collar.
Tally asintió, pero no sabía por dónde empezar. Aún no había activado el colgante ni estaba segura de poder hacerlo desde que había hablado con David. Tal vez si regresaba a la ciudad en un mes, medio muerta de hambre y con las manos vacías, la doctora Cable se apiadaría de ella.
Pero ¿y si la doctora mantenía su promesa y Tally nunca era sometida a la operación? En veintitantos años estaría arrugada y ajada, tan fea como el Jefe, y sería una marginada. Y si se quedaba allí, en el Humo, dormiría en un viejo saco de dormir, temiendo que se estropease su depurador de agua.
Estaba harta de mentirle a todo el mundo.
—No te lo he contado todo —empezó a decir.
—Lo sé, pero creo que me lo imagino.
Tally miró a su amiga, temerosa de hablar.
—Está bastante claro, ¿no? Te sientes mal porque rompiste tu promesa. No guardaste el secreto acerca del Humo.
Tally se quedó boquiabierta.
Shay sonrió y tomó su mano.
—A medida que se acercaba tu cumpleaños, empezaste a pensar que querías huir. Pero mientras tanto, conociste a alguien. Alguien importante. La misma persona que te regaló ese collar en forma de corazón. Así que incumpliste la promesa que me hiciste. Le contaste a esa persona adonde ibas.
—Pues… más o menos —consiguió articular Tally.
Shay se rió.
—¡Lo sabía! Por eso estabas tan nerviosa. Quieres estar aquí, pero también desearías estar en otro sitio. Con otra persona. Y antes de huir, dejaste indicaciones, una copia de mi nota, por si tu nuevo novio quiere unirse a nosotros. ¿Tengo o no razón?
Tally se mordió el labio inferior. La cara de Shay resplandecía de satisfacción a la luz de la luna; evidentemente, estaba convencida de haber descubierto el gran secreto de Tally.
—Pues… tienes razón en parte.
—Oh, Tally. —Shay la cogió por los hombros—. ¿No ves que no pasa nada? Escucha, yo hice lo mismo.
Tally frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Se suponía que no tenía que contarle a nadie que iba a venir aquí. Le prometí a David que ni siquiera te lo diría a ti.
—¿Por qué?
Shay hizo un gesto con la cabeza.
—David no te conocía y no estaba seguro de poder confiar en ti. Normalmente, los fugitivos solo reclutan a viejos amigos, a personas con las que tratan desde hace años. Pero yo solo te conocía desde principios del verano. No te hablé del Humo ni una sola vez hasta la víspera de marcharme. Nunca tuve el valor suficiente, por si decías que no.
—Entonces, ¿se suponía que no debías contármelo?
—Desde luego que no. Por eso, cuando te has presentado aquí todo el mundo se ha puesto nervioso. No saben si pueden confiar en ti. Hasta David se ha comportado de forma rara conmigo.
—Shay, lo siento mucho.
—¡No es culpa tuya! —Shay sacudió la cabeza vigorosamente—. La culpa es mía. Lo he fastidiado todo. Pero no pasa nada. Cuando te conozcan mejor, pensarán que eres genial.
—Sí —dijo Tally en voz baja—. De hecho, todos han sido muy simpáticos.
Deseaba haber activado el colgante nada más llegar. En un solo día había empezado a darse cuenta de que no traicionaría solo el sueño de Shay, sino el de cientos de personas que habían construido su vida en el Humo.
—Y estoy convencida de que tu novio también será genial —comentó Shay—. Tengo muchas ganas de que estemos todos juntos.
—No sé si… eso va a ocurrir.
Tenía que haber alguna otra forma de salir de aquella situación. Tal vez si se iba a otra ciudad… o buscaba a los guardabosques y les contaba que quería hacerse voluntaria, la harían perfecta. Pero lo ignoraba casi todo acerca de los guardabosques…
Shay se encogió de hombros.
—Quizá no, pero tampoco yo estaba segura de que fueras a venir —dijo apretándole la mano—. De todos modos, me alegro mucho de que lo hayas hecho.
Tally trató de sonreír.
—¿Aunque te haya causado problemas?
—No es para tanto. Creo que aquí están obsesionados. Pasan mucho tiempo camuflando este sitio para que los satélites no lo detecten y tapan las comunicaciones telefónicas para que no las intercepten. Además, tanto secreto acerca de los fugitivos es muy exagerado. Y peligroso. Piénsalo, si no hubieses sido lo bastante lista para entender mis indicaciones, ¡ahora podrías estar a medio camino de Alaska!
—No sé, Shay. Puede que sepan lo que hacen. Las autoridades de la ciudad pueden ser muy duras.
Shay se echó a reír.
—No me digas que crees en Circunstancias Especiales.
—Yo… —Tally cerró los ojos—. Yo solo pienso que los habitantes del Humo tienen que andarse con cuidado.
—Por supuesto. No estoy diciendo que debamos proclamarlo a los cuatro vientos, pero si las personas como tú y yo queremos venir aquí y vivir de una forma distinta, ¿por qué no vamos a poder hacerlo? O sea, nadie tiene derecho a decirnos que tenemos que ser perfectas, ¿verdad?
—Puede que solo se preocupen porque somos unas crías, ¿no te parece?
—Ese es el problema de las ciudades, Tally. Todo el mundo es un crío consentido, dependiente y perfecto. Tal como dicen en la escuela, tener los ojos graneles significa ser vulnerable. Como me dijiste en una ocasión, alguna vez hay que crecer.
Tally asintió.
—Ya sé lo que quieres decir. Los imperfectos de aquí son más maduros, se les ve en la cara.
Shay obligó a Tally a detenerse y la miró fijamente un instante.
—Te sientes culpable, ¿verdad?
Tally miró a Shay a los ojos, incapaz de articular una sola palabra. De pronto se sintió desnuda bajo el frío aire nocturno, como si Shay pudiese ver a través de sus mentiras.
—¿Cómo? —consiguió decir.
—Culpable, no solo porque le has hablado a tu novio del Humo, sino porque podría venir. Ahora que has visto el Humo, no estás segura de que haya sido tan buena idea. —Shay suspiró—. Ya sé que al principio parece raro y que hay que trabajar mucho, pero creo que con el tiempo te gustará.
Tally bajó la vista mientras las lágrimas brotaban en sus ojos.
—No es eso, o tal vez sí. Es que no sé si puedo…
Tenía la garganta demasiado saturada para poder hablar. Si decía otra palabra, tendría que contarle a Shay la verdad: que era una espía, una traidora enviada allí para destruir todo aquello.
Y que Shay era la idiota que la había conducido hasta allí.
—Escucha, no pasa nada. —Shay la estrechó entre sus brazos y empezó a mecerla con suavidad—. Lo siento. No pretendía soltártelo todo de una vez. Pero me he sentido un poco distanciada de ti desde que has llegado. Me da la impresión de que evitas mi mirada.
—Debería contártelo todo.
—Chist. —Shay acarició el pelo de Tally—. Me alegro de que estés aquí, con eso basta.
Tally se echó a llorar, enterrando la cara en la áspera lana de su jersey nuevo, notando el calor de Shay contra su cuerpo y sintiéndose fatal ante los gestos de amabilidad de su amiga.
Por un lado, estaba contenta de haber llegado hasta allí y haber podido contemplar todo aquello. De lo contrario, habría podido vivir toda la vida en la ciudad sin ver jamás aquella parte del mundo. Por otra parte, seguía deseando haber activado el colgante nada más llegar al Humo. De esa forma todo habría sido mucho más fácil.
Pero ya no podía retroceder en el tiempo. Tenía que decidir si traicionaba al Humo o no, y era muy consciente de lo que eso supondría para Shay, para David, para todos los que estaban allí.
—No pasa nada, Tally —murmuró Shay—. Pronto te sentirás mejor.