Todos los habitantes del Humo almorzaban juntos, igual que en una residencia de imperfectos.
Resultaba evidente que las largas mesas habían sido construidas con troncos de árboles. Tenían nudos y espirales, y unas vetas onduladas recorrían toda su longitud. Eran rústicas y bonitas, pero Tally no podía olvidar que los árboles eran seres vivos.
Se alegró cuando Shay y David la acompañaron hasta el fuego para cocinar; allí se había reunido un grupo de imperfectos más jóvenes. Era un alivio alejarse de los árboles talados y de los perturbadores imperfectos más viejos. Allí fuera, al menos, cualquiera de los habitantes del Humo podía pasar por un imperfecto de mediana edad. Tally no estaba acostumbrada a juzgar la edad de un imperfecto, pero no le resultó difícil adivinarla. Dos de ellos acababan de llegar de otra ciudad y ni siquiera tenían aún los dieciséis. Los otros tres —Croy, Ryde y Astrix— eran amigos de Shay; formaban parte del grupo que había huido antes de que Tally y Shay se conociesen.
Los amigos de Shay, que solamente llevaban cinco meses en el Humo, mostraban ya parte de la seguridad que tenía David. De algún modo, transmitían la misma autoridad de los perfectos medianos, pero sin la mandíbula firme, ni los ojos sutilmente perfilados, ni la ropa elegante. Pasaron el almuerzo hablando de proyectos que estaban en marcha. Un canal para acercar al Humo una ramificación del riachuelo; nuevos dibujos para la lana de oveja con la que se hacían sus jerséis; una nueva letrina (Tally se preguntó qué sería una «letrina»). Hablaban con mucha seriedad, como si su vida fuese un asunto muy complicado que tuviese que planearse día a día.
La comida también era seria, y estaba apilada en los platos en serias cantidades. A Tally le resultaba un poco pesada, pues los sabores eran demasiado intensos. Se parecía a la comida que preparaban en las clases de historia de la alimentación. Pero las fresas resultaban dulces sin azúcar y, aunque parecía raro comerlo solo, el pan de los habitantes del Humo tenía su propio sabor sin tener que añadirle nada. Por supuesto, Tally habría devorado complacida cualquier cosa que no fuese EspagBol.
No obstante, no preguntó qué llevaba el guiso. Tener que asimilar la idea de los árboles muertos ya era suficiente para un solo día.
Mientras vaciaban los platos, los amigos de Shay empezaron a pedirle a Tally noticias de la ciudad. Resultados deportivos de las residencias, argumentos de las telenovelas, política urbana… ¿Había oído hablar de otros fugitivos? Tally respondió a sus preguntas lo mejor que supo. Nadie trataba de disimular su añoranza. Sus rostros rejuvenecían al recordar a los viejos amigos y las viejas anécdotas.
Entonces Astrix le preguntó por su viaje hasta el Humo.
—Fue muy fácil cuando pillé el truco a las instrucciones de Shay.
—No tan fácil. ¿Cuánto has tardado?, ¿diez días? —preguntó David.
—Saliste la noche antes de tu cumpleaños, ¿verdad? —dijo Shay.
—Al dar la medianoche —dijo Tally—. Nueve días… y medio.
Croy frunció el ceño.
—Los guardabosques tardaron bastante en encontrarte, ¿no?
—Pues sí. Y cuando lo hicieron estuvieron a punto de achicharrarme, provocando un gran incendio que se les fue de las manos.
—¿De verdad? ¡Vaya!
Los amigos de Shay parecían impresionados.
—Mi tabla estuvo a punto de arder. Tuve que salvarla y saltar al río.
—¿Por eso te quemaste la cara? —preguntó Ryde.
Tally se tocó la piel descamada de la nariz.
—Bueno, esto es…
«Una quemadura solar», estuvo a punto de decir. Pero las caras de los demás parecían entusiasmadas. Después de pasar tanto tiempo sola, Tally disfrutaba siendo el centro de atención.
—El fuego me rodeaba —continuó—. Mis zapatos se derritieron al cruzar una gran zona de flores en llamas.
Shay silbó.
—Increíble.
—Es raro. Los guardabosques suelen estar atentos por si aparece alguno de nosotros —comentó David.
—Pues a mí no me vieron. —Tally decidió no decir que había escondido su aerotabla intencionadamente—. En todo caso, estaba en el río y nunca había visto un helicóptero, hasta el día anterior, y aquella cosa salió del humo con gran estruendo, impulsando el fuego hacia mí. Yo no tenía ni idea de que los guardabosques eran los buenos. ¡Creí que eran pirómanos oxidados que salían de sus tumbas!
Todos rieron mientras Tally disfrutaba de la cálida atención del grupo. Era como contarles a todos los de la residencia una travesura que hubiese salido bien, pero mucho mejor, porque había sobrevivido a una situación de vida o muerte. David y Shay estaban totalmente pendientes de sus palabras. Tally se alegraba de no haber activado el colgante todavía, porque no habría podido estar allí sentada disfrutando de la admiración de los habitantes del Humo si minutos antes los hubiera traicionado. Decidió esperar hasta la noche, cuando estuviese sola, para cumplir con su misión.
—Tuvo que ser espeluznante —dijo David, rescatándola de sus incómodos pensamientos—. Me refiero a estar sola entre las orquídeas durante todos esos días, esperando.
Ella se encogió de hombros.
—Pensé que eran bastante bonitas. No tenía ni idea de que eran una plaga tan devastadora.
David miró a Shay con el ceño fruncido.
—¿No le dijiste nada en tu nota?
Shay se ruborizó.
—Me dijiste que no anotase nada que delatase el Humo, así que la escribí en una especie de clave.
—Da la impresión de que tu clave estuvo a punto de matarla —dijo David, y la expresión de Shay se ensombreció—. Tally, casi nadie hace el viaje en solitario. Y menos cuando es la primera vez que uno sale de la ciudad.
—Ya había salido antes de la ciudad. —Tally puso el brazo sobre los hombros de Shay en un gesto de consuelo—. No me pasó nada. Para mí solo era un montón de flores bonitas y, además, llevaba comida para dos semanas.
—¿Por qué robaste solo EspagBol? —preguntó Croy—. Debe de encantarte.
Los demás rieron al oírle.
Tally trató de sonreír.
—Ni siquiera me fijé cuando lo robé. Tres EspagBols al día durante nueve días… apenas podía digerirlo al segundo día, pero tenía mucha hambre.
Todos asintieron. Sabían lo que era viajar con incomodidades y, al parecer, también estaban acostumbrados a trabajar duro. Tally se había fijado en las cantidades que había consumido todo el mundo en el almuerzo. Tal vez no fuese tan probable que Shay contrajese la enfermedad de no comer. Había limpiado el plato, que estaba hasta arriba.
—Bueno, me alegro de que lo hayas conseguido —dijo David. Alargó la mano por encima de la mesa y tocó con suavidad los arañazos del rostro de Tally—. Parece que has tenido más aventuras de las que nos cuentas.
Tally tragó saliva y se encogió de hombros, con la esperanza de parecer modesta.
Shay sonrió y abrazó a David.
—Sabía que Tally te parecería estupenda.
De pronto sonó un timbre, y todos se apresuraron a acabarse la comida.
—¿Qué significa? —preguntó ella.
David sonrió.
—Significa que hay que volver al trabajo.
—Ven con nosotros —dijo Shay—. No te preocupes, no te vas a herniar.
Camino del trabajo, Shay le explicó más cosas sobre las largas y planas montañas rusas llamadas vías férreas. Algunas se extendían a través del continente entero como una pequeña parte del legado de los oxidados que aún marcaba la tierra. Pero, a diferencia de la mayoría de las ruinas, las vías férreas eran útiles, y no solo para ir en aerotabla. Eran la principal fuente de metal para los habitantes del Humo.
David había descubierto una nueva vía férrea hacía un año más o menos. No llevaba a ningún lugar útil, así que había organizado un plan para extraer el metal y construir más aerovías en el valle y en las zonas colindantes. Shay había estado trabajando en el proyecto desde su llegada al Humo diez días antes.
Seis jóvenes cogieron sus tablas y las llevaron al otro lado del valle por un arroyo de aguas embravecidas y a lo largo de una afilada cresta llena de mineral de hierro. Desde allí, Tally pudo darse cuenta de cuánto había subido por la montaña desde que abandonó la costa. El continente entero parecía extenderse ante ellos. Un delgado banco de nubes cubría el paisaje, y a través de su brumoso velo se veían bosques, pastos y ríos que brillaban trémulos. El mar de orquídeas blancas aún podía distinguirse desde aquella ladera de la montaña, reluciente como un desierto invasor al sol.
—Todo es tan grande… —murmuró Tally.
—Eso es lo que nunca se puede percibir desde dentro —dijo Shay—. Lo pequeña que es la ciudad. Y hasta qué punto tienen que empequeñecernos para mantenernos atrapados allí.
Tally asintió, pero no quería ni pensar en toda aquella gente suelta en el campo que se extendía a sus pies, talando árboles, matando seres vivos para comer y atravesando el paisaje con estruendo como una máquina resucitada de los oxidados.
Aun así, mientras contemplaba las llanuras que se extendían a sus pies, Tally no habría cambiado aquel momento por nada. Se había pasado los últimos cuatro años mirando el perfil de Nueva Belleza pensando que era la visión más bonita del mundo, pero ahora ya no opinaba lo mismo.
Más abajo, en medio de la ladera de la montaña, otro río cruzaba la vía férrea de David. La ruta que los había conducido hasta allí desde el Humo giraba en todas direcciones, aprovechando filones de hierro, ríos y lechos secos de arroyos, pero en ningún momento habían tenido que bajarse de las tablas. Shay explicó que no hubieran podido regresar caminando cargados con el pesado metal.
La vía estaba cubierta de vides y árboles esmirriados. Cada travesaño de madera se hallaba tomado por numerosos tentáculos de vegetación. El bosque había sido talado en algunas zonas que rodeaban tramos desaparecidos de la vía, pero el resto de la vegetación estaba fuertemente arraigado.
—¿Cómo vamos a arrancar todo esto? —preguntó Tally.
Dio una patada a una raíz retorcida y nudosa, sintiéndose enclenque ante la fuerza de la naturaleza.
—Cuidado con eso —dijo Shay. Sacó una herramienta de su mochila, un palo largo como un brazo que se desplegó hasta alcanzar casi la altura de Tally. Shay retorció uno de los extremos, y se abrieron cuatro puntales cortos como las varillas de un paraguas—. Se llama gato eléctrico y puede moverlo casi todo.
Shay volvió a torcer el mango, y las varillas se replegaron. A continuación, introdujo un extremo del gato debajo de un travesaño. Con otro giro de la muñeca, el palo empezó a dar sacudidas, y de la madera salieron unos gemidos. Los pies de Shay resbalaron hacia atrás, pero ella descargó su peso sobre el palo, manteniéndolo encajado bajo el travesaño. Despacio, la madera empezó a levantarse, liberándose de plantas y tierra y doblando el raíl apoyado en ella. Tally vio que los puntales del gato eléctrico se desplegaban debajo del travesaño, forzándolo poco a poco hacia arriba, mientras el raíl empezaba a soltarse de sus amarras.
Shay la miró sonriendo.
—Ya te lo he dicho.
—Déjame probar —dijo Tally alargando la mano con los ojos abiertos de par en par.
Shay se echó a reír y sacó otro gato eléctrico de su mochila.
—Coge aquel travesaño mientras yo mantengo este arriba.
El gato eléctrico pesaba más de lo que parecía, pero era fácil de manejar. Tally lo abrió y lo clavó debajo del travesaño que Shay había indicado. Giró el mango despacio, hasta que el gato empezó a dar sacudidas en sus manos.
La madera empezó a moverse, y la presión del metal y la tierra se retorcía en sus manos. Las vides se arrancaron de la tierra, y Tally pudo notar sus quejas a través de las suelas de los zapatos, como un terremoto que retumba en la distancia. Un chirrido metálico invadió el aire cuando el raíl empezó a doblarse, liberándose de la vegetación y de los clavos oxidados que lo habían sujetado durante siglos. Por último, el gato se abrió al máximo y el raíl quedó liberado a medias de sus antiguas ataduras. Shay y Tally forcejearon para sacar los gatos.
—¿Te diviertes? —preguntó Shay secándose el sudor de la frente.
Tally asintió sonriendo.
—No te quedes ahí parada, acabemos el trabajo.