23. Mentiras

Un par de horas después del alba vinieron a buscarla. Tally vio cuatro figuras vestidas de blanco con aerotablas avanzar a través de las orquídeas. Amplios sombreros blancos con un dibujo moteado ocultaban sus cabezas, y Tally se dio cuenta de que, si se agachaban entre las flores, prácticamente desaparecían.

Aquellas personas se tomaban muchas molestias para mantenerse ocultas.

Cuando se acercó el grupo, reconoció las trenzas de Shay, que se movían bajo uno de los sombreros, y agitó los brazos con gestos frenéticos. Tally tenía previsto seguir las instrucciones al pie de la letra y esperar en la cima de la colina, pero al ver a su amiga agarró su tabla y bajó corriendo para reunirse con ellos.

Espía o no, Tally estaba deseando ver a Shay.

La silueta alta y larguirucha se apartó de las demás y corrió hacia ella. Se abrazaron entre risas.

—¡Eres tú! ¡Sabía que eras tú!

—Claro que soy yo, Shay. Te echaba tanto de menos que no lo pude soportar.

Lo cual era verdad.

Shay no paraba de sonreír.

—Cuando divisamos el helicóptero anoche, casi todo el mundo decía que tenía que ser otro grupo. Decían que tardabas demasiado y que debía renunciar a esperarte.

Tally trató de devolverle la sonrisa, mientras se preguntaba si no había conseguido recuperar el tiempo suficiente. No podía decir que había partido cuatro días después de cumplir los dieciséis años.

—He dado bastantes vueltas. Tu nota no podía ser más enigmática.

—¡Oh! —exclamó Shay mientras su expresión se ensombrecía—. Creí que la entenderías.

Incapaz de soportar que Shay cargase con las culpas, Tally negó con la cabeza.

—La verdad es que la nota estaba bien. Es que soy una estúpida. Y el principal problema surgió cuando llegué a las flores. Al principio los guardabosques no me vieron y estuve a punto de achicharrarme.

Shay miró con atención la cara de Tally, arañada y quemada por el sol, las ampollas de las manos y el pelo chamuscado.

—¡Oh, Tally! Parece que vengas de una guerra.

—Más o menos.

Llegaron los otros tres imperfectos. Se mantuvieron un poco apartados mientras uno de ellos sostenía un aparato en el aire.

—Lleva un detector —dijo.

A Tally se le heló la sangre.

—¿Un qué?

Shay cogió la tabla con suavidad y se la entregó al chico. Este pasó el aparato por encima de la tabla, asintió y retiró una de las aletas estabilizadoras.

—Aquí está.

—A veces ponen rastreadores en las tablas de largo recorrido —dijo Shay—. Tratan de encontrar el Humo.

—Oh, lo… No lo sabía. ¡Lo juro!

—Relájate, Tally —dijo el chico—. No es culpa tuya. La tabla de Shay también llevaba uno. Por eso nos encontramos con los novatos aquí —añadió sosteniendo el chivato en alto—. Lo retiraremos y lo pegaremos en un ave migratoria. A ver si a los especiales les gusta Sudamérica.

Todos los demás se rieron.

Se acercó más y recorrió de arriba abajo el cuerpo de Tally con el aparato. Ella se estremeció cuando pasó cerca del colgante. Pero el chico sonrió.

—Muy bien. Estás limpia.

Tally suspiró aliviada. De hecho, aún no había activado el colgante, por lo que el aparato no podía detectarlo. El otro detector solo era la forma que tenía la doctora Cable de engañar a los habitantes del Humo y hacer que bajaran la guardia. La propia Tally era el auténtico peligro.

Shay cogió de la mano al chico acercándolo.

—Tally, este es David.

El chico sonrió de nuevo. Aunque era imperfecto, tenía una sonrisa muy agradable. Y su rostro expresaba una seguridad que Tally nunca antes había visto en un imperfecto. Tal vez fuese varios años mayor que ella. Tally nunca había visto madurar de forma natural a nadie que tuviese más de dieciséis años. Se preguntó hasta qué punto la sensación de ser imperfecto guardaría relación con el hecho de estar pasando por una edad difícil.

Desde luego, David no era un perfecto. Tenía la sonrisa torcida y la frente demasiado alta. Pero, imperfectos o no, era estupendo estar con Shay, con David y con todos los demás. Aunque acababa de pasar un par de horas con los guardabosques, tenía la sensación de que hacía años que no veía caras humanas.

—Bueno, ¿y qué nos traes?

—¿Cómo?

Croy era uno de los imperfectos que habían acudido a recibirla. También parecía tener más de dieciséis años, pero no llevaba su edad tan bien como David. Había personas que necesitaban la operación más que otras. El chico alargó una mano para coger su mochilla.

—Oh, gracias.

Tally tenía los hombros doloridos después de cargar una semana con su mochila a cuestas.

El joven la abrió mientras caminaban y miró dentro.

—Depurador, indicador de posición. —Croy sacó la bolsa impermeable y la abrió—. ¡EspagBol! ¡Delicioso!

Tally gruñó.

—Puedes quedártelo.

Croy abrió los ojos de par en par.

—¿Puedo?

Shay le quitó la mochila.

—No, no puedes.

—Oye, he comido esa porquería tres veces al día durante… toda una eternidad —dijo Tally.

—Pero es que la comida deshidratada es difícil de conseguir en el Humo —explicó Shay—. Deberías guardártela para comerciar.

—¿Comerciar? —Tally frunció el ceño—. ¿A qué te refieres?

En la ciudad, los imperfectos podían comerciar con tareas o con cosas robadas, pero ¿comerciar con comida?

Shay se echó a reír.

—Ya te harás a la idea. En el Humo, nada sale de las piedras. Tienes que conservar las cosas que has traído. No vayas por ahí regalándoselas al primero que te las pida.

Shay miró con recelo a Croy, que bajó los ojos tímidamente.

—Iba a darle algo a cambio —insistió él.

—Seguro que sí —dijo David.

Tally se fijó en que David mantenía la mano sobre el hombro de Shay, rozándola con suavidad mientras caminaban. Recordó la cara de ensoñación que ponía Shay cuando hablaba de David. Tal vez no era solo la promesa de libertad lo que había traído a su amiga hasta allí.

Llegaron a la zona en que se acababan las flores, un denso bosque de árboles y matorrales que comenzaba al pie de una imponente montaña.

—¿Cómo impedís que se extiendan las orquídeas? —preguntó Tally.

A David se le iluminaron los ojos, como si aquel fuese su tema favorito.

—Este viejo bosque natural las detiene. Lleva siglos aquí, seguramente incluso desde antes de los oxidados.

—Tiene montones y montones de especies —dijo Shay—. Por eso es lo bastante fuerte para mantener a raya la plaga.

La chica miró a David en busca de aprobación.

—El resto de la zona estaba cubierta de granjas o pastos —continuó, señalando la extensión de blanco que había detrás de ellos—. Los oxidados ya habían hecho el trabajo más duro antes de que llegase la plaga.

Cuando llevaba apenas unos minutos dentro del bosque, Tally comprendió por qué las orquídeas no habían podido apoderarse de él. Los matorrales enmarañados y los gruesos árboles formaban un muro infranqueable a cada lado. Iba caminando por un sendero estrecho, pero aun así tenía que abrirse paso a empujones entre las ramas y no paraba de tropezar con raíces y rocas. Nunca había visto un bosque tan salvaje e inhóspito. Las zarzas atravesaban la penumbra como alambres de espinos.

—¿Acaso vivís aquí?

Shay se echó a reír.

—No te preocupes, que tenemos nuestros recursos. Solo nos estamos asegurando de que no te han seguido. El Humo está mucho más arriba, donde los árboles no son tan densos. Ya está cerca el riachuelo. Pronto podremos subir a las tablas.

—Bien —dijo Tally.

Sus pies tenían rozaduras por culpa del calzado nuevo. Pero este abrigaba más que sus botas antideslizantes destruidas y era mejor para caminar. Se preguntó qué habría hecho si los guardabosques no se lo hubiesen dado. ¿Cómo se conseguían botas nuevas en el Humo? ¿Le dabas a cambio a alguien toda tu comida? ¿Las fabricabas tú mismo? Miró los pies de David, que iba por delante de ella, y vio que su calzado parecía hecho a mano, con un par de trozos de cuero cosidos toscamente. No obstante, se movía con elegancia a través de la maleza, silencioso y seguro, mientras que los demás avanzaban haciendo tanto ruido que parecían elefantes.

La sola idea de fabricar un par de zapatos a mano le horrorizaba.

Inspirando profundamente, Tally se dijo a sí misma que no tenía por qué preocuparse. Una vez en el Humo, activaría el colgante y estaría en casa aquel mismo día, tal vez en cuestión de pocas horas. Toda la comida y la ropa que necesitase sería suya con solo pedirla. Su cara sería perfecta por fin, y Peris y todos sus viejos amigos estarían con ella.

Aquella pesadilla pronto terminaría.

Poco después, el sonido de agua en movimiento llenó el bosque y llegaron a un pequeño claro. David volvió a sacar el aparato y apuntó hacia el camino por el que venían.

—No nos han seguido. Enhorabuena, ya eres una de los nuestros —le dijo a Tally con una sonrisa.

A Shay le entró la risa tonta y abrazó a Tally otra vez mientras los demás preparaban sus tablas.

—Aún no puedo creer que estés aquí. Pensé que me había equivocado al esperar tanto para proponerte que huyeras. Y, además, fui una estúpida al provocar una pelea en lugar de decirte simplemente lo que iba a hacer.

Tally negó con la cabeza.

—Ya lo habías dicho todo, pero yo no escuchaba. Cuando me di cuenta de que hablabas en serio, necesité pensarlo un poco. Solo tardé unos días… pero pensé en ello cada minuto, hasta la última noche antes de mi cumpleaños.

Inspiró profundamente, preguntándose por qué estaba mintiéndole a Shay cuando en realidad no hacía falta que lo hiciese. Solo debía callarse, llegar al Humo y acabar con aquello. Pero no pudo evitar seguir hablando:

—Entonces me di cuenta de que nunca volvería a verte si no venía, y de que siempre me preguntaría qué había sido de ti.

Al menos, aquella última parte era verdad.

Mientras subían montaña arriba sobre las tablas, el riachuelo se ensanchó, abriendo una franja en el denso bosque. Los árboles retorcidos y nudosos, más bajos y tupidos, eran sustituidos ahora por pinos más altos; la maleza se aclaraba y el arroyo rompía en rápidos de vez en cuando. Shay gritó mientras atravesaba las agitadas aguas embravecidas.

—¡Me moría de ganas de enseñarte esto! Y los rápidos buenos de verdad están al otro lado.

Al cabo de un rato, abandonaron el riachuelo, siguiendo un filón de hierro sobre una colina. Desde arriba, contemplaron un pequeño valle sin maleza.

Shay tomó de la mano a Tally.

—Ya estamos en casa.

El Humo se hallaba a sus pies.