22. Ojos de pirómano

Tiraron de Tally hasta la orilla, la sacaron del agua y la llevaron hacia la máquina voladora.

Los pulmones de la chica estaban llenos de agua y humo. Apenas podía coger aire sin que la tos sacudiese todo su cuerpo.

—¡Túmbala!

—¿De dónde demonios ha salido?

—Dale oxígeno.

Dejaron caer a Tally de espaldas sobre el suelo cubierto de espuma blanca. El que la había llevado hasta allí se quitó la máscara, y Tally parpadeó atónita.

Era un perfecto. Un nuevo perfecto, igual de guapo que Peris.

El hombre le puso la máscara. Por un momento, Tally se debatió débilmente, pero luego un aire frío y puro avanzó con fuerza por sus pulmones. Sintió la cabeza ligera mientras lo absorbía agradecida.

Él le quitó la máscara.

—No demasiado, o hiperventilarás.

La chica trató de hablar, pero solo pudo toser.

—La cosa se está poniendo fea —dijo otra figura—. Jenks quiere subirla.

—Jenks puede esperar.

Tally carraspeó.

—Mi tabla.

El hombre lució una bonita sonrisa y miró hacia arriba.

—La han llevado arriba, no te preocupes. ¡Eh! ¡Que alguien enganche esa cosa al helicóptero! ¿Cómo te llamas, jovencita?

—Tally.

Un nuevo acceso de tos la sacudió.

—Bueno, Tally, ¿estás preparada para moverte? El fuego no esperará.

Ella se aclaró la garganta y volvió a toser.

—Creo que sí.

—De acuerdo, vamos pues.

El hombre la ayudó a levantarse y la acompañó hasta la máquina. En el interior, el ruido era mucho más suave, y Tally se encontró de pronto apiñada en la parte trasera junto a otros tres enmascarados. Una puerta se cerró de golpe.

La máquina retumbó, y luego Tally notó que se elevaba del suelo.

—¡Mi tabla!

—Relájate, jovencita. La tenemos.

La mujer se quitó la máscara. Era otra perfecta joven.

Tally se preguntó si serían las personas de la pista de Shay. Los «ojos de pirómano». ¿Se suponía que tenía que buscarlos a ellos?

—¿Va a salir de esta? —preguntó una voz desde la cabina.

—Sobrevivirá, Jenks. Da el rodeo habitual y activa un poco el fuego de vuelta a casa.

Tally miró hacia abajo mientras la máquina ascendía. Su vuelo seguía el curso del río, y vio que los incendios se propagaban hasta la otra orilla, impulsados por el viento levantado por la máquina. De vez en cuando brotaban llamas de la nave.

Observó los rostros de los miembros de la tripulación. Para ser nuevos perfectos, parecían muy decididos, muy concentrados en su tarea. Pero sus acciones eran una locura.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó.

—Quemar un poco aquí y allá.

—Ya lo veo. Pero ¿por qué lo hacéis?

—Para salvar el mundo, jovencita. Escucha, sentimos mucho que te hayas visto en medio.

Se llamaban a sí mismos «guardabosques».

El que la había sacado del río se llamaba Tonk. Todos hablaban con marcado acento y procedían de una ciudad de la que Tally nunca había oído hablar.

—No está demasiado lejos de aquí —dijo Tonk—. Pero nosotros los guardabosques pasamos casi todo el tiempo en la naturaleza. Los helicópteros de incendios tienen su base en las montañas.

—¿Los qué?

—Helicópteros. Estás en uno de ellos.

Tally observó de un lado a otro el interior de aquella máquina que traqueteaba.

—¡Es tan típico de los oxidados…! —gritó por encima del ruido.

—Sí, es un cacharro prehistórico. Algunas piezas tienen casi doscientos años. Copiamos las piezas a medida que se desgastan.

—Pero ¿por qué?

—Puedes pilotarlo en cualquier parte, con o sin reja magnética. Y es estupendo para propagar incendios. Desde luego, los oxidados sabían liarla bien.

Tally hizo un gesto de incredulidad con la cabeza.

—Y propagáis incendios porque…

Con una sonrisa, él levantó una de las botas de Tally y retiró de la suela una flor aplastada, aunque no quemada.

—Porque existe la Phragmipedium panthera —dijo.

—¿Cómo?

—Esta flor, una orquídea atigrada blanca, era una de las plantas más escasas del mundo. En tiempos de los oxidados, un solo bulbo valía más que una casa.

—¿Una casa? Pero si hay un montón.

—¿Te has fijado? —preguntó él levantando la flor y observando su delicada corola—. Hace unos trescientos años, una oxidada encontró la forma de manipular la especie para adaptarla a condiciones más variadas. Manipuló los genes para que esta especie se propagase mejor.

—¿Por qué?

—Lo de siempre. Para intercambiarlas por otras cosas. Pero su iniciativa tuvo demasiado éxito. Mira hacia abajo.

Tally se asomó a la ventanilla. La máquina había ganado altitud y la tormenta de fuego había quedado atrás. Debajo había campos interminables de blanco, interrumpidos solo por algunas zonas yermas.

—Parece que hizo un buen trabajo. ¿Qué problema hay?, si son muy bonitas.

—Una de las plantas más hermosas del mundo, pero demasiado prolífica. Se convirtieron en la peor de las plagas, lo que llamamos un monocultivo. Acaban con todas las demás especies, sofocan árboles y hierba, y no hay nada que se las coma, salvo una especie de colibrí que se alimenta de su néctar. Pero los colibríes anidan en los árboles.

—Allí abajo no hay árboles —dijo Tally—. Solo las orquídeas.

—Precisamente eso es lo que significa un monocultivo; que todo es lo mismo. Cuando se acumulan orquídeas en número suficiente en una zona, no hay bastantes colibríes para polinizarlas, ya sabes, para propagar las semillas…

—Sí —dijo Tally—. Conozco lo de los pájaros y las abejas.

—Claro que sí, jovencita. Así que con el viento las orquídeas desaparecen víctimas de su propio éxito, dejando tras de sí un erial. Cero biológico. Nosotros, los guardabosques, tratamos de impedir que se propaguen. Hemos probado con veneno, con enfermedades artificiales, con depredadores que tengan a los colibríes como objetivo… pero el fuego es lo único que funciona de verdad —dijo mientras daba vueltas a la orquídea que tenía en la mano. El hombre cogió una bengala y dejó que la llama lamiese la corola de la flor—. Hemos de tener cuidado, ¿sabes?

Tally se fijó en que los demás guardabosques estaban limpiándose las botas y el uniforme, buscando algún rastro de las flores entre el fango y la espuma. Miró los prados llenos de flores que se extendían hasta el horizonte.

—¿Cuánto tiempo lleváis haciendo esto?

—Casi trescientos años. Los oxidados iniciaron la tarea… una vez que entendieron lo que habían hecho, claro está. Pero nunca venceremos. Lo único que podemos esperar es contener la plaga.

Tally se incorporó sacudiendo la cabeza y tosiendo una vez más. Las flores eran preciosas, delicadas y en apariencia inocentes, pero acababan con todo lo que las rodeaba.

El guardabosques se inclinó hacia delante y le pasó su cantimplora. Ella la cogió y bebió agradecida.

—Te diriges al Humo, ¿verdad?

Tally tragó un poco de agua por el otro lado y escupió.

—Sí. ¿Cómo lo has sabido?

—Bueno, una imperfecta deambulando por los campos de orquídeas con una aerotabla y un kit de supervivencia… Resulta evidente, jovencita.

—Ah, sí —Tally recordó la pista—. «Buscar en las flores ojos de pirómano.»

Sin duda habían visto antes a imperfectos como ella.

—Ayudamos a los habitantes del Humo, y ellos también nos ayudan a nosotros —dijo Tonk—. En mi opinión, están locos, con eso de vivir a la intemperie y no dejar de ser imperfectos. Pero saben más de la naturaleza que la mayoría de los perfectos de ciudad. En cierto modo, es admirable.

—Sí —dijo ella—. Supongo.

El hombre frunció el ceño.

—¿Supones? Pero te diriges allí. ¿No estás segura?

Tally se dio cuenta de que las mentiras empezaban allí. No podía contarles a los guardabosques la verdad: que ella era una espía, una infiltrada.

—Claro que estoy segura.

—Bueno, pronto te dejaremos bajar.

—¿En el Humo?

Él volvió a fruncir el ceño.

—¿Acaso no lo sabes? La ubicación es un gran secreto. Los habitantes del Humo no confían en los perfectos. Ni siquiera en nosotros, los guardabosques. Te llevaremos al punto habitual, y tú ya conoces el resto, ¿verdad?

Tally asintió con una sonrisa de oreja a oreja.

—Claro. Solo te estaba poniendo a prueba.

El helicóptero aterrizó en medio de un remolino de polvo, mientras las flores blancas se doblaban en un amplio círculo en torno al punto de aterrizaje.

—Gracias por todo y… por el viaje —dijo Tally.

—Buena suerte —dijo Tonk—. Espero que te guste el Humo.

—Yo también.

—Pero si cambias de idea, jovencita, los guardabosques siempre estamos buscando voluntarios.

Tally frunció el ceño.

—¿Qué es un voluntario?

El guardabosques sonrió.

—Bueno… Digamos que lo eres cuando escoges tu propio empleo.

—Ah, ya. —Tally había oído que se podía hacer eso en algunas ciudades—. Quién sabe. Mientras tanto, continuad trabajando igual de bien. Por cierto, no iréis a provocar ningún incendio por aquí, ¿verdad?

Los guardabosques se rieron.

—Solo trabajamos en los límites de la plaga —dijo Tonk—, para impedir que las flores se propaguen. Este sitio está justo en medio. Todo esfuerzo es inútil.

Tally miró a su alrededor. Los campos de orquídeas llegaban hasta el horizonte. El sol se había puesto hacía una hora, pero las flores brillaban como fantasmas a la luz de la luna. Ahora que sabía lo que eran, la visión le produjo un escalofrío. ¿Cómo lo había llamado él? Cero biológico.

—Gracias una vez más por salvarme.

Saltó del helicóptero y sacó su aerotabla de un tirón del colgador magnético situado junto a la puerta. Se alejó retrocediendo, agachándose con cuidado, como le habían indicado los guardabosques.

La máquina volvió a ponerse en marcha con gran estruendo, y ella observó desde abajo el disco brillante. Tonk le había explicado que lo formaban un par de finas palas; giraban tan rápido que no podían verse, y eso sostenía la nave en el aire. Se preguntó si lo habría dicho en broma. A ella solo le parecía un típico campo de fuerza.

El aire volvió a formar torbellinos mientras la máquina se alzaba, y Tally agarró con fuerza su tabla mientras saludaba, hasta que la aeronave desapareció en el oscuro cielo. Suspiró.

Sola de nuevo.

Mirando a su alrededor, se preguntó cómo podría encontrar a los habitantes del Humo en aquel desierto uniforme de orquídeas.

«Luego esperar sobre la cabeza calva a que se haga la luz», era la última línea de la nota de Shay. Tally escudriñó el horizonte, y una sonrisa de alivio se dibujó en su rostro.

No muy lejos de allí se alzaba una colina alta y redonda. Debía de ser uno de los lugares donde las flores manipuladas habían arraigado por primera vez. La mitad superior de la colina estaba agonizando, arruinada por las orquídeas; no quedaba nada más que la tierra desnuda.

La zona despejada tenía el mismo aspecto que una cabeza calva.

Alcanzó la cima de la desnuda colina en pocas horas.

Su aerotabla era inútil allí, pero la excursión resultó fácil con el nuevo calzado que los guardabosques le habían dado, ya que sus botas estaban tan quemadas que se habían desmenuzado en el helicóptero. Aquel perfecto tan guapo también le había llenado de agua el depurador.

El viaje en helicóptero había empezado a secar las ropas de Tally, y la excursión había hecho el resto. Su mochila había sobrevivido al remojón, y hasta los paquetes de EspagBol se habían mantenido secos en su bolsa impermeable. Lo único perdido en el río era la nota de Shay, reducida ahora a una bola de papel mojado en su bolsillo.

Pero ya casi lo había conseguido. Ya en la cima de la colina, Tally se dio cuenta de que, salvo por las ampollas causadas por las quemaduras en las manos y los pies, unos cuantos cardenales en las rodillas y algunos mechones de pelo chamuscados, había sobrevivido bastante bien. Siempre que los habitantes del Humo supieran dónde encontrarla y creyeran la historia de que era una imperfecta que había venido para unirse a ellos, y no descubriesen que en realidad era una espía, todo saldría a la perfección.

Esperó en la colina, agotada pero incapaz de dormir, preguntándose si de verdad podría hacer lo que pretendía la doctora Cable. El colgante que llevaba al cuello también parecía haber sobrevivido a la dura prueba. Tal vez con un poco de suerte alguna de las sacudidas del camino hubiese roto su pequeño lector ocular y nunca enviaría su mensaje a la doctora Cable, pero era inútil confiar en ello. Sin el colgante, Tally quedaría atrapada para siempre allí, en plena naturaleza. Imperfecta de por vida.

La única forma que tenía de volver a casa era traicionando a su amiga.