Al principio oyó en sus sueños el sonido de un viento muy fuerte.
A continuación, un ruido desgarrador llenó el aire, la crepitación de la maleza seca inflamada, y el olor de humo cubrió a Tally, despertándola por completo de repente.
Unas nubes de humo la rodeaban, tapando el cielo. Una cortina irregular de llamas avanzó entre las flores, despidiendo una oleada de calor abrasador. Tally agarró la mochila y bajó a trompicones por la colina para alejarse del fuego.
No sabía en qué dirección se hallaba el río. No se veía nada a través de las densas nubes. Sus pulmones luchaban por respirar entre el viciado humo pardo.
Entonces vio algunos rayos del sol poniente que atravesaban la humareda y pudo orientarse. El río estaba detrás de las llamas, al otro lado de la colina.
Volvió sobre sus pasos, subió hasta la cima de la colina y miró hacia abajo, a través del humo. El fuego estaba arreciando. Algunas lenguas de fuego subían con rapidez colina arriba, arrasando a su paso las bellas flores, dejándolas chamuscadas y negras.
Tally distinguió el brillo tenue del río a través del humo, pero el calor la obligó a retroceder.
Volvió a bajar a trompicones por el otro lado, tosiendo y escupiendo, y preguntándose si su aerotabla habría sido ya devorada por las llamas.
Tenía que llegar al río. El agua era el único lugar que la mantendría a salvo del fuego, que todo lo arrasaba. Si no podía bajar por la colina, tal vez podría rodearla.
Descendió por la pendiente a toda velocidad. Había algunas zonas que también ardían en ese lado, pero nada comparado con las llamas galopantes que había dejado tras de sí. Llegó al llano y rodeó el pie de la colina, agachándose para pasar por debajo del humo.
A medio camino alcanzó una zona ennegrecida por la que ya habían pasado las llamas. Los tallos quebradizos de las flores crujían bajo sus zapatos, y le picaban los ojos por el calor procedente de la tierra chamuscada.
Las brasas se encendían a su paso mientras corría a través de las flores ennegrecidas, como cuando se atiza un fuego adormecido. Notaba que se le secaban los ojos y le salían ampollas en la piel.
Al cabo de unos momentos, Tally encontró el río. El fuego se extendía en un muro ininterrumpido en la orilla opuesta; el fuerte viento lo empujaba por detrás y mandaba por los aires brasas que iban a posarse al otro lado. Una nube de humo avanzó con fuerza hacia ella, sofocándola y cegándola por unos instantes.
Cuando pudo abrir los ojos de nuevo, Tally descubrió la brillante superficie solar de su aerotabla y corrió en su busca, haciendo caso omiso de las flores que ardían a su paso.
La tabla estaba intacta, gracias a la buena suerte y a la capa de rocío que la cubría.
Plegó la tabla deprisa y se subió a ella, sin esperar a que la luz amarilla se volviese verde. El calor ya la había secado casi por completo, y se alzó en el aire a sus órdenes. Tally llevó la tabla sobre el río, justo por encima del agua, y ascendió corriente arriba en busca de un hueco en la cortina de fuego que quedaba a su izquierda.
Sus botas antideslizantes se habían estropeado y las suelas crujían como fango secado al sol, así que voló despacio, recogiendo agua con las manos para remojar la piel ardiente de su rostro y sus brazos.
Un ruido retumbó a su izquierda, inconfundible pese al rugido del fuego. Un viento repentino la empujó hacia atrás, en dirección a la otra orilla. Tally se inclinó y metió un pie en el agua para frenar la tabla. Se aferró firmemente con ambas manos, luchando desesperada para no ser arrojada al río.
De pronto el humo se despejó y un objeto que le resultaba familiar emergió de la oscuridad. Era la máquina voladora, cuyo atronador latido se hacía oír por encima del pavoroso incendio. Unas chispas saltaron al otro lado del río mientras el vendaval provocado por la máquina reavivaba el fuego.
Se preguntó qué estaban haciendo. ¿No se daban cuenta de que estaban propagando el fuego?
Su pregunta obtuvo respuesta al cabo de un momento, cuando vio que la máquina se dirigía hasta el otro lado del río para prender fuego a otro grupo de flores.
Habían provocado el fuego y lo estaban propagando con todos los medios a su alcance.
La máquina voladora se acercó retumbando, y Tally distinguió una cara inhumana que la miraba desde el asiento del piloto. Dio la vuelta a la tabla para alejarse volando, pero la máquina se elevó en el aire, pasó justo por encima de ella y el viento la sacudió con fuerza.
Tally cayó al agua. Sus pulseras protectoras la sujetaron un momento por encima de las olas, pero luego el viento se apoderó de la tabla, mucho más ligera ahora sin ella encima, y se la llevó girando como si fuese una hoja.
Tally se hundió en las profundidades del río, con su mochila a cuestas.
Bajo el agua halló frescor y silencio.
Durante unos momentos interminables, Tally solo sintió alivio por haber escapado del intenso viento, de la máquina atronadora y del calor abrasador de la tormenta de fuego. Pero enseguida advirtió que el peso de las pulseras protectoras y de la mochila la estaban hundiendo, y tuvo un ataque de pánico.
Agitó con violencia los brazos y las piernas, ascendiendo hacia las luces parpadeantes de la superficie. La ropa y el equipo mojados la arrastraban hacia abajo, pero justo cuando sus pulmones estaban a punto de estallar consiguió salir a la superficie. Engulló varias bocanadas de aire lleno de humo y una ola la abofeteó en la cara. Tosió y escupió, luchando por mantenerse a flote.
Una sombra pasó por encima de ella, oscureciendo el cielo. Entonces su mano chocó con algo, una conocida superficie antideslizante…
Su tabla había regresado junto a ella, como siempre que se caía. Las pulseras protectoras la levantaron hasta que pudo agarrarse. Sus dedos se aferraron a la superficie rugosa mientras respiraba jadeando.
Un chirrido agudo llegó desde la orilla cercana. Tally parpadeó para quitarse el agua de los ojos y vio que la máquina de los oxidados había aterrizado. Unas figuras iban saliendo de la máquina y pulverizaban el suelo con espuma blanca mientras se abrían paso entre las flores en llamas y entraban en el río. Se dirigían hacia ella.
Tally luchó por subirse a la tabla.
—¡Espera! —exclamó la figura más cercana a ella.
Tally se puso en pie temblorosa, tratando de mantener el equilibrio sobre la superficie mojada de la tabla. Sus botas quemadas resbalaban, y la mochila empapada parecía pesar una tonelada. Mientras se inclinaba hacia delante, una mano enguantada agarró la parte frontal de la tabla. Del agua salió un rostro cubierto con algún tipo de máscara. Unos ojos enormes la miraron fijamente.
Pisó con fuerza la mano, machacando los dedos. Estos se retiraron, pero Tally se había adelantado demasiado y la punta de la tabla se hundió en el agua.
Tally volvió a precipitarse al río.
Unas manos la sujetaron y la apartaron de la aerotabla. Alguien la sacó del agua y la cogió en brazos. Entrevió rostros enmascarados: ojos enormes e inhumanos que la miraban sin pestañear.
«Ojos de pirómano.»