17. Partida

Tally partió a medianoche. La doctora Cable había exigido que no hablase con nadie de su misión, ni siquiera con los guardianes de la residencia. No pasaba nada si Peris hacía circular rumores, ya que nadie daba crédito a los cotilleos de los nuevos perfectos. Pero ni siquiera sus padres serían informados oficialmente de que Tally se había visto obligada a huir. Salvo por su colgante en forma de corazón, estaba sola.

Se escabulló como de costumbre, saliendo por la ventana y bajando por detrás del reciclador. Su anillo de comunicación se quedó sobre la mesita de noche, y Tally no se llevó nada excepto la mochila de supervivencia y la nota de Shay. Estuvo a punto de olvidarse el sensor ventral, pero se lo puso justo antes de marcharse. La luna estaba en cuarto creciente. Al menos contaría con algo de luz para el viaje.

Una aerotabla especial de largo recorrido la esperaba bajo el dique. Cuando se subió encima, la tabla apenas se movió. La mayoría de las tablas cedían un poco mientras se ajustaban al peso del ocupante, y rebotaban como un trampolín, pero esta era absolutamente firme. Tally chasqueó los dedos y la tabla se alzó en el acto, estable como el hormigón.

—No está mal —dijo, y luego se mordió el labio inferior.

Desde la fuga de Shay, diez días atrás, había empezado a hablar sola. Aquello no era buena señal. Iba a pasar completamente sola al menos unos días, y lo último que necesitaba eran más conversaciones imaginarias.

La tabla avanzó sin sacudidas y ascendió por el terraplén hasta la parte superior del dique. Ya sobrevolando el río, Tally la impulsó para darle más velocidad, inclinándose hacia delante hasta que el río se convirtió en una imagen borrosa y brillante bajo sus pies. La tabla no debía de tener regulador de velocidad, porque no sonó ninguna alarma. Tal vez sus únicos límites fuesen el espacio abierto ante Tally, el metal en el suelo y sus pies sobre la tabla.

La velocidad era de vital importancia si tenía que recuperar los últimos cuatro días perdidos. Si aparecía demasiado tiempo después de su cumpleaños, Shay podía darse cuenta de que habían atrasado su operación, de lo cual podría adivinar que Tally no era una verdadera fugitiva.

Voló sobre el río a toda velocidad y llegó a los rápidos en un tiempo récord. Las gotas que salpicaban su rostro dolían como el granizo cuando alcanzó las primeras cascadas, y Tally se inclinó hacia atrás para aminorar un poco la velocidad, pese a lo cual estaba tomando los rápidos más deprisa que nunca.

Tally se dio cuenta de que aquella aerotabla no era un simple juguete de imperfectos, sino un vehículo de primera categoría. En su parte frontal resplandecía un semicírculo de luces que mostraba la reacción del detector de metales: un sensor indicaba si había suficiente hierro en el terreno para mantenerse en el aire. Las luces permanecieron encendidas sin interrupción mientras Tally subía por los rápidos. Esperaba que Shay estuviese en lo cierto cuando decía que había depósitos de metal en todos los ríos. De lo contrario, aquel podía ser un viaje muy largo.

Por otra parte, a la velocidad que iba no tendría tiempo de detenerse si las luces se apagaban de pronto. Y eso lo convertiría en un viaje muy corto.

Pero las luces permanecieron encendidas, y Tally se tranquilizó con el rugido del agua blanca, la fría bofetada de las salpicaduras en su rostro y la emoción de inclinar el cuerpo curva tras curva en la oscuridad moteada por la luna. Aquella tabla era más inteligente que la vieja y asimiló sus movimientos en cuestión de minutos. Era como pasar de un triciclo a una moto: aterrador pero emocionante.

Tally se preguntó si la ruta hacia el Humo tendría muchos rápidos que superar. Tal vez aquello fuese una verdadera aventura. Por supuesto, al final del viaje solo habría traición. O peor aún, descubriría que Shay se había equivocado al depositar su confianza en David, lo que podía significar… cualquier cosa. Probablemente algo horrible.

Se estremeció y decidió no volver a pensar en esa posibilidad.

Cuando llegó al desvío, aminoró la velocidad y dio la vuelta a la tabla para contemplar la ciudad por última vez. Brillaba con fuerza en el valle oscuro y estaba tan lejos que podía taparla con una mano. En el aire transparente de la noche, Tally pudo distinguir fuegos artificiales aislados que se desplegaban como flores brillantes, todo en perfecta miniatura. La naturaleza que la rodeaba resultaba inconmensurable, con el agitado río desbordante de energía y el gran bosque qué guardaba secretos ocultos en sus negras profundidades.

Se permitió una larga mirada hacia las luces de la ciudad antes de poner el pie en la orilla, preguntándose cuándo volvería a ver su casa.

Mientras andaba, Tally se planteó con cuánta frecuencia tendría que ir a pie. La subida por los rápidos había sido el vuelo más veloz de su vida, incluso más que el del aerovehículo de Circunstancias Especiales que se movía bruscamente a través del tráfico urbano. Después de aquel acelerón, con la mochila y la tabla a cuestas, se sentía como si de repente se hubiera convertido en una babosa.

Pero muy pronto aparecieron ante sí las Ruinas Oxidadas, y el detector de metales de la tabla guió a Tally hasta el filón natural de hierro. Bajó por él hacia las torres medio desmoronadas, sintiéndose más nerviosa a medida que las ruinas se alzaban para tapar la luna. Los edificios destrozados la rodeaban, y abajo quedaban los vehículos calcinados y silenciosos. Al mirar por las ventanas percibía lo sola que estaba, como una trotamundos solitaria en una ciudad vacía.

—«Coger la rusa justo después del hueco» —dijo en voz alta, como si fuera un hechizo para mantener alejados a los fantasmas oxidados. Al menos aquella parte de la nota era muy clara: la «rusa» tenía que ser la montaña rusa.

Cuando las imponentes ruinas dieron paso a un terreno más plano, Tally subió a la aerotabla. Al llegar a la montaña rusa, tomó el circuito a toda velocidad. Tal vez «justo después del hueco» fuese la única parte importante de la pista, pero Tally había decidido tratar la nota como una fórmula mágica. Omitir cualquier parte podía suponer la pérdida del sentido global.

Además, era agradable volver a volar a toda velocidad y dejar atrás los fantasmas de las Ruinas Oxidadas. Mientras tomaba a toda velocidad las curvas cerradas y las pendientes pronunciadas, con el mundo girando vertiginosamente a su alrededor, Tally se sentía como un objeto a merced del viento, sin un destino preciso.

Unos segundos antes de dar el salto a través del hueco, se apagaron las luces del detector de metales. La tabla descendió, y su estómago pareció irse con ella, dejando una sensación de vacío en su interior. Su sospecha había resultado acertada: a la máxima velocidad, el tiempo de reacción era insuficiente.

Tally atravesó el aire en la silenciosa oscuridad, con el ruido de su vuelo como único sonido. Recordó la primera vez que había cruzado el hueco y cuánto se había enfadado con Shay. Unos días después aquello se había convertido en una broma entre Shay y ella, cosas típicas de imperfectos. Fuera como fuese, Shay se la había jugado de nuevo, había desaparecido como la pista bajo sus pies, dejando a Tally en caída libre.

Cinco segundos después, las luces se encendieron con un parpadeo y las pulseras protectoras la estabilizaron mientras la tabla se reactivaba, alzándose suavemente con una solidez tranquilizadora. Al pie de la colina, la pista giraba y subía por una pronunciada espiral de curvas. Tally aminoró la velocidad y siguió adelante.

—Justo después del hueco —murmuró.

Las ruinas continuaban bajo sus pies, ocultas casi por completo, salvo algunas masas informes se alzaban a través de la espesa vegetación. Pero los oxidados habían construido de forma sólida, enamorados de sus derrochadoras estructuras metálicas. Las luces de la parte frontal de la tabla se mantenían brillantes.

—«Hasta encontrar uno que es largo y plano» —se dijo Tally.

Había memorizado la nota hacia atrás y hacia delante, pero no había logrado descifrar su sentido.

La cuestión estribaba en saber a qué se refería. ¿A otra montaña rusa? ¿A un hueco? La primera opción era muy improbable. ¿Qué sentido tendría una montaña rusa larga y plana? ¿Un hueco largo y plano? Tal vez eso describiría un cañón, con su correspondiente río al fondo. Pero ¿cómo podía ser plano un cañón?

Tal vez «uno» significase el número uno. ¿Debía buscar algo que pareciese un uno? Pero un uno solo era una línea recta, más o menos larga y plana. Y también lo era I, el número romano que significaba uno, salvo por las barras superior e inferior. O el punto encima si era una pequeña i.

—Gracias por la estupenda pista, Shay —dijo Tally en voz alta.

Hablar consigo misma no parecía tan mala idea allí en las ruinas, donde las reliquias de los oxidados forcejeaban con las plantas trepadoras. Cualquier cosa era mejor que aquel silencio fantasmal. Sobrevoló llanuras de hormigón, vastas extensiones agrietadas por la agresiva vegetación. Las ventanas de los muros caídos, cubiertas de maleza, la miraban fijamente, como si a la tierra le hubiesen brotado ojos.

Escudriñó el horizonte en busca de alguna pista, pero no vio nada que fuese largo y plano. Al mirar el suelo que se deslizaba bajo sus pies, Tally apenas distinguía nada en la oscuridad invadida por la maleza. Podía pasar a toda velocidad por encima de cualquier pista sin tan siquiera darse cuenta y tener que volver sobre sus pasos a la luz del día. Pero ¿cómo sabría cuándo había ido demasiado lejos?

—Gracias, Shay —repitió.

Entonces descubrió algo en el suelo y se detuvo.

A través de la maraña de malas hierbas y escombros habían aparecido unas formas geométricas, una serie de rectángulos alineados. Tally bajó la tabla y vio que a sus pies había una pista con raíles metálicos y barras de madera, como la montaña rusa pero mucho más grande. Y seguía en línea recta hasta donde alcanzaba su mirada.

—«Coger la rusa justo después del hueco, hasta encontrar uno que es largo y plano.»

Aquello era una montaña rusa, pero larga y plana.

—Pero ¿para qué sirve? —se preguntó en voz alta.

¿Qué tenía de divertido una montaña rusa sin curvas ni pendientes?

Se encogió de hombros. Disfrutaran como disfrutasen los oxidados, aquella pista era perfecta para una aerotabla. Esta se extendía en dos direcciones, pero resultaba muy fácil saber cuál había que tomar. Una llevaba hacia el centro de las ruinas, de donde venía ella. La otra se dirigía hacia fuera, hacia el norte y en dirección al mar.

—«Frío es el mar» —citó evocando la siguiente línea de la nota de Shay mientras se preguntaba hasta dónde tendría que ir.

Volvió a imprimir velocidad a la aerotabla, satisfecha de haber encontrado la respuesta. Si todas las adivinanzas de Shay eran tan fáciles de resolver, aquel viaje iba a ser pan comido.