15. Peris

Durante el día, Tally se escondía en su habitación. Ir a cualquier otra parte era una auténtica tortura. Los imperfectos de su residencia la trataban como si fuese la peste, y todas las demás personas que la reconocían tarde o temprano preguntaban: «¿Por qué no eres perfecta todavía?».

Era extraño. Llevaba cuatro años siendo imperfecta, pero unos pocos días más le estaban haciendo sentir en carne propia el significado exacto de la palabra. Se pasaba todo el día ante el espejo observando cada defecto, cada deformidad. Sus labios delgados se fruncían de disgusto. Su pelo se volvía aún más ensortijado porque, en su frustración, no paraba de tocárselo. Le habían aparecido tres granos en la frente, como para marcar los días transcurridos desde que había cumplido los dieciséis. Sus ojos llorosos y demasiado pequeños le devolvían una mirada llena de rabia.

Solo por la noche podía escapar de aquella asfixiante habitación, de las miradas suspicaces y de la visión de su cara imperfecta.

Como siempre, engañaba a los guardianes y salía al exterior, pero no le apetecía hacer de las suyas. No había nadie a quien poder visitar ni a quien gastarle una broma, y la idea de cruzar el río le resultaba demasiado dolorosa para tenerla en cuenta. Había conseguido una nueva aerotabla y la había trucado tal como Shay le enseñó, así que por lo menos podía volar de noche.

Pero volar ya no era lo mismo. Estaba sola, hacía frío por las noches, y por muy rápido que volase se sentía atrapada.

La cuarta noche de exilio imperfecto fue con su tabla hasta el cinturón verde y se quedó en un extremo de la ciudad. Voló a toda velocidad más allá de las columnas oscuras de los troncos de árboles, pasando como una exhalación a través de ellos, tan rápido que sus manos y cara quedaron marcadas por docenas de arañazos provocados por las ramas que iba dejando atrás.

Después de unas cuantas horas de vuelo, Tally notó que su angustia se aligeraba. Se sentía feliz porque nunca hasta entonces había volado tan bien; ya era casi tan buena como Shay. La tabla no la había derribado ni una sola vez por acercarse demasiado a un árbol, y su calzado se agarraba a la superficie antideslizante como si estuviese pegado a ella. Estaba empapada de sudor a pesar de la fresca temperatura otoñal, pero siguió volando hasta sentir las piernas cansadas, los tobillos doloridos y los brazos agarrotados de tanto extenderlos como alas para guiarse a través del oscuro bosque. Tally pensó que, si se pasaba toda la noche volando así, tal vez lograría pasarse durmiendo el espantoso día siguiente.

Voló hasta que el agotamiento la obligó a volver a casa.

Al amanecer, cuando regresó a su habitación a rastras, alguien la estaba esperando.

—¡Peris!

Su amigo lucía una radiante sonrisa, mientras sus grandes ojos lanzaban bonitos destellos a la luz del alba. Pero cuando la miró más de cerca, su expresión cambió.

—¿Qué te ha pasado en la cara, Bizca?

Tally parpadeó.

—¿No te has enterado? No me han hecho la…

—No me refiero a eso. —Peris alargó la mano y le tocó la mejilla, que le escoció bajo las puntas de sus dedos—. Parece que te hayas pasado toda la noche peleándote con gatos.

—Ah, sí.

Tally se pasó los dedos por el pelo y rebuscó en un cajón. Sacó un pulverizador medicinal, cerró los ojos y se lanzó un chorro a la cara.

—¡Ay! —chilló en los pocos segundos que pasaron hasta que el anestésico hizo su efecto. También se pulverizó las manos—. Solo un poco de aerotabla a medianoche.

—Un poco más tarde de medianoche, ¿no crees?

Al otro lado de la ventana, el sol estaba empezando a teñir las torres de la ciudad de Nueva Belleza de color rosa. Rosa vómito de gato. Miró a Peris agotada y confusa.

—¿Cuánto rato llevas aquí?

Él se removió incómodo en la silla junto a la ventana.

—Bastante.

—Lo siento. No sabía que vendrías.

Peris enarcó las cejas en un bonito gesto de angustia.

—Claro que sí. En cuanto he averiguado lo ocurrido, he venido hasta aquí.

Tally le dio la espalda y se puso a desatarse los cordones del calzado antideslizante mientras se concentraba. Se había sentido tan abandonada a su suerte desde su cumpleaños que en ningún momento se le había ocurrido que Peris quisiera verla, y menos aún en Feópolis. Pero allí estaba, preocupado, ansioso y encantador.

—Me alegro de verte —dijo ella, sintiendo que las lágrimas acudían a sus ojos, que últimamente los tenía casi siempre rojos e hinchados.

Él le sonrió.

—Yo también.

Al pensar en el aspecto que debía de tener, Tally se sintió abrumada. Se dejó caer en la cama, se tapó la cara con las manos y se echó a llorar. Peris se sentó junto a ella y la abrazó mientras sollozaba. Al cabo de unos momentos, la chica se sonó y se incorporó.

—Menuda pinta tienes, Tally Youngblood.

Ella sacudió la cabeza.

—Por favor, no digas nada.

—Estás hecha un desastre.

Peris encontró un cepillo y se lo pasó por el pelo. Tally no se sintió con fuerzas para mirarle a los ojos y clavó la vista en el suelo.

—Bueno, ¿acaso tienes la costumbre de practicar con la aerotabla en una batidora?

Ella negó con la cabeza, tocándose con cuidado los arañazos de la cara.

—Son ramas de árbol a toda velocidad.

—Ah, y supongo que para superar la actual, matarte será tu próxima aventura.

—¿Qué aventura?

Peris puso los ojos en blanco.

—Me refiero a esa historia misteriosa por la que no te has convertido en perfecta todavía.

—Sí, claro. Toda una historia.

—¿Desde cuándo te has vuelto modesta, Bizca? Todos mis amigos están fascinados contigo.

Ella volvió sus ojos hinchados hacia su amigo, tratando de averiguar si bromeaba.

—Verás, después de aquello de la alarma de incendios le hablé sin parar a todo el mundo de ti, pero ahora es que se mueren de ganas de conocerte, están impacientes —continuó—. Incluso corre el rumor de que los de Circunstancias Especiales tienen mucho que ver en todo esto.

Tally parpadeó. Peris hablaba en serio.

—Bueno, eso es verdad —dijo—. Son el motivo de que siga siendo imperfecta.

Los bellos ojos de Peris se agrandaron aún más.

—¿De verdad? ¡No me digas!

Ella frunció el ceño.

—¿Es que todo el mundo menos yo conocía su existencia?

—Bueno, yo no sabía de qué hablaban. Al parecer, los especiales son como duendes; se les echa la culpa cuando pasa algo raro. Algunas personas creen que son unos farsantes, y nadie que yo conozca ha visto de verdad a un especial.

Tally suspiró.

—Supongo que solo yo he tenido esa suerte.

—Entonces, ¿son reales? —Peris bajó la voz en un susurro—. ¿De verdad tienen un aspecto no perfecto?

—No es que no sean perfectos, Peris, pero son muy… —Tally lo miró: estaba guapísimo y totalmente pendiente de sus palabras. Era maravilloso estar sentada tan cerca de él y hablar como si nunca se hubiesen separado. Sonrió—. No son tan perfectos como tú.

Él se echó a reír.

—Tendrás que contármelo todo. Pero aún no se lo cuentes a nadie más. Como todo el mundo se sentirá muy intrigado, podemos montar una gran fiesta cuando te embellezcan.

Ella trató de sonreír.

—Peris…

—Lo sé, seguramente no deberías hablar de ello. Pero en cuanto estés al otro lado del río, solo hace falta que dejes caer algunas insinuaciones sobre los especiales y te invitarán a todas las fiestas. Eso sí, asegúrate de llevarme contigo —le pidió inclinándose hacia ella—. Incluso corre el rumor de que los mejores empleos son para tipos que de niños tenían un largo historial de correrías. Pero para eso faltan años. Lo principal es que te conviertas ya en perfecta.

—Pero, Peris… —dijo Tally, notando cómo el estómago empezaba a dolerle—. No creo que…

—Te encantará, Tally. Ser perfecto es lo mejor del mundo. Y lo disfrutarás un millón de veces más cuando estés allí conmigo.

—No puedo.

Él frunció el ceño.

—¿Qué es lo que no puedes?

Tally miró a Peris y le apretó la mano.

—Verás, quieren que traicione a una amiga que conocí después de que te marcharas.

—¿Traicionar? No me digas que todo esto tiene algo que ver con algún juego de imperfectos.

—Más o menos.

—Entonces, no es una traición. ¿Es más importante que contar la verdad?

Tally le dio la espalda.

—Es importante, Peris. Es mucho más que un simple juego de niños. Le prometí a mi amiga que le guardaría un secreto.

Él entornó los ojos y, por un momento, se pareció al viejo Peris: serio, pensativo e incluso un poquito infeliz.

—Tally, a mí también me prometiste una cosa.

Ella tragó saliva y le miró de nuevo. En los ojos de su amigo brillaban las lágrimas.

—Me prometiste que no harías ninguna tontería, Tally, que pronto estarías conmigo, que seríamos perfectos juntos.

Tally tocó la cicatriz en su palma, aún presente aunque la de Peris hubiese desaparecido. Él le tomó la mano.

—Amigos para siempre, Tally.

Ella supo que si volvía a mirarle a los ojos, todo habría terminado. Una mirada, y su resistencia se esfumaría.

—¿Amigos para siempre? —repitió.

—Para siempre.

Inspiró profundamente y se permitió mirarle a los ojos. Parecía muy triste, vulnerable y herido. Perfecto.

Tally se imaginó a su lado, igual de guapa que él, dejando transcurrir los días sin hacer otra cosa que no fuera hablar, reír y divertirse.

—¿Mantendrás tu promesa, Tally?

Se estremeció de agotamiento y alivio. Ya tenía una excusa para incumplir su palabra. Le había hecho esa promesa a Peris, igual de auténtica, antes de saber siquiera quién era Shay. A él lo conocía desde hacía años, y en cambio a Shay solo la conocía desde hacía unos meses.

Y Peris estaba allí mismo, no en algún remoto desierto, y la miraba con aquellos ojos…

—Claro que sí.

—¿De verdad?

El sonrió, y su sonrisa fue tan brillante como el amanecer del exterior.

—Sí —respondió ella sin pensarlo más—. Estaré allí en cuanto pueda, lo prometo.

Él suspiró y la abrazó con fuerza, meciéndola suavemente. Las lágrimas volvieron a brotar en los ojos de Tally.

Peris la soltó por fin y observó por la ventana el día soleado.

—Debería irme —dijo haciendo un gesto hacia la puerta—. Ya sabes, antes de que todos los… pequeñajos… se despierten.

—Por supuesto.

—Para mí ya casi es hora de acostarse, y tú tienes un gran día por delante.

Tally asintió. Nunca se había sentido tan agotada. Le dolían los músculos, y la cara y las manos habían empezado a escocerle otra vez. Pero se sentía muy aliviada. Aquella pesadilla, que había empezado tres meses atrás cuando Peris cruzó el río, pronto se acabaría.

—De acuerdo, Peris. Nos vemos pronto. Lo antes posible.

Él volvió a abrazarla y besó sus mejillas saladas y arañadas.

—Quizá en un par de días —susurró—. ¡Estoy tan ilusionado!

Se despidió y se marchó, mirando a ambos lados del pasillo antes de irse. Tally miró por la ventana para observar a Peris otra vez, y se dio cuenta de que un aerovehículo le esperaba abajo. Desde luego, los perfectos conseguían todo lo que querían.

Aunque Tally ansiaba dormir, su decisión no podía esperar. Sabía que, ahora que Peris se había ido, las dudas regresarían de nuevo para atormentarla. No podía soportar otro día así, sin saber si su purgatorio imperfecto acabaría alguna vez. Y, además, le había prometido a Peris que estaría con él lo antes posible.

—Lo siento, Shay —dijo Tally en voz baja.

A continuación, cogió su anillo de comunicación de la mesita de noche y se lo puso.

—Mensaje para la doctora Cable, o quien sea —dijo—. Haré lo que quieren, pero déjenme dormir un rato. Final del mensaje.

Tally suspiró y se dejó caer en la cama. Pensó que debía pulverizarse de nuevo los arañazos antes de dormirse, pero la sola idea de moverse hizo que le doliese todo el cuerpo. Unos cuantos arañazos no le impedirían dormir aquel día. Nada lo haría.

Al cabo de unos segundos, habló la habitación.

—Respuesta de la doctora Cable: pasará un vehículo a recogerte en veinte minutos.

—No —dijo entre dientes, aunque se daba cuenta de que de nada serviría discutir. Vendrían los de Circunstancias Especiales, la despertarían y se la llevarían.

Tally decidió intentar dormir durante unos minutos. Siempre sería mejor que nada.

Pero en el transcurso de los veinte minutos siguientes no cerró los ojos ni una sola vez.