Aquel aerovehículo era más grande aunque no tan cómodo, y el viaje no fue nada agradable. Aquel hombre extraño pilotaba con agresiva impaciencia: bajaba como una roca para atajar entre pasillos aéreos y se escoraba como una aerotabla a cada giro. Tally nunca se había mareado, pero ahora permanecía agarrada a las correas del asiento, con los nudillos blancos y los ojos fijos en la tierra firme. Entrevió por última vez la ciudad de Nueva Belleza, que iba empequeñeciéndose detrás de ellos.
Se dirigieron río abajo, a través de Feópolis, más allá del cinturón verde, hacia el anillo de transporte, donde las fábricas asomaban sus cabezas sobre el suelo. Junto a una gran colina deforme, el vehículo descendió hasta un complejo de edificios rectangulares, que eran tan bajos como residencias de imperfectos y estaban pintados del color de la hierba seca.
Aterrizaron con una dolorosa sacudida, y el hombre la acompañó hasta el interior de uno de los edificios, atravesando unos pasillos tenebrosos de color amarillo pardusco. Tally nunca había visto tanto espacio pintado con colores tan horrorosos; era como si el edificio estuviese diseñado para que sus ocupantes sintiesen náuseas.
Había más personas como aquel hombre. Todas iban vestidas con ropas formales de seda natural negra y gris, y sus rostros tenían la misma expresión fría y dura. Tanto los hombres como las mujeres eran más altos que el perfecto estándar y poseían una complexión más fuerte. Sus ojos eran tan claros como los de un imperfecto. También había algunas personas normales, pero se volvían insignificantes junto a aquellas formas depredadoras que se movían con elegancia por los pasillos.
Tally se preguntó si aquel era un lugar al que llevaban a la gente cuando sus operaciones salían mal, cuando la belleza se volvía cruel. Entonces, ¿por qué estaba ella allí? Ni siquiera la habían operado todavía. Tally tragó saliva. ¿Y si habían hecho intencionadamente así a aquellos perfectos terribles? Cuando la midieron el día anterior, ¿habían determinado que nunca encajaría en el molde de la perfecta vulnerable con ojos de cierva? Tal vez la hubiesen elegido ya para aquel otro mundo extraño.
El hombre se detuvo junto a una puerta metálica, y Tally se paró detrás de él. Volvía a sentirse como una niña pequeña que es arrastrada con una cuerda invisible por un guardián. Toda su seguridad de mayor imperfecta se había evaporado en el instante que lo vio en el hospital. Cuatro años de travesuras e independencia esfumados.
La puerta iluminó con un destello el ojo del hombre y se abrió. Él le indicó con un gesto que entrase. Tally se dio cuenta de que no había dicho ni una palabra desde que la recogió en el hospital. Inspiró profundamente y sintió que el corazón se le encogía.
—Diga, por favor —consiguió mascullar.
—Adentro —fue la respuesta de él.
Tally sonrió, pues era una pequeña victoria haberle hecho hablar de nuevo, pero obedeció.
—Soy la doctora Cable.
—Tally Youngblood.
La doctora Cable sonrió.
—Ya sé quién eres.
La mujer era una perfecta cruel. Tenía la nariz aguileña, los dientes afilados y los ojos de un gris mate. Su voz tenía la misma cadencia lenta y monótona que un libro para antes de acostarse. Pero a Tally no le producía sueño. En aquella voz podía percibirse un frio solapado, como si un trozo de metal se deslizara suavemente sobre un vidrio.
—Tienes un problema, Tally.
—Ya me lo había imaginado…
Resultaba extraño ignorar el nombre de la mujer.
—Puedes llamarme doctora Cable.
Tally parpadeó. Nunca en su vida había llamado a nadie por su apellido.
—De acuerdo, doctora Cable. —Tally carraspeó—. Mi problema ahora mismo es que no sé qué pasa —consiguió añadir con voz seca—. Así que… ¿por qué no me lo cuenta?
—¿Qué crees que está pasando, Tally?
Tally cerró los ojos para dejar de ver por un momento el rostro anguloso de la mujer.
—Bueno, en realidad aquel arnés de salto era una pieza sobrante, ¿sabe?, y lo devolvimos a la pila de recarga.
—No se trata de ninguna aventura de imperfectos.
Ella suspiró y abrió los ojos.
—Lo suponía.
—Se trata de una amiga tuya que, al parecer, ha desaparecido.
Así que se trataba de eso: Shay había ido demasiado lejos con su aventura, dejando a Tally para que diera la cara.
—No sé dónde está.
La doctora Cable sonrió, mostrando solo los dientes superiores.
—Pero sabes algo.
—¿Quién es usted? —soltó Tally—. ¿Dónde estoy?
—Soy la doctora Cable —dijo la mujer—. Y esto es Circunstancias Especiales.
Ante todo, la doctora Cable le hizo muchas preguntas.
—No hacía mucho que conocías a Shay, ¿verdad?
—No. La conocí este verano. Estábamos en residencias distintas.
—¿Y no conociste a ninguno de sus amigos?
—No. Eran mayores que ella. Ya se habían convertido.
—¿Como tu amigo Peris?
Tally tragó saliva. ¿Cuánto sabía aquella mujer de ella?
—Sí. Como Peris.
—Pero los amigos de Shay no se volvieron perfectos, ¿verdad?
Tally inspiró despacio mientras recordaba la promesa que le había hecho a Shay. De todos modos, no quería mentir. Tally estaba segura de que la doctora Cable se daría cuenta. Ya tenía bastantes problemas.
—¿Por qué no? ¿Te habló de sus amigos?
—No hablábamos de eso, solo andábamos por ahí, porque… estar sola es muy aburrido. Solo hacíamos chiquilladas.
—¿Sabías que había formado parte de una pandilla?
Tally alzó la vista hasta los ojos de la doctora Cable. Eran casi tan grandes como los de los perfectos normales, pero se desviaban hacia arriba como los de un lobo.
—¿Una pandilla? ¿A qué se refiere?
—¿Alguna vez fuisteis Shay y tú a las Ruinas Oxidadas?
—Todo el mundo va allí.
—Pero ¿alguna vez fuisteis a hurtadillas a las ruinas?
—Sí. Mucha gente lo hace.
—¿Alguna vez conociste a alguien en las Ruinas Oxidadas?
Tally se mordió el labio inferior.
—¿Qué es Circunstancias Especiales?
—Tally.
De pronto su voz resultaba tan afilada como la hoja de una navaja.
—Si me dice qué es Circunstancias Especiales, le contestaré.
La doctora Cable se arrellanó en su butaca, juntó las manos y asintió.
—Esta ciudad es un paraíso, Tally. Te alimenta, te educa, te mantiene seguro. Te hace perfecto.
Cuando oyó esto, Tally no pudo evitar alzar una mirada esperanzada.
—Y nuestra ciudad puede soportar muchísima libertad, Tally. Les da a los jóvenes espacio para hacer de las suyas, para desarrollar su creatividad e independencia. Pero de vez en cuando llegan cosas malas del exterior de la ciudad.
La doctora Cable entornó los ojos, lo cual le confería a su cara una expresión más felina aún.
—Vivimos en equilibrio con nuestro entorno, Tally, depurando el agua que devolvemos al río, reciclando la biomasa y utilizando solo electricidad procedente de nuestra propia zona de cobertura solar. Pero a veces no podemos depurar lo que tomamos del exterior. A veces hay amenazas del entorno que deben afrontarse.
La mujer se detuvo y sonrió.
—A veces hay Circunstancias Especiales.
—Entonces, ustedes son una especie de guardianes para toda la ciudad.
La doctora Cable asintió.
—A veces otras ciudades plantean retos. Y a veces las pocas personas que viven fuera de las ciudades pueden crear problemas.
Tally abrió los ojos de par en par. ¿Fuera de las ciudades? Shay había dicho la verdad cuando decía que existían lugares como el Humo.
—Ahora te toca a ti responder a mis preguntas, Tally. ¿Alguna vez has conocido a alguien en las ruinas, a alguien que no fuese de esta ciudad, que no fuese de ninguna ciudad?
Tally sonrió.
—No, nunca.
La doctora Cable frunció el ceño y miró hacia abajo unos segundos como si comprobara algo. Cuando sus ojos miraron de nuevo a Tally, se habían vuelto más fríos aún. Tally sonrió otra vez, segura de que la doctora Cable sabía cuándo decía la verdad. La habitación debía de estar leyendo su frecuencia cardíaca, su sudor y la dilatación de sus pupilas. Pero Tally no podía decir lo que no sabía.
La voz de la mujer volvió a sonar afilada como una navaja.
—No juegues conmigo, Tally. Tu amiga Shay nunca te lo agradecerá, porque nunca volverás a verla.
Tally sintió que la emoción por su pequeña victoria se desvanecía y que la sonrisa se borraba de su rostro.
—Seis de sus amigos desaparecieron, Tally, todos a la vez. Nunca se ha encontrado a ninguno de ellos. Sin embargo, otros dos que tenían que unirse a ellos decidieron no desperdiciar su vida, y obtuvimos información de lo que había ocurrido con los demás. No huyeron por su cuenta. Alguien de fuera los tentó, alguien que quiso robarnos a nuestros imperfectos más listos. Nos dimos cuenta de que era una circunstancia especial.
Tally sintió un escalofrío. ¿De verdad habían robado a Shay? ¿Qué sabían realmente Shay o cualquier imperfecto acerca del Humo?
—Hemos estado vigilando a Shay desde entonces con la esperanza de que nos condujese hasta sus amigos.
—Entonces, ¿por qué no…? —soltó Tally—. Ya sabe, ¿por qué no la han detenido antes?
—Por ti, Tally.
—¿Por mí?
La voz de la doctora Cable se suavizó.
—Creímos que, al haber hecho una amiga, tenía una razón para permanecer aquí en la ciudad. Creímos que no pasaría nada.
Tally solo pudo cerrar los ojos y sacudir la cabeza.
—Hasta que Shay también desapareció —continuó la doctora Cable—. Resultó ser más lista que sus amigos. Le enseñaste bien.
—¿Yo? —exclamó Tally—. No conozco más trucos que la mayoría de los imperfectos.
—Te subestimas —dijo la doctora Cable.
Tally desvió la mirada de sus ladinos ojos e ignoró la voz afilada. No era culpa suya. Al fin y al cabo, ella había decidido quedarse en la ciudad. Quería convertirse en perfecta. Incluso había tratado de convencer a Shay. Pero había fracasado.
—No es culpa mía.
—Tienes que ayudarnos, Tally.
—¿Ayudarles a qué?
—A encontrarla. A encontrarlos a todos.
Ella inspiró profundamente.
—¿Y si no quieren que los encuentren?
—¿Y si quieren? ¿Y si les han mentido?
Tally recordó la cara de Shay aquella última noche, lo esperanzada que estaba. Deseaba abandonar la ciudad con tanta intensidad como Tally anhelaba ser perfecta. Por estúpida que pareciese la decisión, Shay no la había tomado a la ligera, y además había respetado la decisión de Tally de quedarse.
Tally alzó la mirada hacia la cruel bella doctora Cable, hacia el amarillo pardusco de las paredes. Recordó todo aquello por lo que le estaban haciendo pasar: hacerle esperar durante una hora en el hospital, creyendo que pronto sería perfecta, el vuelo brutal hasta allí y todos los rostros crueles de los pasillos…
—No puedo ayudarla —dijo decidida—. Hice una promesa.
La doctora Cable esta vez enseñó los dientes, y no la falsa sonrisa de hasta entonces. La mujer se convirtió en un verdadero monstruo, vengativo e inhumano.
—Entonces yo también te haré una promesa, Tally Youngblood. No serás perfecta hasta que nos ayudes en todo lo que puedas.
La doctora Cable le dio la espalda.
—Me trae sin cuidado que seas imperfecta el resto de tus días.
Se abrió la puerta. El hombre que la había asustado estaba fuera, no se había movido de allí en todo aquel tiempo.