Resultaba extraño, pero Tally no podía evitar estar triste. Echaría de menos las vistas desde aquella ventana.
Se había pasado los últimos cuatro años mirando hacia Nueva Belleza, deseando con todas sus fuerzas cruzar el río y no regresar más. Eso era seguramente lo que la había impulsado a salir por la ventana tantas veces y a aprender todos los ardides posibles para acercarse a escondidas a los nuevos perfectos, a espiar la vida que con el tiempo ella también tendría.
Pero ahora que solo faltaba una semana para la operación, el tiempo parecía avanzar demasiado deprisa. A veces Tally deseaba que la operación fuese de forma gradual. Primero, arreglarle los ojos bizcos, luego los labios, y cruzar el río por etapas. Para no tener que mirar por la ventana por última vez y saber que nunca volvería a contemplar aquella vista.
Sin la presencia de Shay, las cosas parecían incompletas, y Tally se había pasado aún más tiempo allí, sentada en la cama y contemplando Nueva Belleza.
Por supuesto, no había mucho más que hacer aquellos días. Ahora todos los ocupantes de la residencia eran más jóvenes que Tally, y ya les había enseñado todos sus trucos a los de la siguiente promoción. Había visto unas diez veces todas las películas que emitía su pantalla mural, incluso algunas antiguas en blanco y negro a cuyos actores apenas entendía. No tenía a nadie con quien ir a conciertos, y los deportes de la residencia resultaban aburridos ahora que no conocía a ningún miembro de los equipos. Todos los demás imperfectos la miraban con envidia, pero nadie le encontraba sentido a hacerse amigo de ella. Seguramente era mejor acabar con la operación de una vez. Se pasaba la mitad del tiempo deseando que los médicos la raptaran en mitad de la noche para operarla. Podía imaginar muchas cosas peores que despertar una mañana siendo perfecta. En la escuela decían que ahora podían lograr que la operación funcionase en chicos y chicas de quince años. Esperar a los dieciséis era solo una estúpida y vieja tradición.
Pero era una tradición que nadie cuestionaba, salvo unos pocos. Así que a Tally le quedaba esperar una semana sola.
Shay no había hablado con ella desde su última discusión. Tally había tratado de escribirle, pero intentar explicarlo todo en la pantalla solo le había servido para enfadarse de nuevo, y no tenía mucho sentido arreglarlo ahora. Cuando ambas fuesen perfectas ya no tendrían ningún motivo para discutir. Y aunque Shay siguiese detestándola, siempre quedaban Peris y todos sus viejos amigos, que la esperaban al otro lado del río con sus grandes ojos y maravillosas sonrisas.
Aun así, Tally pasaba mucho tiempo preguntándose qué aspecto tendría Shay cuando fuese perfecta, con su delgado cuerpo más carnoso, los labios ya gruesos perfeccionados y las mordidas uñas desaparecidas para siempre. Seguramente darían a sus ojos un tono más intenso de verde, o tal vez uno de los colores más recientes, violeta, oro o plata.
—¡Eh, Bizca!
Tally se sobresaltó al oír el susurro. Escrutó la oscuridad con la mirada y vio una forma que correteaba hacia ella sobre las tejas. Una sonrisa se le dibujó en la cara.
—¡Shay!
La silueta se detuvo un instante.
Tally ni siquiera se molestó en susurrar.
—No te quedes ahí. ¡Pasa, tonta!
Shay entró por la ventana riéndose, y Tally la acogió con un abrazo cálido, alegre y firme. Dieron un paso atrás cogidas de las manos. Por un momento, la fea cara de Shay pareció perfecta.
—Me alegro mucho de verte.
—Yo también, Tally.
—Te he echado de menos. Quise… Siento mucho lo de…
—No sigas —interrumpió Shay—. Tenías razón. Me hiciste pensar. Iba a escribirte, pero todo era…
La chica terminó la frase con un suspiro.
Tally asintió apretando las manos de Shay.
—Sí. Fue un asco.
Se quedaron un momento en silencio y Tally miró por la ventana, a espaldas de su amiga. De pronto, la vista de Nueva Belleza no resultaba tan deprimente. Ahora todo adquiría un aspecto brillante y tentador, como si todas sus dudas se hubieran disipado. La ventana abierta volvía a ser emocionante.
—¿Shay?
—¿Sí?
—Vayamos a algún sitio esta noche. La última travesura.
Shay se echó a reír.
—En cierto modo esperaba que dijeras eso.
Tally se fijó en la forma como Shay iba vestida. Llevaba la indumentaria adecuada para una travesura en toda regla: ropa negra, cola de caballo y una mochila al hombro. La miró sonriendo.
—Veo que ya tienes un plan.
—Sí —dijo Shay en voz baja—. Lo tengo.
Se acercó a la cama de Tally y se quitó la mochila del hombro. Hacía ruido al caminar, y Tally sonrió al ver que Shay llevaba calzado antideslizante. Hacía días que Tally no usaba la aerotabla. Volar sola suponía todo el trabajo duro y solo la mitad de la diversión.
Shay vació el contenido de la mochila sobre la cama enumerándolo:
—Indicador de posición, encendedor y depurador de agua. —Luego cogió dos bolas brillantes del tamaño de bocadillos—. Estas cosas se convierten en sacos de dormir y son muy calientes por dentro.
—¿Sacos de dormir? ¿Depurador de agua? —exclamó Tally—. Debe de tratarse de una aventura de varios días. ¿Vamos hasta el mar o algo por el estilo?
Shay sacudió la cabeza.
—Más lejos.
—¡Guay! —Tally no dejaba de sonreír—. Pero solo faltan seis días para la operación…
—Ya sé qué día es. —Shay abrió una bolsa impermeable y dejó caer su contenido junto a lo demás—. Comida deshidratada para dos semanas. Solo hay que echar uno de estos en el depurador y añadir agua. Cualquier clase de agua —aclaró con una risita—. El depurador funciona tan bien que hasta puedes hacer pipí en él.
Tally se sentó en la cama mientras leía las etiquetas de los paquetes de comida.
—¿Dos semanas?
—Dos semanas para dos personas —explicó Shay—. Cuatro semanas para una.
Tally no dijo nada. De pronto, no pudo mirar las cosas que había sobre la cama ni tampoco a Shay. Se quedó mirando por la ventana hacia Nueva Belleza, donde estaban empezando los fuegos artificiales.
—Pero no harán falta dos semanas, Tally. El lugar adonde vamos está mucho más cerca.
Una nube roja se elevó en el centro de la ciudad, zarcillos de fuegos artificiales que bajaban flotando como las hojas de un sauce gigantesco.
—¿Para qué no harán falta dos semanas?
—Para ir al lugar donde vive David.
Tally asintió y cerró los ojos.
—No es como aquí, Tally. No separan a todo el mundo, a los imperfectos de los perfectos, a los nuevos de los medianos y los mayores. Y puedes marcharte cuando quieras, ir a donde quieras.
—¿Por ejemplo?
—A cualquier parte. A las ruinas, al bosque, al mar. Y… no tienes que someterte a la operación.
—¿Qué has dicho?
Shay se sentó junto a ella y tocó la mejilla de Tally con un dedo. Tally abrió los ojos.
—No tenemos que tener el mismo aspecto que todo el mundo, Tally, ni actuar como todo el mundo. Podemos elegir. Podemos crecer como queramos.
Tally tragó saliva. Le resultaba imposible hablar, pero sabía que debía decir algo. De su garganta seca salieron palabras forzadas.
—¿No ser perfectos? Eso es absurdo, Shay. Siempre que hablabas así, pensé que solo decías sandeces. Peris siempre soltaba la misma cantinela.
—Es que solo decía sandeces. Pero cuando dijiste que tenía miedo de crecer, me hiciste pensar de verdad.
—¿Yo te hice pensar?
—Hiciste que me diese cuenta de que no decía más que sandeces. Tally, tengo que contarte otro secreto.
Tally suspiró.
—Está bien, supongo que la cosa no puede empeorar.
—¿Te acuerdas de mis amigos mayores con los que iba antes de conocerte? No todos han acabado siendo perfectos.
—¿Qué quieres decir?
—Algunos se escaparon, como voy a hacer yo. Como quiero que hagamos las dos.
Tally miró a Shay a los ojos, en busca de algún indicio que sugiriese que todo aquello era una broma. Pero su expresión intensa se mantuvo firme. Hablaba muy en serio.
—¿Conoces a alguien que se haya escapado de verdad?
Shay asintió.
—Se suponía que también iba a ir yo. Lo teníamos todo planeado aproximadamente una semana antes de que el primero de nosotros cumpliese los dieciséis. Ya habíamos robado el kit de supervivencia y le habíamos dicho a David que íbamos a ir. Todo estaba preparado. De eso hace cuatro meses.
—Pero tú no…
—Algunos lo hicieron, pero yo me acobardé. —Shay miró por la ventana—. Y no fui la única. Se quedaron un par más y se convirtieron en perfectos. Seguramente, yo también lo habría hecho si no te hubiera conocido.
—¿A mí?
—De repente ya no estaba sola. No tenía miedo de volver a las ruinas para buscar otra vez a David.
—Pero nosotras nunca… —Tally parpadeó—. Al final lo has encontrado, ¿verdad?
—Hace dos días. He salido todas las noches desde que nos peleamos. Cuando me dijiste que tenía miedo de crecer, me di cuenta de que tenías razón. Me había acobardado una vez, pero no tenía por qué volver a hacerlo.
Shay cogió la mano de Tally con fuerza y esperó a que la mirase a los ojos.
—Quiero que vengas, Tally.
—No —dijo Tally sin pensar. Luego sacudió la cabeza—. ¿Por qué nunca me has contado nada de esto?
—Quería hacerlo, pero habrías pensado que estaba loca.
—¡Es que estás loca!
—Tal vez. Pero no como tú crees. Por eso quería que conocieras a David. Así sabrías que todo era cierto.
—No lo parece. A ver, ¿qué sitio es ese del que hablas?
—Se llama el Humo. No es una ciudad, y no manda nadie y nadie es perfecto.
—Suena como una pesadilla. ¿Y cómo se llega hasta allí? ¿Caminando?
Shay se echó a reír.
—¿Estás de broma? Con aerotablas, cómo si no. Hay tablas de larga distancia que se recargan con energía solar, y toda la ruta está pensada para seguir ríos y demás. David lo hace constantemente y llega hasta las ruinas. Él nos llevará al Humo.
—Pero ¿cómo puede vivir la gente allí, Shay? ¿Como los oxidados? ¿Quemando árboles para calentarse y enterrando su propia basura por todas partes? No está bien vivir en la naturaleza, salvo que quieras vivir como un animal.
Shay negó con la cabeza mientras suspiraba.
—Eso es lo que cuentan en la escuela, Tally. Todavía tienen tecnología. Y no son como los oxidados, que queman árboles y todo lo demás. Pero tampoco levantan un muro entre la naturaleza y ellos.
—Y todo el mundo es imperfecto.
—Lo que significa que nadie lo es.
Tally consiguió reírse.
—Querrás decir que nadie es perfecto.
Permanecieron sentadas en silencio. Tally contemplaba los fuegos artificiales, sintiéndose mil veces peor que antes de que Shay apareciese en la ventana.
Por último, Shay pronunció las palabras exactas que Tally estaba pensando.
—Voy a perderte, ¿verdad?
—Eres tú la que se va.
Shay apoyó los puños en las rodillas.
—Todo es culpa mía. Debería habértelo contado antes. Si hubieses tenido más tiempo para hacerte a la idea, tal vez…
—Shay, nunca me habría hecho a la idea. No quiero ser imperfecta toda la vida. Quiero tener esos ojos y esos labios perfectos, y que todos me miren boquiabiertos, que cuando me vean piensen «¿Quién es?» y quieran conocerme.
—Yo preferiría tener algo que decir.
—¿Como, por ejemplo: «Hoy he matado un lobo de un tiro y me lo he comido»?
Shay soltó unas risitas.
—La gente no come lobos, Tally, sino conejos y ciervos.
—¡Qué asco! Gracias por ser tan explícita, Shay.
—Tienes razón, creo que me limitaré a las verduras y al pescado. Pero no se trata de salir de acampada, Tally. Se trata de ser lo que yo quiera ser, no lo que un comité quirúrgico considere que debo ser.
—Pero sigues siendo la misma por dentro, Shay, solo que, cuando eres perfecto, la gente te presta más atención.
—No todo el mundo piensa así.
—¿Estás segura de que puedes ir contracorriente siendo lista o interesante? Porque si te equivocas… si no regresas antes de cumplir los veinte, la operación no funcionará. Tendrás mal aspecto… para siempre.
—No regresaré nunca.
Aunque se le entrecortó la voz, Tally se obligó a decir:
—Y yo no vendré contigo.
Se despidieron bajo el dique.
La aerotabla de largo recorrido de Shay era más gruesa y relucía por las facetas de las placas solares. También había escondido debajo del puente una cazadora y una gorra térmicas. Tally supuso que los inviernos en el Humo debían de ser fríos y desagradables.
No podía creer que su amiga se marchase de verdad.
—Siempre puedes volver, si no te gusta.
Shay se encogió de hombros.
—Ninguno de mis amigos ha vuelto.
Aquellas palabras sobrecogieron a Tally. Se le ocurrían muchas razones horribles y espeluznantes para explicar por qué no había regresado nadie.
—Ten cuidado, Shay.
—Tú también. No vas a contárselo a nadie, ¿verdad?
—Nunca, Shay.
—¿Lo juras? ¿Pase lo que pase?
Tally levantó la palma que tenía la cicatriz.
—Lo juro.
Shay sonrió.
—Lo sé, pero tenía que preguntártelo otra vez antes de…
Sacó un trozo de papel y se lo entregó a Tally.
—¿Qué es esto? —Tally lo desdobló y vio unos garabatos—. ¿Cuándo has aprendido a escribir a mano?
—Cuando planeábamos marcharnos. Es la mejor forma de asegurarte que los guardianes no metan las narices en tu diario. De todos modos, es para ti. Se supone que no tengo que dejar constancia del lugar adonde voy, así que está más o menos cifrado.
Tally frunció el ceño mientras leía la primera línea de palabras inclinadas.
—¿«Coger la rusa justo después del hueco»?
—Sí. ¿Lo pillas? Solo tú puedes resolverlo, por si alguien lo encuentra. Ya sabes, si alguna vez quieres seguirme…
Tally iba a decir algo, pero no pudo y se limitó a asentir con la cabeza.
—Por si acaso —dijo Shay.
Saltó encima de la tabla, chasqueó los dedos y se colocó la mochila sobre los hombros.
—Adiós, Tally.
—Adiós, Shay. Me habría gustado…
Shay esperó, moviéndose solo un poco al viento fresco de septiembre. Tally trató de imaginarla envejeciendo, arrugándose, estropeándose poco a poco, todo sin haber sido nunca realmente guapa. Sin haber aprendido a vestir bien ni a comportarse en un baile formal. Sin que nadie la hubiese mirado a los ojos y se sintiese simplemente abrumado.
—Me habría gustado poder verte… perfecta.
—Supongo que tendrás que recordar mi cara así —dijo Shay.
Luego se volvió, y su aerotabla se alejó ascendiendo hacia el río, mientras las siguientes palabras de Tally se perdían en el rugido del agua.