10. La pelea

—Mira a esa panda de pringados.

—¿También nosotras hemos tenido esas pintas?

—Seguro, pero que nosotras las tuviésemos no quita que ellos lo sean aún.

Tally asintió, intentando recordar cómo era tener doce años y qué le había parecido la residencia en su primer día. Recordaba lo imponente que le resultó el edificio. Mucho más grande que la casa de Sol y Ellie, por supuesto, y mayor que las cabañas a las que iban a estudiar los pequeños, cada una con un profesor y diez alumnos.

Ahora la residencia le parecía muy pequeña y claustrofóbica. Terriblemente infantil, con sus colores vivos y escaleras acolchadas. Tan aburrida durante el día como fácil de abandonar de noche.

Los nuevos imperfectos iban muy juntos, temerosos de alejarse demasiado de su guía. Sus caritas feas miraban los cuatro pisos de altura de la residencia con los ojos llenos de asombro y terror.

Shay volvió a meter la cabeza por la ventana.

—Esto va a ser muy divertido.

—Será un curso acelerado que no olvidarán nunca.

Faltaban dos semanas para el final del verano. La población de la residencia de Tally había ido disminuyendo en el último año a medida que los mayores cumplían los dieciséis. Ya casi había llegado el momento de que una nueva tanda ocupase su lugar. Tally observó la entrada de los últimos imperfectos en llegar, desgarbados y nerviosos, descuidados y torpes. Desde luego, los doce años eran una edad decisiva, cuando pasabas de ser un gracioso pequeño a convertirte en un imperfecto grandullón y poco culto.

Era una etapa de la vida que se alegraba de haber dejado atrás.

—¿Estás segura de que este cacharro funcionará? —preguntó Shay.

Tally sonrió. No era frecuente que Shay fuese la prudente. Señaló el cuello del arnés de salto.

—¿Ves esa lucecita verde? Eso significa que funciona. Es para las emergencias, así que siempre está a punto.

Shay se metió la mano debajo del arnés para tirar de su sensor ventral, lo que significaba que estaba nerviosa.

—¿Y si sabe que no hay una emergencia real?

—No es tan inteligente. Si te caes, te agarra. No hacen falta trucos.

Shay se encogió de hombros y se lo puso.

Habían tomado el arnés prestado de la escuela de Bellas Artes, el edificio más alto de Feópolis. Era una pieza sobrante procedente del sótano, y ni siquiera habían tenido que trucar el perchero para soltarlo. Desde luego, Tally no quería que la sorprendiesen tramando algo con las alarmas de incendio, por si los guardas la relacionaban con el incidente que se había producido en Nueva Belleza a principios del verano.

Shay se puso una enorme camiseta de béisbol encima del arnés de salto. Llevaba los colores de su residencia, y ninguno de los profesores de allí conocía su cara muy bien.

—¿Cómo me queda?

—Como si hubieras ganado peso. Te queda bien.

Shay frunció el ceño. Detestaba que la llamasen Insecto Palo, u Ojos de Cerdo, o cualquiera de las otras cosas que los imperfectos se llamaban entre sí. A veces Shay afirmaba que le daba igual operarse o no. Era hablar por hablar, por supuesto. Shay no era precisamente un monstruo, pero tampoco una perfecta de nacimiento. Al fin y al cabo, solo había habido diez casos así en toda la historia.

—¿Quieres saltar tú, Bizca?

—He estado allí y también he saltado, Shay, incluso antes de conocerte. Y fuiste tú la que tuvo esta idea tan genial.

El ceño fruncido de Shay dio paso a una sonrisa.

—Es genial, ¿verdad?

—Nunca sabrán qué les cayó encima.

Esperaron a que los nuevos imperfectos estuviesen sentados en torno a las mesas de trabajo de la biblioteca para ver un vídeo orientativo. Shay y Tally estaban tumbadas boca abajo en el piso de arriba, junto a los estantes en que se guardaban los viejos y polvorientos libros de papel, atisbando a través de la barandilla. Esperaron a que el guía de la visita hiciese callar a los imperfectos, que parloteaban.

—Resulta demasiado fácil —dijo Shay pintándose unas cejas gruesas y negras encima de las suyas.

—Fácil para ti. Tú habrás salido por la puerta antes de que nadie sepa lo que ha pasado. Yo tengo que bajar todas las escaleras.

—¿Y qué, Tally? ¿Qué van a hacer si nos pillan?

Tally se encogió de hombros.

—Es verdad.

Aun así, se puso la peluca de color marrón pardusco.

A lo largo del verano, a medida que los últimos mayores cumplían dieciséis años y se volvían perfectos, las bromas se habían vuelto cada vez más pesadas. Como nunca castigaban a nadie, la promesa que Tally le hizo a Peris de no meterse en líos parecía tener siglos de antigüedad. Una vez que fuese perfecta, no importaría nada de lo que hubiese hecho aquel último mes. Estaba deseando dejarlo todo atrás, no sin tener antes un gran final.

Pensando en Peris, Tally se puso una gran nariz de plástico. La noche anterior habían saqueado la sala de teatro de la residencia de Shay e iban cargadas de complementos para disfrazarse.

—¿Lista? —preguntó.

Luego se rió al oír el tono nasal que la nariz postiza le daba a su voz.

—Un momento. —Shay agarró un libro grande y grueso de la estantería—. Vale, que empiece el espectáculo.

Se pusieron en pie.

—¡Dame ese libro! —le gritó Tally a Shay—. ¡Es mío!

Oyó que los imperfectos se quedaban en silencio, y tuvo que resistirse a bajar la vista para ver sus caras vueltas hacia arriba.

—¡Ni hablar, Nariz de Cerdo! Yo lo he sacado primero.

—¿Estás de broma, Gordita? ¡Ni siquiera sabes leer!

—Ah, ¿sí? ¡Pues lee esto!

Shay le tiró el libro a Tally, que se agachó. Esta lo cogió de un tirón, se lo arrojó a su vez y alcanzó a Shay de pleno en los antebrazos levantados. Shay rodó hacia atrás al recibir el impacto y dio la vuelta completa sobre el pasamanos.

Tally se inclinó hacia delante con los ojos abiertos como platos mientras Shay se desplomaba hacia la planta principal de la biblioteca, tres pisos más abajo. Los nuevos imperfectos chillaron al mismo tiempo, dispersándose para alejarse del cuerpo descontrolado que caía en picado hacia ellos.

Un segundo más tarde, se activó el arnés de salto, y Shay se movió hacia arriba en el aire, riendo como una loca a voz en cuello. Tally esperó unos segundos más, contemplando cómo el horror de los imperfectos se convertía en confusión mientras Shay volvía a botar antes de aterrizar sobre una de las mesas y dirigirse a la puerta. Tally dejó caer el libro y se lanzó hacia las escaleras, que saltó de tramo en tramo hasta llegar a la salida trasera de la residencia.

—¡Oh, ha sido perfecto!

—¿Has visto qué caras?

—La verdad es que no —dijo Shay—. Demasiado ocupada estaba viendo cómo el suelo se tiraba hacia mí.

—Sí, a mí me pasó lo mismo cuando salté de la azotea. Llama la atención.

—Hablando de caras, me encanta tu nariz.

Tally se la quitó entre risas.

—Sí, no tiene sentido seguir más fea de lo habitual.

El rostro de Shay se ensombreció. Se limpió una ceja y luego alzó la mirada.

—No eres fea.

—Oh, vamos, Shay.

—No, lo digo en serio —dijo antes de alargar la mano y tocar la verdadera nariz de Tally—. Tienes un perfil estupendo.

—No digas tonterías, Shay. Yo soy fea y tú eres fea. Lo seremos durante dos semanas más. No pasa nada —respondió ella echándose a reír—. Tú, por ejemplo, tienes las cejas desiguales, una gigantesca y otra diminuta.

Shay apartó la mirada mientras se quitaba el resto del disfraz en silencio.

Estaban escondidas en los vestuarios situados junto a la playa arenosa, donde habían dejado los anillos de comunicación y la ropa de recambio. Si alguien preguntaba, dirían que se habían pasado todo el tiempo nadando. Nadar era un buen ardid, porque ocultaba el calor corporal, implicaba cambiarse de ropa y era una excusa perfecta para no llevar el anillo de comunicación. El río lavaba todos los delitos.

Al cabo de un minuto, se tiraron al agua chapoteando y hundieron los disfraces. El arnés de salto volvería al sótano de la escuela de Bellas Artes esa noche.

—Hablo en serio, Tally —dijo Shay una vez en el agua—. Tu nariz no es fea y también me gustan tus ojos.

—¿Mis ojos? Ahora sí que te has vuelto loca del todo. Están demasiado juntos.

—¿Quién lo dice?

—Lo dice la biología.

Shay le echó agua.

—No irás a creerte todas esas tonterías, ¿verdad? ¿No ves que todo el mundo está programado para creer que solo se puede tener un aspecto?

—No se trata de creerlo, Shay. Se sabe y ya está. Tú has visto a los perfectos. Tienen un aspecto… maravilloso.

—Todos tienen el mismo aspecto.

—Yo también lo creía. Pero cuando Peris y yo fuimos a la ciudad vimos a muchos, y nos dimos cuenta de que en realidad los perfectos tienen aspectos distintos. Se parecen a sí mismos. Es mucho más sutil, porque no son todos monstruos.

—Nosotras no somos monstruos, Tally. Somos normales. Puede que no seamos guapísimas, pero al menos no somos muñecas Barbie.

—¿Qué es eso?

Ella desvió la mirada.

—Es algo de lo que me habló David.

—Oh, fantástico. Otra vez David.

Tally se apartó y se puso a flotar de espaldas, mirando al cielo y deseando que terminase aquella conversación. Habían ido a las ruinas unas cuantas veces más, y Shay siempre insistía en encender una bengala, pero David nunca había aparecido. Todo aquello de esperar en la ciudad muerta a un tipo que no parecía existir le ponía a Tally la carne de gallina. Era estupendo explorar allí, pero la obsesión de Shay por David había empezado a agobiar a Tally.

—Es real. Lo he visto más de una vez.

—Está bien, Shay, David es real. Pero ser imperfecto también. No puedes cambiarlo solo con desearlo o con decirte que eres perfecto. Por eso inventaron la operación.

—Pero es un engaño, Tally. Te has pasado toda la vida viendo solo caras perfectas. Tus padres, tus profesores, todos los mayores de dieciséis años. Pero no naciste esperando esa clase de perfección en todo el mundo todo el tiempo. Simplemente te han programado para pensar que todo lo demás es imperfecto.

—No es programación, es solo una reacción natural. Y, lo que es aún más importante, es justo. Antiguamente, todo era casual, algunas personas eran bastante bellas, y la mayoría eran feas durante toda su vida. Ahora todas son feas… hasta que son perfectas. No hay perdedores.

Shay se quedó callada un rato.

—Hay perdedores, Tally —dijo luego.

Tally se estremeció. Todo el mundo había oído hablar de los imperfectos de por vida, las pocas personas para las que no funcionaba la operación. No se les veía mucho por ahí. Podían aparecer en público, aunque la mayoría preferían esconderse. ¿Quién no lo habría preferido? Los imperfectos podían parecer bobos, pero al menos eran jóvenes. Los imperfectos viejos eran realmente increíbles.

—¿Es eso? ¿Te preocupa que la operación no funcione? Eso es una tontería, Shay. No eres ningún monstruo. Dentro de dos semanas serás tan perfecta como cualquiera.

—No quiero ser perfecta.

Tally suspiró. Otra vez la misma cantinela.

—Estoy harta de esta ciudad —continuó Shay—. Estoy harta de normas y límites. Lo último que quiero es convertirme en una nueva perfecta boba que se pasa el día entero en una gran fiesta.

—Vamos, Shay. Hacen las mismas cosas que nosotras: saltar desde edificios, volar, jugar con fuegos artificiales… La diferencia es que no tienen que hacerlo a escondidas.

—No tienen imaginación para hacerlo a escondidas.

—Mira, Flaca, estoy contigo —dijo Tally secamente—. ¡Hacer bromas es fantástico!, ¿vale? ¡Incumplir las normas es divertido! Pero al final tienes que hacer algo más que ser una imperfecta lista.

—¿Como ser una perfecta insulsa y aburrida?

—No, como ser una adulta. ¿Has pensado alguna vez que cuando seas perfecta quizá no tengas necesidad de gastar bromas ni de fastidiar? Quizá ser feos es la razón de que los imperfectos siempre se peleen y se metan unos con otros, porque no se sienten felices con lo que son. Bueno, pues yo quiero ser feliz, y parecer una persona de verdad es el primer paso.

—A mí no me da miedo tener el aspecto que tengo, Tally.

—Tal vez no, ¡pero te da miedo crecer!

Shay no dijo nada. Tally flotó en silencio, mirando al cielo, casi incapaz de ver las nubes a causa de su rabia. Quería ser perfecta, quería volver a ver a Peris. Parecía haber pasado una eternidad desde que habló con él, o con alguien que no fuera Shay. Estaba harta de todo aquel asunto de los imperfectos, y solo quería que terminase ya.

Al cabo de un minuto, oyó que Shay nadaba hacia la orilla.