Zane se echó atrás, entrecerrando los ojos.
—Ah, lo siento —masculló Tally—. No sé qué…
Tally se calló, al tiempo que Zane asentía lentamente.
—No, no pasa nada.
—No quería… —comenzó a decir Tally, pero Zane hizo un gesto con la mano para que guardara silencio, mientras sus hermosas facciones adoptaban un semblante pensativo. Con los ojos clavados en el suelo empezó a arrancar briznas de hierba.
—Ahora recuerdo —dijo.
—¿Qué recuerdas?
—Ése era su nombre.
—¿El nombre de quién?
Zane habló en un tono quedo, como si hubiera alguien durmiendo cerca y no quisiera despertarlo.
—De la persona que se suponía que iba a llevarnos hasta el Humo. David.
Tally se oyó a sí misma ahogar un grito silencioso. Tenía los ojos entrecerrados, como si el sol hubiera aumentado su potencia. Aún sentía el roce de los labios de Zane en los suyos, el calor de sus manos allí donde la habían tocado, pero de repente estaba temblando.
Tally cogió la mano de Zane.
—No quería decir eso.
—Lo sé. Pero a veces las cosas vuelven a la memoria. —Zane levantó la vista de la hierba; sus ojos dorados se veían brillantes—. Háblame de David.
Tally tragó saliva y se apartó.
David. Era como si lo viera, con su graciosa narizota y su frente alta, los zapatos hechos a mano que llevaba puestos y una chaqueta confeccionada con retazos de pieles de animales muertos. David se había criado en el Humo, y no había puesto un pie en una ciudad en toda su vida. Su rostro era imperfecto de arriba abajo, con la piel demasiado bronceada por el sol y una cicatriz que le partía la ceja…, pero al recordarlo algo se encendió en el interior de Tally.
Movió la cabeza de un lado a otro con gesto de asombro. De algún modo había olvidado a David.
—Lo conociste en las Ruinas Oxidadas, ¿verdad? —insistió Zane.
—No —respondió Tally—. Shay me había hablado de él, y en una ocasión trató de hacerle una señal, pero él nunca apareció. Sin embargo, fue él quien llevó a Shay al Humo.
—Se suponía que iba a llevarme a mí también. —Zane suspiró—. Pero tú fuiste al Humo sola, ¿no?
—Sí. Pero cuando llegué allí, él y yo… —De repente lo recordó todo. Parecía que hubiera ocurrido hacía miles de años, pero ahora se veía a sí misma, su yo imperfecto, besando a David y viajando a solas con él en plena naturaleza durante semanas. Aquel recuerdo hizo que se estremeciera al revivir la relación tan intensa y perdurable que sentía que había tenido con él.
Y luego, sin saber por qué, David había desaparecido.
—¿Dónde está ahora? —preguntó Zane—. ¿Lo cogieron los especiales cuando desmantelaron el Humo?
Tally negó con la cabeza. Los otros recuerdos que tenía de David eran vagos y escabrosos, pero el momento en que se habían separado sencillamente se había… esfumado.
—No lo sé.
Tally sintió que se mareaba, y que el mundo se volvía cada vez más inestable por enésima vez aquel día. Alargó el brazo hacia la bandeja del desayuno, pero Zane le cogió la mano.
—No, no comas.
—¿Qué?
—No comas más, Tally. Ten, tómate un par de estos. —Zane sacó un paquete de purgantes de calorías del bolsillo, donde faltaban cuatro comprimidos—. Va bien que se te acelere el corazón. —Zane sacó dos píldoras más y las engulló con un sorbo de café.
—¿Va bien para qué? —inquirió Tally.
Zane se señaló la cabeza.
—Para pensar. El hambre centra la mente. De hecho, sirve cualquier tipo de estímulo. —Zane exhibió una amplia sonrisa, poniéndole el paquete de purgantes en la mano—. Como besar a alguien nuevo. Eso va realmente bien.
Tally miró los purgantes sin entender. El fulgor del papel de plata al sol le molestaba a la vista, y notaba los bordes del paquete afilados como una hoja de afeitar.
—Pero si apenas he comido. Desde luego, no lo suficiente como para engordar.
—No se trata de adelgazar. Necesito hablar contigo, Tally. Necesito que estés conmigo un rato más. Llevo mucho tiempo esperando a alguien como tú. Te necesito… chispeante.
—¿Y se supone que los purgantes sirven para ello?
—Ayudan. Ya te lo explicaré después. Tú confía en mí, Tally-wa. —Zane fijó la mirada en ella con una intensidad casi demente, como cuando explicaba a los rebeldes una nueva idea para hacer otra de las suyas. Podía resultar difícil resistirse a él cuando se ponía así, aun cuando su actitud no tuviera ningún sentido.
—Está bien, supongo. —Con dedos torpes, Tally sacó dos comprimidos del paquete y se los llevó a la boca, pero vaciló. Se suponía que no había que tomarlos si uno no había comido. Era peligroso. En tiempos de los oxidados, antes de la operación, cuando todo el mundo era imperfecto, se daba una enfermedad en personas que se privaban deliberadamente de comer. Les daba tanto miedo engordar que se quedaban escuálidas, en ocasiones hasta el punto de morirse de hambre en un mundo lleno de comida. Era uno de los horrores que se habían eliminado con la operación.
Pero un par de purgantes no la matarían. Zane le pasó su café y Tally se las tomó con un sorbo, haciendo una mueca al notar el sabor ácido.
—Está fuerte, ¿eh?
Al cabo de un instante el corazón comenzó a latirle más rápido y su metabolismo reaccionó. Reparó en su agudeza visual. Al igual que le había ocurrido la noche anterior, sintió como si le hubieran quitado de los ojos una fina película de plástico que se interponía entre ella y el resto del mundo. Tally entrecerró aún más los ojos ante la intensidad de la luz del sol.
—Vale —dijo Zane—. ¿Qué es lo último que recuerdas de David?
Tally trató de controlar el temblor de sus manos, estrujándose la cabeza para sacar algo en claro de entre sus nebulosos recuerdos de imperfecta.
—Estábamos todos en las ruinas —comenzó a explicar—. ¿Recuerdas la historia de Shay, de cómo la secuestramos?
Zane asintió, aunque Shay tenía más de una manera de contar aquella historia. En algunas versiones, la habían secuestrado Tally y los habitantes del Humo, sacándola directamente de la sede central de Circunstancias Especiales. En otras versiones era ella quien había abandonado la ciudad para rescatar a Tally de los habitantes del Humo y luego escapar juntas de vuelta a la ciudad. Naturalmente, las historias de Shay no eran las únicas que se veían alteradas según la ocasión. Los rebeldes siempre exageraban sus relatos sobre el pasado, porque la gracia estaba en que quedaran chispeantes. Pero Tally intuía que Zane quería la verdad.
—Los especiales habían destruido el Humo —prosiguió—. Pero aún quedábamos unos cuantos escondidos en las ruinas.
—El Nuevo Humo. Así era como os llamaban los imperfectos.
—Así es. Pero ¿cómo sabes tú eso? ¿Entonces no eras ya perfecto?
Zane sonrió.
—¿Crees que eres la única nueva perfecta a la que he convencido para que me cuente sus historias, Tally-wa?
—Ah. —Recordando el beso de hacía un instante, Tally se preguntó qué habría hecho Zane exactamente para lograr convencer a los otros de que recordaran su pasado como imperfectos.
—Pero ¿por qué volviste a la ciudad? —le preguntó Zane—. No me digas que en realidad fue Shay quien te rescató a ti.
Tally negó con la cabeza.
—No lo creo.
—¿Los especiales te cogieron? ¿Pillaron también a David?
—No. —La negación brotó de los labios de Tally sin vacilación. Por muy confusos que fueran sus recuerdos, David seguía allí fuera, en alguna parte, de eso estaba convencida. En su mente lo veía ahora con claridad, oculto entre las ruinas.
—Dime, Tally, ¿por qué volviste aquí y te rendiste?
Zane seguía sosteniendo la mano de Tally, y se la apretó con fuerza mientras esperaba su respuesta. Su rostro volvía a estar cerca del de ella, con sus ojos dorados relucientes en la sombra moteada, absorbiendo todo lo que decía Tally. Sin embargo, no sabía por qué, pero los recuerdos no acudían a su memoria. Pensar en aquella época era como golpearse la cabeza contra la pared.
Tally se mordió el labio.
—¿Cómo es que no lo recuerdo? ¿Qué me pasa, Zane?
—Esa es una buena pregunta. Pero sea lo que sea, nos pasa a todos.
—¿A quién? ¿A los rebeldes?
Zane negó con la cabeza, levantando la vista hacia las agujas de las torres de fiesta que se alzaban imponentes sobre ellos.
—No solo a nosotros. A todo el mundo. Por lo menos, a todos los que estamos en Nueva Belleza. La mayoría ni siquiera consiente en hablar de cuando eran imperfectos. Dicen que no quieren hablar de cosas aburridas del pasado.
Tally asintió. De eso se había percatado enseguida tras su llegada a Nueva Belleza; aparte de los rebeldes, hablar de cuando uno era imperfecto quedaba totalmente desfasado.
—Pero, cuando los presionas —continuó Zane—, resulta que la mayoría son incapaces de recordar.
Tally frunció el ceño.
—Pero los rebeldes siempre hablamos del pasado.
—Todos éramos alborotadores —respondió Zane—. Por eso tenemos relatos llenos de emoción almacenados en nuestras cabezas. Pero no hay que dejar de contar esas historias, de escucharse unos a otros y de infringir las normas. No hay que dejar de ser chispeante, de lo contrario uno olvida poco a poco todo aquello. Para siempre.
Al retomar Zane su poderosa mirada, Tally de repente se dio cuenta de algo.
—Para eso estáis los rebeldes, ¿no es así?
Zane asintió.
—Así es, Tally… para no olvidar, y para ayudarme a entender qué nos pasa.
—¿Y cómo es que tú… qué es lo que te hace tan distinto?
—Otra buena pregunta. Tal vez naciera ya así, o tal vez sea porque me hice una promesa a mí mismo después de que me rajara aquella noche la primavera pasada. Me dije que un día me marcharía de la ciudad, fuera perfecto o no. —La voz de Zane se fue apagando a medida que pronunciaba las últimas palabras, y expulsó el aire entre los dientes—. Pero resultó ser más duro de lo que pensaba. Las cosas se volvieron muy aburridas durante un tiempo, y comencé a olvidar. —Zane se animó—. Pero entonces apareciste tú, con tus disparatadas historias sin sentido. Ahora las cosas sí que son chispeantes.
—Supongo que lo son. —Tally se miró la mano que reposaba en la de Zane—. ¿Puedo hacerte una pregunta más, Zane-la?
—Pues claro. —Zane sonrió—. Me gustan tus preguntas.
Tally apartó la mirada, un tanto avergonzada.
—Cuando me has besado hace un momento, ¿lo has hecho para mantenerte chispeante y ayudarme a recordar? ¿O ha sido…? —La voz de Tally se fue apagando mientras miraba nerviosa a los ojos de Zane, quien sonrió con gesto burlón.
—¿Tú qué crees?
Pero no le dio tiempo a contestar. La cogió por los hombros y, atrayéndola hacia sí, la besó de nuevo, esta vez con más intensidad, mezclándose el calor de sus labios con la fuerza de sus manos, el sabor a café de su boca y el olor de su cabello.
Cuando se acabaron de besar, Tally se echó hacia atrás y respiró hondo, ya que el beso la había dejado completamente sin oxígeno. Pero había hecho que se sintiera chispeante, más que los purgantes de calorías o más incluso que saltar desde la aguja de la torre de fiesta la noche anterior. Y recordó algo que debería haber mencionado, aunque hasta ese momento había evitado hablar de ello.
Y se trataba de algo que iba a alegrar el día a Zane.
—Croy me dijo anoche que tenían algo para mí —explicó Tally—, pero no me dijo qué era. Iba a dejarlo aquí, en Nueva Belleza, escondido para que los guardianes no lo encontraran.
—¿Algo del Nuevo Humo? —A Zane se le salieron los ojos de las órbitas—. ¿Dónde?
—En Valentino 317.