Había una hermosa princesa encerrada en una torre alta, una torre con muros de piedra y frías estancias vacías que no hablaban. Ante la falta de ascensor e incluso de una escalera de incendios, Tally se preguntó cómo habría llegado la princesa hasta allí.
Pero allí estaba, en lo alto de la torre. Sin arnés de salto y profundamente dormida.
La torre estaba custodiada por un dragón con ojos de piedras preciosas y rasgos crueles y hambrientos. La brutal brusquedad con la que se movía aquella criatura hacía que a Tally se le revolviera el estómago. Aun dormida, reconoció al dragón. Se trataba de un perfecto cruel, un agente de Circunstancias Especiales, o quizá un grupo de ellos enrollados en una serpiente gris de escamas de seda.
Y en un sueño como aquel no podía faltar un príncipe.
El joven logró sortear al dragón, no tanto dándole muerte como arrastrándose con sigilo para luego trepar por el muro de piedra, ya viejo y medio desmoronado, gracias a las grietas que fue encontrando a medida que ascendía. El príncipe subió hasta lo alto de la imponente torre sin dificultad, dedicando tan solo una divertida mirada al dragón, que permaneció en todo momento abajo, distraído por una multitud de ratas juguetonas que correteaban entre sus garras.
El príncipe se metió por una ventana alta que había en el muro y se acercó a la princesa para besarla, lo que bastó para que ella despertara, llegando así al final de la historia. Bajar de la torre y esquivar al dragón no resultó ser ningún problema, pues se trataba de un sueño, no de una película o ni siquiera un cuento de hadas, y con un solo beso se acabó todo, como en un típico final feliz.
Salvo por una cosa.
El príncipe era totalmente imperfecto.
Tally se despertó con un dolor punzante en la cabeza.
Al ver su reflejo en la pared de espejo, recordó que aquel dolor no se debía a una simple resaca. Y descubrió que recibir un golpe en la cabeza no tenía nada de perfecto. Tal como los guardianes le habían advertido que podría ocurrir, la piel pulverizada sobre su ojo se veía ahora roja e inflamada. Tendría que ir a una sala de cirugía para que borraran la cicatriz por completo.
Pero Tally decidió no hacerlo todavía. Como le había dicho Peris, quedaba totalmente rebelde. Sonrió al recordar su nuevo estatus. La cicatriz era perfecta.
Tenía una montaña de mensajes de otros rebeldes, felicitaciones en tono embriagado e informes sobre comportamientos cada vez más alocados a medida que avanzaba la fiesta (aunque ninguno tan chispeante como su salto desde la torre con Peris). Tally escuchó los mensajes con los ojos cerrados, sumiéndose en el bullicio que se oía de fondo, encantada de la conexión que tenía con los demás aunque hubiera vuelto a casa más temprano. Eso era lo que significaba ser admitido en una camarilla: saber que uno tenía amigos hiciera lo que hiciera.
Zane había dejado tres mensajes, el último para preguntarle si querría desayunar con él aquella mañana. Por la voz, no parecía estar tan borracho como los demás, así que tal vez ya estuviera despierto.
Zane contestó a su llamada.
—¿Cómo estás?
—Sin cara —respondió Tally—. ¿Te contó Peris el golpe que me llevé en la cabeza?
—Sí. De hecho, sangraste, ¿no?
—Mucho.
—Vaya. —La voz de Zane sonaba entrecortada en su oído, con aquel encanto suyo tan irresistible—. Aun así, el salto estuvo genial. Me alegro de que… Pues eso, de que no murieras.
Tally sonrió.
—Gracias.
—Bueno, ¿has leído lo del misterio de la fiesta?
Entre los mensajes había uno que era un comunicado, pero Tally no se había sentido con ánimo para leerlo.
—¿Qué misterio?
—Resulta que alguien pirateó el correo ayer y envió esa nueva invitación, la que decía que había que ir disfrazado. Todos los del Comité de Fiestas de Valentino pensaban que la idea había sido de otro, así que le siguieron la corriente. Pero nadie sabe de quién se trata. Es mareante, ¿verdad?
Tally pestañeó, viendo de repente la habitación desenfocada. «Mareante» era una descripción muy apropiada. La palabra pareció dar vueltas a su alrededor, como si Tally estuviera dentro del estómago de algo grande y fuera de control. Solo los imperfectos hacían cosas como piratear el correo. Y solo se le ocurría una persona a la que le interesara que la celebración de Valentino se convirtiera en una fiesta de disfraces: Croy, con su máscara de perfecto cruel y sus extraños ofrecimientos.
Lo que significaba que todo tenía que ver con Tally Youngblood.
—Menuda farsa.
—Ya lo creo. ¿Tienes hambre?
Tally asintió, notando que la cabeza comenzaba a dolerle de nuevo. Por la ventana veía alzarse las esbeltas torres de fiesta de la Mansión Garbo. Tally se quedó mirándolas, como si centrando la vista en ellas pudiera hacer que el mundo no diera tantas vueltas. Seguro que estaba haciendo un drama de lo ocurrido; a fin de cuentas, no todo tenía que ver con ella. Podrían haber sido unos imperfectos que querían gastar una broma en vano, o alguien del Comité de Fiestas de Valentino al que le había fallado la cabeza.
Pero, aun en el caso de que hubiera sido un simple fallo, seguro que Croy tenía planeado de antemano lo del disfraz. En las Ruinas Oxidadas y los páramos donde se escondían los habitantes del Humo no había agujeros en la pared; uno tenía que hacerlo todo con las manos, lo que costaba tiempo y esfuerzo. Y Croy no había elegido un disfraz cualquiera… Tally recordó los fríos ojos semejantes a piedras preciosas y se sintió mareada.
Puede que se le pasara comiendo.
—Un hambre atroz. Vamos a desayunar.
Quedaron en el parque Denzel, un jardín del placer que se extendía serpenteante desde el centro de la ciudad de Nueva Belleza hasta la Mansión Valentino. La mansión en sí se hallaba oculta entre los árboles, pero en lo alto del edificio se veía la torre de transmisión, con la anticuada bandera de Valentino ondeando con el viento frío que soplaba. En el parque apenas quedaba rastro de los destrozos de la noche anterior salvo por unas cuantas zonas ennegrecidas, vestigios de las hogueras que habían hecho los juerguistas. Un robot de mantenimiento planeaba sobre un círculo de cenizas, valiéndose de sus pinzas para removerlo con movimientos meticulosos y rociando semillas en la tierra quemada.
Ante la sugerencia de Zane de hacer un picnic, Tally no había podido evitar arquear las cejas (un gesto que le arrancó una exclamación de dolor), pero pasear al aire libre le vino bien para despejarse. Las pastillas que le habían dado los guardianes acallaban el dolor de la herida, pero no tenían efecto alguno sobre la sensación de embotamiento que la invadía. En la ciudad de Nueva Belleza corría el rumor de que los médicos sabían cómo poner remedio a las resacas, pero lo mantenían en secreto por principio.
Zane llegó puntual, con el desayuno meneándose ligeramente detrás de él con la fría brisa. Al acercarse se le pusieron los ojos como platos cuando vio la cicatriz que tenía Tally en la frente. En un acto reflejo extendió una mano, casi como si quisiera tocarla.
—Queda falso, ¿eh? —dijo Tally.
—Es de rebelde total —opinó Zane, con los ojos aún desorbitados.
—Aunque no es para tantos milihelens, ¿verdad?
Zane se quedó pensativo durante un instante.
—Yo no lo mediría en helens, aunque no sé qué podría emplear para ello. Algo más chispeante.
Tally sonrió; Peris había acertado plenamente al sugerirle que esperara para arreglarse la cara. La fascinación que mostraba Zane ante la cicatriz lo hacía aún más guapo, y la expresión que vio Tally en su rostro le hizo sentir un cosquilleo, como si estuviera en el centro de todo, pero sin la sensación de mareo.
Los retoques que Zane se había hecho para la fiesta de disfraces habían desaparecido; sus labios volvían a verse tan carnosos como era habitual en un perfecto. Con todo, Zane siempre tenía un aspecto extremo a la luz del día. Sus facciones contrastaban unas con otras, con un mentón y unos pómulos angulosos y una frente alta. Su tez presentaba el mismo tono aceitunado que la de los demás, pero a pleno sol, en contraste con su pelo oscuro, parecía más pálida. Las directrices que se aplicaban en la operación impedían ponerse el cabello negro azabache, pues el Comité lo consideraba demasiado extremo, pero Zane se lo teñía con tinta de caligrafía. Para colmo, no comía mucho, lo que contribuía a que tuviera los rasgos marcados y una mirada intensa. De todos los imperfectos que Tally había conocido desde la operación, él era el único con un aspecto realmente destacado.
Quizá fuera por ello por lo que era el jefe de los rebeldes; había que ser distinto a los demás para ser un verdadero rebelde. Los ojos dorados de Zane parpadearon en busca de un lugar, hasta que finalmente se posaron en la sombra moteada de un frondoso roble.
Se sentaron sobre la hierba y las hojas, y Tally aspiró la fragancia del rocío y la tierra. El desayuno se instaló entre ellos, desprendiendo calor procedente de las resistencias incandescentes que impedían que los huevos revueltos y el salteado de patatas con cebolla se enfriaran y quedaran viscosos.
Tally llenó un plato térmico con huevos, queso y rodajas de aguacate, y se metió medio bollo en la boca. Al alzar la vista hacia Zane, vio que él no tenía en la mano más que una taza de café, y se preguntó si comer como una glotona quedaría falso.
Pero ¿qué importaba? Ahora era una rebelde, se recordó a sí misma, votada por todos y con todas las de la ley. Y, a fin de cuentas, estaba allí porque Zane se lo había pedido, porque quería salir con ella. Ya era hora de que dejara de preocuparse por ser aceptada y comenzara a pasárselo bien. Había cosas peores que estar sentada en un parque perfecto bajo la atenta mirada de un chico guapo.
Tally devoró el resto del bollo, que estaba calentito por dentro y tenía chocolate medio derretido, y cogió el tenedor para atacar los huevos. Confió en que el desayuno incorporara purgantes de calorías. Éstos funcionaban mejor si se tomaban justo después de comer, y ella estaba dispuesta a hincharse. Puede que la pérdida de sangre hiciera que uno se muriera de hambre.
—¿Y quién era ese que apareció anoche en la fiesta? —preguntó Zane.
Tally, que seguía masticando, se limitó a encoger los hombros, pero Zane aguardó pacientemente a que tragara.
—Un imperfecto pesado —dijo Tally finalmente.
—Me lo figuraba. ¿A quién sino iban a perseguir los especiales? ¿Lo conocías?
Tally apartó la vista. Era embarazoso que a uno le siguiera su pasado imperfecto desde el otro lado del río, al menos en persona. Pero Peris le había oído hablar de ello con los guardianes la noche anterior, así que sería falso mentir a Zane.
—Sí, supongo que sí. Del Humo. Se llamaba Croy.
El rostro de Zane adoptó una extraña expresión. Sus ojos dorados se clavaron en el horizonte, en busca de algo. Al cabo de un instante asintió.
—Yo también lo conocía.
Tally se quedó inmóvil, con el tenedor a mitad de camino de la boca.
—Lo dices en broma.
Zane negó con la cabeza.
—Pero yo pensaba que nunca habías huido —dijo Tally.
—Así es. —Zane flexionó las piernas y se rodeó las rodillas con uno de sus largos brazos mientras tomaba un sorbo de café—. En cualquier caso, nunca he pasado de las Ruinas Oxidadas. Pero Croy y yo éramos amigos de pequeños, y vivíamos en la misma residencia de imperfectos.
—Qué… curioso. —Tally se metió finalmente el tenedor en la boca y masticó los huevos despacio. La ciudad tenía un millón de habitantes, y Zane había conocido a Croy—. Ya es casualidad —dijo en voz baja.
Zane volvió a negar con la cabeza.
—No es casualidad, Tally-wa.
Tally dejó de masticar, notando que los huevos le sabían raro, como si todo fuera a darle vueltas de nuevo. Últimamente el mundo había perdido el norte con tantas casualidades.
—¿A qué te refieres?
Zane se inclinó hacia delante.
—Tally, tú ya sabes que Shay vivía en mi residencia, ¿verdad? Antes, cuando éramos imperfectos.
—Pues claro —respondió Tally—. Así es como conectó con vosotros cuando llegó aquí. —Tally se detuvo un instante antes de darse cuenta de que poco a poco comenzaba a entender. Los recuerdos del Humo siempre afloraban con la lentitud con la que uno tarda en volver en sí tras perder el conocimiento, como suben las burbujas por un líquido denso y viscoso.
—Estando en el Humo —comenzó a decir Tally con prudencia—, Shay me presentó a Croy. Eran viejos amigos. ¿Así que os conocíais los tres?
—Sí, así es. —Zane torció el gesto, como si se le hubiera metido algo podrido en el café.
Tally bajó la vista a su plato con tristeza. Mientras Zane seguía hablando, tuvo la misma sensación que la noche anterior al ver que toda la historia falsa del verano anterior se empeñaba en ser revivida en contra de su voluntad.
—En mi residencia éramos seis —explicó Zane—. Entonces también nos hacíamos llamar rebeldes, y gastábamos los típicas bromas de imperfectos: escaparnos por la noche, burlar la vigilancia de los guardianes, cruzar el río para espiar a los nuevos perfectos…
Tally asintió, recordando los relatos de Shay sobre su vida antes de que se conocieran.
—¿E ir a las Ruinas Oxidadas?
—Sí, después de que unos imperfectos más mayores nos enseñaran cómo ir. —Zane levantó la vista hacia la colina sobre la que se alzaba Nueva Belleza—. Estar allí fuera hace que te des cuenta de lo grande que es el mundo. En aquella antigua ciudad oxidada vivían veinte millones de personas. En comparación, este es un lugar diminuto.
Tally cerró los ojos y dejó el tenedor en el plato, sintiendo que perdía el apetito por momentos. Después de todo lo que había sucedido la noche anterior, quizá desayunar con Zane no había sido tan buena idea. A veces parecía pensar que aún era un imperfecto y trataba de quedar chispeante, reprimiendo la diversión sana de ser perfecto. Por eso se le daba tan bien liderar a los rebeldes, claro. Pero en la intimidad podía resultar mareante.
—Ya, pero todos los oxidados murieron —repuso Tally en voz baja—. Había demasiados, y eran tontos de remate.
—Lo sé, lo sé. Estuvieron a punto de destruir el mundo —dijo Zane como si recitara, antes de dar un suspiro—. Pero ir a las ruinas a escondidas ha sido lo más emocionante que he hecho en toda mi vida.
A Zane se le iluminó la mirada al decir aquello, y Tally recordó sus propias escapadas a las ruinas, y el estado de alerta máxima que mantenía en tensión todo su cuerpo ante el majestuoso vacío de la ciudad fantasma, con aquella sensación de que podía acecharle un peligro real en cualquier momento, tan diferente de la inocua emoción que uno sentía al montar en globo o saltar al vacío.
Tally se estremeció, evocando aquella excitación del pasado al tiempo que miraba a Zane a los ojos.
—Sé a lo que te refieres.
—Y yo sabía que no volvería allí nunca más tras la operación. Los nuevos perfectos no juegan a esas cosas. Así que, cuando me quedaba poco para cumplir los dieciséis, comencé a pensar en dejar la ciudad para vivir en plena naturaleza. Por lo menos, un tiempo.
Tally asintió lentamente. Recordó que Shay le había contado lo mismo cuando se habían conocido, con aquellas palabras que le incitaron a seguir el camino hasta el Humo.
—¿Y convenciste a Shay, Croy y los demás para que fueran contigo?
—Lo intenté. —Zane se echó a reír—. Al principio pensaban que estaba loco, porque no se puede vivir a la intemperie. Pero una vez allí conocimos a aquel tipo que…
—Para —dijo Tally. De repente, sintió que el corazón le latía muy rápido, como cuando uno tomaba un purgante y el metabolismo se ponía en marcha para quemar las calorías. Se notó la cara húmeda, azotada por una repentina brisa fría. Se notó las mejillas mojadas, pero los rostros de los perfectos no sudaban…
Tally pestañeó, apretando los puños hasta que se le clavaron las uñas en la palma de las manos. No sabía por qué, pero el mundo había cambiado. La luz del sol se filtraba con dureza en forma de puntitos entre el follaje del árbol mientras trataba de respirar hondo y despacio. Recordó entonces que la noche anterior le había ocurrido lo mismo al ver a Croy.
—¿Tally? —dijo Zane.
Tally movió la cabeza de un lado a otro, dándole a entender que no quería que dijera nada. No sobre nadie a quien hubiera conocido en las Ruinas Oxidadas. Se oyó a sí misma hablándole deprisa para que guardara silencio, repitiendo lo que Shay le había contado.
—Oíste hablar del Humo, ¿verdad? Donde la gente vivía como preoxidados y eran imperfectos de por vida. Y todos decidisteis ir allí. Pero, cuando llegó el momento de huir, la mayoría os rajasteis. Shay me contó lo de aquella noche: lo tenía todo listo para marcharse, pero al final le pudo el miedo.
Zane asintió, bajando la vista a la taza de café.
—Tú también te rajaste, ¿no es así? —dijo Tally—. Se suponía que ibas a huir entonces, ¿no?
—Sí —contestó Zane con rotundidad—. No me marché, aunque todo había sido idea mía. Y me convertí en perfecto, como estaba previsto.
Tally apartó la vista, incapaz de ahuyentar aquel verano de su memoria. Todos los amigos de Shay habían huido al Humo o bien se habían hecho perfectos, dejándola sola en Feópolis. Fue entonces cuando ella y Tally se habían conocido, y se habían hecho amigas inseparables. Y cuando el segundo intento de huida de Shay salió bien, Tally se vio metida en todo el lío.
Dejó escapar el aire lentamente, mientras se decía que debía tranquilizarse. Quizá el verano anterior hubiera sido una pesadilla, pero también era el motivo por el que ahora era una rebelde, y no una nueva perfecta aburrida que aspiraba a ser admitida en una pobre camarilla nada chispeante. Quizá hubiera valido la pena que terminara así, perfecta y popular.
Tally miró a Zane, cuyos hermosos ojos seguían clavados en los posos del café, y sintió que se relajaba. Sonrió. Lo vio tan trágico allí sentado, con sus oscuras cejas arqueadas en un gesto de desesperación, arrepintiéndose aún de no haber tenido el valor de huir al Humo, que alargó la mano para coger la suya.
—Eh, que no es para tanto. Tampoco es que aquello fuera una maravilla. Más que nada te quemabas al sol y te picaban los bichos.
Zane alzó la vista hacia ella.
—Al menos tú tuviste la oportunidad, Tally. Fuiste lo bastante valiente como para averiguarlo por ti misma.
—No me quedaba otra. Tenía que encontrar a Shay. —Tally se estremeció y apartó su mano de la de Zane—. Tuve suerte de poder volver.
Zane se acercó a ella y alargó el brazo para pasar sus delicados dedos por la piel pulverizada sobre la cicatriz de Tally, abriendo aún más sus dorados ojos.
—Me alegro de que lo hicieras.
Tally sonrió, acariciándole el dorso de la mano.
—Yo también.
Zane metió los dedos entre sus cabellos y la atrajo con dulzura hacia sí. Tally cerró los ojos y dejó que los labios de él se pegaran a los suyos mientras subía el brazo para sentir la tez suave e impecable de su mejilla.
El corazón de Tally volvía a latir con fuerza, y la mente le iba a toda velocidad incluso cuando sus labios se separaron. Una vez más, la realidad cambiaba a su alrededor, pero esta vez le gustó la sensación.
A su llegada a la ciudad de Nueva Belleza, Peris la había puesto sobre aviso en relación con el sexo. Intimar demasiado con otros perfectos podía resultar abrumador cuando uno era nuevo. Llevaba tiempo acostumbrarse a todos los rostros hermosos, los cuerpos perfectos y los ojos luminosos. Cuando todo el mundo era guapo, uno podía terminar haciendo el amor con el primer perfecto al que besara.
Pero tal vez fuera el momento. Ya llevaba allí un mes, y Zane era especial. No solo porque liderara a los rebeldes y tuviera un aspecto distinto al del resto, sino por el modo en que trataba de ser chispeante en todo momento, de apartarse de las normas, lo que de algún modo le hacía parecer incluso más perfecto que los demás.
Y de todos los giros inesperados que habían tenido lugar en las últimas veinticuatro horas, aquel era el mejor. Besar a Zane era mareante, pero no como cuando se veía sumida en la oscuridad. Tally notó sus labios calientes, suaves y perfectos, y se sintió segura.
Tras un largo momento, los dos se separaron un poco. Tally, que seguía con los ojos cerrados, sintió el aliento de Zane en su cara y sus manos calientes y suaves en la nuca.
—David —susurró.