25. Caza

Al principio pensó que el bosque estaba ardiendo.

Vio llamas moviéndose entre los árboles, proyectando en el claro sombras inquietas que atravesaban el aire raudas como insectos que huyeran despavoridos de un incendio. Desde todas partes le llegaron gritos inhumanos intercalados con palabras sin sentido.

Tally se puso en pie tambaleándose y tropezó de lleno con los restos de la hoguera. Las ascuas salieron disparadas en todas direcciones, cobrando vida con el impulso del puntapié. Tally sintió como si una alfombra de agujas calientes le atravesara la suela de las botas, y a punto estuvo de caer a cuatro patas entre las brasas. De repente oyó otro chillido más cercano, como un grito de ira agudo. Una figura humana se abalanzó hacia ella, sosteniendo en alto una antorcha que silbaba y echaba chispas a cada paso, como si la llama fuera un ente vivo que impeliera a su portador a seguir adelante.

La silueta iba agitando algo en el aire a su paso… un palo largo y pulido que relució con la luz de la antorcha. Tally saltó hacia atrás justo a tiempo, y el arma cortó el aire vacío con un silbido. Al rodar por el suelo de espaldas, Tally notó el ardor de las brasas a lo largo de la columna vertebral. Rápidamente se puso en pie de un salto y, girando sobre sus talones, se dirigió hacia los árboles como una flecha. Otra silueta, que también blandía un garrote, le bloqueó el paso.

Su rostro quedaba oculto por una barba, pero incluso con la oscilante luz de la antorcha Tally vio que se trataba de un imperfecto… un imperfecto gordo con una nariz hinchada y una frente pálida picada de viruelas. Los reflejos del hombre eran asimismo propios de un imperfecto; ante sus movimientos lentos y previsibles, Tally rodó bajo el garrote que se cernía sobre ella y la emprendió a patadas con las piernas de su portador.

Cuando oyó caer su cuerpo al suelo, Tally ya estaba de pie y corriendo de nuevo entre las ramas de los árboles mientras se dirigía a la zona más sombría del bosque.

A su espalda oyó otro coro de gritos, mientras las antorchas de sus perseguidores proyectaban sombras titilantes sobre los árboles que tenía delante. Tally avanzaba por la maleza casi a ciegas, corriendo a trompicones mientras las ramas mojadas le azotaban la cara. Una enredadera se le enganchó al tobillo, haciéndole perder el equilibrio y tirándola al suelo. Ella estiró las dos manos para frenar la caída, pero al topar contra el suelo notó que una de las muñecas se le doblaba demasiado hacia atrás con una punzada de dolor típica de un esguince.

Por un momento se sostuvo la mano lesionada contra el pecho, mientras volvía la vista hacia los imperfectos que la perseguían. Aunque no eran tan veloces como Tally, se movían entre los árboles esquivando los obstáculos con habilidad, y se veía que estaban familiarizados con el bosque incluso en plena oscuridad. Las luces acechantes de sus antorchas avanzaron entre las ramas hasta rodear a Tally, mientras el estrépito de aquellos gritos aflautados la acosaba de nuevo.

Pero ¿qué eran? Parecían bajos, y vociferaban en un idioma que Tally no reconocía. Como si fueran fantasmas de preoxidados salidos de la tumba…

Fueran lo que fueran, no había tiempo para reflexionar sobre la cuestión. Tally se levantó del suelo y se precipitó de nuevo hacia la oscuridad, dirigiéndose a un hueco que había entre dos antorchas.

Los dos cazadores, hombres barbudos con sus caras de imperfectos marcadas con cicatrices y llagas, le cerraron el paso cuando la vieron aproximarse. Tally se coló entre ellos, pasando lo bastante cerca para notar el calor de las antorchas. Un garrote rasgó el aire con furia y le dio en el hombro de refilón, pero Tally consiguió mantenerse en pie y fue bajando a trompicones por una pendiente en medio de la oscuridad.

Los dos hombres salieron tras ella entre gritos, a los que se sumaron más chillidos. ¿Cuántos habría? Parecían salir del suelo.

De repente Tally se notó los pies fríos y mojados y vio que se había caído de un resbalón en un arroyo poco profundo. Los dos imperfectos que la seguían más de cerca bajaron a trompicones por la pendiente, mientras las antorchas que portaban despedían chispas al chocar contra árboles y ramas. Era un milagro que no estuviera todo el bosque en llamas.

Tally se puso de pie y echó a correr por el cauce del riachuelo, agradecida de poder abrirse camino entre la maleza siguiendo su curso. Se tropezó con el lecho rocoso y resbaladizo, pero vio que dejaba atrás las miradas encendidas que la fulminaban desde ambas orillas. Tally solo confiaba en llegar a un espacio abierto, pues sabía que allí podría sacar ventaja a los imperfectos, más pequeños y lentos que ella.

A su espalda oyó el sonido de unos pies que chapoteaban en el agua, seguido de un gruñido y una sarta de maldiciones en la lengua desconocida que empleaban aquellos imperfectos. Uno de ellos había caído. Tally pensó que tal vez tendría posibilidades de escapar.

El problema era que la comida y el depurador de agua se habían quedado dentro de la mochila, en el claro, perdidos entre los gritos y los garrotazos de los imperfectos.

Tally se obligó a apartar aquel pensamiento de su mente y siguió corriendo. La muñeca no había dejado de dolerle desde la caída, y se preguntó si se la habría roto.

De repente oyó un gran estruendo ante ella, y la corriente del arroyo se arremolinó con fuerza alrededor de sus tobillos mientras el lecho retumbaba. Un instante después la tierra pareció desaparecer de debajo de sus pies al tiempo que Tally corría…

Agitando brazos y piernas en el aire, Tally reparó demasiado tarde en que el estruendo se oía ahora a su espalda: había pasado corriendo por encima de una cascada. Su vuelo en el vacío apenas duró un instante, pues enseguida cayó a una charca profunda y revuelta que la envolvió en sus aguas gélidas, bajo las cuales el ruido de la cascada quedó reducido a un mero rumor. Tally sintió que se hundía rápidamente en la oscuridad y el silencio, mientras su cuerpo rodaba poco a poco.

Al rozar el fondo con un hombro, Tally aprovechó para impulsarse hacia arriba. Salió a la superficie entre jadeos, arañando el agua hasta que sus dedos toparon con un saliente rocoso. Aferrándose a él, Tally se arrastró hasta la orilla, donde se quedó a cuatro patas, tosiendo y temblando.

Atrapada.

Al levantar la mirada se vio rodeada de antorchas, que se reflejaban en las aguas agitadas como enjambres de luciérnagas. A su alrededor tenía al menos a media docena de perseguidores que la fulminaban con la mirada desde las empinadas riberas del arroyo; sus pálidos rostros de imperfectos se veían aún más horribles a la luz de las antorchas.

Frente a ella había un hombre plantado en medio del riachuelo; por el barrigón y la narizota, Tally lo identificó como el cazador que ella había tirado al suelo en el claro. La rodilla desnuda le sangraba aún de las patadas que le había propinado. El hombre profirió un grito ininteligible y alzó su rudimentario garrote en el aire.

Tally se lo quedó mirando con incredulidad. ¿Sería capaz de golpearla? ¿Acaso mataría aquella gente a una completa desconocida sin razón alguna?

Sin embargo, no recibió ningún golpe. Al bajar la vista hacia ella, el rostro del cazador dejó entrever poco a poco una expresión llena de temor. Luego le acercó la antorcha y Tally se echó hacia atrás, tapándose la cara. El hombre hincó una rodilla frente a ella para mirarla más de cerca. Tally dejó caer las manos de su rostro.

El imperfecto entrecerró sus ojos lechosos a la luz de la antorcha y se la quedó mirando con cara de desconcierto.

¿La habría reconocido?

Tally observó con recelo que los pensamientos se agolpaban en la mente del hombre, haciendo mudar el semblante de sus exageradas facciones, que en cuestión de segundos pasó de reflejar un miedo e incertidumbre crecientes a una toma de conciencia repentina de que había ocurrido algo espantoso…

La antorcha cayó de su mano al riachuelo, donde se apagó con un silbido ahogado y una ráfaga de humo pestilente. El hombre profirió otro grito, que esta vez parecía expresar dolor, repitiendo la misma palabra una y otra vez. Luego flexionó el tronco hasta tocar casi el agua con la cara.

Los otros siguieron su ejemplo, dejando caer al suelo las antorchas con un chisporroteo para luego ponerse a gatas, mientras prorrumpían en gemidos idénticos a los del primer hombre, hasta el punto de ahogar casi el estruendo de la cascada.

Tally se puso de rodillas y, tosiendo un poco, se preguntó de qué demonios iría todo aquello.

Al mirar a su alrededor, se fijó por primera vez en que todos los cazadores eran hombres. La ropa que llevaban era mucho más burda que la que se hacían a mano los habitantes del Humo. Todos ellos presentaban signos de mala salud en la cara y los brazos, y llevaban largas barbas enmarañadas y apelmazadas. Por el aspecto de sus cabellos, parecían no haberse peinado en su vida. Tenían una tez más pálida que la de un perfecto, con aquella piel pecosa y rosada que se observaba en los pocos niños que nacían con una sensibilidad extrema al sol.

Ninguno de ellos le devolvió la mirada. Tenían el rostro hundido en sus manos o pegado al suelo.

Finalmente, uno de ellos se le acercó a gatas. Estaba flaco y arrugado como una pasa, y tenía el pelo y la barba blancos; Tally recordó de su estancia en el Humo que aquel era el aspecto propio de los imperfectos viejos. Sin la operación, sus cuerpos se volvían decrépitos, como las ruinas antiguas abandonadas por quienes las habían construido.

El hombre temblaba a medida que avanzaba, ya fuera por miedo o por mala salud, y la miró de cerca durante lo que a Tally le pareció una eternidad.

Cuando el anciano se decidió a hablar, lo hizo con una voz temblorosa que apenas se oía por encima del ruido de la cascada.

—Yo conocer poco lengua de dioses.

—¿Cómo dice? —preguntó Tally, pestañeando.

—Nosotros ver fuego y pensar intruso. No un dios.

Todos los demás se habían callado y aguardaban su reacción con temor, sin reparar en que las antorchas ardían parpadeantes en el suelo. Tally vio que en una mata se prendía fuego, pero el hombre que estaba agachado junto a ella parecía estar demasiado paralizado por el miedo para moverse.

¿Así que de pronto su presencia les infundía temor? ¿Estarían locos?

—Nunca dioses utilizar fuego antes. Entender, por favor. —Los ojos del anciano le imploraban perdón.

Tally se puso de pie con gesto vacilante.

—Eh… está bien. No pasa nada.

El imperfecto de avanzada edad se incorporó de forma tan inesperada que Tally retrocedió unos pasos y a punto estuvo de caer de nuevo a las aguas agitadas de la charca. El hombre gritó una sola palabra, y los cazadores la repitieron de inmediato. El grito pareció sacarles del hechizo en el que habían caído, pues enseguida se levantaron y apagaron con los pies los pequeños fuegos que se habían encendido en torno a las antorchas tiradas en el suelo.

De repente, Tally volvió a sentirse superada en número.

—Pero una cosa —añadió—, nada de garrotazos, ¿vale?

Tras escuchar a Tally, el anciano le hizo una reverencia y pronunció más palabras a gritos en aquel idioma desconocido. Los otros cazadores se pusieron en acción en el acto: algunos apoyaron los garrotes en los árboles para partirlos después de una patada, otros los golpearon contra el suelo hasta hacerlos añicos o los lanzaron lejos, en medio de la oscuridad.

El viejo se volvió hacia Tally con las manos abiertas, esperando a todas luces su aprobación. Su propio garrote yacía partido en dos a los pies de Tally. Los demás alzaron las manos, también abiertas y vacías.

—Sí —dijo Tally—. Mucho mejor.

El anciano sonrió.

Fue entonces cuando Tally vio un destello familiar en sus ojos lechosos. La misma expresión con la que Sussy y Dex la habían mirado al ver por primera vez su rostro de perfecta. El mismo sobrecogimiento y afán por agradar, la misma fascinación instintiva… resultado sin duda de un siglo de ingeniería estética y millones de años de evolución.

Tally se fijó en los demás, y vio que todos ellos se acobardaban ante su mirada. Apenas podían soportar la visión de sus enormes ojos moteados de cobre, ni enfrentarse a su belleza.

El anciano había mencionado la palabra «dios», un término arcaico que los oxidados empleaban para referirse a sus superhéroes invisibles que moraban en el cielo.

Aquel era el mundo al que pertenecían, un territorio virgen e inhóspito donde reinaban la enfermedad, la violencia y la lucha animal por la supervivencia. Y, al igual que sus pobladores, dicho mundo era feo. Ser bello significaba ser de otro mundo.

Allí fuera, Tally era un dios.