Tally se precipitó en el silencio, girando descontrolada.
Tras la quietud que reinaba en el globo, la fuerza inesperada que cobró el aire que la envolvía en su descenso estuvo a punto de arrancarle la aerotabla de las manos. Para evitarlo la estrechó contra su pecho, pero las garras del viento no cejaban en su empeño de arrebatársela, ansiosas por privarla de su única esperanza de supervivencia. Tally se aferró a la parte inferior de la tabla y sacudió las piernas en un intento de dejar de girar sin control. Poco a poco el oscuro horizonte fue estabilizándose.
Sin embargo, Tally estaba del revés, mirando a las estrellas y colgando de la tabla. En aquella posición veía la oscura esfera del globo, donde de repente se encendió la llama del quemador, iluminando la bolsa con un brillo plateado que destacaba en plena oscuridad como una enorme luna pálida en medio del firmamento. Tally supuso que Peris habría decidido elevarse para despistar a sus perseguidores. Al menos intentaba ayudar.
El cambio de idea de Peris la había herido profundamente, pero no tenía tiempo de preocuparse por ello, no mientras caía en picado hacia la tierra.
Tally trató por todos los medios de darse la vuelta, pero la aerotabla era más ancha que ella y recogía el aire como una vela, amenazando con soltarse de sus manos. Era como intentar llevar una cometa enorme con un viento fortísimo, salvo por el hecho de que, si perdía el control de aquella cometa en particular, quedaría despanzurrada en el suelo en cuestión de sesenta segundos.
Tally intentó tranquilizarse, dejando que su cuerpo pendiera en aquella posición. De repente notó que algo le tiraba de la muñeca. A aquellas alturas era posible que las alzas de la tabla no le sirvieran para volar, pero seguían interactuando con el metal de las pulseras protectoras que llevaba puestas.
Al darse cuenta de ello, se ajustó la pulsera de la izquierda para potenciar al máximo dicha interacción. Una vez afianzado su asidero en la tabla, estiró el brazo derecho en el aire. A la velocidad vertiginosa a la que estaba cayendo, tuvo la misma sensación que tenía de pequeña cuando sacaba la mano por la ventanilla del coche de sus padres. Al abrir la palma de la mano notó que la resistencia se incrementaba, y vio que su cuerpo comenzaba a ponerse boca abajo poco a poco.
Al cabo de unos segundos la aerotabla estaba debajo de ella.
Tally tragó saliva al ver la tierra extenderse a sus pies… vasta, oscura, hambrienta. El aire frío parecía traspasarle el abrigo a cuchilladas.
Le daba la sensación de que llevaba una eternidad cayendo al vacío, pero el suelo no parecía estar más cerca. No había nada que le sirviera de escala salvo el río serpenteante, que seguía viéndose tan pequeño como un trozo de cinta. Tally inclinó la palma estirada para ver qué ocurría, y comprobó que el curso de agua iluminado por la luna giraba en el sentido de las agujas del reloj. Luego recogió el brazo y el río se mantuvo en su sitio.
Tally sonrió. Al menos tenía cierto control sobre aquel descenso de locura.
A medida que caía, la franja de río plateada aumentaba de tamaño, al principio poco a poco y luego cada vez más rápido, mientras el oscuro horizonte de tierra se expandía por momentos, abalanzándose sobre ella como un enorme predador capaz de tapar el firmamento estrellado. Aferrándose a la aerotabla con ambas manos, Tally descubrió que con las piernas estiradas podía guiar el descenso, manteniéndose en todo momento justo encima del río.
Fue en los últimos diez segundos de la caída cuando se percató de las verdaderas dimensiones del río, que destacaba por su anchura y sus aguas agitadas. En su superficie vio cosas que se movían. Cada segundo que pasaba lo veía más y más grande…
Al activarse de golpe las alzas de la tabla, Tally sintió como si le cerraran una puerta en la cara, achatándole la nariz y rompiéndole el labio inferior, y notó enseguida un sabor a sangre en la boca. Las pulseras protectoras le retorcieron las muñecas con crueldad, y el impulso de su cuerpo la aplastó contra la aerotabla en pleno frenazo, sacándole el aire de los pulmones como un torno gigante y cortándole la respiración.
La aerotabla disminuyó la velocidad rápidamente, pero la superficie del río seguía creciendo, extendiéndose en todas direcciones como un enorme espejo estrellado, hasta que…
¡Zas!
La tabla golpeó en el agua como la palma abierta de una mano gigante, sacudiendo de nuevo el cuerpo de Tally con violencia mientras una explosión de luz y sonido llenaba su cabeza. Y de repente se encontró bajo el agua, con un estrépito amortiguado que casi le reventó los tímpanos.
Tally soltó la tabla e intentó llegar a la superficie agitando las manos, con los pulmones vacíos por el impacto. Tras obligarse a abrir los ojos, vio un destello de luz casi imperceptible que se filtraba a través de las turbias aguas del río. Tally movió los brazos sin fuerza, y la luz cobró intensidad poco a poco. Finalmente salió a la superficie, tosiendo y jadeando.
El río rugía a su alrededor y la rápida corriente de agua formaba crestas blancas en todas direcciones. Tally comenzó a nadar con fuerza como un perro, mientras el peso de la mochila que llevaba a la espalda trataba de tirar de ella hacia abajo. Al llenar de aire sus pulmones tosió con violencia, notando un sabor a sangre en la boca.
Tras mirar a un lado y al otro, se dio cuenta de que había dado en el blanco de lleno, tanto que estaba justo en el centro del río, a cincuenta metros de ambas orillas. Profiriendo una maldición, siguió nadando como pudo, esperando notar en cualquier momento un tirón de las pulseras protectoras.
¿Dónde estaría la aerotabla? A aquellas alturas debería haberla localizado ya.
Las alzas habían tardado mucho en activarse; Tally esperaba que hubieran sostenido la tabla en el aire, evitando así chocar contra el río a toda velocidad. Pero, después de pensar en ello unos instantes, se dio cuenta de lo que había ocurrido. El río era más profundo de lo que había imaginado, y los minerales que yacían en su cauce se hallaban muy por debajo de sus pies. Recordó que las aerotablas se tambaleaban a veces al sobrevolar el centro del río de la ciudad, pues los yacimientos minerales se hallaban a demasiada profundidad para que las alzas pudieran funcionar con toda su fuerza.
Tenía suerte de que la tabla hubiera frenado su caída.
Miró a su alrededor. La tabla era demasiado maciza para flotar, así que probablemente se habría hundido hasta el fondo y la fuerte corriente la habría alejado de allí. Tally aumentó el alcance de llamada de las pulseras a un kilómetro a la redonda, y esperó a que la tabla asomara el morro fuera del río.
Por todas partes se veían aparecer formas nudosas e irregulares, como una flotilla de caimanes en medio de las aguas rápidas. ¿Qué serían?
Algo la golpeó con suavidad…
Tally se giró rápidamente, pero solo se trataba de un tronco viejo, no de un caimán, ni tampoco de su tabla. Aun así, agradeció poder agarrarse a él, agotada como estaba después de tanto nadar. Mirara donde mirara veía más troncos, así como ramas, marañas de juncos y montones de hojas podridas. En la superficie del río flotaban restos de vegetación de todo tipo.
La lluvia, pensó Tally. Los constantes chubascos de los tres últimos días debían de haber inundado las montañas, arrastrando toda aquella vegetación hasta el río, que con toda el agua caída bajaba crecido y a gran velocidad. El tronco al que estaba aferrada Tally era viejo y estaba ennegrecido por efecto de la putrefacción, pero en su superficie había un corte que dejaba ver unas cuantas hebras de madera verde. ¿Tal vez el árbol había sido arrancado por la inundación de la tierra estando aún vivo?
Tally pasó los dedos por donde estaba partido, y por la rectitud del corte dedujo que habría impactado con algo que no parecía propio de la naturaleza.
Como el filo de una aerotabla.
Unos metros más allá había otro tronco flotando en el agua, con un corte igual de limpio. El aterrizaje forzoso de Tally había partido en dos el árbol muerto. La cara le sangraba del impacto; aún notaba el sabor a sangre en la boca. Visto lo visto, ¿qué daños habría sufrido la aerotabla?
Tally hizo girar los controles de las pulseras protectoras, para aumentar aún más el alcance de llamada aun a riesgo de agotar las pilas. A cada segundo la corriente la arrastraba cada vez más lejos del punto donde había aterrizado.
En la superficie del río no apareció ninguna tabla, ni notó ningún tirón en las muñecas. A medida que transcurrían los minutos, Tally comenzó a admitir en su fuero interno que la tabla estaba muerta, y que en ese momento debía de yacer como un desecho más en el fondo del río.
Apagó las pulseras y, sin soltarse del tronco, comenzó a avanzar a toda prisa hacia la orilla.
La ribera estaba resbaladiza por el lodo, que se había formado al empaparse la tierra con el agua de las lluvias y del río crecido. Tally caminó hasta un pequeño brazo que salía de la orilla, abriéndose paso entre ramas y juncos con el agua hasta la cintura. Parecía que la riada había arrastrado todo lo que había encontrado a su paso y lo había depositado en aquel lugar.
Incluyendo a Tally Youngblood.
Tally subió por la ribera a trompicones, desesperada por tocar tierra seca, con todos los instintos impeliéndole a seguir alejándose de la fuerte corriente de agua. Estaba tan agotada que le parecía que tenía el cuerpo lleno de plomo, tanto que resbaló pendiente abajo, cubriéndose de barro. Al final se dio por vencida y se acurrucó en la tierra enlodada, temblando de frío. No recordaba haberse sentido tan cansada desde que se había convertido en perfecta; era como si el río le hubiera chupado toda la energía del cuerpo.
Sacó el encendedor de la mochila y con manos temblorosas juntó un montón de ramitas arrastradas hasta allí por la corriente. Pero la leña estaba tan mojada después de tres días de lluvia que la diminuta llama del encendedor solo sirvió para hacer que las ramitas silbaran débilmente.
Al menos su abrigo seguía funcionando. Tally lo puso a la máxima potencia, sin preocuparse por las pilas, y se hizo un ovillo. Confiaba en poder conciliar el sueño, pero su cuerpo no dejaba de temblar, como cuando tenía fiebre en sus días de imperfecta. Sin embargo, los nuevos perfectos rara vez enfermaban, a menos que en aquel último mes hubiera ido demasiado lejos al no comer casi nada, estar continuamente a la intemperie y llenar su cuerpo de café y adrenalina, así como al haber estado las últimas veinticuatro horas calada hasta los huesos.
¿O acaso estaría experimentando finalmente la misma reacción que Zane a raíz de la cura? ¿Estaría la pastilla comenzando a dañarle el cerebro, ahora que no tenía ninguna posibilidad de recibir asistencia médica?
En su mente se arremolinaban pensamientos febriles que le martilleaban la cabeza. No tenía tabla ni forma de llegar a las Ruinas Oxidadas si no era a pie. Nadie sabía dónde estaba. En el mundo no existía ahora nada más que la naturaleza, el frío helado y Tally Youngblood. Incluso la ausencia de la pulsera de comunicación en la muñeca le resultaba extraña, como la mella que deja un diente caído.
Aunque peor era la ausencia del cuerpo de Zane a su lado. Tally había dormido con él todas las noches durante aquel último mes, y habían pasado casi todos los días juntos. Incluso en el silencio forzoso que se había impuesto entre ellos, Tally había llegado a acostumbrarse a la presencia constante de Zane, a su roce familiar, a sus conversaciones sin palabras. Y de repente había desaparecido, y Tally sentía como si hubiera perdido una parte de sí misma en la caída.
Había imaginado aquel momento miles de veces, viéndose por fin en plena naturaleza, lejos de la ciudad. Pero nunca había imaginado estar allí sin Zane.
Pero allí estaba, completamente sola.
Tally permaneció despierta un largo rato, reviviendo en su mente aquellos últimos minutos de desesperación en el globo. Si hubiera saltado un poco antes, o si se le hubiera ocurrido mirar abajo antes de que desapareciera la reja metálica de la ciudad… Después de lo que había dicho Zane no debería haber dudado ni un instante, sabiendo que aquella huida era la única oportunidad que tendrían de ser libres juntos.
Una vez más las cosas se iban al traste, y todo por su culpa.
Finalmente el agotamiento pudo con sus preocupaciones, y Tally cayó en un sueño agitado.