Resultó que Zane se había roto tres huesos de la mano con el puñetazo, una lesión que tardarían media hora en arreglar.
Tally compartió la sala de espera con dos nuevos perfectos que habían acompañado a un amigo que se había roto una pierna; le contaron algo así como que había resbalado por las escaleras mojadas a la salida de la Mansión Lillian Russell. Tally estaba demasiado ocupada zampando galletas y tomando café con cantidades ingentes de leche y azúcar, arropada por aquel calor tan agradable que hacía en el hospital, lejos de la lluvia torrencial del exterior, como para prestar atención a los detalles de la historia. La extraña sensación de ingerir calorías difuminó ligeramente el mundo que tenía ante sí, pero le gustó sentir por unos instantes aquel aturdimiento típico de una mente perfecta. La imagen de Shay y compañía haciendo de las suyas en el parque Cleopatra estaba grabada con suma nitidez en su memoria.
—¿Y qué te ha pasado a ti? —preguntó finalmente uno de los perfectos, poniendo énfasis en la última palabra en alusión a su ropa mojada y manchada de barro, su cara de cansancio y su aspecto en general deplorable.
Tally se metió una galleta con pedacitos de chocolate en la boca y se encogió de hombros.
—Que he ido a dar una vuelta en aerotabla.
La otra perfecta le dio un codazo a su amigo y, abriendo los ojos como platos, señaló con el pulgar a Tally con gesto nervioso.
—¿Qué? —preguntó el chico.
—¡Chist!
—¿Qué?
La perfecta suspiró.
—Perdona —dijo a Tally—. Mi amigo es nuevo aquí. Y un sin cerebro total. —Dirigiéndose al chico, le explicó—: Es Tally Youngblood.
El perfecto abrió la boca sorprendido y luego la cerró.
Tally se limitó a sonreír y se metió otra galleta en la boca. ¿Cómo no iban a toparse con Tally Youngblood en urgencias?, estarían pensando en aquel momento. ¿Dónde sino? Seguro que se preguntaban qué gran obra arquitectónica se habría hundido esta vez bajos sus pies.
Aunque su popularidad los mantuvo callados, algo que Tally agradeció, sus miradas furtivas resultaban perturbadoras. Aquellos dos no eran el tipo de perfectos que se prestaban a convertirse en cortadores, de eso estaba segura. Pero no se le escapaba el hecho de que su reputación como rebelde alimentaba el pequeño proyecto de Shay, inoculando en los perfectos el deseo de experimentar cierta sensación de estado chispeante. Incluso atiborrada de café, leche y galletas, se le comenzó a agriar el estómago al preguntarse si aquel invierno se pondrían de moda las excursiones a urgencias.
—¿Tally? —En la puerta de la sala de espera había un camillero que le hizo señas para que entrara. Por fin. Tally estaba lista para marcharse de aquel lugar.
—Cuidaos, chicos —dijo a los perfectos antes de seguir al camillero por el pasillo.
Cuando la puerta se cerró a su espalda, Tally se dio cuenta de que no la habían llevado al centro para pacientes externos. En lugar de ello, el camillero la había conducido hasta una pequeña sala dominada por una enorme mesa de trabajo abarrotada de cosas. En una pantalla mural se veía un prado en un día soleado… la clase de imágenes que ponían en la escuela infantil antes de la hora de la siesta.
—¿Conque estabais por ahí fuera con esta lluvia? —dijo el camillero en tono alegre, quitándose la bata de papel azul pastel que llevaba puesta. Debajo vestía un traje (semiformal, pensó el cerebro de Tally) y entonces se dio cuenta de que no se trataba de ningún camillero. El hombre tenía la sonrisa radiante típica de los políticos, las maestras de párvulos y los loqueros.
Tally tomó asiento frente a él, haciendo ruido con la ropa mojada al entrar en contacto con la silla.
—Ha dado en el clavo.
El hombre sonrió.
—Bueno, los accidentes son cosas que pasan. Has hecho muy bien en traer a tu amigo. Y yo he tenido mucha suerte de estar aquí cuando lo has traído. Y es que he estado intentando ponerme en contacto contigo, Tally.
—Ah, ¿sí?
—Así es —contestó el hombre, sonriendo de nuevo. Había una clase de perfectos medianos que sonreían por todo, con sonrisas de felicidad, de desilusión y de esas que daban a entender que estabas en apuros. La de aquel individuo era cordial y entusiasta, digna de confianza y serena, e hizo que a Tally le diera dentera. Tenía delante al tipo de perfecto mediano en el que la doctora Cable le había prometido que se convertiría: petulante y seguro de sí mismo, con un rostro bello marcado por las arrugas justas propias de la risa, la edad y la sabiduría.
—Llevas un par de días sin mirar el correo, ¿verdad? —dijo el hombre.
Tally negó con la cabeza.
—Demasiados mensajes falsos. Por salir en las noticias, ¿sabe? Te hace famoso total.
Tally rubricó sus palabras con una sonrisa de orgullo.
—Supongo que todo esto ha sido muy emocionante para ti y tus amigos.
Tally se encogió de hombros, adoptando un aire de falsa modestia.
—Al principio era chispeante, pero ahora se está volviendo falso. ¿Y cómo ha dicho que se llama?
—Doctor Remmy Anders. Soy consejero de traumatología del hospital.
—¿Traumatología? ¿Es por lo del estadio? Porque estoy totalmente…
—Seguro que estás bien, Tally. Es por una amiga tuya por la que quiero preguntarte. La verdad es que estamos un poco preocupados.
—¿De quién se trata?
—De Shay.
Detrás de la expresión de perfecta que puso Tally, una voz de alarma resonó en su interior.
—¿Por qué quiere preguntarme por ella?
Poco a poco, como si se moviera por control remoto, el doctor Anders pasó de mostrar una sonrisa de preocupación a fruncir el ceño.
—La otra noche hubo un altercado en la fiestecita de la hoguera que montasteis. Una pelea entre Shay y tú. Algo bastante perturbador.
Tally parpadeó para ganar tiempo, mientras recordaba cómo le había gritado Shay junto a la lumbre. Incluso bajo todas aquellas capas, la pulsera debía de haber oído lo alterada que estaba Shay, mucho más de lo que era habitual en una riña en tono suave entre nuevos perfectos. Tally trató de recordar las palabras exactas de Shay, pero la combinación de champán y de un sentimiento de culpa horrible no servía precisamente para mejorar la memoria.
—Sí, Shay estaba bastante borracha —dijo, encogiéndose de hombros—. Y yo también.
—No parecía una conversación muy alegre.
—¿Es que nos está… espiando, doctor Remmy? Eso es falso.
El consejero negó con la cabeza y volvió a adoptar una sonrisa de preocupación.
—Tenemos un interés especial en todos los que sufristeis aquel desafortunado accidente. A veces puede resultar difícil recuperarse de un suceso inesperado y aterrador. Por eso me han asignado como tu consejero postestrés.
Tally fingió no darse cuenta de que su interlocutor había eludido totalmente la pregunta sobre si les espiaba o no; de todos modos, ya sabía la respuesta. Puede que a Circunstancias Especiales no le importara que los rebeldes tiraran abajo Nueva Belleza, pero los guardianes siempre estaban atentos. Dado que la ciudad estaba diseñada para que la gente mantuviera su mentalidad de perfecto, era lógico que asignaran un consejero a cualquiera que hubiera tenido una experiencia realmente chispeante. El doctor Anders estaba allí para asegurarse de que el hundimiento de la pista de patinaje no había dado pie a que los rebeldes tuvieran nuevas y excitantes ideas.
Tally logró poner una sonrisa de perfecta.
—¿Por si nos volvemos locos?
El doctor Anders se echó a reír.
—Oh, no creemos que os volváis locos. Solo estoy aquí para asegurarme de que no haya efectos a largo plazo. Las amistades pueden verse afectadas de forma negativa por el estrés.
Tally decidió lanzar un hueso a Remmy, y dejó que los ojos se le abrieran como platos.
—¿Así que por eso estaba tan pesada aquella noche?
El rostro de Anders se iluminó.
—Sí, todo se debe al estrés, Tally. Pero seguro que no era su intención, no lo olvides.
—Pues yo no me puse como una loca con ella.
—Cada persona reacciona de un modo distinto ante un trauma —explicó el doctor Anders con una sonrisa tranquilizadora—. No todo el mundo es tan fuerte como tú. En lugar de recurrir al enfado, ¿por qué no vemos esto como una oportunidad para que le muestres tu apoyo a Shay? ¿No sois viejas amigas?
—Sí. Desde que éramos imperfectas. Nacimos el mismo día.
—Estupendo. En momentos como este, lo mejor son los viejos amigos. ¿Por qué os peleasteis?
—No sé —respondió Tally, encogiéndose de hombros—. Por nada, en realidad.
—¿Puedes hacer memoria?
Tally se preguntó si la sala estaría equipada con un detector de mentiras y, en tal caso, hasta qué punto podría mentir sin que la pillaran. Cerró los ojos para concentrarse en las calorías que circulaban por su organismo medio muerto de hambre, dejando que la invadiera aquella sensación de aturdimiento propia de los perfectos.
—¿Tally? —preguntó el doctor Anders.
Tally decidió ofrecerle una pizca de verdad.
—Fue por… cosas del pasado.
El doctor Anders asintió, juntando las manos con un gesto de satisfacción. Tally se preguntó si habría dicho más de la cuenta.
—¿De cuando erais imperfectas? —preguntó el hombre.
Tally negó con la cabeza, desconfiando de su propia voz.
—¿Cómo os habéis llevado Shay y tú desde aquella noche?
—Bien.
El doctor Anders sonrió alegre, pero Tally lo vio lanzando una mirada hacia un punto situado en un segundo plano, probablemente una pantalla mural que ella no podía ver. ¿Estaría revisando el sistema de comunicación de la ciudad? En tal caso, vería que Shay y ella no se habían enviado mensajes desde la fiesta, y el hecho de que pasaran tres días seguidos sin que supieran nada la una de la otra era muy raro. ¿O acaso estaría intentando ver si le temblaba la voz?
El hombre asintió levemente ante la información invisible, o lo que fuera que estuviera mirando.
—¿Y te ha parecido que está de mejor humor contigo desde entonces?
—Yo diría que está bien. —Solo un poco automutilada, salmodiando como una loca y empeñada quizá en fundar su propia camarilla con prácticas de lo más inquietantes—. La verdad es que no la he visto desde que comenzó a llover de esta forma tan falsa. Pero a ella y a mí nos une una amistad de por vida.
A Tally se le puso la voz rasposa y sus últimas palabras sonaron mal. Al verla toser un poco, el doctor Anders intensificó su sonrisa de preocupación.
—Me alegra oír eso, Tally. Y tú también estás bien, ¿verdad?
—Chispeante —respondió—. Aunque un poco hambrienta.
—Ya, ya. Zane y tú tenéis que comer más. Tú estás un poco flaca, y me han dicho que Zane ha ingresado aquí con unos niveles de concentración de azúcar en la sangre bajísimos.
—Me aseguraré de que coma unas cuantas galletas con trocitos de chocolate de esas que hay en la sala de espera. Están riquísimas.
—Una idea fantástica. Eres una buena amiga, Tally. —El doctor Anders se levantó y le ofreció la mano—. Bueno, veo que Zane ya lo tiene todo arreglado, así que no te entretendré más. Gracias por tu tiempo, y no dudes en acudir a mí si tú o alguno de tus amigos necesitáis hablar.
—Lo haré —dijo Tally, dedicándole la más bella de sus sonrisas—. Me ha encantado hablar con usted.
Ya en el exterior, la lluvia abrazó a Tally como un viejo amigo ineludible, siendo su incómoda presencia casi un alivio después de las radiantes sonrisas del doctor Anders. De vuelta a casa, Tally relató a Zane la conversación que había tenido con él. Aunque volvía a llevar la pulsera tapada y envuelta con la bufanda negra, habló en todo momento con un tono de voz lo bastante bajo para que el viento se llevara sus palabras mientras remontaban el vuelo hasta el cielo gris.
Zane suspiró cuando Tally acabó de hablar.
—Parece que están tan preocupados por Shay como nosotros.
—Pues sí. Seguro que nos oyeron discutir la otra noche. Shay me gritó de un modo nada propio de una perfecta.
—Genial —dijo Zane con los dientes apretados por el frío que hacía. Al parecer, los analgésicos que le habían dado para la mano no servían de mucho para aliviar su dolor de cabeza. Arrastró los pies con torpeza sobre la tabla en un intento por mantener el equilibrio.
—No le he dicho mucho. Solo que Shay estaba borracha e incordiante. —Tally se permitió esbozar una sonrisa para felicitarse a sí misma por ello. Al menos esta vez no había traicionado a Shay. O eso esperaba.
—Y has hecho bien, Tally. Puede que Shay necesite ayuda, pero no de un perfecto mediano que va de loquero. Lo que tenemos que hacer es sacarla de aquí y darle la cura de verdad. Cuanto antes.
—Ya. Las pastillas son mucho mejor que hacerse tajos. —Siempre y cuando no acaben dañándote el cerebro, añadió para sus adentros. Tally no pensaba contar a Zane que había decidido llevarlo al hospital si le daba otro ataque, aunque confiaba en que eso no fuera necesario—. ¿Y qué tal tú con los médicos que te han atendido?
—Lo típico. Se han pasado una hora soltándome el rollo de que tenía que comer más. Cuando por fin se han puesto a arreglarme los huesos, solo he estado inconsciente diez minutos. Pero aparte de verme flaco no parecen haberse percatado de que me ocurriera nada extraño.
—Bien.
—Claro que eso no significa que esté bien. Al fin y al cabo, solo me han mirado la mano, no la cabeza.
Tally respiró hondo.
—Los dolores de cabeza van a peor, ¿no?
—Creo que ha sido más por el hambre y el frío que por otra cosa.
Tally negó con la cabeza.
—Yo tampoco he comido nada en todo el día, Zane, y no me has visto…
—¡Olvídate de mi cabeza, Tally! No estoy ni peor ni mejor. Lo que me preocupa son los brazos de Shay. —Zane inclinó la tabla hacia Tally y bajó la voz—. Ahora también la tendrán vigilada a ella. Como tu doctor Remmy advierta lo que ha estado haciéndose, se va a armar la gorda.
—Ya. Eso no te lo discuto. —Tally recordó la hilera de cicatrices que tenía Shay en los brazos. Desde lejos le había parecido que eran tatuajes, pero de cerca cualquiera adivinaría de qué se trataba. Si el doctor Anders las veía, Tally dudaba mucho que tuviera una sonrisa apropiada para la ocasión. Las alarmas se activarían en toda la ciudad, y el interés de los guardianes por todo aquel que se hubiera visto implicado de algún modo en el desastre del estadio llegaría a límites insospechados.
Tally alargó la mano para indicar que se detuvieran.
—Entonces no tenemos mucho tiempo —dijo, bajando la voz hasta adoptar casi un tono susurrante—. Puede que se le ocurra hablar con Shay en cualquier momento.
Zane respiró hondo.
—Pues tendrás que hablar antes con Shay. Dile que deje de ir por ahí haciéndose tajos.
—Sí, claro. ¿Y si no quiere?
—Dile que estamos a punto de irnos. Dile que le conseguiremos la cura de verdad.
—¿Irnos? ¿Cómo?
—Nos iremos… esta noche, si podemos. Recogeremos todo lo que necesitemos; habrá que avisar a los demás rebeldes.
—¿Y qué hacemos con esto? —Tally estaba demasiado agotada para levantar la muñeca tapada, pero Zane entendió lo que quería decir.
—Nos las quitaremos. Esta noche. Tengo un truco guardado en la manga.
—¿Qué truco?
—Aún no te lo puedo explicar. Pero funcionará… solo que es un poco arriesgado.
Tally frunció el ceño. Zane y ella habían empleado todas las herramientas que se les había ocurrido, pero con ninguna de ellas habían conseguido más que rascar las pulseras.
—¿De qué se trata?
—Ya te lo enseñaré esta noche —dijo Zane, apretando la mandíbula.
Tally tragó saliva.
—Seguro que es algo más que un poco arriesgado.
Zane se la quedó mirando, con el rostro pálido y demacrado y los ojos sin brillo a través de las gafas protectoras.
—Ya le echaremos una mano a la chica, que puede que la necesite —le dijo, riéndose.
Tally tuvo que apartar la mirada de la sonrisa de Zane.