16. Cortadores

En la orilla del río que pertenecía a Feópolis, se refugiaron los cuatro bajo una lona que cubría un reciclador de papel para que nadie los viera y para al mismo tiempo protegerse de la lluvia. A Tally le alegró ver que ninguno de los dos imperfectos llevaba anillos de comunicación; de ese modo el sistema de la ciudad no podría registrar que los cuatro habían estado juntos.

—¿De veras eres tú, Tally? —preguntó la chica en un susurro.

—Pues sí. ¿Me reconoces de las noticias?

—¡No! Soy yo, Sussy. Y este es Dex —respondió la joven—. ¿No te acuerdas de nosotros?

—Refréscame la memoria.

La muchacha se la quedó mirando. Llevaba una correa de piel rudimentaria alrededor del cuello, como una de aquellas cosas típicas de un habitante del Humo, hecha a mano y descolorida por el paso del tiempo. ¿De dónde la habría sacado?

—Te ayudamos con lo de «El Humo vive», ¿recuerdas? —le explicó el chico—. Cuando eras… imperfecta.

En la mente de Tally fue apareciendo poco a poco una imagen: unas letras enormes en llamas a las que habían prendido fuego como maniobra de distracción mientras David y ella se colaban en Circunstancias Especiales. Aquellos eran dos de los imperfectos que habían organizado la acción y que luego los habían ayudado a ocultarse en las Ruinas Oxidadas, a donde les traían noticias y víveres de la ciudad, valiéndose de otros trucos para mantener ocupados a los guardianes y a los especiales.

—Nos has olvidado de verdad —dijo Dex—. Así que es cierto. Te hacen algo en el cerebro.

—Sí, es cierto —respondió Zane—. Pero baja la voz, por favor. —La lluvia sonaba tan fuerte como un reactor en la lona de plástico, y resultaba difícil oír con claridad. Por eso había que recordar a los dos imperfectos que se abstuvieran de alzar la voz.

Dex bajó la mirada hasta la muñeca de Tally, que se veía tapada con una pulsera protectora y envuelta con una bufanda, como si no creyera que la otra pulsera estuviera allí debajo, escuchando.

—Perdón.

Cuando volvió a alzar la mirada para fijarse en el rostro de Tally, Dex no pudo ocultar lo asombrado que estaba ante su transformación. Sussy permanecía callada… sobrecogida y pendiente de cada palabra. Bajo la mirada de ambos, Tally se sentía cohibida y dotada de un extraño poder. Estaba claro que harían cualquier cosa que Zane o ella les pidieran. Después de que le hubieran alterado el cerebro para ser una perfecta, Tally se había creído con derecho a inspirar aquel respeto reverencial. Pero ahora que sentía la mente despejada le parecía embarazoso.

Sin embargo, hablar con aquellos dos imperfectos le resultó menos incómodo de lo que podría haber sido. Después de pasar un mes acostumbrándose a dejar de pensar como una perfecta, le resultaba más fácil mirar sus rostros imperfectos. Su visión no le horrorizaba tanto como cuando había visto a Croy por primera vez. El huequecito que separaba los dos dientes delanteros de Sussy le parecía más encantador que repulsivo, y ni siquiera los granos de Dex le arrancaron una mueca de asco.

—Pero el daño no es irreparable —estaba explicando Zane—. Poco a poco vamos recuperando la inteligencia. Lo cual, por cierto, no es algo que podáis ir contando a todo el mundo, ¿entendido?

Ambos asintieron con cara de bobos, y Tally se preguntó si merecería la pena correr el riesgo de insinuar lo de la cura a dos imperfectos a los que habían encontrado de forma fortuita. Claro que contar con el apoyo de Sussy y Dex podía ser la forma más rápida de hacer llegar un mensaje al Nuevo Humo.

—¿Qué noticias tenéis de las ruinas? —preguntó.

Sussy se acercó a ella, recordando hablar en voz baja.

—Por eso hemos venido hasta aquí. Por lo que sabíamos, todos los habitantes del Nuevo Humo habían desaparecido. Hasta anoche.

—¿Qué ocurrió anoche? —inquirió Tally.

—Pues verás, desde que desaparecieron hemos estado yendo a las ruinas cada pocas noches —explicó Dex—. Para mirar en los viejos lugares y encender bengalas. Pero no hemos visto nada en todo el mes.

Tally y Zane cruzaron una rápida mirada. Hacía más o menos un mes que Croy había dejado las pastillas en la torre para que Tally las encontrara. Seguro que el tiempo transcurrido desde un hecho y otro no era una coincidencia.

—Sin embargo, anoche encontramos unas cosas en un viejo escondite —añadió Sussy—. Barritas luminosas agotadas y unas revistas antiguas.

—¿Unas revistas antiguas? —preguntó Tally.

—Sí —respondió Sussy—. De la época de los oxidados. Esas en las que se veía lo feo que era todo el mundo.

—No creo que los habitantes del Nuevo Humo hubieran dejado esas revistas tiradas por ahí —dijo Tally—. Son muy valiosas. Conocí a una persona que murió por salvarlas. Así que deben de haber vuelto.

—Pero intentan pasar desapercibidos —repuso Dex—. No quieren correr riesgos.

—¿Por qué? —preguntó Zane en voz baja—. ¿Y hasta cuándo?

—¿Cómo vamos a saberlo? —replicó Dex—. Por eso hemos venido hoy hasta aquí. Íbamos a acercarnos a encondidas bajo la lluvia para ir a buscarte, Tally. Pensábamos que tal vez tendríais una pista.

—Al veros a todos el otro día en las noticias imaginamos que algo ocurría —agregó Sussy—. Porque lo del estadio fue una treta vuestra, ¿verdad?

—Me alegro de que os dierais cuenta —dijo Tally—. Se suponía que los del Nuevo Humo también debían darse cuenta. Y, por lo visto, así fue.

—Nos figuramos que sabríais algo al respecto —dijo Sussy—. Sobre todo después de ver a alguno de vuestros amigos perfectos aquí fuera, en Feópolis.

Tally frunció el ceño.

—¿Perfectos? ¿Aquí fuera?

—Sí, en el parque Cleopatra. Reconocí a un par de las noticias. Creo que eran rebeldes. Esa es vuestra camarilla, ¿no?

—Sí, pero…

Sussy frunció el ceño.

—¿No lo sabíais?

Tally negó con la cabeza. En los dos últimos días había recibido varios mensajes de otros rebeldes, en su mayoría quejas por la lluvia. Para nadie había dicho nada de ir a Feópolis.

—¿Y qué hacían allí? —preguntó Zane.

Dex y Sussy se miraron con una expresión de descontento en sus rostros.

—Pues… no estamos seguros —respondió Sussy—. No hablaron con nosotros; se limitaron a echarnos de allí.

Tally dejó escapar lentamente el aire a través de los dientes. Los perfectos tenían permiso para estar en aquella margen del río —de hecho, podían ir a donde quisieran siempre y cuando no salieran de la ciudad—, pero nunca se acercaban a Feópolis. Eso significaba que el parque Cleopatra era un lugar ideal para un perfecto que buscara intimidad, sobre todo bajo aquella lluvia torrencial. Pero ¿intimidad para qué?

—¿No le dijiste a todo el mundo que intentara pasar inadvertido durante un tiempo? —preguntó Zane a Tally.

—Sí, así es. —Tally se preguntó qué rebelde estaría detrás de todo aquello. Y lo que sería «aquello»—. Llevadnos allí —ordenó.

Sussy y Dex los condujeron hacia el parque, volando despacio bajo la lluvia constante. Imaginando que habría alguien controlando la posición de las pulseras de comunicación, Tally les había pedido que dieran un rodeo. El trayecto pasó por rincones que le sonaban vagamente de su infancia: residencias y escuelas de imperfectos, parques cubiertos de césped y campos de fútbol vacíos.

A pesar del aguacero, había unos cuantos imperfectos fuera. Una pandilla se turnaba para derrapar por una cuesta, gritando mientras corrían para arrojarse a un alud de lodo. Otros jugaban al corre que te pillo en el patio de una residencia, resbalando, cayéndose y acabando tan llenos de barro como el primer grupo. Todos ellos se divertían tanto que no advirtieron la presencia de las cuatro aerotablas que pasaron en silencio por su lado.

Tally se preguntó si se habría divertido tanto siendo imperfecta. Lo único que recordaba de aquella época era las ganas que tenía de convertirse en perfecta, cruzar el río y dejar atrás todo aquello. Flotando en el aire, con su rostro de perfecta oculto por una capucha, se sentía como un espíritu resucitado que observaba con envidia a los vivos y trataba de recordar cómo era ser uno de ellos.

El parque Cleopatra, situado en lo alto del cinturón verde que rodeaba el borde exterior de Feópolis, estaba vacío. Los senderos que lo recorrían se habían transformado en pequeños arroyos por donde bajaba la lluvia para desembocar en el río cada vez más crecido. Los animales que lo poblaban parecían estar escondidos, salvo unos cuantos pájaros de aspecto lastimoso que se aferraban a las ramas de los enormes pinos combadas bajo el peso del agua.

Sussy y Dex los llevaron hasta un claro delimitado con banderines de eslalon, y Tally sintió una punzada al reconocer el lugar.

—Este es uno de los rincones favoritos de Shay. Aquí me enseñó a ir en aerotabla.

—¿Shay? —dijo Zane—. Pero si ella estuviera tramando algo nos lo diría, ¿no?

—Quizá no —respondió Tally en voz baja. Desde la pelea, no había recibido ningún mensaje de Shay—. Hace días que quería decírtelo, Zane: Shay está bastante cabreada conmigo.

—Vaya —exclamó Sussy—. Creía que los perfectos se llevaban todos bien.

—Normalmente, así es. —Tally suspiró—. Bienvenidos al nuevo mundo.

Zane entrecerró los ojos.

—Creo que Tally y yo tenemos que hablar —dijo, echando una mirada a los dos imperfectos.

Tardaron un instante en darse cuenta de a qué se refería, pero luego Sussy dijo:

—Ah, claro. Nosotros nos vamos. Pero ¿y si…?

—Si los del Nuevo Humo vuelven a aparecer, enviadme un mensaje —respondió Tally.

—¿La ciudad no lee tu correo?

—Seguramente. No digáis nada salvo que habéis visto las noticias y queréis uniros a los rebeldes cuando cumpláis los dieciséis. Dejad el mensaje de verdad escondido bajo ese reciclador; ya enviaré a alguien para que lo recoja. ¿Entendido?

—Entendido —respondió Sussy, exhibiendo aquella sonrisa suya con los dientes separados. Tally supuso que a partir de entonces irían a las ruinas cada noche, lloviera o no, en busca de los habitantes del Nuevo Humo, contentos de tener una misión.

Les dedicó una sonrisa de perfecta.

—Gracias por todo.

Tally y Zane se quedaron sentados en silencio un momento después de que los imperfectos se marcharan, contemplando el claro desde una espesa arboleda. Los banderines de eslalon de plástico se veían totalmente encorvados bajo la lluvia implacable, y el viento apenas servía para levantarlos. El agua de lluvia se acumulaba aquí y allá en charcos poco profundos que reflejaban el cielo gris como espejos ondulados. Tally se recordó volando en aerotabla entre los banderines, aprendiendo a ladearse y a girar, en sus días de imperfecta, cuando Shay y ella eran amigas de verdad…

Era imposible imaginar el motivo que había llevado a Shay a visitar aquel lugar. Quizá no se tratara más que de unos cuantos rebeldes con ganas de poner en práctica sus habilidades para montar en aerotabla, pensando que aquella sería una manera ideal de mantenerse chispeante. Seguro que no tendría más importancia.

Estando allí sentados, Tally se dio cuenta de que no tenía excusas para no contárselo todo a Zane. Había llegado el momento de reconocer lo que había provocado en el Humo y relatar la conversación que había tenido con Shay sobre la cura, y no podía dejar pasar más tiempo sin sacar a colación lo que la doctora Cable le había revelado acerca de Zane. Pero Tally no tenía muchas ganas de hablar de todo aquello, y el hecho de estar calada hasta los huesos y muerta de frío no ayudaba en absoluto. El regulador térmico de su abrigo estaba puesto ya al máximo, y el efecto chispeante de montar en aerotabla se le había pasado para verse sustituido por la rabia que sentía hacia sí misma por haber esperado tanto tiempo. El pretexto de las pulseras, siempre pendientes de lo que decían, se prestaba demasiado a evitar hablar de temas molestos.

—Bueno, ¿qué ha pasado entre Shay y tú? —preguntó Zane sin levantar en ninguno momento la voz, pero dejando traslucir un tono de frustración.

—Está empezando a recuperar la memoria. —Tally se quedó mirando un charco de barro que tenía delante, observando las gotas que caían de los pinos cargados de agua y deformaban su superficie—. La noche del hundimiento de la pista de patinaje se puso furiosa conmigo. Me acusa de que los especiales encontraran el Humo por mi culpa, lo cual, supongo, es más o menos lo que ocurrió. Los traicioné.

Zane asintió.

—Me lo imaginaba. En todas las historias que contabais las dos, antes de la cura, explicabais que te habían ordenado rescatarla del Humo, lo que suena a un relato de traición a lo perfecto.

Tally alzó la vista hacia él.

—¿Así que lo sabías?

—¿Que habías actuado bajo cuerda para Circunstancias Especiales? Lo había supuesto.

—Ah. —Tally no sabía si sentirse aliviada o avergonzada. Naturalmente, el propio Zane había colaborado con la doctora Cable, así que era posible que la entendiera—. Yo no quería hacerlo, Zane. Al principio fui allí para traer de vuelta a Shay y poder convertirme en perfecta, pero luego cambié de opinión. Quería quedarme en el Humo. Intenté destruir el rastreador que me habían dado, pero acabé activándolo. Incluso cuando pretendía hacer lo correcto traicioné a todo el mundo.

Zane la miró de frente, dejando ver la intensidad de sus ojos bajo la capucha.

—Tally, todos nosotros estamos manipulados por la gente que dirige esta ciudad. Shay debería saberlo.

—Ojalá fuera solo eso —dijo Tally—. También le robé a David. Allí, cuando estábamos en el Humo.

—Vaya, otra vez él. —Zane negó con la cabeza—. Bueno, supongo que ahora mismo estará bastante cabreada contigo, lo cual servirá al menos para que se mantenga chispeante.

—Ya lo creo, totalmente chispeante. —Tally tragó saliva—. Y aún hay otra cosa por la que se puso furiosa.

Zane aguardó en silencio mientras le caían gotas de lluvia de la capucha.

—Le conté lo de la cura.

—¿Que qué? —El susurro de Zane se oyó en plena lluvia como el silbido de un chorro de vapor.

—Tuve que hacerlo. —Tally extendió las manos con gesto suplicante—. Ya se lo había medio imaginado, y pensaba que podría curarse por sí misma. Subió a la torre Valentino como hicimos nosotros, creyendo que eso era lo que nos había cambiado. Pero, claro, no funcionó… no como las pastillas. No paraba de preguntarme lo que nos había ocurrido. Decía que yo se lo debía, después de todo lo que le había hecho siendo imperfecta.

Zane profirió una maldición entre dientes.

—¿Así que le contaste lo de las pastillas? Genial. Otra cosa más que puede salir mal.

—Pero Shay está totalmente chispeante. No creo que nos delate —dijo Tally y, encogiéndose de hombros, añadió—: En todo caso, puede que enterarse de lo de las pastillas la haya enfurecido lo bastante para mantenerla chispeante de por vida.

—¿Enfurecido? ¿Porque tú estás curada y ella no?

—No. —Tally suspiró—. Porque tú lo estás.

—¿Cómo?

—Se lo debía, y fuiste tú quien se tomó la otra pastilla.

—Pero no había tiempo para…

—Ya lo sé, Zane. Pero ella no. Para Shay es como si… —Tally sacudió la cabeza con un gesto de negación, sintiendo el escozor de unas lágrimas en los ojos. En el resto del cuerpo tenía tanto frío que los dedos se le estaban entumeciendo poco a poco, y comenzó a temblar.

—No pasa nada, Tally. —Zane tendió la mano para coger la de Tally, y se la apretó con fuerza a través del grueso guante.

—Tendrías que haberla oído, Zane. Me odia.

—Pues lo siento. Pero me alegro de que fuera yo.

Tally alzó la vista con los ojos empañados de lágrimas.

—Ya. Gracias por todos los dolores de cabeza, querrás decir.

—Mejor eso que quedarse con un cerebro de perfecto —respondió Zane—. Pero no me refería a eso. Aquel día ocurrió algo más aparte de lo de las pastillas. Me alegro por… lo nuestro.

Tally levantó la mirada y vio a Zane sonriendo. Sus dedos, entrelazados aún con los de ella, también temblaban de frío. Tally consiguió devolverle la sonrisa.

—Yo también.

—No dejes que Shay te haga sentir mal por lo nuestro, Tally.

—Claro que no. —Tally negó con la cabeza, dándose cuenta de la seriedad de sus palabras. Pensara lo que pensara Shay, Zane había sido la persona indicada con la que compartir la cura. Él la había ayudado a mantenerse chispeante, animándola a pasar las pruebas de los habitantes del Nuevo Humo e incitándola a tomar las pastillas cuya eficacia aún no estaba probada. Tally había encontrado más que una cura para su mente de perfecta: había encontrado a alguien con quien avanzar, alguien con quien superar todo lo que había salido mal aquel verano.

Era una niña cuando Peris le había prometido ser su mejor amigo para siempre, pero, el día que cumplió los dieciséis, Peris la dejó atrás en Feópolis. Más tarde, Tally perdió su amistad con Shay al traicionarla entregándola a Circunstancias Especiales y robándole a David. Y ahora David estaba desaparecido, perdido en alguna parte en plena naturaleza y medio borrado de su memoria. Ni siquiera se había molestado en traerle personalmente las pastillas… le había dejado el trabajo a Croy. Tally suponía lo que significaba eso.

Pero Zane…

Tally miró fijamente sus ojos dorados y perfectos. Era él quien estaba ahora allí con ella, en carne y hueso, y había sido tonta al dejar que lo que había entre ellos se mezclara con su turbio pasado.

—Debería haberte contado antes lo de Shay. Pero las paredes inteligentes…

—Tranquila. Pero que sepas que puedes confiar en mí. Siempre.

Tally cogió la mano de Zane entre las suyas y la apretó.

—Lo sé.

Zane le acarició la cara.

—La verdad es que aquel día aún no nos conocíamos mucho, ¿no crees?

—Supongo que nos arriesgamos. Es extraño cómo ocurrió.

Zane se echó a reír.

—Creo que es así como ocurre siempre. Por lo general, no hay pastillas misteriosas por medio ni Circunstancias Especiales aporreando la puerta. Pero siempre se corre un riesgo cuando uno… besa a alguien nuevo.

Tally asintió y se acercó a él. Sus labios se fundieron en un beso lento e intenso bajo la gélida lluvia. Tally notó que Zane temblaba y que el suelo enlodado que tenían bajo sus pies estaba frío, pero sus dos capuchas se unieron para protegerlos del mundo exterior, creando un espacio que cobró calor con el aliento mezclado de ambos.

—Me alegro tanto de que fueras tú quien estuviera conmigo aquel día —susurró Tally.

—Yo también.

—Yo… ¡Ah! —Tally se soltó de Zane para secarse la cara con la mano. Un hilito de agua se le había colado por dentro de la capucha y ahora le caía por la mejilla como una lágrima fría y malévola.

Zane se echó a reír y, poniéndose de pie, tiró de ella para levantarla.

—Vamos, no podemos quedarnos aquí para siempre. Volvamos a Pulcher para desayunar y cambiarnos de ropa.

—Yo no estaba a disgusto.

Zane sonrió, pero se señaló la muñeca y dijo, bajando la voz:

—Si nos quedamos en un sitio demasiado rato, puede que alguien sienta curiosidad por saber lo que se trama aquí, en Feópolis.

—No me importa —susurró Tally.

Pero Zane tenía razón. Debían regresar. No habían comido nada en todo el día salvo unos cuantos purgantes de calorías y algo de café. Sus abrigos de invierno estaban calientes, pero entre el esfuerzo físico de volar en aerotabla y la impresión de verse metida hasta la cintura en el agua helada del río, Tally comenzaba a acusar el cansancio y el frío en los huesos. El hambre, el frío y el beso la tenían mareada.

Con un chasquido de dedos, Zane hizo que su tabla se elevara en el aire.

—Espera un momento —dijo Tally en voz baja—. Hay una cosa más que debería contarte sobre la noche del derrumbamiento.

—Está bien.

—Después de que te llevara a casa… —Tally se puso a temblar al recordar el rostro feroz de la doctora Cable, pero respiró hondo para calmarse. Había sido tonta al no sacar antes a Zane de la ciudad para alejarlo de las paredes inteligentes de la Mansión Pulcher y así poder contarle lo de su encuentro con la doctora. No quería que hubiera ningún secreto entre ellos.

—¿Qué ocurre, Tally?

—Me estaba esperando… —explicó Tally—. La doctora Cable.

Al oír aquel nombre Zane palideció un instante; luego asintió.

—La recuerdo.

—Ah, ¿sí?

—Es difícil olvidarla —repuso Zane antes de quedarse callado, mirando el claro. Tally se preguntó si añadiría algo más. Al final acabó hablando ella.

—Me hizo un extraño ofrecimiento. Quería saber si yo…

—¡Chist! —exclamó Zane entre dientes.

—¿Qué…? —comenzó a decir Tally, pero Zane le tapó la boca con una mano enguantada. Luego se volvió y se agachó en el barro, tirando de ella para que se agazapara junto a él. Un grupo de siluetas se abrían paso a través de los árboles de camino al claro. Avanzaban despacio, vestidas con una ropa de invierno casi idéntica y con una bufanda negra envuelta alrededor de la muñeca izquierda. Sin embargo, Tally reconoció al instante a una de ellas, con sus ojos color cobre brillantes y su tatuaje flash dando vueltas con el frío que hacía allí.

Era Shay.