Tally volvió a trompicones a la fiesta.
La hoguera se había hecho más grande y el calor que desprendía obligaba a los presentes a apartarse para formar un amplio corro a su alrededor. Alguien había requisado troncos de turba de tamaño industrial, lo bastante grandes para que ardieran un mes entero con la asignación de carbón colectiva de los rebeldes. El fuego se veía coronado por un puñado de ramas caídas cogidas del parque, y el silbido de la leña que aún estaba verde recordó a Tally las lumbres del Humo, cuando el agua que calentaban hervía dentro de los árboles recién cortados, emanando vapor de un modo que parecía expresar el malestar de los espíritus del bosque.
Tally alzó la vista hacia la columna de humo que se elevaba en el aire oscureciendo el cielo con su amenazadora presencia. De ahí había salido el nombre del Humo. Como había dicho la doctora Cable, los habitantes del Humo quemaban los árboles, que arrancaban aún vivos de la tierra. Los humanos llevaban miles de años haciendo uso de aquella mala práctica; unos siglos atrás habían estado a punto de acabar para siempre con el clima por la cantidad de carbón que habían llegado a arrojar al aire. Fue preciso que alguien liberara una bacteria transformadora de petróleo en la atmósfera para que la civilización de los oxidados llegara a su fin, y el planeta se salvara.
Y ahora, en su momento más chispeante, los rebeldes se encaminaban por instinto hacia la misma dirección. De repente, el calor y la viveza del fuego hicieron que Tally se sintiera peor.
Oyó las voces que la rodeaban, jactándose de lo lejos que habían salido rebotados en el campo de fútbol y discutiendo sobre quién había hecho la mejor entrevista para los medios. Tras su desafortunado encuentro con la doctora Cable, Tally tenía los sentidos agudizados; podía distinguir cada sonido y percibir cada conversación por separado. De repente, todos los rebeldes le parecían tontos al oírlos contar una y otra vez las historias de sus insignificantes victorias. Como si fueran perfectos.
—¿Flaca?
Tally se volvió de espaldas a la hoguera y vio a Shay a su lado.
—¿Zane se encuentra bien? —Shay la observó más de cerca, abriendo los ojos—. Tally-wa, tienes…
Tally no necesitaba que Shay acabara la frase para saber lo que pensaba; lo veía en sus ojos: tenía mala cara. Tally sonrió, cansada ante el comentario. Naturalmente, aquello formaba parte de la cura. Por muy espléndida que estuviera, con una estructura ósea perfecta y una tez impecable, su rostro dejaba ver la agitación que sentía en su interior. Ahora que era capaz de tener pensamientos que no se correspondían con una mente de perfecta, no podría estar hermosa en todos los momentos del día. La ira, el miedo y la ansiedad no iban bien para la perfección.
—Zane está bien. Soy yo.
Shay se inclinó sobre Tally para rodearla con un brazo.
—¿Por qué estás tan triste, Flaca? Cuéntamelo.
—Es que… —Tally se fijó en los rebeldes que no dejaban de fanfarronear a su alrededor—. Supongo que por todo.
Shay bajó la voz.
—Pensaba que hoy había salido todo perfecto.
—Sí, sí, perfecto.
—Hasta que Zane se ha ido por haber bebido demasiado, claro. Eso ha sido todo, ¿no?
Tally emitió un sonido evasivo. No quería mentir a Shay. Al final le acabaría contando todo lo de la cura, lo que significaría explicarle lo de los dolores de cabeza de Zane.
Shay suspiró, abrazando a Tally con más fuerza. Tras un momento de silencio le preguntó:
—Flaca, ¿qué os pasó allí arriba?
—¿Allí arriba?
—Ya sabes… cuando subisteis a la torre de transmisión. No sé por qué, pero aquello te ha cambiado.
Tally jugueteó con la bufanda que llevaba atada a la muñeca, deseando poder contárselo todo a su amiga. Pero era demasiado arriesgado hablarle de la cura hasta que no estuvieran a salvo, fuera de la ciudad.
—No sé qué decir, Bizca. La verdad es que subir hasta allí fue de lo más chispeante. Ves la isla entera, y puedes caer en cualquier momento. Incluso morir. Eso lo cambia todo.
—Lo sé —susurró Shay.
—¿Qué es lo que sabes?
—Lo que se siente. Yo también he subido a la torre. Fausto y yo pensamos en la manera de burlar a los vigilantes, y anoche decidimos intentarlo. Quería estar chispeante para el hundimiento de la pista de hielo.
—¿En serio? —Tally se quedó mirando a su amiga. El rostro de Shay irradiaba orgullo a la luz de la hoguera, y las joyas que llevaba implantadas en los ojos se veían relucientes. Todos los rebeldes estaban cambiando, pero si Shay se las ingeniaba para burlar a los vigilantes y escalar la torre de Valentino, iba muy por delante del resto—. ¡Qué pasada! ¿Y subiste allí arriba de noche?
—Era la única manera de conseguirlo, sabiendo que a ti y a Zane os habían cogido con las manos en la masa. Fausto me dijo que me pusiera un arnés de salto, pero yo quería hacerlo como vosotros. Podría haber caído… incluso podría haber muerto, como tú has dicho. De hecho, me corté con un cable. —Con una sonrisa en la cara, Shay le mostró una marca roja que le atravesaba la palma de la mano, pero luego se quedó callada un momento, arrugando la frente con un gesto nada acorde con su fisonomía de perfecta—. Pero fue bastante decepcionante.
—¿En qué sentido?
—En el sentido de que no me cambió tanto como yo esperaba.
Tally se encogió de hombros.
—Bueno, cada uno es como es…
—Supongo que sí —respondió Shay en voz baja—. Pero eso hizo que me preguntara… Lo de subir a la torre no fue todo, ¿verdad? Aquel día ocurrió algo más, Flaca. Tú y Zane ni siquiera salíais juntos antes de aquello, pero desde entonces tenéis vuestro propio club secreto, y os pasáis todo el tiempo sonriendo con vuestras bromas particulares y cuchicheando entre vosotros. Y no vais nunca a ninguna parte el uno sin el otro.
—Bizca… —dijo Tally antes de dar un suspiro—. Perdona si hemos llevado un rollo de pareja. Pero es que, ya sabes, es el primer chico del que me enamoro siendo perfecta.
Shay se quedó mirando el fuego.
—Eso es lo que yo pensaba, al principio. Pero la cosa va mucho más allá, Tally. Eres tan diferente del resto de nosotros… Tanto tú como él. —Shay elevó el tono susurrante de su voz—. Zane con esos dolores de cabeza tan raros que trata de esconder, y tú gritando hace un minuto, ¿o no?
Tally tragó saliva.
—¿Qué os cambió aquel día?
Tally se señaló la muñeca.
—¡Chist!
—¡No me hagas callar! Cuéntamelo.
Tally miró a su alrededor, nerviosa. El fuego seguía silbando con brío mientras consumía más ramas caídas, y la mayoría de los rebeldes estaban cantando canciones de taberna. Nadie había oído el arranque de Shay, pero Tally sentía el roce del duro metal de la pulsera en su muñeca, siempre a la escucha.
—No puedo, Bizca.
—Sí que puedes. —El rostro de Shay pareció cambiar a la luz de la hoguera, y su suavidad de perfecta fue consumiéndose a medida que crecía su enfado—. Mira, Tally, cuando me encontré allí arriba, en lo alto de la torre, mirando al suelo y preguntándome si moriría o no, recordé algunas cosas. Y al caer de la pista de patinaje y rebotar en el campo de fútbol recordé más cosas. Me vinieron un montón de recuerdos de cuando era imperfecta. ¿A que es genial?
Tally apartó la mirada de la dura expresión del rostro de Shay.
—Sí, claro que lo es.
—Me alegro de que tú también lo veas así. Lo que recordé fue lo siguiente: que estoy aquí, en la ciudad, por ti, Tally. ¿Y todas esas historias que solía contar? Eran falsas. Lo que ocurrió realmente es que tú me seguiste hasta el Humo para traicionarme, ¿no es así?
Tally experimentó de nuevo aquella sensación, aquel puñetazo en el estómago que había sentido al ver a la doctora Cable entre los árboles: atrapada. Desde el instante en que había notado que las pastillas surtían efecto, Tally sabía en el fondo de su ser que llegaría aquel momento, que Shay acabaría recordando lo que había sucedido realmente cuando eran imperfectas. Pero no esperaba que ocurriera tan pronto.
—Sí, te seguí para traerte aquí de vuelta. Lo que le pasó al Humo es culpa mía. Los especiales me siguieron hasta allí.
—Vale, nos traicionaste. Después, claro está, de que me robaras a David. —Shay rio con amargura—. Siento mucho tener que sacar a relucir todo el tema de David, pero a saber si mañana lo recuerdo. Por eso he creído conveniente mencionarlo mientras estoy chispeante.
Tally se volvió hacia ella.
—Lo recordarás.
Shay se limitó a encogerse de hombros.
—Puede que sí. Pero acciones como la de hoy no se dan tan a menudo. Y si dejo pasar el momento puede que te libres otra vez.
Tally respiró hondo, inhalando el olor a humo de leña, turba en combustión, agujas de pino y champán derramado. La luz de la hoguera lo iluminaba todo como si fuera de día, incluso las líneas de la yema de sus dedos. No sabía qué decir.
—Mírame —dijo Shay. Su tatuaje flash daba vueltas a gran velocidad, y el halo de serpientes se le veía desdibujado como los rayos de una rueda de bicicleta en movimiento—. Cuéntame qué te ocurrió aquel día. Mantenme chispeante. Me lo debes.
Tally tragó saliva. Zane y ella se habían prometido el uno al otro que no hablarían con nadie… por lo menos, de momento. Pero ninguno de los dos se había percatado de lo lejos que había llegado Shay, que había sido lo bastante chispeante para subir a lo alto de la torre ella sola y había acabado recordando lo que había ocurrido cuando eran imperfectos. Seguro que podría guardar un secreto, y el hecho de contarle lo de la cura le daría esperanzas, cuando menos. Era la única forma que tenía Tally de poder comenzar a compensarla por lo que había hecho.
Y Shay tenía razón: Tally se lo debía.
—Está bien. Aquel día pasó algo más.
Shay asintió lentamente.
—Eso pensaba yo. ¿Qué fue lo que pasó?
Tally señaló la bufanda de Shay, y entre las dos se la quitaron y la enrollaron con fuerza alrededor de la muñeca de Tally para tapar la pulsera con otra capa de ropa. Tras respirar hondo una vez más, bajó la voz todo lo que pudo para decir en un susurro quedo:
—Hemos encontrado una cura.
Shay entrecerró los ojos.
—Se trata de morirte de hambre, ¿no?
—No. Bueno, eso también ayuda. El hambre, el café, gastar bromas… todo eso que Zane lleva meses haciendo. Pero la verdadera cura es… más sencilla que todo eso.
—¿En qué consiste? Lo haré.
—No puedes.
—¡Vete al cuerno, Tally! —Los ojos de Shay centellearon—. ¡Si tú puedes, yo también!
Tally negó con la cabeza.
—Se trata de una pastilla.
—¿Una pastilla? ¿Como vitaminas?
—No, una pastilla especial. Croy me la trajo la noche de la fiesta de Valentino. Intenta recordar, Shay. Antes de que tú y yo volviéramos a la ciudad, Maddy había dado con la manera de anular los efectos de la operación. Me ayudaste a escribir una carta, ¿recuerdas?
El rostro de Shay se quedó en blanco un instante; luego frunció el ceño.
—Eso fue cuando yo ya era perfecta.
—Exacto. Después de que te rescatáramos, cuando estábamos escondidos allí fuera, en las ruinas.
—Es curioso; me cuesta más recordar aquellos días que cuando era imperfecta —comentó Shay, haciendo un gesto de negación con la cabeza.
—Pues eso, que Maddy dio con una cura. Pero era peligrosa, ya que no se había puesto a prueba. A ti no te la dio porque te negaste a tomarla. Querías seguir siendo perfecta. Así que tuve que ofrecerme yo para probarla. Por eso estoy aquí.
—¿Y Croy te la trajo hace un mes?
Tally asintió, cogiendo la mano de Shay.
—Y funciona. Ya has visto cómo nos ha cambiado a Zane y a mí. Hace que estemos chispeantes todo el tiempo. Así que cuando salgamos de aquí podrás… —Tally dejó de hablar al ver la cara que ponía Shay—. ¿Qué ocurre?
—¿Tú y Zane os tomasteis la cura?
—Sí —respondió Tally—. Había dos pastillas y nos las repartimos. Tenía miedo de hacerlo yo sola.
Shay volvió la mirada hacia el fuego, apartando la mano de la de Tally.
—No te creo, Tally.
—¿Cómo?
Shay dio media vuelta para mirarla de frente.
—¿Por qué él? ¿Por qué no me lo pediste a mí?
—Pero es que yo…
—Se supone que eres mi amiga, Tally. Lo he hecho todo por ti. Fui la primera que te habló del Humo. Fui yo quien te presentó a David. Y cuando viniste a Nueva Belleza te ayudé a convertirte en una rebelde. ¿En algún momento se te ocurrió compartir la cura conmigo? Al fin y al cabo, ¡tú tienes la culpa de que yo sea así!
Tally negó con la cabeza.
—No había tiempo… ni quisiera pude…
—No, claro que no se te ocurrió —espetó Shay—. Apenas conocías a Zane, pero, como era el líder de los rebeldes, engancharlo era la broma que tocaba. Como hiciste con David en el Humo. Por eso compartiste la cura con él.
—¡No fue así! —repuso Tally a gritos.
—Tú eres así, Tally. ¡Siempre lo has sido! Ninguna cura va a cambiarte… llevas mucho tiempo dedicándote a traicionar a la gente. No necesitabas ninguna operación para convertirte en un ser egoísta, superficial y engreído. Ya lo eras.
Tally intentó contestar, pero algo horrible le subió por la garganta, impidiendo que le salieran las palabras. Entonces se percató del silencio que las rodeaba, y se dio cuenta de que Shay había estado hablando a gritos. Los otros rebeldes las miraban perplejos en medio de un silencio roto únicamente por el silbido del fuego. Los perfectos no se peleaban. Casi ni discutían, y desde luego nunca se gritaban unos a otros en medio de una fiesta. Un comportamiento tan detestable como aquel era propio únicamente de los imperfectos.
Tally se miró la muñeca, preguntándose si los gritos de Shay habrían traspasado las capas de ropa y plástico. En tal caso, todo acabaría aquella misma noche.
Shay se apartó de ella y susurró con ferocidad:
—Puede que mañana recupere mi yo perfecto, Tally. Pero recordaré esto, te lo juro. Por muy agradable que sea contigo, créeme, no soy tu amiga. —Shay dio media vuelta y se encaminó hacia los árboles, abriéndose paso entre las ramas heladas.
Tally miró a los rebeldes que la rodeaban, con copas de champán en las manos que brillaban con intensidad a la luz de la luna, reflejando las llamas. Se sintió sola y desprotegida ante la mirada de todos ellos. Pero, tras unos instantes más de un silencio atroz, se volvieron y reanudaron el relato de sus historias sobre la acción de aquel día.
A Tally comenzó a darle vueltas la cabeza. El cambio experimentado por Shay era de lo más chocante y absoluto, y eso que ni siquiera se había tomado una pastilla. Le habían bastado unos minutos de verdadera ira para pasar de ser una plácida perfecta a una bestia salvaje… No tenía sentido.
De repente, Tally recordó las últimas palabras de la doctora Cable insinuando que Zane había colaborado con Circunstancias Especiales. Después de que sus amigos huyeran, debieron de llevarlo a verla y Zane le confesó todo lo que sabía sobre el Humo y el misterioso David que llevaba hasta allí a los imperfectos. Quizá fuera aquello lo que le había mantenido chispeante todos aquellos meses… la vergüenza que sentía por no haber huido, la culpa que le corroía por haber traicionado a sus amigos en favor de la doctora Cable.
Naturalmente, Tally tenía sus propios secretos vergonzosos. Por eso ella también se había mantenido chispeante, sin llegar a integrarse del todo ni a estar segura de lo que quería, por mucho champán que bebiera. Ocultas en su interior aguardaban sus viejas emociones de imperfecta, para cambiarla llegado el momento.
Y Shay también se había transformado, aunque en su caso no había sido la culpa, sino la ira contenida lo que lo había provocado. Tras sus sonrisas de perfecta, se ocultaban recuerdos reprimidos de las traiciones que le habían hecho perder a David, el Humo y, por último, su libertad. Le había bastado con subir a la torre y caer desde la pista de patinaje —estímulos suficientes para desbloquear sus recuerdos— para que aquella ira contenida aflorara a la superficie. Y ahora odiaba a Tally.
Puede que Shay no necesitara las pastillas para nada, y que le bastara con sus viejos recuerdos de imperfecta. Quizá, gracias a todas las cosas horribles que Tally Youngblood le había hecho, Shay daría con su propia vía de curación.