11. Rebote

Por un instante reinó el silencio.

A su alrededor caía el hielo hecho añicos sin hacer ruido, iluminándose en su descenso con las luces del estadio. El viento barría los gritos de guerra de los rebeldes en cuanto les salían de la boca. Tally extendió los brazos para frenar la caída, aferrándose con fuerza a aquellos momentos tan preciados. Aquella parte del salto era siempre como volar.

De repente, un estallido de luz y sonido hizo que Tally comenzara a dar vueltas, con los oídos mortificados por un estruendo atronador y viéndose obligada a cerrar los ojos ante una multitud de rayos de un brillo cegador. Tras unos segundos de aturdimiento, Tally sacudió la cabeza de un lado a otro y abrió los ojos: a su alrededor vio fragmentos llameantes de colores volando en todas direcciones, como si se hallara en medio de una galaxia en plena explosión. Sobre su cabeza retumbaron más detonaciones, que desencadenaron una lluvia constante de partículas incandescentes. Tally cayó entonces en la cuenta de lo que había sucedido…

El apoteósico final del espectáculo pirotécnico había tenido lugar justo en el momento en que los rebeldes habían comenzado a precipitarse al vacío. La sincronización con el hundimiento de la pista de patinaje no podría haberse calculado mejor.

Una bengala encendida se le quedó enganchada en el arnés de salto y siguió ardiendo con la insistencia propia de los fuegos artificiales de seguridad, haciéndole cosquillas en la cara con las chispas que despedía. Tally comenzó a agitar los brazos para colocarse en posición vertical, pero vio que el suelo se aproximaba a una velocidad vertiginosa y que solo le quedaban unos segundos antes de impactar contra él. Su cuerpo seguía descontrolado cuando las correas del arnés tiraron de ella, frenando su caída en picado de cabeza a solo unos metros de distancia del suelo.

Al tiempo que el tirón del arnés la erguía y volvía a alzarla en el aire, Tally se enroscó sobre sí misma por si le caía encima algo grande. La posibilidad de que a uno de ellos lo alcanzara un trozo de hielo o un zamboni en plena caída era la parte del plan que les ponía nerviosos. Pero Tally salió indemne del rebote, y al llegar a su ápice oyó la exclamación de confusión generalizada entre la multitud. Sabían que algo había salido mal.

Tally y Zane se habían planteado piratear el marcador, para mostrar un mensaje que penetrara en la mente aturdida de los perfectos presentes en el estadio mientras la cabeza les daba vueltas. Pero los guardianes habrían sabido que el hundimiento de la pista de patinaje había sido algo planeado, lo cual hubiera traído consigo todo tipo de complicaciones falsas.

Los habitantes del Nuevo Humo se enterarían de un modo u otro de aquella jugada, y al menos ellos sabrían lo que significaba…

La cura había funcionado. El Nuevo Humo tenía aliados dentro de la ciudad. El cielo se desplomaba.

Tally dejó de rebotar a la altura del centro del campo, sobre la hierba cubierta de trozos de hielo, zambonies temblorosos, rebeldes risueños y unos cuantos patinadores inocentes que habían caído con ellos, y que sin duda se habrían alegrado de que fuera obligatorio llevar arnés de salto en la pista de patinaje. Tally miró alrededor en busca de Zane, y vio que el impulso del rebote lo había llevado a un punto más alejado del campo, junto a una de las porterías. Tally echó a correr hacia aquel extremo y por el camino fue comprobando el estado de los rebeldes que encontró a su paso. A todo el mundo le latían los tatuajes a mil por hora y les daban vueltas con la magia antiperfecta de la caída, pero nadie había sufrido daños más graves que unas cuantas magulladuras o unos mechones de pelo chamuscados.

—¡Ha funcionado, Tally! —exclamó Fausto en voz baja al verla pasar, mientras Tally miraba con cara de asombro un trozo de hielo que su amigo sostenía en la mano. La joven siguió corriendo.

Zane estaba riendo como un histérico, enredado en la red. Al ver a Tally gritó un largo «¡Gooooool!».

Tally se detuvo aliviada y se permitió disfrutar de aquel momento completamente chispeante, del mundo transformado a su alrededor. Era como si pudiera abarcar a toda la gente con una sola mirada y ver con suma claridad todas y cada una de sus expresiones gracias a la nitidez irreal que le brindaban las luces del estadio. Diez mil rostros le devolvían la mirada, sobrecogidos y atónitos.

Tally se imaginó pronunciando un discurso en aquel momento para hablarles de la operación, las lesiones y el terrible precio que se pagaba por ser perfecto… para decirles que la belleza equivalía a la estulticia, y que sus cómodas vidas estaban vacías. Seguro que la multitud, deslumbrada, la escucharía.

Con aquella acción, Tally y Zane pretendían lanzar una señal a los habitantes del Nuevo Humo, pero aquel no era el único objetivo que perseguían. Les constaba que una jugada de semejante magnitud tendría contentos a los rebeldes unos cuantos días, pero ¿serviría una experiencia realmente chispeante para cambiar de forma permanente a los perfectos que no habían tomado las pastillas? A juzgar por la mirada de Fausto, Tally pensó que tal vez sí. Y ahora que veía los rostros de la multitud —entre ellos, perfectos nuevos, medianos e incluso mayores, compartiendo todos juntos la misma sensación de aturdimiento—, se preguntó si el desplome del cielo no habría provocado algo mayor.

No había duda de que la ciudad lo había advertido. Los guardianes acudieron en masa al campo, provistos de botiquines de primeros auxilios. Tally nunca había visto semejantes expresiones de pánico en los rostros de los perfectos medianos. Al igual que la multitud que llenaba el estadio, todos ellos estaban pasmados ante el hecho de que algo hubiera salido tan mal en la ciudad. Las aerocámaras que ocupaban sus puestos, preparadas para grabar el partido, recorrían el campo de punta a punta, captando los efectos del siniestro. Tally cayó en la cuenta de que al final del día las imágenes de aquella acción se emitirían en todas las ciudades del planeta.

Respiró hondo. Se sintió como cuando había hecho explotar un petardo por primera vez siendo niña; entonces le había sorprendido que con solo pulsar un botón se pudiera hacer tanto ruido, y se había preguntado si por ello se metería en un lío. A medida que se le pasaba la euforia, no podía desterrar de su mente el presentimiento de que, por muy bien que hubieran disimulado su acción, alguien acabaría sabiendo que el hundimiento de la pista de patinaje había sido algo planeado.

De repente, Tally sintió la necesidad de que Zane la acariciara, de que la tranquilizara en silencio, y recorrió a toda prisa la distancia que la separaba de la portería. Al desviar la mirada hacia él, vio que estaban desenredándolo de la red destrozada, y que un par de guardianes le aplicaban espray medicinal para las contusiones que tenía en el rostro. Tally los apartó y cogió a Zane entre sus brazos.

Ante la presencia de guardianes por todas partes, Tally optó por hablar como los perfectos.

—¡Qué chispeante, ¿verdad?!

—Totalmente —dijo Zane. Aunque él no llevaba ningún tatuaje flash, Tally notaba que el corazón le latía con fuerza a través del grueso abrigo de invierno.

—¿Tienes algo roto?

—No. Solo estoy dolorido. —Zane se tocó un lado de la cara con cuidado; tenía unas marcas rojas en la piel con la forma de la red—. Parece que hemos metido un gol.

Tally soltó una risita y besó la mejilla herida de Zane con tanta suavidad como le fue posible; a continuación acercó los labios a su oído.

—Ha funcionado. Ha funcionado de verdad. Parece que podemos hacer lo que sea.

—Así es.

—Después de esto los del Nuevo Humo tienen que saber que la cura funciona. Nos enviarán más pastillas y podremos cambiarlo todo.

Zane se soltó y asintió; luego se acercó a Tally para besarle la oreja con ternura y murmuró:

—Y si no captan el mensaje, tendremos que salir de aquí e ir a buscarlos.