Zane seguía siendo guapísimo. Tenía los pómulos marcados y aquella mirada ávida y penetrante, como si continuara tomando purgantes de calorías para mantenerse alerta. Sus labios se veían tan carnosos como los de cualquier otro cabeza de burbuja, y, mientras la miraba, los frunció con un gesto pueril de concentración.
Se había cambiado el pelo por completo; Tally recordaba que se lo teñía con tinta de caligrafía, la cual le daba un tono negro azulado que excedía los preceptos del Comité de Perfectos en materia de buen gusto.
Pero había algo distinto en su rostro. Tally se estrujó la cabeza para tratar de averiguar lo que era.
—¿Has traído a Shay-la contigo? —dijo Zane al oír el crujido de un calzado adherente detrás de Tally, desde el otro lado de la ventana—. Qué alegría.
Tally asintió lentamente, intuyendo por el tono de su voz que Zane lamentaba que no hubiera ido sola. Cómo no iba a ser así. Tenían mucho de que hablar, y no había casi nada que a Tally le apeteciera decir estando Shay delante.
De repente, tuvo la sensación de que hacía siglos que no veía a Zane. Tally tomó conciencia de todas las diferencias que presentaba su propio cuerpo, como los huesos ultraligeros, los tatuajes flash y las cicatrices de cortes en los brazos, las cuales le recordaban lo mucho que había cambiado en el tiempo que llevaban separados. O lo distintos que eran ahora.
Shay sonrió al ver los anillos de comunicación.
—¿No les parece un poco aburrido ese libro viejo a tus amigos?
—Tengo más amigos de lo que crees, Shay-la —respondió Zane, recorriendo las cuatro paredes de la habitación con la mirada.
Shay movió la cabeza de un lado a otro, sacándose un pequeño dispositivo negro del cinturón. El fino oído de Tally captó el zumbido apenas audible de aquel artilugio, que emitió un chisporroteo como el de un puñado de hojas mojadas lanzadas a una hoguera.
—Tranquilo, Zane-la. La ciudad no puede oírnos.
—¿Tenéis permiso para hacer eso? —preguntó Zane con los ojos como platos.
—¿Es que no lo sabes? —repuso Shay, sonriendo—. Somos especiales.
—Ah. Bueno, mientras seamos solo nosotros tres… —Zane dejó caer el libro en la silla vacía que tenía al lado, donde se hallaba el anillo de Peris, que se movió con una ligera sacudida.
—Los demás han salido a hacer una pequeña travesura. Yo me he quedado de tapadera, por si los guardianes nos controlan.
Shay se echó a reír.
—¿Y se supone que los guardianes van a tragarse que los rebeldes sois un grupo aficionado a la lectura?
Zane se encogió de hombros.
—No son guardianes de carne y hueso, que nosotros sepamos, solo un software. Con tal de que alguien hable, no hay ningún problema.
Tally se sentó poco a poco en la cama sin hacer de Zane mientras un escalofrío le recorría el cuerpo. Zane no hablaba en absoluto como un perfecto inepto. Y el hecho de que estuviera haciendo de tapadera de sus amigos mientras ellos cometían alguna fechoría significaba que seguía estando chispeante, y siendo el perfecto astuto que un día podría convertirse en especial…
Tally aspiró el conocido aroma de Zane que emanaba de las sábanas, al tiempo que se preguntaba qué estarían haciendo sus tatuajes… seguramente dar vueltas medio fuera de su rostro.
Pero Zane no llevaba ningún anillo de comunicación, ni ninguna pulsera. ¿Cómo lo vigilaban los guardianes?
—Tu nueva cara es de megahelen, Tally-wa —dijo Zane, recorriendo con la mirada la red de tatuajes flash que veía en el rostro y los brazos de ella—. Podrías botar millones de barcos con ellos, aunque tendrían que ser barcos pirata, claro está.
Tally sonrió ante aquel chiste malo, devanándose los sesos para intentar decir algo. Llevaba dos meses esperando aquel momento, y de repente lo único que podía hacer era permanecer allí sentada como una tonta.
Pero no eran solo los nervios lo que hacía que le faltaran las palabras. Cuanto más miraba a Zane, mayor era la sensación que tenía de que no estaba bien, y su voz le sonaba como si procediera de la habitación contigua.
—Tenía la esperanza de que vendrías —añadió Zane en voz baja.
—Ha insistido —dijo Shay casi en un susurro.
Tally cayó en la cuenta de la razón por la que la voz de Zane sonaba tan lejana. Al no llevar una antena de piel implantada en el cuerpo, sus palabras no le llegaban como las de los otros cortadores. Zane ya no formaba parte de su camarilla. No era especial.
Shay se sentó en la cama junto a Tally.
—Pero, si queréis, podéis pasar un rato más como un par de cabezas de burbuja —les sugirió Shay, antes de sacar la pequeña bolsa de plástico con los nanos que Ho le había quitado al imperfecto de la fiesta la noche anterior—. Hemos venido por esto.
Zane se levantó a medias de la silla y alargó la mano para coger las pastillas, pero Shay se limitó a reír.
—No tan rápido, Zane-la. Tienes la mala costumbre de tomarte las pastillas equivocadas.
—No me lo recuerdes —dijo Zane con voz cansada.
Tally se estremeció de nuevo al ver que Zane volvía a sentarse en la silla con cuidado y parsimonia, como si fuera a romperse.
Tally recordó entonces el daño que habían provocado los nanos de Maddy en su sistema motor, afectando a la parte del cerebro responsable de los reflejos y el movimiento. Tal vez fuera solo eso, temblores de poca importancia producto de la acción de aquellas diminutas máquinas. Nada serio.
Pero, al mirarle a la cara, volvió a tener la sensación de que le faltaba algo. No lucía ningún tatuaje flash como aquellos tan espléndidos que llevaban ellos, ni transmitía nada de la emoción que Tally sentía cuando miraba a los ojos negros como el carbón de otro cortador. Tenía una cara de dormido impensable en el caso de un especial, como si fuera un papel pintado, similar a la de cualquier otro perfecto.
Sin embargo, era Zane, no uno más de los cabezas de burbuja aleatorios que corrían por allí…
Tally bajó la vista al suelo, deseando poder desactivar la impecable claridad de su visión. No quería ver todos aquellos detalles desconcertantes.
—¿De dónde has sacado esas pastillas? —inquirió Zane con una voz que seguía sonando lejana.
—De una chica del Humo —respondió Shay.
—¿La conocemos? —preguntó Zane, mirando a Tally.
Tally negó con la cabeza, sin levantar la vista del suelo. No le constaba que la chica hubiera sido una rebelde o una habitante del Viejo Humo. Por un momento se le pasó por la mente la idea de que procediera de otra ciudad. Tal vez fuera una de los nuevos y misteriosos aliados de los habitantes del Humo…
—Pero conoce tu nombre, Zane-la —añadió Shay—. Dijo que estas pastillas eran expresamente para ti. ¿Esperabas una entrega?
Zane respiró hondo.
—Quizá deberías preguntarle a ella.
—Se marchó —aclaró Tally, que oyó cómo Shay dejaba escapar un leve silbido entre los dientes.
Zane se echó a reír.
—¿Así que Circunstancias Especiales necesita mi ayuda?
—Nosotros no somos exactamente… —comenzó a decir Tally, pero su voz se apagó. Ella formaba parte de Circunstancias Especiales, un hecho que Zane podía ver con sus propios ojos. Pero, de repente, deseó poder explicarle lo distintos que eran los cortadores de los especiales normales que lo habían mangoneado siendo él un imperfecto. Los cortadores tenían sus propias reglas. Gozaban de todo lo que Zane había anhelado siempre: una vida en plena naturaleza al margen de los dictados de la ciudad, una mente de una claridad glacial, libre de los defectos de la imperfección…
Libre de la mediocridad que parecía rezumar Zane.
Tally cerró la boca, y Shay posó una mano en su hombro. Tally notó que se le aceleraba el corazón.
—Pues claro que necesitamos tu ayuda —respondió Shay—. Necesitamos impedir que esto —añadió, sosteniendo en alto la bolsa que contenía las pastillas— siga dando pie a que haya más perfectos como tú. —Al pronunciar aquella última palabra, Shay lanzó la bolsa a Zane.
Tally vio cada centímetro de la trayectoria de la bolsa, que pasó volando por encima de Zane sin que este lograra levantar las manos a tiempo para atraparla. Las pastillas chocaron contra la pared y cayeron en una esquina de la habitación.
Zane dejó caer sus manos vacías en el regazo, donde yacieron enroscadas cual babosas muertas.
—Vaya paradón —se mofó Shay.
Tally tragó saliva. Zane estaba lisiado.
—Me da igual, Shay-la, no necesito pastillas —repuso Zane, encogiéndose de hombros—. Me mantengo chispeante en todo momento. —Y, señalándose la frente, añadió—: Los nanos me causaron daños aquí, donde se supone que están las lesiones. Creo que los médicos me pusieron más, pero yo diría que no tienen mucho donde agarrarse. Esta parte de mi cerebro es totalmente nueva y cambiante.
—Pero ¿y tus…? —A Tally se le hizo un nudo en la garganta en torno a la pregunta.
—¿Mis recuerdos? ¿Mi memoria? —Zane volvió a encogerse de hombros—. Al cerebro se le da muy bien reprogramarse. Como hizo el tuyo, Tally, cuando encontraste la manera de dejar de ser perfecta. Y el tuyo, Shay-la, cuando comenzaste a hacerte cortes. —Zane levantó una mano de su regazo y la mantuvo en alto, como un ave temblorosa—. Controlar a una persona manipulando su cerebro es como intentar detener un aerovehículo cavando una zanja. Si uno pone todo su empeño, al final puede conseguir alzar el vuelo.
—Pero Zane… —dijo Tally con los ojos escocidos—. Si estás temblando…
Y no solo se refería a la fragilidad de sus movimientos, sino también a su rostro, sus ojos, su voz… Definitivamente, Zane no era especial.
—Puedes hacerlo otra vez, Tally —dijo Zane, clavando su mirada en ella.
—¿Hacer qué? —preguntó Tally.
—Arreglar lo que te han hecho. Eso es lo que están haciendo mis rebeldes: reprogramarse.
—Yo no tengo ninguna lesión.
—¿Estás segura?
—Deja eso para tus pobres rebeldes de nueva generación, Zanela —terció Shay—. No estamos aquí para hablar de tus daños cerebrales. ¿De dónde salen esas pastillas?
—¿Queréis saber más sobre esas pastillas? —Zane sonrió—. ¿Por qué no? No podéis detenernos. Salen del Nuevo Humo.
—Gracias, lumbrera —respondió Shay—. Pero ¿dónde está el Nuevo Humo?
Zane se miró la mano temblorosa.
—Ojalá lo supiera. Así podría recurrir a su ayuda ahora mismo.
Shay asintió.
—¿Por eso les ayudas? ¿Porque esperas que te arreglen?
Zane negó con la cabeza.
—Es algo mucho más importante que yo, Shay-la. Aunque así es, los rebeldes nos encargamos de repartir la cura. Eso es lo que estos cinco están haciendo ahora mismo mientras se supone que están aquí sentados —explicó Zane, señalando los anillos de comunicación—. Pero esto va más allá de nosotros… la mitad de las camarillas de la ciudad están prestando su ayuda. Ya llevamos repartidas miles de pastillas.
—¿Miles? —repitió Shay—. ¡Eso es imposible, Zane! ¿Cómo se las ingenian para hacer tantas? La última vez que vi a los habitantes del Humo no tenían váteres, y mucho menos fábricas.
—A mí que me registren —contestó Zane, encogiéndose de hombros—. Pero es demasiado tarde. Las nuevas pastillas actúan muy rápido. Ya hay demasiados perfectos capaces de pensar.
Tally miró a Shay. Aquello iba realmente más allá de Zane. Si él decía la verdad, no era de extrañar que la ciudad entera pareciera estar cambiando.
Zane alargó las manos frente a él y juntó las muñecas.
—¿Queréis arrestarme?
Shay se quedó pensativa un instante, con los tatuajes flash de la cara y los brazos latiendo al ritmo de su corazón. Luego se encogió de hombros.
—Nunca te arrestaría, Zane-la. Tally no me dejaría. Además, en este momento no me preocupan tus pastillitas.
Zane arqueó una ceja.
—¿Y qué es lo que te preocupa entonces, Shay-la?
—Los otros cortadores —respondió Shay con voz lánguida—. Tus amigos del Humo secuestraron anoche a Fausto, y eso no nos ha gustado nada.
Zane levantó las cejas y lanzó a Tally una mirada fugaz.
—Eso es… interesante. ¿Qué crees que van a hacer con él?
—Experimentar. Seguramente dejarlo con ese tembleque que tienes tú —respondió Shay—. A menos que lo encontremos a tiempo.
Zane movió la cabeza con un gesto de negación.
—Ellos no experimentan sin consentimiento.
—¿Consentimiento? ¿Qué parte de la palabra «secuestrar» no has entendido, Zane-la? —inquirió Shay-la—. Ya no son los enclenques habitantes del Humo que conocíamos. Cuentan con material militar y una nueva actitud totalmente glacial. Nos tendieron una emboscada con palos aturdidores.
—Estuvieron a punto de ahogar a Shay —intervino Tally—. La tiraron al río estando ella inconsciente.
—¿Inconsciente? —La sonrisa de Zane creció de oreja a oreja—. ¿Te dormiste estando de servicio, Shay-la?
Los músculos de Shay se tensaron, y Tally creyó por un momento que iba a saltar de la cama y clavar sus uñas y dientes duros como el diamante en el cuerpo indefenso de Zane.
Pero Shay se limitó a reír, y estiró los dedos, que tenía cerrados en posición de lucha, para acariciar el pelo de Tally.
—Algo así. Pero ahora estoy muy despierta.
Zane hizo un gesto de indiferencia, como si no se hubiera percatado de lo cerca que había estado de que Shay le rajara el pescuezo.
—Bueno, yo no sé dónde está el Nuevo Humo, así que no puedo ayudaros.
—Sí que puedes —repuso Shay.
—¿Cómo?
—Puedes escapar.
—¿Escapar? —Zane se tocó el cuello, alrededor del cual llevaba una cadena de metal, con eslabones de un color plata mate—. Me temo que eso sería un poco complicado.
Tally cerró los ojos un instante. Así era como lo tenían vigilado. Zane no solo era endeble y nada especial, sino que además llevaba un collar como si fuera un perro. Tally hizo todo lo posible por reprimir el impulso de salir por la ventana de un salto. El olor de la habitación, a ropa reciclada y libro viejo mezclado con aquel aroma dulzón a champán, le estaba dando ganas de vomitar.
—Podemos conseguir algo para quitártelo —dijo Shay.
Zane negó con la cabeza.
—Lo dudo. Ya lo he probado en el taller; está hecho con la misma aleación que emplean para fabricar naves orbitales.
—Confía en mí —repuso Shay—. Tally y yo podemos hacer lo que nos propongamos.
Tally miró a Shay. ¿Cortar una aleación orbital? Para vérselas con una tecnología tan puntera como aquella tendrían que pedir ayuda a la doctora Cable.
Zane acarició la cadena.
—Y, por ese pequeño favor, ¿pretendéis que traicione al Humo?
—Sé que no harías eso por tu propia libertad, Zane —dijo Shay, poniendo las manos sobre los hombros de Tally—. Pero por ella sí.
Tally sintió que ambos la miraban de repente, Shay con sus ojos negros y profundos y Zane con los suyos llorosos y mediocres.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Zane arrastrando las palabras.
Shay se quedó allí parada en silencio, pero a través de la antena de piel Tally oyó que sus labios articulaban una frase, la cual llegó hasta sus oídos en un soplo de aire.
—Lo convertirán en un especial…
Tally asintió mientras buscaba las palabras acertadas. Sabía que Zane no se dignaría escuchar a otra persona que no fuera ella. Tally carraspeó.
—Zane, si escapas, les demostraré que sigues manteniéndote chispeante. Y, cuando te apresen, te convertirán en uno de nosotros. Ni te imaginas lo bien que se siente uno, lo glacial que es todo. Y podremos estar juntos.
—¿Por qué no podemos estar juntos ahora? —preguntó Zane en voz baja.
Tally se imaginó besando sus labios de niño y acariciando sus manos temblorosas, y solo de pensarlo se le revolvió el estómago.
—Lo siento… —contestó, moviendo la cabeza de un lado a otro—, pero tal como estás ahora es imposible.
—Pero tú puedes cambiar, Tally… —le dijo Zane en voz baja, como si estuviera hablando con un niño pequeño.
—Y tú puedes escapar, Zane —interrumpió Shay—. Huir al exterior y dejar que los del Humo te encuentren. —Y, señalando al rincón, añadió—: Incluso puedes quedarte con la bolsa de pastillas, y despabilar a algunos de tus amigos rebeldes, si quieres.
—¿Y luego traicionarlos? —replicó Zane, sin despegar los ojos de los de Tally.
—Tú no tienes que hacer nada, Zane. Junto con el utensilio para cortar el collar, te daré un rastreador —explicó Shay—. Cuando llegues al Nuevo Humo, iremos a por ti, y la ciudad te convertirá en un ser fuerte, rápido y perfecto. Chispeante para siempre.
—Ya soy chispeante —repuso Zane con frialdad.
—Sí, pero no eres ni fuerte, ni rápido, ni perfecto —dijo Shay—. Ni siquiera eres mediocre, Zane-la.
—¿De verdad crees que traicionaré al Humo? —inquirió Zane.
Shay apretó los hombros de Tally.
—Por ella, sí.
Zane miró a Tally con cara de perdido, como si realmente no supiera qué hacer. Luego bajó la vista a sus manos y, dando un suspiro, asintió poco a poco.
Pero Tally vio con una claridad diáfana los pensamientos que pasaron en aquel momento por la mente de Zane: aceptaría la oferta y, una vez que consiguiera escapar, intentaría salirse con la suya. Por lo visto, creía que podría engañarlas a ambas y luego rescatar de algún modo a Tally para convertirla de nuevo en una mediocre.
Qué sencillo era leerle la mente, tanto como ver las patéticas rivalidades existentes entre los imperfectos que había en la Fiesta de Primavera. El cuerpo enclenque de Zane rezumaba sus pensamientos por doquier, como un aleatorio sudoroso en un día de calor.
Tally apartó la mirada de él.
—Está bien —dijo Zane—. Lo haré por ti, Tally.
—Reúnete con nosotros mañana a medianoche, donde se bifurca el río —indicó Shay—. Seguro que la gente del Humo desconfía de los fugitivos, así que ve preparado para una larga espera. Pero al final irán a por ti, Zane.
—Sé lo que tengo que hacer —dijo él, asintiendo.
—Y lleva contigo todos los amigos que quieras; cuantos más, mejor. Te vendrá bien contar con ayuda ahí fuera.
Lejos de rebotarse ante semejante insulto, Zane se limitó a asentir, intentando captar la mirada de Tally. Ella desvió la vista, pero le dedicó una sonrisa forzada.
—Verás qué alegría cuando seas especial, Zane-la. Ni te imaginas lo bien que se está. —Tally cerró los puños mientras observaba cómo daban vueltas sus tatuajes—. Cada segundo es bellísimo, totalmente glacial.
Shay se puso en pie, levantó a su amiga de la cama y se encaminó con ella hacia la ventana. Ya con un pie en el alféizar, Tally se quedó parada un instante.
Zane la miró.
—Pronto estaremos juntos.
Lo único que pudo hacer Tally fue asentir.